domingo, 26 de agosto de 2018

PUESTERO


LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 85 – 26/08/2018
Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.

Cinco meses atrás, por el mes de marzo, nos hemos referido al “puesto” de estancia, esa porción de campo identificada con una ranchada en la que vive la gente que lo atiende y cuida ese sector del campo, siendo varios los puestos que tiene una estancia grande.
Hoy intentaremos aportar algo sobre su ocupante principal, el “puestero”.
Éste tiene a su cargo la atención de esa sección de la estancia, procurando que el estado de los alambrados se mantenga bien conservado, que el funcionamiento del o los molinos sea el correcto, que los caminos interiores que comuniquen con la estancia -en caso de haberlos- se encuentren transitables, y por supuesto toda la atención en la hacienda vacuna que ocupa la sección, dependiendo el trabajo de si es campo de cría o en su defecto campo de invernada.
Si la estancia es ovejera -no muy propia de nuestra campaña, donde en otros tiempos si las ha habido-, la atención estará puesta en los lanares que estén libres de sarnas y otras afecciones propia de esa hacienda; se andará con el ojo alerta en grandes tormentas sobre todo si es época de parición, y en el momento indicado se organizará la esquila.
En otros tiempos, hubo estancias con ambas explotaciones, y entonces había “puestos” de ovejeros y otros “puestos” de vacunos.
Juan Ambrosio Althaparro en su “De Mi Pago y de Mi Tiempo”, cuenta que en las primeras tres décadas del siglo pasado: “Los puesteros trabajaban a sueldo o al tanto por ciento de la producción del rodeo o majada confiados a su cuidado”.
Por supuesto que otros puesteros estaban contratados por un sueldo acordado, muchas veces, con el permiso de tener alguna majadita para el consumo, algunas lecheras, y algunos yeguarizos propios. Descontado las aves de corral y el chiquero con algunos “trompa chata” para carnear en el invierno.
En “Instrucción del Estanciero”, un puntilloso José Hernández, señala que el “puestero”: “Debe ser esmerado y puntual en el fiel e inmediato cumplimiento de las ordenes que reciba de su patrón o del mayordomo del establecimiento, y no dar lugar jamás a ser sorprendido, ni de día ni de noche, en desobediencias que lo desacrediten, porque siempre son perjudiciales a los intereses que tienen a su cuidado.
No ha de hacer jamás ningún negocio, ni compra, ni venta, que pueda dar lugar a que se sospeche de su honradez”.
Podría decirse, todas obligaciones para el “puestero”, de quien poco se dice que su trabajo es sin horario, estando -él y la familia- las 24 hs. a disposición, manejándose como si fuese el dueño de los intereses que defiende.
Dentro de lo mucho escrito que hay sobre el tema, recordamos ahora a Benito Aranda (de quién poco sabemos últimamente), y a su “Puesteriando en día de yuvia”. (Se puede leer en el blog "Antología del verso campero")

domingo, 19 de agosto de 2018

GUITARRA


LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 84 – 19/08/2018
Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.

A estas tierras, “nuevas” para el conocimiento científico de fines de la centuria de 1400, el conquistador, a más del idioma nos trajo las formas estróficas de su poesía, y también el elemento musical para expresarlas: la guitarra. Y ésta se adaptó tanto, pero tanto al nuevo pago, que a poco andar ya era como una hija más de estas tierras de América.
Posiblemente entre dichos instrumentos, en el clarear de la conquista hayan venido guitarras y vihuelas, y este último nombre se acriolló tanto, que muchas veces al hablar del gaucho cantor, a éste se lo asoció con la vihuela terciada a la espalda, aunque lo más posible es que el instrumento haya sido la guitarra.
Tanto fue así que en el Martín Fierro aparece citada con la forma más acriollada de “vigüela”.
En la Europa medieval existían y coexistían ambas: la guitarra, en manos del vulgo, el pueblo común, y la vihuela, en manos de una clase social más elevada, más “culta”.
Ambas están construidas en madera, con una caja de resonancia, y un mástil o diapasón que remata en un clavijero, desde el que se regulan las cuerdas hechas de tripa, dando el temple del instrumento, apretando las clavijas.
La guitarra, que había nacido con cuatro cuerdas, recibió la quinta, agregada por el “padre de la décima”, el Reverendo Padre Vicente Espinel, y más tarde ganó la sexta de la mano del también sacerdote, Padre Miguel García, adquiriendo la forma actual y la denominación definitiva de “guitarra”.
Ya en nuestras geografía “Aquella vihuela o guitarra, se expande, hermanada al hombre aquerenciado a este suelo, hacia todas las latitudes, adaptándose en cada una de sus nuevas querencias, a las modalidades y estados de ánimo que el terreno, el clima y la característica de vida, imponían al morador. Ya es alegre en el norte, de rítmico ensueño en la puna, muy armonizada en cuyo y casi melancólica en la pampa”.
Aquellas guitarras primitivas que volcaron sus acordes en estos sus nuevos pagos, eran de tamaño más chico que el actual, y al nombre de “vihuela” que repetían nuestros paisanos, también se le agregaba la nominación de “tiple”.
“Si nos atenemos a las observaciones ‘in situ’ de Ventura Robustiano Lynch, él nos dice creer ‘que no existirá un gaucho que no sepa por lo menos rascar un gato’, y continúa ‘tanto los guitarreros como los que no lo son, no están ceñidos a regla alguna… pero tienen la intuición del arte y un oído especial’; esto allá por 1880 nos habla bien a las claras de la vinculación de hermandad hombre/guitarra, por lo cual no sería aventurado decir que fue éste (y aún lo es) el instrumento idóneo de expresión musical para el hombre argentino”.
Ilustramos con “Elogio de la Guitarra” del patagones Ángel Hechenleitner (puede leerse en el blog "Poesía Gauchesca y Nativista")

domingo, 12 de agosto de 2018

MATERA


LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 83 – 12/08/2018
Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.

 Descontamos que la mayoría de los oyentes saben de qué hablamos o tienen idea respecto de que se trata. En la gente de la campaña, muchos de los contemporáneos o a lo sumo una generación anterior, han conocido o han usado una "matera". Pero cuando decidimos viajar hacia el pasado hurgando en los libros, nos llevamos la sorpresa que en los tiempos netos del gaucho, o sea centuria de 1800, no se habla ni se nombra a la “matera”.
En la compilación de voces que realizara Francisco Javier Muñiz por 1830 y pico, ni en el esbozo de diccionario de 1875 o en el ‘vocabulario rioplatense’ de Granada, figura tal expresión, y a eso podría considerárselo una “omisión”, pero… resulta que no figura en ese compendio que es el “Martín Fierro”, y tampoco es citada en dos minuciosas obras que no son literarias sino dedicadas a la administración de establecimientos rurales, o sea más precisamente las estancias: las “Instrucciones a los Mayordomos” de Juan Manuel de Rosas y la “Instrucción del Estanciero” de José Hernández.
Parecería que estamos negando o poniendo en duda la existencia de tal expresión, pero no, por el contrario, intentamos ubicarla en tiempo y espacio.
Ya en el siglo paso nos seguimos sorprendiendo, pues en el más consultado de los libros, “El Vocabulario Criollo” de Tito Saubidet, no figura; y tampoco aparece en las “Voces del Campo Argentino” de don Pedro Inchauspe, ni en los diccionarios de Felix Coluccio, ni en el muy interesante “Conozcamos lo Nuestro” del sabedor Enrique Rapela, y tampoco está en el novísimo y elaborado “Diccionario del Habla de los Argentinos”, éste del Siglo 21.
¿Qué es lo que ha pasado… porque tal ausencia?
Nuestra conclusión es que la expresión “matera” es un regionalismo que bien puede abarcar toda la extensión costera vecina al Río de la Plata, la zona del sudeste de la provincia y algo -no mucho- hacia el centro.
También interpretamos que en el pasado (volvemos a la centuria de 1800, por lo menos a las 3 o 4 últimas décadas), se designaba a dicho aposento con la más amplia expresión de “cocina de peones”, y nos animamos a afirmar esto, porque así lo nombra Hernández y lo describe en su “Instrucción del Estanciero”, y si no veamos que su pintura es coincidente con el de la “matera” que conocemos, y que comienza apuntado sobre: “…la importancia que tiene la construcción de una buena cocina para peones. / Debe ser grande, lo más espaciosa posible; el fogón debe estar en el suelo y retirado de la pared. (en el centro del aposento) / Debe estar siempre aislada de todos los demás edificios, como precaución para los incendios. (…) El fogón en el suelo permite el uso de los asientos bajos, que tienen comodidad y ventajas para el descanso. Todos los trabajadores les dan preferencias porque, después de las fatigas de los trabajos fuertes, se descansa mejor en un asiento bajo. (…) La reunión de la cocina tiene para el hombre de campo un atractivo irresistible; tiene encantos que solo él comprende. / Alrededor del fuego, mientras circula el mate, ellos se comunican alegremente las novedades del día, se refieren con mutua cordialidad todas sus observaciones: cuanto han visto en el campo, los animales que han encontrado, los episodios del trabajo, las ocurrencias más minuciosas, y cuanto forma el movimiento de la vida diaria, (…) El fogón es alegre por excelencia” (…) ¡Cuánto se oye en esa cocina!”.
Queda visto entonces que el espacio físico descripto y la vida del mismo, es totalmente coincidente con el de la mentada “matera”, por eso es muy posible que esta denominación se haya extendido en su uso recién con el alborear del Siglo pasado, o sea el 20.
En su “Conozcamos lo Nuestro”, Rapela acude a una descripción similar que también denomina “cocina de peones”.
“Cocina de peones” o “matera”, ya en la época de la estancia alambrada, con casco, casa del mayordomo y casa del capataz, con galpones, carnicería, herrería, etc., lo que habla de mucho personal, fue de alguna manera “el club social” de esa paisanada, y también el lugar donde se recibía a la gente de paso, los forasteros y hasta los muy populares “crotos” de la centuria pasada, aunque en las estancias más “modernas” de entonces, había un lugar especial para estos que se denominaba “crotera” o “matera de los crotos”.
Esperando haber aportado algo sobre este aspecto de la vida rural, ilustramos ahora con un verso al respecto, como es este titulado “La Matera de San Francisco” de Atilio Reynoso (Se puede leer en el blog "Antología de Versos Camperos")


domingo, 5 de agosto de 2018

ALERO


LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 82 – 05/08/2018
Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.

En la charla número 18 de este ciclo de “Decires…” -allá por el 12/03/2017-, hicimos alusión al ‘rancho’, hoy vamos a profundizar sobre una particularidad del mismo: su alero (o aleros), ya que jugó un papel fundamental en su existencia como vivienda.
Comencemos por dejar en claro que dicha palabra -‘alero’- no existe en el Diccionario de la Academia Española, al menos con el significado que nosotros le damos: el de ser una extensión del techo, por lo general a todo lo largo del rancho, y a veces con “alero” en los dos costados del mismo.
Más de una vez en este ciclo hemos hecho hincapié en la ausencia de árboles en la campaña de la “Patria Vieja”, y que la vivienda tenga “alero” a ambos lados le permitía a los ocupantes -sobre todo en los soleados veranos-, buscar la sombra en los distintos momentos del día.
La construcción de un rancho muchas veces empezaba por tener solo dos cuartos, uno destinado al lugar de dormir, y el otro a cocina, el que en el centro tenía un fogón donde se cocinaba y se calentaba el agua para el mate.
A medida que la familia se agrandaba, se lo continuaba agregándole otro cuarto, destinado a los hijos, y si estos eran varios y había varias mujeres, el hombre de la casa, tendía cama con el recado bajo el alero y allí dormía.
Bajo ese mismo alero descansaba en un caballete o sobre un palo atravesado entre los parantes, el recado con que ensillaba para las tareas rurales.
Con seguridad en el otro extremo estaba el útil mortero, y a veces también una tina hecha en un tronco de madera dura, en la que cuidando el agua, se solían lavar la cara y las manos los ocupantes del rancho.
En ocasiones cuando algún viandante pedía permiso para hacer la noche, se le ofrecía el corral o el potrero chico para el o los caballos, y el alero para que tienda tranquilo, después de churrasquear con la familia de la casa, en el fogón de la cocina.
El alero ha estado siempre presente en la poesía popular, testimoniando que a su sombra y reparo también se guitarreaba y se cantaba. Por ejemplo Francisco Anibal Riu, en su libro “Musa Errante”, a una selección de versos criollos los titula “Desde el Alero”, y ese es a la vez el título de un verso en que largamente le canta a un amor, que comienza: “Vengo buscando tu alero /  donde el amparo de un nido / la madre selva ha tejido / para el trovador campero”.
El mismo nombre “Desde el Alero” utiliza Valentín Cavilla Sinclair (“Pasto Puna”), para titular uno de sus libros; y digamos por último la referencia que en “Lo que quiero tener”, versifica Charrúa: “Yo quiero un rancho tener / clavado en medio del llano / como un nido soberano, / como un altar de placer. / Que nunca pueda caer / hecho con fuertes horcones, / con dos aleros o alones / y que visto a plena luz, / se parezca a un avestruz / que esconde los charabones”.
(Se ilustró con "Bajo el Alero" de Carlos Risso, que se puede leer en el blog "Poeta Gaucho")