domingo, 29 de julio de 2018

GALLARETA


LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 81 – 29/07/2018
Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.

En la antigua campaña porteña, el paisano no llamaba ‘fauna’ a los animales y aves que la conformaban, sino que generalizaba en la expresión “bichos”.
En nuestra llanura pampeana, en las zonas costeras del río de la Plata, en los parajes que atraviesan los caudalosos ríos bonaerenses, en las regiones de las lagunas, habitaba y habita un “bicho” que era ‘personaje’ infaltable en esos sitios hoy denominados “humedales”, y ese ‘plumífero’ no es otro que la “gallareta”.
Nos hemos informado que la voz “gallareta” es un derivado de la palabra ‘gallo’, y así en femenino, “gallareta”, denomina a la especie.
Se la clasifica dentro de las aves zancudas, siendo el de “gallareta” el nombre común de varias aves acuáticas, por lo que las hay de distinto color de plumaje. Científicamente se la cataloga dentro de la familia denominada “rallidae”.
Su plumaje suele ser verde oliváceo y gris, pero las hay también de plumaje negro con reflejos grises, y es de unos 25 a 30 cms. de longitud, tiene alas anchas y cola corta y redondeada, y patas de color verdoso amarillento, con dedos largos y lobulados.
Los entendidos hablan de “gallareta común”, “gallareta chica”, “gallareta de pico blanco”, “gallareta de ala blanca”, “gallareta andina”, entre varias denominaciones más.
Esta ave que como ya dijimos habitas bajos y bañados donde hay buena cantidad de agua, es una buena nadadora, que ante algún apremio, se desplaza velozmente sobre el agua ayudada por un enérgico aleteo; así también es zambullidora, método que utiliza sobre todo cuando encuentra alimentación -es un ave herbívora-, bajo el agua.
Cuando incuban, al llegar los pichones, estos ya a poco de nacer, se desplazan nadando junto a los padres.
A pesar de semejarse a los patos, su carne -como ocurre con la del chajá- es esponjosa, no resultando un alimento apetecible.
La caracteriza el hecho de ser -estando en grupo-, muy ‘conversadora’, muy barullera, y aunque esto no ocurre siempre, a aquellas personas muy conversadoras y de muchos ademanes, se le suele decir: “Sos más escandaloso que una gallareta”.
Era tan característica en amplias zona de la campaña, que de ella derivó un dicho muy difundido: “¡Salga pato o gallareta!”, aplicable a aquellas situaciones comprometidas o difíciles que una persona debe afrontar y que de pronto encara venga lo que venga, salga o bien o salga mal. Quizás derive de lo que dijimos antes, que su imagen se asemeja a un pato, pero que su carne dista mucho de ser similar. Entonces: “encaro lo que venga… salga pato o gallareta”.
Su popularidad en nuestra campaña, ha motivado que un poeta del porte de Don Pedro Boloqui le dedicase un tema, que pasamos a compartir con los oyentes, titulado justamente: “Gallaretas” (Se puede leer en el blog "Poesía Gauchesca y Nativista")

domingo, 22 de julio de 2018

PAYADOR (VIGENTE PAYADOR)


LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 80 – 22/07/2018

Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.

Que una de las primeras manifestaciones culturales del hombre ha sido el canto, no hay ninguna duda; y desde los tiempos más pretéritos cuando las primeras expresiones guturales, el canto lo ha venido acompañando.
Y ese canto -al que supo mucho después aprovechar para contar noticias, para informar, para transmitir enseñanzas, transformándose en trovador-, llegó a nuestra tierra, y en nuestra área rioplatense se difundió como el canto del payador.
Con distintos nombres se los conoce en todas las culturas. Distintos nombres que siempre refieren al mismo cantor repentista adaptado en acompañamiento y forma de interpretación a las particulares  modalidades lugareñas.
Es muy propia del pueblo la necesidad del canto improvisado; nace de las entrañas y sirve para expresar todo tipo de ideas. Y en nuestra región rioplatense ese espacio lo cubrió el payador.
Pasa con “payador” lo mismo que con la voz “gaucho”: no se conoce a ciencia cierta su etimología; hay quienes creen como Lugones, que deviene del verbo provenzal “preyar”, otros que deriva de “payo”, el campesino de la Castilla española, o que también proviene de “pagius”, pago, como de andar de pago en pago.
En definitiva, decir payador es decir memoria. Canto primigenio. Aedo universal que encontró en América campo fecundo para reproducirse, y en la cuenca del Plata el sitio ideal para agaucharse.
Siempre estuvo donde tuvo que estar: en el despertar de un mayo auspicioso, en el júbilo de un julio de ensueños, en las expediciones de un ejército ilusionado, en el fragor de los reclamos provincianos; en todos los sucesos que justificaran su presencia.
Desde aquellos anónimos sin nombre para la historia, hasta el Gabino que le fijara un rumbo; y de él a los exponentes de estos primeros escarceos del Siglo XXI, mucho tiempo ha transcurrido, y mucho han cambiado las cosas con el tiempo. Pero lo que no cambió es la vigencia del canto del payador, canto que con las intermitencias propias de la vida, siempre ha estado y es de suponer que siempre estará, porque ni la globalización ni las comunicaciones del ciber-espacio podrán quitarle a su expresión la impronta repentista que es el encanto de ese arte, sorprendente ejercicio de mentes ágiles capaces de cantar en forma, métrica y rima, sobre los temas más dispares y en los más variados ritmos.
Tan hondo ha calado en el pueblo este cantor, que se lo simboliza en una leyenda en la que se eterniza el payador, porque fue uno real que se hizo leyenda, y estamos diciendo Santos Vega, y lo notable de esto, es que José Santos Vega, payador del Tuyú, existió.
Un adolescente Bartolomé Mitre de 17 años, lo llevó al verso escrito en 1838; muy probablemente había conocido la historia un tiempo antes estando en la estancia “Loma Negra” de Gervasio Ortiz de Rosas, en el Tuyú.
Luego Ascasubi, pondría en boca de un “payador mentao”, Santos Vega, una trágica historia de ambiente rural. Por último, Rafael Obligado consolidaría el mito, recogiendo su versión de viejos pobladores de la “Vuelta de Obligado” en la costa del Paraná, logrando -al decir de Pages Larraya- “vuelo, seducción y armonía”.     
Desde la Bahía del Samborombón hasta el caudaloso Paraná, siempre en la región costera rioplatense, así transita la historia.
Finalmente, el escritor e investigador Elbio Bernárdez Jacques establece las fechas de 1753 y 1825 como nacimiento y muerte del payador, y como si fuera poco, ubica, tras veinte años de búsqueda -por 1947-, el lugar de la sepultura a la sombra del coposo tala, como señalara Mitre.
Y ¿qué es el canto del payador? Por si no está claro, es “...un arte de honda raigambre criolla que se expresa sin falsedades, puesto que nace por inspiración repentina de la entraña misma de su creador...”, apunta César Jaimes, y “...se destacó en su manera de actuar, la particularidad de payar en distintos pagos”.
Y de entonces a hoy el canto se renueva, porque aunque suene igual o parecido, nunca es el mismo. Siempre es otro. Creación constante de esencia perenne que jamás pierde el encanto y en la voz de sus troveros florece en trinos que se llaman versos. Porque del payador hablamos y en su canto creemos. Tal el payador, por siempre vivo y vigente en este recambio generacional que lo ha enriquecido de juventud.
¡Por siempre vibre altivo tu canto! ¡Adelante Payador!
(Se ilustró con "Los Payadores" de Yamandú Rodríguez, que se puede leer en el blog "Poesía Gauchesca y Nativista")

viernes, 20 de julio de 2018

AMIGO!!


Canto un canto a los amigos
cuyas amistades tengo
y en ese canto sostengo:
¡la vida está de testigo!
En ese cantar prosigo
firme’n el rumbo trazao
que si soy afortunao
porque de amigo te tengo,
como antes dije: ¡Sostengo,
vas de la vida, a mi lao!



domingo, 15 de julio de 2018

CURANDERO


LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 79 – 15/07/2018

Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.
En la “Patria Vieja”, en nuestra campaña pampeana, sufrir un accidente o padecer alguna enfermedad complicada, era para el afectado, enfrentar una realidad muy delicada, ya que las distancias eran muy grandes, y en las incipientes poblaciones que comenzaban a erigirse, era muy raro que se hubiese establecido un profesional de la medicina; muchas veces, si existía una farmacia -o botica, como entonces se decía-, su encargado ‘el boticario’, en base a los conocimientos farmacológicos podía arriesgar un dictamen médico y recetar alguna medicina apropiada.
Pero en el campo propiamente, no quedaba otra que recurrir a los conocimientos de algún “güesero” en el caso de quebraduras o sacadas, a una “comadrona” para ayudar en algún alumbramiento, y a un “curandero o culandrero” (hombre o mujer), para problemas generales de salud.
En el caso de las quebraduras de cadera, las más de las veces el accidentado, a pesar de los esfuerzos del “güesero”, quedaba “baldado” como se decía, o sea: imposibilitado para moverse con normalidad, o para mover alguno de sus miembros.
El especialista uruguayo en estos temas, Idelfonso Pereda Valdés, supone que “…en cada paisano hay un curandero nato…” porque todos son conocedores de las virtudes de los yuyos o plantas de su entorno. Por eso enfáticamente escribe: “El curandero aplica su inagotable experiencia en el conocimiento de las plantas y de los productos del reino animal para la curación de las enfermedades corporales. Es un médico del cuerpo que cura con yuyos o pomadas (ungüentos)…”. Esto lo expone en su libro “Magos y Curanderos” de 1968.
El mismo “curandero” -siempre hombre o mujer-, tanto cura personas como animales, y no siempre sus curas son te, tizanas o emplastos, ya que muchas veces realiza “curas de palabra”, a veces sin ver ni conocer al paciente, tan solo tomando contacto con alguna prenda del uso habitual del enfermo, y muchas veces curando vacunos o yeguarizos abichados, solo con el pelo del animal y el nombre del dueño.
La gran mayoría de estos “curanderos” y “curanderas”, nunca buscan una reparación económica por sus servicios, recibiendo sí, muchas veces a modos de estipendio: una yunta de pollos, una gallina, una ristra de chorizos, un corderito, o lo que se le podía obsequiar de acuerdo a los “posibles” del enfermo.
Hubo personajes que trascendieron su pago y su tiempo, como la “médica del pabilo”, a la que -nos cuenta Ambrosio Juan Althaparro- nunca jamás se le dijo “curandera” ni “manosanta” diferenciándose de todos los demás, porque solo recetaba pabilos que previamente habían sido humedecidos por su saliva, los que debían ponerse sobre el lugar del cuerpo afectado por la enfermedad, razón por la cual muchas veces ni veía ni conocía a los enfermos, pues alguien se apersonaba en su rancho para solicitar dicha pócima que posteriormente se aplicaba al afectado.
A la ya citada “cura de palabra”, podemos agregar la de “dar vuelta la pisada”, practicada por algunos “curanderos” con cristianos y animales. La parte visible consistía, con un cuchillo, en recortar en la tierra, la marca del pie, y levantándola entera con el cuchillo de plano, volverla a depositar -fuera de la vista del enfermo- del revés, mientras se pronuncian unas palabras u oración solo conocida por el sanador.
Con una anécdota, vamos cerrando el tema. Debe haber sido entre 1958 y 1960, tenía unos 6 u 8 años y un dolor de muelas tremendo; buscar un profesional insumía ir a Magdalena o a La Plata, a cualquiera de esos destinos, 5 leguas. Fue entonces cuando mis abuelos decidieron llevarme a la Estancia de Blas Solari, y pedir la mediación de un peón llamado Silvio López. Despúes de los saludos de rigor, “Tata” le contó a Don Blas a lo que íbamos, y este entonces lo llamó a López, quien después de los saludos pidió que lo acompañáramos al corral del tambo; buscó allí un lugar en que la tierra no estuviera muy seca donde me hizo apoyar el pie, y sacando la cuchilla que llevaba en la cintura, recortó la forma del pie levantándolo, despidiéndose de nosotros. ¿A dónde fue… qué hizo…?, un misterio que solo él conoce. Lo cierto que para el próximo fin de semana, ansioso fui hasta la tranquera del camino a recibir a mis padres, para contarles lo ocurrido, y decirles que la muela se había caído en pedazos.
No estamos haciendo apología de lo ilegal… simplemente contando cosas de la vida real.
Hablan ahora los versos que escribió Don Elías Chucair, ambientados en su Río Negro natal, titulados simplemente “Curandero”: (Se puede leer en el blog "Poesía Gauchesca y Nativista")

domingo, 8 de julio de 2018

SOMBRERO


LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 78 – 08/07/2018

Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.

SOMBRERO
Podemos decir que no solo en nuestra campaña, sino en todo el territorio del país, las formas que tuvo el hombre de cubrir la cabeza, han sido muchas y variadas, porque ha sido y es costumbre de mucho arraigo usar un ‘tocado o cobertor’ de cabeza. Tengo el recuerdo patente de la niñez, que si uno amagaba salir al campo en cabeza, se venía el reto con el grito de “Póngase la gorra!” o “Póngase el sombrero!”. Al respecto, el siempre bien informado D. Justo P. Sáenz (h), en una crítica que hace a la presentación de una obra de teatro criollo allá 1939, sostiene. “¿Dónde se ha visto en el campo, que los dueños de casa, en estancia o rancherío, anden en cabeza, porque hay baile o reunión en ella? (¡De adonde! ¡Si hasta sestean nuestros criollos de sombrero puesto!)”, sentencia.
Inclusive leemos en una nota de un Boletín del Fortín Dolores, que “el gaucho nunca se descubrió la cabeza para bailar”. O sea que aquella reconvención de nuestros mayores tenía una razón tradicional, no era un invento.
Según el diccionario, es “prenda para cubrir la cabeza, que consta de copa y ala”. Vale decir también que, en nuestra campaña, el sombrero es pilcha exclusiva del hombre.
Indudablemente que el más autóctono ha sido el sombrero “panza de burro” -al igual que la bota de potro-, de fabricación artesanal y casera.
El gran investigador y estudioso oriental Fernando Assuncao, señala para la primera parte del siglo 19, cinco tipos de sombreros: a) el chambergo o gacho, b) el panza de burro, c) el blanco de Cuzco, d) el pajilla o Panamá y e) los gorros de Pisón o gorros manga, muy difundidos éstos durante el período rosista, ya que también lo usaba el cuerpo de “Los Colorados del Monte”, pero no quita esto que hubiese gauchos unitarios que también lo portaban, con un cintillo celeste. Éste gorro es como el frigio de nuestro escudo, y mucho antes, en Europa, fue recreado a semejanza del que usaban los remeros de las embarcaciones llamadas ‘galeras’, esto allá por el 1400, aproximad.
También es cierto que el gaucho estaba limitado a comprar lo que la pulpería le podía ofrecer, a veces, sin variedad de oferta. De allí que también se utilizase la galera, y esta se ve mucho en los cuadros que pintara el pintor Carlos Morel, sin olvidarnos de que Justo José de Urquiza, de uniforme militar, solía tocarse con uno de estos sombreros.
Recurriendo al testimonio de pintores locales y extranjeros, como Pueyrredón, Pellegrini, Morel y Palliere, descubrimos a los gauchos de chiripá y bota de potro, cubiertos -además del ya citado- con sombreros de alta copa y ala pequeña, y con sombreros pajilla (del tipo panamá), también llamado entonces ‘jipijapa’.
En la segunda mitad de la centuria del 1800, comienza a difundirse la boina, prenda introducida por la inmigración vasca, pero según D. Ambrosio Althaparro, que relató sucesos posteriores a 1875, esta “se solía ver en algunos criollos, peones de las estancias, pero un porcentaje muy reducido en comparación con el sombrero. Le agregaban siempre, una borla atada al apéndice central de la boina y muy frecuentemente también, un botón hecho con una moneda de plata”. Como dato curioso agrega que “la gorra con borla junto con la alpargata bordada, fueron prendas de moda por muchos años, entre los presos de la cárcel de Dolores”.
El mismo autor sostiene que el más usado era “el sombrero negro con cinta muy angosta, copa redonda sin abolladuras, ala casi recta, de un ancho regular y ribeteada.”; la descripción se parece a la del popular ‘chambergo’ usado hasta la actualidad. Vale como anécdota informar que la palabra ‘chambergo’ deriva del apellido del Conde Armand-Frederic de Schomberg, quien hacia mediados del 1600, dio por gorro a los soldados a su mando, un sombrero de ancha ala, con un lateral sujeta a la copa y adornado con una pluma, transformando con el tiempo aquello de ‘sombrero a la Schamberg” en simplemente ‘chambergo’.
El poeta cordobés Julio Díaz Usandivaras, por años radicado en Buenos Aires, a su habitual traje urbano lo coronaba con un sombrero que él denominaba “chambergo”. Le escribió un poema que es el que compartimos a continuación. (Se lo puede encontrar en el blog "Poesía Gauchesca y Nativista")

miércoles, 4 de julio de 2018

MIGUEL ÁNGEL CASTAGNINO (Charla 2)

AM 1520 Radio Chascomús – Audición “CAMPO AFUERA”
Micro Nº 50 – 04/07/2018
Antes de salir “campo afuera” pa’ poder tender la vista mirando lejos, dende’l banco chueco en el que estoy sentao, vamos a ver si le arrimamos unas “astillas” al “Fogón de los Poetas”.
MIGUEL ÁNGEL CASTAGNINO (Charla 2)
En el segundo semestre del ‘79, el destino me llevó -cuasi obligado- a buscar de editar mi primer librito, y así fue como sin quererlo, que me vinculé a la Sociedad de Escritores de La Plata, que funcionaba en la trastienda de la entonces popular Librería “Contemporánea”. En esa, un día que no recuerdo pero que era del año 1981, encontré -entre tanto libro-, un ejemplar de “Décimas de mi Tierra”, de Don Miguel Ángel Castagnino; tomarlo en mis manos y comenzar a hojearlo fueron una sola cosa.
Conocía al autor, ya que con anterioridad, en alguna publicación lugareña que no registró mi memoria, había leído sus décimas “El Boliche del Venado”, y ¡esas sí habían quedado fijadas en mis recuerdos!, fundamentalmente por la simpleza criolla y verismo que campea en sus estrofas, y que sin duda debe ser el verso emblema del poeta, porque anda en boca de los cantores recorriendo caminos.
Tenía por cierto que el autor de aquellas décimas era de Chascomús, ¡y cuál no sería mi sorpresa al leer en las solapas del libro -en una evocación firmada por ese prócer lugareño llamado Don Juan Luzian-, que era nacido en Berisso!
Hacia fines del ‘89 remití al amigo poeta de Chascomús, Héctor Atela, una serie de cuestionarios destinados a poetas chascomuseros. Y así entonces las cosas, en noviembre de dicho año, recibo una breve misiva de su puño y letra que finalizaba diciendo: “Mucho agradezco la deferencia de haberme incluido en su nómina de poetas camperos”.
Seis meses después recibo una llamada telefónica del entonces Director de Cultura Municipal de Chascomús, el también poeta Juan Vián, convocándome para ayudarle con la redacción de las bases para el “Primer Certamen de Décimas Gauchas Miguel Ángel Castagnino” en adhesión a la celebración del Día del Payador, el que iba por su tercera edición.
Fue un grato honor para mí colaborar en esa tarea y en la posterior función de Jurado, sabiendo que entre todos estábamos homenajeando a un poeta que se merecía saber del público reconocimiento de sus coterráneos y de otros que no lo eran.
Su producción literaria se compone de “Décimas” (1972) y “Décimas de mi Tierra” (1979), publicados: por la Municipalidad de Chascomús el primero, a la que se sumaron para al segundo, la Municipalidad de Pila como así también la Asociación Rural y la Sociedad Rural de Chascomús, con el sello de “Editorial del Lago”. En realidad, “Décimas” es un anticipo de lo que será el segundo libro, ya que todos sus temas están incluidos en el último. Lo mismo pasó con “Album Gaucho” de Menvielle, que fue absorbido íntegramente en el posterior “Relinchos”.
Sirve para pintarlo la descripción que hiciera “Cholo” Iseas: “Tengo aún muy claro en mis retinas, su figura erguida… su paso corto, ágil, marcado y acompasado, su cabeza ligeramente inclinada, con el ponchito avicuñado sobre sus hombros…”. Vale “remarcar su hombría de bien, su capacidad de trabajo, su legitimidad como hombre amante de las letras y el teatro, su autenticidad como hombre apasionado por el campo, poeta gauchesco por excelencia, hombre público honesto y cabal…”.
No debemos olvidar que por 30 años dirigió el grupo de teatro vocacional “La Picana”, y tampoco que en la faz política supo ser concejal e Intendente interino, habiendo estado muy vinculado a las fiestas tradicionalistas del Fortín Gaucho de Chascomús.
Castagnino, que en mayo de 1973 había sido distinguido por la Federación Gaucha Bonaerense con la “Orden del Gaucho”, falleció en su pago adoptivo, el 7 de enero de 1992, cuando ya había transpuesto los 80 años de edad.
No tuve la suerte de conocerlo personalmente, es más, casi que ni siquiera he visto una fotografía suya; no obstante, algo impregnado en esa simpleza criolla que destaqué, hizo que se apegaran a mis estimas poéticas, sus rimas gauchonas, como estas que ahora decimos tituladas "El Patrocinto". (Se puede leer en el blog "Antología del Verso Campero")

domingo, 1 de julio de 2018

SULQUI


LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 77 – 01/07/2018

Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.

Ha sido el transporte más utilizado en la campaña, desde fines de la centuria de 1800 y hasta más allá de la primera mitad del siglo pasado, fundamentalmente entre la gente del pueblo común, siendo muchas veces el medio de transporte ideal para las mujeres de la casa.
De origen europeo, llegado a estas tierras sufrió modificaciones en su construcción, pero nunca perdió su identidad de vehículo liviano.
Con respecto a la escritura, ésta varía entre “k e y griega” (sulky) o “q e i latina” (sulqui). Curiosamente no recoge dicha palabra -con el sentido que nosotros le conocemos-, el Diccionario de la Real Academia Española, que solo la vincula a vehículos para carreras. Pero sí la aborda el notable Diccionario de Argentinismos, del español Diego Abad de Santillán; éste define: “Carruaje liviano, de dos ruedas grandes, divulgado en el campo para viajes rápidos. Tiene un solo asiento y puede llevar capota. Lo tira un solo caballo”.
En “Historia Saladillo”, Marcelo Pereyra cuenta: “Por sencillo, cómodo y ágil, pero también por su elegancia, el sulky fue el medio de transporte más popular a finales del Siglo 19. / Los sulkys han dejado sus huellas en nuestros caminos, en nuestra historia, en nuestras vidas”. Y agrega: “Los había con capota o sin capota; con faroles o sin faroles; con asientos tapizados o solo de madera”.
En cuanto al tamaño de las ruedas no había uniformidad, ya que para zonas bajas los había de ruedas altas, y para parajes de campos altos, las ruedas solían ser más bajas. Los fabricantes brindaban las opciones.
El tradicionalista e investigador Alberto Martín Labiano, 20 años atrás, escribía en La Nación con relación al sulqui: “Versatil, fuerte, liviano, de costo accesible y relativamente cómodo, sirvió tanto para afrontar un largo viaje como para llevar a cada día los chico a la escuela. Su único motor era un caballo, por lo general un animal de silla, que por su mansedumbre había sido iniciado en el arte del buen tiraje con el mismo sulky. / Los hombres mayores, que por excedidos en años y en kilos habían abandonado el recado de los tiempos mozos, recorrían su campo en sulky;…”.
Acertadamente en los versos de “Tata Nica” el poeta Julio Migno, versificó: Cambió cabayo por sulky / de los noventa p’arriba, / y “El Tero”, su tranquiador, / lo acarreaba al lanciador /  chiflando pa’ su guarida.”
Recuerdo haberle preguntado a mi abuelo Desiderio Espinel -que era nacido en 1900-, si cuando era chico había conocido a algún hombre que usara chiripá, y tras un momento de ordenar recuerdos me respondió: “Uno solo, que era hombre viejo y muy pobre: usaba chiripá de bolsa, y andaba en sulqui, siempre acompañado de un chico para que le abra las tranqueras…” .
Siguiendo en el rumbo de lo anecdótico, recuerdo a mi abuela Rosa Castagnaso y una o dos me mis tías, salir en sulqui de la chacra al pueblo, una o dos veces al mes, por las compras de almacén y alguna que otra cuestión pueblerina; siempre con las piernas cubiertas por alguna frazada o manta. Lo mismo para ir al cementerio, llegar hasta la ruta y allí dejar caballo y sulqui, hasta que dos o tres horas después, ya de regreso, revisar los aperos y emprender al regreso a un trotecito rendidor.
Algo de esto evoca Berho, cuando en “Sulky Viejo”, dice: “…y las mujeres sencillas / saludando a la pasada, / cuando con una frazada / se tapaban las rodillas.”
No lo vi, pero lo sé por tradición, que cuando mí tía Cuca Espinel comenzó a ejercer el magisterio en la Escuela del Paraje San Martín, lo hacía en sulqui, y por el camino iba levantando a los chicos que caminaban rumbo al edificio escolar.
El poeta de Jáuregui, Arnoldo Daniele, también le cantó a este vehículo, en las ocho décimas que tituló “Sulki”. (se pueden leer en el blog "Antología del Verso Campero")