jueves, 28 de mayo de 2020

A DON JUSTO P. SÁENZ (h), en el cincuentenario de su partida



El solo hecho de ponerme a escribir sobre Justo P. Sáenz (h), trajo inmediatamente a mi recuerdo, a la persona de D. Carlos Antonio Moncaut, porque con él compartíamos dos pasiones: la historia del viejo Pago de la Magdalena, y la vida y obra de Sáenz. Y aquí hasta tuve la duda -y ya los años no me permiten recordarlo- si a Sáenz lo descubrí buscando libros, o si fue él, Don Carlos, quien me puso sobre su rastro, como en otra oportunidad lo hiciera con otro grande, Délfor B. Méndez.
El prestigioso criollista, investigador, escritor y poeta,  Justo Pedro Sáenz (h) (y Quesada), nació en Buenos Aires, en el hogar conformado por Dalmira Quesada y Justo P. Sáenz, el 19/12/1892, y falleció, a los 77 años, el 28/05/1970, por lo que este año se cumple medio siglo, 50 años, de su desaparición.
Moncaut inicia su libro “Estancias Viejas” (10/1996), dedicándole el 1er. Capítulo: “La Estancia Antigua en el decir de Justo P. Sáenz (h)”, y allí quien habla y cuenta es el propio Sáenz.
Para la definición convocamos entonces al maestro Moncaut, quien escribió que fue: “Justo P. Sáenz (h), el más grande sabedor, fidedigno y documentado de todo tema vinculado con nuestro pasado del campo criollo, un testigo atento de esa época, que aunque reciente, ya es un pasado que no volverá; alguna vez al preguntársele cuando había comenzado su afición por lo nuestro, contestó que desde muy niño; que debía ser algo que tenía en la sangre, algo atávico”.
Si bien provenía de una acomodada familia de vida urbana, como que su padre era un banquero, fundador y dueño del Banco Popular Argentino, y descendiente de ilustre familia como que el Presbítero Antonio Sáenz -fundador de la Universidad- era su tío abuelo; reconocía la ascendencia criolla de los “tatarabuelos y choznos, verdaderos señores rurales, varios de ellos cabildantes o alcaldes de primer voto durante el Virreinato, que desde antes de 1750 poblaron en los partidos de Las Heras y Navarro, a la sazón ‘Pago de la Matanza’…”, como él mismo supiera contar.
Siguiendo lo recabado por Moncaut, su tatarabuelo paterno era español y se había casado en Buenos Aires, con una criolla, en 1767. Su bisabuelo paterno ya era enfiteuta en época de Rivadavia, poblando estancia en la zona de Navarro, por la “Laguna del Durazno”, en 1824.
Su padre había nacido en 1861 en la Estancia “San Genaro” de la Guardia del Monte, donde el padre, o sea su abuelo, era el mayordomo, o sea que hay raíces en las que se afirma y sustenta el afán criollista que guió su vida.
Si bien en su infancia y adolescencia no vivió en el campo, desde los 4 años que su padre lo llevaba en sus visitas a distintas estancias, como por ejemplo “La Fortuna” de Augusto Ibarzabal en Puán, donde recordaba haber visto por primera vez hombres de campo y una galera; a la Estancia “San Miguel”, de Pedro Iturralde, en “El Vecino”, en 1899, la de Julio Pena en Tandil en 1900, a la gigantesca estancia de Olmos en Córdoba, en 1902 y la de Viale en Lobos, lugares todos donde su ojo de niño curioso, inconscientemente, empezó a guardar detalles para sus posteriores estudios.
En aquel principio de siglo 20, los veraneos eran muy distintos a los de hoy: los estancieros se mudaban con toda la familia por 3 o 4 meses a sus palacios estancieriles, y aquellos que no tenían campos pero “eran de posibles”, veraneaban en la zona de las actuales localidades de Lomas de Zamora, Bandfiel y Temperley, donde había hoteles y quintas que se alquilaban de ex profeso. Entonces, aquellos sitios estaban rodeados de grandes extensiones de campo, y por allí veraneó la familia de Justo durante la primera década del 1900.
Fue un poeta precoz, como que muy temprano comenzó a borronear versos de tono gaucho. Al respecto hay una muy interesante historia sobre un compuesto de 32 décimas que escribió a los 17 años y tituló “La Carrera”.

A fines de 1967, El Centro Editor de América Latina, le publicó “Pampas, Montes, Cuchillas y Esteros”, que podría calificarse como una antología de cuentos publicados en otros libros, pero que tiene la particularidad de ser el único libro que contiene media docena de versos suyo. Y tiene también, una reseña sobre en que se basó para escribir los cuentos, si eran hechos reales o ficcionales. Y allí él mismo narra el suceso de su verso antes citado: Cuenta tiene una pequeña historia que merece evocarse. Tenía yo 17 años y era muy aficionado a correr carreras ‘cuadreras’ con caballos de mi propiedad, lo que hacía con éxito y, por supuesto, en pelos, en el entonces pueblo de Temperley, donde veraneé con mis padres y hermanos desde 1903 a 1911. Y prosigo. Cuando cursaba el bachillerato en el Instituto Libre de Segunda Enseñanza, se me dio por componer unas décimas -las citadas de La Carrera- que me apresuré a hacer llegar a manos de Juan Carlos Giribone Cañás, excelente cantor de milongas con guitarra, por lo menos en aquel entonces. Y resultó que tanto Carluncho como José Luis, su hermano, difundieron de tal forma esos versos por sus estancias de General Alvear y alrededores que, en 1928, otro gran querido amigo, Darío H. Anasagasti, que solía viajar a caballo desde su estancia La Barrancosa, en Ayacucho, a La Viznaga, de su abuelo, el señor Blaquier, en Saladillo, oyó cantar mis citadas décimas en una estancia o almacén donde había hecho noche. Pregunta Darío al cantor -un paisano de ese pago- de quien eran esos versos, que él sabía me pertenecían, y aquél respondiole que “eran de un resero de Dolores…”.
Transcurría el verano de 1929 cuando recibo carta de Anasagasti en la que me refería el hecho y me aconsejaba publicase mi versada en alguna parte para que no me fuese ‘robada’. Me pareció bien su idea y me di a corregir y aún a reemplazar las décimas ripiosas por otras más perfeccionadas. Considerando haberlo logrado y dado que mantenía amistad con don Luis Pardo, famoso crítico y colaborador de Caras y Caretas, lo mismo que asiduo concurrente semanal a su célebre peña El Sibarita, un viejo restaurante alemán de la calle Maipú, se las entregué una tarde en sus propias manos. ¡Y cuál no sería mi alegría cuando a las pocas semanas, el 3 de abril de 1930, las veo aparecer en la popular revista Caras y Caretas, ilustradas por Macaya y ocupando las tres primeras páginas! Recuerdo que me pagaron cien pesos por ellas, retribución nada escasa en aquellos años”.

Si por 1909 escribió esas décimas, suponemos que ya hacía varios años que componía versos, y no sería de extrañar, pues si andando el tiempo se ha dicho de él que tenía una “memoria auditiva y visual, ¡extraordinaria!”, esas condiciones ya apuntaban en la niñez, y si no, valga la anécdota que solía repetir en ruedas familiares, donde contaba que había aprendido a andar a caballo en 1902, cuando la familia paseaba en Villa Dolores, Córdoba, donde un amigo de su padre les regaló un petizo cebruno, y aquí lo particular: describía puntillosamente que el paisano que se los llevó desde Cosquín vestía de chiripá y ojotas; obsérvese la atención del niño de 10 años sobre esas cuestiones tradicionales que ya despertaban su curiosidad, cuando otro chico hubiese puesto el centro de su interes en el petizo regalado.
Era hombre de 34/35 años cuando hizo público por primera vez un trabajo suyo, y casualmente también fue un verso, que apareció en la misma revista “Caras y Caretas”, corría 1927, era el relato entrerriano “El Lobizón”, firmado con el seudónimo “Higinio Cuevas”, lo que ha provocado un hecho curioso: ocurre que el tema se fue difundiendo entre la paisanada como pasaría después con “La Carrera”, pero en este caso no se preocupó mucho por adosarle su nombre, y ha sucedido que se han hecho grabaciones del mismo, atribuyéndole la autoría al tal “Higinio Cuevas”, que Justo utilizó para esconder su nombre, si hasta en la actualidad se lo sigue repitiendo con ese nombre paisano, que no es otra cosa que un seudónimo que armó de la siguiente manera: “Higinio”, porque así se llamaba un antiguo cochero de su familia que se apellidaba Coria, y “Cuevas” porque simplemente le resultaba “un apelativo muy paisano”.

El mismo Sáenz ha relatado una anécdota sobre éste verso que rescata Julián Cáceres Freyre, su discípulo y amigo: se encontraba en Entre Ríos, por Concordia, en la estancia “El Centenario” de su suegra, cuando “le llegó un chico de chasquí, que le expresó: ‘De parte de Don Vicente, dice que vaya esta tarde, porque le ha quedado un nombre de la comparsa de esquiladores que toca la guitarra y canta’.”. El vecino sabía que a Sáenz le gustaba escuchar los cantores criollos, ver las entonaciones, prestar atención en los temples, conocer las letras… Y continúa describiendo: “Había un paisanito con un chiripa a pala de algodón, calzoncillo largo, alpargatas, cinto de dos hebillas, boina de vasco con borla. Era correntino, tendría 24 años, pero no tenía acento correntino. Cuando yo llegué a eso de las 5 de la tarde, con el sol ya menos bravo, estaba tocando la guitarra sentado bajo unos enormes algarrobos, ñandubays, quebrachos blancos, en fin, una flora exuberante esa costa, sentados todos escuchando la guitarra; entonces me senté yo también y de repente empezó a tocar un estilo. (Luego) Arranca en tono de vals: “Ya van para seis meses / que gané los montes…”. Bueno, se despachó el verso y le digo al dueño de casa: -¿Sabe, Don Vicente, que el verso es mío? -No me diga, Don Justo (me responde). -Dígame, le pregunto (al mozo), ¿dónde aprendió ese verso? -En las Cara y Careta; ahí tengo una en las maletas.
Vicente tenía una ramada, ¡que quisiera tener yo ahora! sin nada de fierro ni alambre, era puro palo encajado uno con otro; de ñandubay tenía los horcones. Allí tenía un sulky, quizás un arado y un caballete donde estaba el recado del correntino, y de unas maletas, de lona rayada, saca un Caras y Caretas, todo enroscado como un cigarro y con los bordes todos comidos. Yo la vi enseguida porque conocía la carátula. Y allí estaba el verso mío. Y le digo al correntino ¿cómo se le ocurrió aprender esto? No me contestó nada y empezó a sacarse energía de los dedos (hacer zonar las coyunturas); parado así con el chiripa largo de algodón: -Y es tan de aquí, señor… yo andaba tropeando, allá por la costa del Mocoretá… (cuando conocí la letra)”.
En el mismo medio gráfico aparece a principios de octubre de ese año 27 su poesía “El Regalo”, y ya a fin de ese mes, pero en el Suplemento Literario de La Nación, su primer trabajo en prosa titulado “A Uña de Caballo”, un cuento. De allí en más su participación en la vida literaria será continua hasta el fin de sus días, como que dos meses antes de su fallecimiento enviaba un trabajo inédito para ser publicado en la Revista Camping, que aparecería póstumamente.
A los tres medios gráficos ya citados, agregamos como receptores de sus múltiples trabajos: diario La Prensa, Selecciones Folklóricas Códex, Boletín de la Asociación Folklórica, Cuadernos de Buenos Aires, Anales de la Sociedad Rural Argentina; las revistas El Caballo, Jockey Club, Aberdeen Angus, Nativa, Vincha, Señuelo, Raza Criolla, El Hogar, La Carreta, Martín Fierro, etc. etc.
Su primer libro, que es de cuentos, se llamó “Pasto Puna”, apareció publicado por Casa Peuser y con prefacio del maestro entrerriano Don Martiniano Leguizamón, en l928. A éste le seguirán “Baguales” (1930), “Cortando Campo” (1941), los dos de cuentos criollos, “Equitación Gaucha en la Pampa y la Mesopotamia” (1942), un ensayo sobre los aperos criollos, “El Pangaré de Galván” -cuentos- (1953), “La destreza de los de nuestra tierra – gauchos argentinos” (folleto, 1965), “Los Crotos” (1967), novela corta de ambiente rural en la década de 1960, “Pampas, Montes, Cuchillas y Esteros”, una selección de sus publicaciones anteriores (1967), y “Blas Cabrera” -novela- (1970, póstumo). A lo enumerado sería justicia incorporar un trabajo muy singular y específico, titulado “La Caballería del Gral. San Martín”, que integra la obra “Antología Sanmartiniana”, ordenada por Julio César Raffo de la Reta, publicada en 1951 por la Editorial A. Estrada. Importantísimo trabajo el suyo, único en su tema.
Se mantienen como material inédito sus cuantiosas sus charlas y conferencias.
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Cuando se le preguntaba de donde estimaba le venía el amor por la vida gaucha y estanciera, respondía que debía ser por sus antepasados criollos de los siglos 18 y 19, llegando hasta su abuelo Ricardo, poblador de campos en el Azul y en San Miguel de la Guardia del Monte (cita ésta de su sobrina María Sáenz Quesada), y aprovechaba para referir y quitar importancia, al hecho de que a poco de su nacimiento, en 1893, por enfermedad de su madre, fue amamantado por una ama que era india pampa.
Respecto de sus estudios ya se citó que cursó el bachillerato en el Instituto Libre de Segunda Enseñanza, tras los cuales cursó en la Facultad de Derecho, de donde egresó con el título de escribano, y ya profesional ejerció en la Escribanía de César Iraola, donde figuraba en el membrete del Estudio, compartiendo -además de Iraola- con el Dr. Ernesto Pinto, y los Escribanos Malio M. Scotti y Jorge Pinto; también se desempeñó en la Alcaidía de Menores de la Policía.
Sobre sus estudios universitarios, en entrevista que en 1994 mantuviera con María E. López Vda. de Oberti (otro gran investigador), ésta me refirió que los estudios universitarios los cursó en la jovencísima Universidad Nacional de La Plata, en apariencia entonces, menos exigente que la UBA.
Si bien hemos dicho que su familia no tenía campo, su padre, hacía fines de la década del ‘10 o principio de la siguiente, seguramente que como inversión a futuro -era financista-, compró a Marcelino Rodríguez una extensión que rondaba las 3000 has., de campos bajos e inundables en el antiguo Partido del Vecino, Estancia “La Protección”, que arrendó inmediatamente. Tomó esta decisión, según referencia de su sobrina María Sáenz Quesada, porque temía que sus hijos Justito y Héctor -sobre todo el primero- “se le echaran a perder” quizás por sentir “el llamado de la sangre de los criollísimos Zamudio y Villamayor (antepasados) de los que se decía que el que no es loco, es cantor”.

Su amigo, discípulo y admirador, Julián Cáceres Freyre, supo recordar que en cierta ocasión lo acompañó a “La Protección” cuando aún estaba arrendada; tenía allí un rancho de paja embarrada con unas pocas hectáreas libres, a su disposición, donde llevaba por largas temporadas igual vida que en el campo de ayer. Era el primitivo puesto llamado “La Altamisa”. Cuando recuperó todo el campo se mudaron a otro sitio más confortable, y su hijo Horacio se encargó de la administración.
Con sabor local, platense, tenemos una anécdota que compartimos: al despuntar octubre de 1959, dos tradicionalistas del partido de La Plata, visitaban a Sáenz (h) en “La Protección”, eran el Escribano “Lito” de Olano, quien fuera el último Presidente de la Federación Gaucha Bonaerense, y el Dr. Noel Sbarra, el célebre autor de “Las Aguadas y el Molino” y de “Historia del Alambrado”; a causa de la lluvia conversaban en una sala, cuando “Lito” preguntó sobre un camino que pasaba cerca de la casa. Don Justo respondió que hasta no hacía mucho era muy transitado por tropas vacunas y de yeguarizos, y que de allí desembocaba derecho en Ranchos.
En el regreso a La Plata, a ambos amigos se les dio por comentar “que lindo sería recorrer ese camino a pata de caballo y caerle de sorpresa a Justo”. De Olano alistó una tropillita mesturada de ocho caballos que tenía pastando en campos de la Estancia “San Juan” de Pereyra, acomodaron sus días de trabajo, alistaron pilchas y enseres, y en la madrugada del 17 de diciembre iniciaron la marcha. Los caballos eran un gateado, “El Gato”, un gateado overo, “El Chimango”, un azulejo overo, “El Cielito”, un tobiano negro, “El Gallito”, un picazo overo, “El Hormiga”, un lobuno overo, “El Chajá”, un malacara pampa, “El Gurí”, y un zaino malacara, “El Peligro”; de madrina, una yegua criolla pura, gateada de clinas ruanas, muy puntera y muy baquiana.
Después de una marcha por momento grata y en otros dificultosa por el clima y la huella, cayeron ya bastante pasada la oración, a “La Protección”, con la sorpresa que no se encontraba Justo en casa, siendo atendidos deferentemente por su hijo Horacio.
Ni bien enterado del suceso, Sáenz lo dejó retratado en un verso, que se preocupó en hacérselo llegar de inmediato a sus amigos: “Milonga de dos Amigos que Demostraron ser Gauchos”.
Su apasionamiento lo llevó a ser un investigador serio, meticuloso, respetuoso y respetado, que incursionó en campos folclóricos y si se quiere, hasta antropológicos. Hemos visto que publicó desde 1927, y como hombre joven aún -tenía para entonces 34 años-, buscó de incursionar en todos los campos que lo podían nutrir. Así, en los años 30 comenzó a frecuentar los sábados a la tarde, las reuniones que realizaba la Sociedad de Arte Nativo, que funcionaba en casa de Don Domingo Lombardi (el autor, junto a Santiago Rocca, del gato “El Sol del 25”). A parte del dueño de casa, en esas reuniones Justo departía con D. Martiniano Leguizamón, la concertista Ana S. de Cabrera, Darío Anasagasti, Ricardo Hogg, los Hnos. Giribone, y otros aficionados de distintas provincias; se practicaban las danzas nativas, y se discurseaba sobre temas criollos. Resultó ser la institución precursora del llamado “movimiento folclórico y peñero”.
Certeramente supo Julián Cáceres Freyre definirlo: “Justo poseía las más exquisitas dotes del gran señor criollo: una encantadora sencillez y humildad y un don de gentes, bondad a toda prueba, que desde el primer momento cautivaban y predisponían a quien lo trataba (…) había heredado las mejores tradiciones del porteño viejo: campechano, servicial, discreto, cortés con damas y caballeros, y sobre todo hospitalario y leal hasta en los más mínimos detalles.”
Meticuloso en la observación y el estudio, pudo concretar una obra que resulta única en su género, el libro “Equitación Gaucha”, con el que obtuviera el Primer Premio de Literatura y Folklore Regional, otorgado por la Comisión Nacional de Cultura, pero también su novela corta “Los Crotos” recibió el Primer Premio en el Concurso Bienal “Ricardo Rojas”, de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires.

Pero para la definición final convoquemos una vez más a nuestro amigo y maestro, Don Carlos Antonio Moncaut, que mucho nos ha guiado e informado sobre el admirado escritor, quien escribió y opinó, esto que ya pusimos al principio pero que creemos valioso reiterar, que fue “Justo P. Sáenz (h), el más grande sabedor, fidedigno y documentado de todo tema vinculado con nuestro pasado del campo criollo, un testigo atento de esa época, que aunque reciente, ya es un pasado que no volverá; alguna vez al preguntársele cuando había comenzado su afición por lo nuestro, contestó que desde muy niño; que debía ser algo que tenía en la sangre, algo atávico”.
La Plata, 25/05/2020

Nota: las fotos de Sáenz (h) fueron tomadas del libro "Estancias Viejas", de Carlos Moncaut

miércoles, 6 de mayo de 2020

ALBERTO CARLOS DA ROCHA


EL MILITAR ESCRITOR

Nació en Buenos Aires el 26/07/1896, siendo hijo de María Estefanía Caselli y Augusto Da Rocha, de nacionalidad suiza la madre, y argentino el padre.
De 1915 a 1918 estudió en el Colegio Militar abrazando el arma de Caballería, de ahí que ni bien egresó su primer destino fue el Regimiento de Granaderos a Caballo “Gral. San Martín”, en el que prestó servicios por dos períodos, primero entre 1918 y 1922, retornando para un segundo período en 1929; ese mismo año cursó estudios en la Escuela Guerra.
Se desempeñó como Comandante de Escuadrón en los Regimientos de Caballería N° 4, N° 5 y N° 6.
Ese peregrinaje militar lo llevó a prestar servicios en Buenos Aires, Córdoba, Formosa, Entre Ríos y Río Negro, habiéndose retirado de la actividad con el grado de Tnte. Coronel, en el año 1939, según alguno de sus biógrafos y en 1950 al decir de otros.
Las recorridas por distintas provincias le sirvieron a su ojo atento para registrar los distintos usos y costumbres.
Colaboró con “Crisol”, “El Pueblo”, “Pampero” y otras publicaciones de orientación nacionalista, al decir de Carlos  Paz.
En 1946 lo encontramos participando de la asamblea organizada en el Salón Municipal de la Ciudad de La Plata donde queda constituida la Sociedad de Escritores de la Provincia (SEP), de la que -en 1948- integrará la C.D., en carácter de , y al año siguiente lo vemos  miembro de la Comisión Interna de Relaciones.
También formó parte de la Academia Americana de la Historia, y el Sindicato de Escritores de Argentina.
Su obra costumbrista se conforma con:
“Tierra de Esteros”, Premio de la Comisión de Cultura, Zona Norte, 1937;  “Vocabulario Comentado Pilagá-Castellano”, Editado por el Ministerio del Interior, 1938; “Fogones” -cuentos-, de 1939, y  “Décimas de un soldado”, publicado en La Plata, en 1950.
Estaba casado con Margarita González Alonso, teniendo residencia en la Ciudad de Magdalena, donde falleció, a la edad de 63 años, en la madrugada del 13/12/1959.