martes, 28 de febrero de 2023

CHIFLE

     Es una voz de origen portugués, derivaba de “chifre” que significa ‘cuerno vacuno grande’, a pesar de lo cual el Diccionario de la Real Academia lo da en la 4ta. acepción como voz rural de “Arg. y Ur. Recipiente hecho de asta de vacuno, cerrado por un extremo y con tapa en la punta”.

Su uso ya era habitual en los pueblos pastores europeos, siendo muy común en la península Ibérica (España y Portugal).

Con observación y acierto, Francisco I. Castro en su “Vocabulario del Martín Fierro” (1957), lo describe: “Recipiente para llevar líquidos. Fabricado de cuerno de animal vacuno. Los viajes a caballo hacían difícil llevar agua o caña para el camino; el chifle permitió hacerlo con comodidad. A un cuerno de vacuno cortado del tamaño deseado, se le colocaba en la punta agujereada una tapa a tornillo o un simple tapón bien ajustado, la base o extremo ancho se tapaba con un trozo de madera. Por medio de una cadenita o tiento se lo llevaba colgado de los tientos delanteros del recado, del lado izquierdo (el lao de montar); las personas pudientes usaban chifles de lujo, con refuerzos y adornos de plata y oro”.

Ya que en aquellos lejanos años portar una botella de vidrio no era recomendable porque en las rudas tareas de a caballo podían romperse fácilmente, fue que se recurrió al “chifle”, por lo resistente y porque los grandes podían cargar a veces, hasta casi dos litros.

Hablando del tamaño, en la Banda Oriental se mentan los “chifles de franquero”, construidos con las grandes guampas de los vacunos llamados ‘franqueros’, siendo estos, según el investigador Juan C. Guarnieri: “Ganado del sur de Brasil, descendiente de la raza criolla, que se distinguió por su gran cornamenta y apreciable corpulencia, llegando a constituir una raza. También se crió en el norte uruguayo”.

Lo dicho queda refrendado por el gran poeta oriental Don Wenceslao Varela, cuando en la décima de siete de “Ni Amor Ni Juego”, canta: “…véia en el humo traición / si pitaba ‘e su tabaco / o si me empinaba un taco / de su chifle de franquero;…”.

Sobre la antigüedad de este implemento nos habla Fernando Assunçao cuando recuerda que en la vieja Europa, “los cazadores y soldados lo utilizaban para llevar la pólvora necesaria para las armas de cargar por la boca”.

Es importante saber que ya en 1845, Francisco Javier Muñiz incluyó la expresión en su “Vocabulario Rioplatense”, en forma coincidente con las descripciones ya hechas, pero respecto de su uso nos habla del área de dispersión cuando cuenta que: “Se usan en los viajes por las cordilleras y desde el Perú y de las provincias internas hasta Buenos Aires. Esta vasija no tiene equivalente, cuanto porque resisten a las caídas de las bestias y a los golpes que sufren en las largas travesías y en caminos escabrosos”.

Esas cantimploras criollas no solo se cargaban con agua, sino que normalmente se lo hacía con caña o ginebra, por eso en el “Martín Fierro” se dice: “Pero al chifle voy ganoso / como panzón al máiz frito”.

La Plata, 27/febrero/2023

jueves, 23 de febrero de 2023

ENTABLAR / ENTABLADA

     Andar juntos, uno al lado del otro sin separarse ni perder de vista a la “madrina”. Así, entre nosotros, debería definirse la palabra con referencia a los yeguarizos.

Cuando se habla de tropillas siempre se especifica: “tropilla entablada” de un pelo, “tropilla entablada” de redomones, de yuntas, de entrepelados, de trabajo, etc. Y nunca se ha dado una explicación del por qué de “entablada”.

Buscándole la punta al lazo tratemos de desarrollar algunas posibilidades que aclaren el entuerto.

La voz “entablar” y “entablada” tiene a su vez otros significados. Por ejemplo si dos personas se disponen en una conversación, se dice de ellos que “entablaron conversación”; si en una elección a mano alzada en una Comisión Directiva, dos individuos igualan la cantidad de votos, se dice que salieron “tablas”, que empataron. Lo mismo en una jugada de ajedrez donde los contendientes no logran vencerse, se define que al estar iguales y quedar uno al lado del otro hicieron “tablas”, y en éste tanto como en el juego de damas, se habla de “entable” y “entabladura” que es la disposición del juego sobre el “tablero”, valga también esta palabra.

“Entablar” es también hacer un cerco con tablas, y “entablado” se ha llamado desde antiguo a los pisos hechos de tablas.

Tanto en los pueblos de la campaña, como en la propia campaña, existieron casas hechas de madera, que hoy llamaríamos “prefabricadas” (1), a su vez al ir evolucionando la construcción del rancho, los pisos de las ‘piezas’ comenzaron a hacerse de tablas encastradas, los “entablados” ya citados.

En las grandes estancias ovejeras de la campaña porteña en el S. 19, cuando la tarea de esquila, la palabra ‘lienzo’ tenía dos acepciones: una referida a la tela (arpillera) cuadrilonga en que se envolvían los vellones de lana, y otra, como bien explica Saubidet en su “Vocabulario Criollo”: “Rectángulo formado por tablas, con travesaños, que se usan para formar bretes o separaciones en los corrales de ovejas (…) generalmente tienen un metro de alto por varios de largo”.

Sirvan todos los ejemplos dados para suponer que la aguda observación del gaucho, lo llevó por comparación y sentido figurado, a inferir que los caballos de la tropilla, al rodear la madrina y no separarse, al igual que aquellas tablas en diversos usos, estaban “entablados”.

Pero hay una raíz más antigua que arranca en la Vieja España y entronca con las corridas de toros, entretenimiento o deporte que el conquistador trajo a América, y es que allí, “al toro que se aquerencia a los ‘tableros’ del redondel de las corridas”, se le llama “entablerarse”, no es de extrañar entonces que acriollada la voz, “al aquerenciarse los yeguarizos a la madrina”, entendió aquel proto gaucho, que se habían “entablado”·.

Pero no podemos pasar por alto la interpretación del estudioso Francisco I. Castro, y por eso copiamos lo que dice: “el paisano usa la frase ‘como tabla’, para significar algo perfecto, igual, muy lindo y vistoso, ‘parejito’. Una hacienda ‘como tabla’ es un conjunto de ganado de buena clase, tipo uniforme y gordura pareja. Una tropilla ‘como tabla’ está formada por caballos de un pelo, de líneas armoniosas, parejos y buenos. Es sinonimia arcaica de ‘tabla’ y ‘pintura’, por pintarse el cuadro sobre una tabla”.

La Plata, 23/02/2023

  -1- Al abuelo materno del autor, en el año 1908, huérfano de padre, dos hermanos de éste lo llevaron de peoncito a un almacén de campo, que él recordaba era de madera, y no estaba apoyado al suelo, quedando una separación, quizás prevista como ventilación; dicha construcción ya tenía años de existencia. El bisabuelo paterno, en su chacra, la casa era mitad de madera (de tablas) y la otra parte de rancho de barro, a principios del S. 20.

sábado, 18 de febrero de 2023

LA CUAJADA

 La cuajada es un postre de textura cremosa elaborado en base a leche que se coagula por acción del cuajo (que puede ser vegetal, como el cardo, o animal, del mismo tipo que el usado para elaborar quesos); se endulza con bastante azúcar o en su defecto miel.

El Diccionrio de la Real Academia la define, en su 5ta acepción como: “Producto lácteo cremoso que se obtiene al cuajar la leche y separarla del suero”. Si buscamos “cuajar”, dice: “Transformar una sustancia líquida, como la leche o el huevo, en una masa sólida y pastosa”.

Según fuentes hispanas, su origen está en el Valle de Ultzama, en Navarra, pero también se lo considera postre típico en el País Vasco, en Castilla, León y La Rioja, donde además se le conoce como: "mamia", "mamiya", "kallatua" o "gaztambera".

Indudablemente llegó a nuestra campaña de la mano del conquistador.

En su tierra de origen se utilizaba para su fabricación, leche de ovejas, y aquí quizás entonces la diferencia criolla, pues entre nosotros se la hace con leche de vaca.

El cuajo vegetal se obtiene de la flor del conocido entre nosotros, como “cardo castilla”, cuyo nombre científico es “cynara cardunculus”.

Para su preparación es necesario un recipiente para 3 o 4 litros de leche recién ordeñada, se azucara bastante; se toman dos flores grandes y se cortan todos los pétalos de la flor. Paso siguiente se envuelven en un trapo blanco, bien limpio, y se los machaca. Hecho esto se introduce el envoltorio en el recipiente con leche, y se lo deja actuar, o sea cuajar la leche.

Cuando en el recipiente que se depositó la leche se observa la superficie unificada, ya no líquida, sino con el aspecto de sólida, se recomienda proveerse de una cuchara grande, y comenzar a degustar el potaje.

Que era un postre criollo por todos conocidos, se deduce porque los poetas lo han citado, como por ejemplo, cuando en “Vecindario”, Omar Menvielle, pinta: “¡Ah tiempos!... -dijo un moreno- / que era postre la cuajada, / pa’ los de áhura ya no hay nada /de aquello que jue tan güeno.

Asimismo su existencia nos ha brindado algún refrán, como por ejemplo: “No hay que apurarse por cuajada estando la vaca atada”.

Curiosamente no recoge la palabra ninguno de los diccionarios o vocabularios sobre cuestiones criollas que conocemos.

La Plata, 07/febrero/2023

martes, 14 de febrero de 2023

EL ARRIADOR

 ARRIADOR. Arreador. “El arreador en sí fue usado con preferencia por estancieros, mayordomos de estancia, compradores de hacienda, capataces de tropa y jefes militares, lo que dio a esta singular prenda significado de mando”, tal lo definido por el serio y respetado José María Paladino Giménez, en nota en el diario La Nación.

Otro no menos entendido en saberes criollos, Sáenz (h). lo describe: “Látigo de cabo de madera, plata, cuerno, verga, suela u otro material, que lleva en su extremo superior una larga trenza de cuero crudo terminada en una tirilla corta de lo mismo, llamada azotera. Es muy útil al jinete para arrear otros animales, castigándolos desde cierta distancia con él”.

Porque corresponde al tiempo en que el “arriador” estaba vigente, es muy importante saber que en el Inédito Diccionario de Argentinismo (1875) que vio la luz recién en 2006, la voz fue recogida: “látigo con cabo de madera, como de tres cuartos de largo y azotera de lonja o trenza de 4 o 5 varas, de que hacen uso los acarreadores de hacienda y en general toda persona del campo. Látigo que se usa para arrear.”

La breve explicación nos brinda dos datos interesantes: medida de cabo y trenza. Convirtiendo las varas y los cuartos, podemos inferir que los cabos andaban en los 60 cm. o más, y la trenza en 3,50 m.  

En cuanto a la trenza, quizás sea más verosímil la que da Daniel Granada en su “Vocabulario Rioplatense Razonado” (1890): “…de una vara y media de largo. La trenza termina en una tira de una cuarta o más de largo, a la cual dan el nombre de sotera.”, con lo que estamos hablando de una trenza de 1.60 m. incluida la azotera.

Obra de los artistas
artesanos Pablo Logiurato
y Nicolás Renni.
Tallador en madera,
desconocido

En cuanto a la confección de los “arriadores” más rústicos, los de trabajo, en el extremo opuesto a la empuñadura, el cabo tiene en esa punta “…un agujero que corresponde con dos laterales, por los cuales pasa una guasca que queda en forma de ojal. A éste va asida una argolla, y a la argolla la trenza”. En esa misma argolla de la punta se fija una manija o anillo de tiento, para pasar allí el dedo índice o bien para colgar el arreador del cabo del  cuchillo, tal cual se hace con el rebenque.

El actual Diccionario de la Real Academia recoge la voz, y en la 4ta acepción explica: Arg, Bol. Col. Par. Perú y Ur.: “Látigo de mango corto y lonja larga, destinado a arrear”.

Don Aaron Esevich, un estanciero que hizo su vida de a caballo, hablando de un personaje, escribe: Como índice de atributo de mando, pendía del hombro derecho de Don Andrade, un primoroso arreador esterillado con delicada artesanía gaucha”.

Como no podía ser de otra manera, en “La Vuelta” del Martín Fierro se utiliza la voz, y allí, el hijo de Fierro dice hablando de Vizcacha: “El hombre venía jurioso / y nos cayó como un rayo- / Se descolgó del caballo / revoliando el arriador- / y lo cruzó de un lazazo

/ áy nomás a mi tutor”.

Al igual que a otras prendas criollas, muchos poetas le han cantado, por eso a modo de ejemplo lo traemos al gran Etchebarne cuando en “La Yerra” escribe: “…restallan los arreadores  // marcando la atropellada,…”, o como este otro que no es manco, D. Osvaldo Andino Álvarez, que en “Capataz de Tropa”, reafirma lo que expresamos al principio: “…y como un timbre de honor / o rúbrica de su mando, / del hombro le iba colgando / el cabo del arreador.”

Hay un arreador muy especial que si bien existió no fue usado por la gente gaucha, y ese es “el arreador con estoque”: en años donde se andaba a caballo, médicos, comerciantes, consignatarios, etc, lo hicieron suyo, (…) daba tranquilidad en las solitarias calles y caminos de la ciudad y suburbios, especialmente en las horas de oscuridad reinante. (refiere a la Gran Aldea de Buenos Aires, en la segunda mitad del S. 19). Sus cabos huecos (para permitir alojar la hoja de estoque o estilete) fueron construidas con fina malaca, ébano, guindo, caña, ballena y los de fina plata.” Así describe Paladino Giménez en la nota citada al inicio.

Y como tantas veces hemos recurrido a Hernández en su “Instrucciones del Estanciero”, ponemos el punto final con su sentencia: “El arreador es al capataz la señal de autoridad y ningún peón debe usarlo”.


La Plata, 14/02/2023