Si bien, cuando
se habla del gaucho, la gente del común asocia con un hombre de bombacha,
botas, sombrero, tirador, etc., de a
caballo, las expresiones de la cultura gaucha gestadas en su entorno, son
muchas y variadas, por ejemplo: las danzas, la soguería, el canto, las pilchas
del hombre y la mujer, las de ensillar, las comidas, el tejido en telar, la
construcción de la vivienda, la platería… Y esto permite que donde no puede
entrar el hombre de a caballo para manifestar la tradición, si puede hacerlo
alguna de estas manifestaciones.
No obstante se
debe tener en cuenta, ¡y muy presente!, que “el gaucho” existió porque tuvo el
caballo, porque fue un pastor ecuestre; de no haberlo tenido, de haber sido un
pastor de a pie, muy otro habría sido su nombre y otra seguramente su historia.
Si algún día, por
“h o por b”, las entidades defensoras de los animales nos privan de la participación
del caballo en nuestras cuestiones criollas, muy cuesta arriba se nos hará a
los tradicionalistas mantener alta la bandera de las tradiciones.
He omitido de ex
profeso, en las citas anteriores, la mención de la literatura costumbrista o gaucha, porque sobre este punto habremos
de hacer hincapié de ahora en más.
Aunque más no
sea, quien más quien menos, sabe que existe un libro al que simplificando
llamamos “Martín Fierro”, y por él, de que existe un genero denominado “poesía gauchesca”. A esta expresión
podemos atribuirle la misma edad que tiene la Patria. Y agregarle una
curiosidad: a pesar que el gaucho era analfabeto (lo que no quiere decir
‘ignorante’), su poesía oral sirvió para gestar un género. Claro que muchos se
preguntarán ¿cómo?, ¿por qué?
Pues ocurrió que
aquellos hombres del pueblo, con dominio de la escritura, “copiaron” su forma
de expresarse -sobre todo su lenguaje-, para transmitir las novedades
importante de los acontecimientos (estamos en el nacimiento de la Patria), de
un modo que asegurasen la llegada real al pueblo, como si fuese uno de ellos
propiamente el que lo está contando.
Presentado el
género, vale aclarar que es exclusivamente
poético. La prosa, llámese cuento, novela, ensayo, es impropia del gaucho,
salvo que tomemos como referencia, al narrador oral del fogón, que por cierto,
sí tiene algún valor.
Personalmente
llamo a la prosa: propia del “gauchesco tardío”; entre nosotros los primeros
escarceos asoman, por ejemplo: con Eduardo Gutiérrez en “Juan Moreira”, con
Eugenio Cambaceres en “Sin Rumbo”, pero necesitará de Güiraldes y el “Segundo
Sombra” para cobrar entidad netamente definida.
¿Por qué del
“gauchesco tardío”?, porque las obras citadas son de 1880, 1885 y 1926,
respectivamente, y la desaparición del “gaucho real”, comienza su apurada
declinación y transformación social a partir de 1880 (puede tomarse al año como
un tanto arbitrario, pero vale a modo de ejemplo).
En estas
creaciones literarias ya no interviene en forma directa el gaucho propiamente,
sino que son hombres cultos, citadinos, pero muchas veces con experiencias o
raíces familiares en la vida rural, los que comienzan a desarrollar en el
cuento o la novela, sucesos y aventuras en las que el gaucho y sucesos
histórico-políticos de su tiempo, forman la trama principal. Tómese como
ejemplo, “A Punta de Lanza” de Carlos Molina Massey, en 1924 o “Cancha Larga”
de Acevedo Díaz, en 1939.
Pues bien, vamos
ahora a lo que me interesa plantear.
Hacia 1913, al
crearse la cátedra de Literatura Argentina en la Facultad de Filosofía y
Letras, de la Universidad Nacional de Buenos Aires, y ponerse la misma bajo la
conducción rectora de Ricardo Rojas, éste remarcó los estudios y análisis que
había hecho, en bibliotecas públicas y privadas, y archivos y repositorios varios,
sobre las obras gestadas durante el Siglo 19, y cuando más adelante -a partir
de 1917- publica su historia de “La
Literatura Argentina – Ensayo filosófico sobre la evolución de la cultura en el
Plata”, comienza la reseña dedicando uno de los cuatro tomos de su rico
trabajo al quehacer gauchesco, denominándolo justamente: “Los Gauchescos”, con
lo cual, viene a poner en un nivel de real jerarquía a una expresión literaria
que si bien había sido bien recibida y consagrada por el pueblo-pueblo, no
había ocurrido lo mismo en los niveles llamados “cultos”. Téngase presente que
para que el “Martín Fierro” fuera recibido con honores, debieron transcurrir
más de tres décadas desde su aparición en 1872, y necesitar de un inspirado
Leopoldo Lugones para que en varias conferencias brindadas en el Teatro Odeón
de la Capital Nacional, colocara a la obra en el sitial que actualmente ocupa.
Corría 1913.
Qué pasó luego…?
nada, en líneas generales. Es como si oficialmente se hubiese decretado la
muerte del género; algo así como que después del “Martín Fierro” en verso, y
“Don Segundo” en prosa, el género dejara de existir.
Pero… por suerte,
no fue así!!
De la misma
manera que “el gaucho real”, poco a poco trocó en el paisano u hombre campero
que la mayoría hemos conocido a lo largo del pasado Siglo, la poesía,
fundamentalmente la poesía que es la más directamente vinculada al gaucho,
también sufrió su adaptación; cambio que en una síntesis podemos reflejar así: En el Siglo 19, con la gesta de la Patria
nace la expresión literaria que después se llamará “gauchesca”. A las formas
estróficas heredadas del español, se les dio contenido con “el habla gaucha”.
En el Siglo 20, desaparecidos el gaucho y los asuntos que le dieron tema
(guerra de la independencia, luchas intestinas, montoneras, el desierto, vida
de frontera), sufre cambios: canta ahora a las cuestiones diarias, el pingo, la
doma, las pilchas, el rodeo, la tropa, la mujer, el rancho, etc., y es este
modo el que da cuerpo a una nueva forma que me animo a denominar ,
la que mantiene la particularidad del lenguaje como elemento definitorio y de
personalidad .
Y pongo énfasis en esto, porque el
lenguaje es rasgo fundamental para la existencia del genero, están allí los
genes de su identidad, la gran particularidad de una forma expresiva que se
fundó sobre las formas literarias heredadas del conquistador, que venían ya del
Medievo español.
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Hago acá una pausa para hacer una
aclaración en la que suelo ser reiterativo en mis charlas: Si bien reconocemos
como aceptada la definición de “gauchescos” dada por Rojas, para referirse a
los autores y a sus obras, en honor a la verdad, nada de lo que tuvo el gaucho,
fue denominado por él como “gauchesco”: ni su sombrero era gauchesco, ni
tampoco lo era su recado, ni su poncho, ni su rancho, ni lo que cantaba como
tampoco los sucesos de su vida.
Acá coincidimos con dos entrerrianos
-Amaro Villanueva y Fermín Chávez-, que estudiaron el tema y separadamente,
sacaron como conclusión que lo correcto sería denominar a esta forma expresiva
como “al
modo gaucho”, opinión con la que decididamente coincidimos, aunque
también reconocemos que a esta altura es un tanto inoportuno cambiarle el
nombre a algo que se ha llamado así por más de un siglo, pero creo oportunos
informar y dar a conocer una opinión que entendemos acertada.
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En esta etapa ya en el Siglo 20, con
la formación escolar más difundida, por lo menos con el conocimiento básico de
la escritura, ya que a partir de dicha centuria era más habitual llegar al
segundo o tercer grado en el ámbito rural, comienzan a aparecer los versos
escritos por los propios hombres del ambiente rural o íntimamente ligados a él.
En el Siglo anterior la creación propia del gaucho había sido oral, sin registro
en papel. Ahora ya lo puede volcar en un cuaderno y a veces llega a las páginas
de un periódico.
Anecdóticamente digo lo del cuaderno,
porque los mismos recopiladores lo han apuntado, ya que inclusive había
personas, que no sabían componer un verso, pero que volcaban en un cuaderno
todos los versos que llegaban a sus oídos. Poseo en mi archivo personal, uno de
aquellos de tapa de hule color negro, en el que un paisano, al tocarle el
servicio militar allá por la década de 1920, copió una cantidad de composiciones,
con la triste carencia de no haberle agregado a cada cual, quien se lo dictó o
de donde lo tomó, ya que la gran mayoría son desconocidas y carecen de
información, estando descartado las haya escrito él. Este paisano se llamó José
Tirado, y toda su vida transcurrió en el sur del partido de La Plata, justo
sobre el deslinde con el de Magdalena.
Entre el “Martín Fierro” -dando este
nombre como señal de una época- y la conformación de lo que llamo el “verso
campero”, hay un período de transición, en el que se nota una fuerte influencia
de las representaciones teatrales a través del circo criollo, con obras
montadas sobre dramas por el estilo de “Juan Moreira”, donde el gaucho bueno
enfrentado al funcionario o al policía corrupto (expresión universal del bien y
el mal), arreglan cuentas, por lo general, en un duelo criollo. Pues bien, esta
circunstancia inunda los versos de entonces, con gauchos matreros, hombres
peleadores que hacen un credo de sus habilidades en la esgrima criolla, pero
que como corolario: hablan mal del gaucho si este fue un ser social que tuvo a tal como su forma de
vida.
Bien
puedo afirmar que lo que denomino “poesía campera”, comienza a manifestarse con
registro gráfico en la década del ’30, a través de “Charrúa” o sea Gualberto
Gregorio Márquez, de quien vale la pena aclarar que de uruguayo solo tiene el
nacimiento y el seudónimo, ya que desde la infancia vivió en el país, y se
expresó contundentemente como un paisano bonaerense; ahí nomás lo podemos sumar
a Pedro Boloqui y Enrique Uzal –ambos publicando en 1940-, Omar Javier
Menvielle con su primer trabajo “Albúm Criollo” por 1942, y a partir de allí se
encadenan los poetas que podemos enrolar en este estilo, el sanjavierino Julio Migno (1944), Miguel
Domingo Etchebarne (1948), Roberto Coppari (1950), Luis Domingo Berho (1954),
Julio Secundino Cabezas (1959), Pedro Risso (1967), Rafael Bueno (1968), y a
partir de acá la lista se hace muy nutrida.
En
la prosa -cuento y novela-, el Siglo 20 ha sido muy prolífico con
representantes por todas las provincias del país, y acá podemos aclarar que
cantidad es igual a calidad; plumas brillantes se han lucido en la narración de
ambiente gaucho, por eso a los ya citados Carlos Molina Masssey y Eduardo
Acevedo Díaz (bonaerenses de Las Flores y Dolores, respectivamente), podemos
agregar al platense Benito Lynch -quizás el más reconocido de todos, ya que
alguno de sus textos se difundió como material de estudio junto al “Segundo
Sombra”), a Juan Carlos Dávalos en Salta, Juan Draghi Lucero en Mendoza, Jesús
Liberato Tobares en San Luis, Luis Franco en Catamarca, Juan Pablo Echagüe en
San Juan, Zapata Gollan, Mateo Booz y Luis Gudiño Kramer en Santa Fe, Guillermo
A. Terrera y García Colodrero en Córdoba, Elías Carpena y Fernando Gilardi como
los últimos relatores de ambiente de campo en territorio de la actual Ciudad de
Buenos Aires, Asencio Abeijón y Don Elías Chucair por la Patagonia, Velmiro
Ayala Gauna y Ernesto Ezquer Zelaya por Corrientes, Martiniano Leguizamón, Fray
Mocho y David Kraiselburd en Entre Ríos,
Fausto Burgos por Tucumán; por Buenos Aires: Ana Sampool de Herrera en
la Mercedes bonaerense, Ñusta de Piorno con sus cuentos de “Pañuelo de Yerbas”
por Trenque Lauquen, Mario Aníbal López Osornio de Chascomús, los dos
Guillermos de apellido inglés, Hudson y House (este último autor de “El último perro” interpretado en
cine por Hugo del Carril), Aaron Esevich, y el notabilísimo y por mi admirado
Don Justo P. Sáez (h).
Y
está es una nómina armada a vuelo de pájaro, sin entrar a revisar los volúmenes
de la biblioteca.
Hoy
por hoy, la novela criolla está prácticamente sin cultores, no así el cuento,
donde podemos citar a Ricardo Ríos Ortíz, Ernesto Mario Iseas (Cholo), Facundo
Gómez Romero, Miguel López Breard y Jorge Barraco con libros editados, y otros
como Raúl De Genaro, Nicolás Luna, Rigoberto Cardoso o Néstor Enzo Mori, aún
inéditos.
A
diferencia de la prosa, la cofradía de los poetas es numerosa, quizás… porque
es la forma expresiva más próxima al hombre campero, como en los inicios lo
estuvo al gaucho, y acá debemos darle la derecha a la tecnología, pues ésta ha
simplificado y por ende ha permitido llegar a la publicación de un modo más
accesibles.
Actualmente,
en el presente de este joven Siglo 21, vienen pisando fuerte manteniendo al
tope el verso de raíz gaucha, hombres como: Julio Héctor Mariano, hoy en La
Plata, Carlos Loray por Cañuelas, Ricardo “Tito” Urnissa en Las Flores,
Guillermo Villaverde en Ensenada, Héctor del Valle por Avellaneda, Juan Carlos
Pirali, Pablo Gallastegui y Roberto Morete por Dolores, Felipe Olivera Moreno y
Pacho Esperón en Gral. Madariaga, Horacio Otero y Omar Moreno Palacios por
Chascomús, Agustín López en Lomas de
Zamora, El Paisano Mireya en Dudignac, Alberto Zárate y Arnoldo Daniele por
Luján, Juan Carlos Artigas en Trenque Lauquen, Luis Balbo y Néstor Enzo Mori en
Cañuelas, Carlos Daniel Líneas en La Plata, Ángel Feliciano Mele por Maipú,
Omar Italiano en Ayacucho, etc. etc.
A esta muy incompleta lista se debe
agregar a todos los payadores, ya que a más del verso repentista cultivan el
verso escrito, y solo a modo de ejemplo cito a José Curbelo, Aldo Crubellier,
Jorge Socodatto, David Tockar, Saúl Huenchul, Luis Genaro, y siguen los demás.
CONCLUSIÓN
Hoy,
en este septiembre de 2015, tenemos al alcance de la mano el Centenario
de la publicación de “Los Gauchescos” de Ricardo Rojas, en 1917, cuando -como
ya explicamos- ubicó en un espacio de importancia a la expresión gauchesca.
Falta pues ahora, que aparezca el
“Rojas” de estos tiempos para que haga el adeudado estudio pertinente sobre
todo lo ocurrido y escrito en el Siglo 20. Demostrativo por otro lado, de que
el género, aunque no se lo quiera ver, ¡está vigente! y con muchos cultores en
actividad.
Los estudios que hay, son parciales,
abordando solo algún aspecto o determinados escritores; las antologías son
decididamente incompletas, aunque es válido aclarar, que resulta muy complicado
arreglar el tema de derechos de autor de escritores que han fallecido, y con
otros que están vivos, los antólogos se
encuentran con el problema de ¿qué ofrecer?, ya que en las librerías de hoy, y
en esto también hay que ser claro, “el gauchesco” -salvo los clásicos-, circula
muy poco, ya que lo más va por el rubro “librería de viejo”.
Y a esta carencia agrego otra, que
aunque no tenga que ver con “El Presente
de la Literatura Gaucha”, sería, entiendo, de un valor sumo para nuestra
cultura criolla: creo necesaria la creación de una “Academia del Habla Criolla”, que recoja, analice, estudie,
compile, todas las voces que tiene que ver con el gauchesco o el criollismo de todo el país, pues si bien existen
muchos emprendimientos personales desde el de Francisco Javier Muñiz y el de
Daniel Granada, pasando por todos los compendios de voces provincianas, y los
trabajos de Tito Saubidet y Rafael Capdevila, llegando hasta los novísimos
diccionarios de voces argentinas de la Academia Argentina de Letras, sería
bueno sumarlos a todos para tener un consenso, y a veces, a una misma palabra
usada en distintas zonas del país, con todas sus definiciones ordenadas. Lo que
propongo, creo que excede la realidad de la Academia que existe, es algo más
específico, por el estilo de lo que es en la práctica la Academia del Lunfardo.
Digamos que es una “ambición del
espíritu”.
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Y como en esencia me siento un poeta,
que a veces incursiona por otros senderos de la escritura, para quedar
bien con ese alter-ego poeta, cierro con
una décima:
“Congreso de Tradición:
Gaucho, Usos y Costumbres”,
quiera Dios, tu
luz alumbre
a mi bendita
Nación;
los pueblos que
olvidan, son
veletas que’l
viento agita
y mi Patria
necesita
-pueden tener
por seguro-
por el bien de su futuro
¡saber que’l gaucho palpita!
La Plata, 11 de
Septiembre de 2015
(Publicado en El Tradicional N° 138)
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