martes, 29 de diciembre de 2020

SIETE GRANADEROS VETERANOS

 Nadie puede negar que hoy por hoy, Internet se ha transformado en una herramienta infaltable en nuestras vidas, brindándonos todo tipo de información, desde el estado del clima a búsqueda de trabajo, pasando por resultados deportivos a textos de estudio, y mucho más. Y si bien nos facilita el acceso al conocimiento, tiene sus peros…, porque cualquier persona, con conocimientos o sin ellos, con preparación o sin ella, con buena o mala intención, puede “colgar” como se suele decir, cualquier escrito en ese inimaginable sitio para “los profanos” como uno, que es la “red o la web”. Y así resulta que se ponen historias apócrifas, porque no hay filtro alguno que lo pueda impedir. Ahí todos podemos ser escritores o investigadores sin haber leído nunca un libro. Pero también hay mal intencionados.

Así es que no muchos años atrás, comenzó a circular la historia, que en 1880, cuando el retorno de los restos del Gral. San Martín a la Patria, como renacidos de la nada, se presentaron en el puerto 7 Veteranos Granaderos a rendirle honores a su amado jefe amado. La historia está bien contada y resulta tocante por su contenido de respeto y admiración. Pero…

Cuando la conocí, en vez de recurrir a los libros para verificar, solo me puse a sacar cuentas, si: a sacar cuentas, para darme cuenta -valga la redundancia- que tal relato enmarcaba una historia apócrifa.

El Cuerpo de Granaderos se creó el 16/03/1812 y se fue ampliando en los años siguientes alcanzando su punto máximo por 1817, cuando ya estaban prestos a cruzar Los Andes.

Entre 1817 y 1880 median 63 años. Si a eso le sumamos los 20 años (que en promedio, aunque deben haber sido más), deberían haber tenido los granaderos al incorporarse, nos da que en 1880, esos sobrevivientes, rondaban, por lo menos, los 83 años.

Pero hay que saber que hacia mitad de la centuria de 1800 a 1900 (Siglo XIX), el promedio de vida, o de ‘esperanza’ de vida, era de solo 42 años, estirándose a 48 ya sobre el fin de ese siglo.

Qué gran casualidad sería, que justo esos 7 Veteranos Granaderos, hubiesen sido longevos. Pero hay algo más: el relato apócrifo dice que vestían con altivez uniformes harapientos, rotosos, deslucidos.

Claro, quien hace el ‘cuento’ se “olvidó” de contar que al regreso de los restos del Cuerpo de Granaderos al país, en 1826, remitidos al Cuartel del Retiro, disuelto el mismo, debieron entregar las armas y uniformes, siendo marginados de la vida militar.

Quien pergeñó la falsa historia, no hace aportes documentales, no da citas, no brinda referencias. Por lo pronto los diarios de la época que cubrieron tan importante suceso, nada dijeron de esos “7 fantasmas”, ni siquiera en un apartado como una anécdota de color.

Por otro lado, de haber ocurrido, Bartolomé Mitre, el primer panegirista de San Martín, con seguridad le hubiese dedicado un capítulo en su Historia del héroe.

 En realidad hay una historia con 7 Granaderos, pero es otra historia, que si la quieren escuchar, ya se las cuento.

Cuando San Martín se retira del Perú, cediendo toda la gloria y la responsabilidad de lo que quedaba por hacer, a Bolivar, ya no contaba con ningún tipo de apoyo ni respaldo político-económico del gobierno Central de Buenos Aires, y si bien el Cuerpo de Granaderos aún revistaba como “Granaderos a Caballos del Río de la Plata”, sus miembros -mayoritariamente- eran peruanos, ecuatorianos, colombianos; después de los acontecimientos del Callao, donde llegó a quebrarse la indoblegable imagen de los granaderos, con amotinamientos y traiciones, el Regimiento se encontraba para la etapa final de la liberación Americana, diezmado y reducido a su mínima expresión, no obstante fueron una tromba en Junín bajo el mando de Mariano Necochea, y sablearon en Pampa de Quinua, en Ayacucho, territorio del Perú, aquel 9/12/1824 de hace ahora 196 años, que marcó el triunfo definitivo de las armas patrias. Tal fue la actuación de los Granaderos en la ocasión, que su jefe de ese día, el paraguayo José Félix Bogado, fue ascendido a Coronel Mayor prácticamente sobre el campo de batalla.

Aquel día, la Caballería, a órdenes del Gral. Miller, ocupó el centro de la formación de ataque, integrada por el Regimientos Húsares de Junín, Granaderos de Colombia, Húsares de Colombia, y Granaderos a Caballo de Buenos Aires.

Tras esos sucesos, sin medios ni apoyos, Bogado recibe la orden de regresar ese Regimiento a su Cuartel en Buenos Aires; a los ponchazos podría decirse, eligiendo el camino del mar, logran llegar a Chile, desde donde, siempre a los ponchazos, tras desembarcar deben encarar el cruce de los Andes con el sentido inverso al que habían hecho en 1818. Febrero de 1826 los ve ingresar a la ciudad donde nacieran.

Gobierna Rivadavia, quien les ordena remitirse al Cuartel de Retiro, donde hace colocar una placa de bronce en su homenaje, al tiempo que les hace depositar sus armas y uniformes disolviendo, tras catorce años de victoriosa vida, el cuerpo que creara San Martín.

De aquellos pocos más de 100  soldados (al decir del Cnel. Yaben) que a Buenos Aires llegaron, solo 7 correspondían a la hora fundacional. Ellos eran:

Sgto. Trompa: Miguel Chepoya

Sargento 2°:    Damasio Rosales, Francisco Vargas, Patricio Gómez

Capitán:           Francisco Olmos

Sgto. Mayor:    Paulino Rojas

Cnel.                José Félix Bogado

 De acá viene la historia de que en las guardias y cambios de guardias, y custodia de los restos del Gral San Martín, en la Catedral porteña, siempre son 7 los Granaderos involucrados, pero NO porque fantasmagóricamente aparecieron en el puerto aquel día de 1880 en el que al Gran Capitán se le cumplió el sueño de descansar en su tierra.

La Plata, 19/12/2020

viernes, 25 de diciembre de 2020

GUSTAVO SOLARI - Gaucho y Pintor

 Con un entable de amplios cielos y campos dispares de diversas regiones de la Patria, se nos presenta la pintura de Gustavo Solari.

Del Catálogo de Galería Socorro
Exposición de 07/2000

Conocedor acabado de las tareas rurales, y apasionado de los pintores de “la patria vieja”, rezuma en su obra el colorido y los silencios propios de nuestro hombre de raigambre criolla, y como ellos, acostumbrado a mirar la distancia en pausada observación; por eso transporta al lienzo esa sensación de presencia, de ventana abierta en el tiempo para “ispiar” a nuestro arquetipo, mezcla de hombre y caballo, mitológico centauro de chiripá.

 Cuando llegué a una muestra de Solari, hacía años que éste ya era un artista reconocido. Fue en una exposición en la porteña Galería Socorro, corría 1996.

Uno a veces, profano en conocimiento de arte y artistas, podría preguntarse ¿pero… por qué hace lo que hace…? Y allí aflora la voz de su cuñado “Moro” Menvielle (el hijo de Don Omar J., el poeta del caballo), cuando un cuarto de siglo atrás, como si respondiera por él, sintetizó Es pintor y nació pintor porque desde casi su niñez expresa en sus cuadros amor, ternura, sensibilidad, en fin, arte. Y no solo pinta porque es pintor, pinta porque lo siente, como siente su tierra, sus caballos, su gente”.

confeso autodidacta desde la más temprana niñez, donde todo papel que llegaba a sus manos terminaba plasmado por un dibujo de algo de la raigambre criolla que lo rodeaba. En esa primera etapa que podríamos decir abarca toda la adolescencia, se especializó en trabajar a pluma, sin el uso del color, graduando los claros y oscuros para dar la tonalidad apropiada a su obra.

Tenía muy jóvenes 18 años, cuando con el invalorable apoyo y respaldo de su padre, presenta en pleno centro de la Capital Federal su primera exposición, de la que recuerda con cierta nostalgia, que “¡Vendí todo! Eran precios muy sencillos”.

Y hablando de vender, supo contarle una simpática anécdota de su primera venta, a Laura Soto, cuando lo entrevistó para un reportaje que publicó la Revista “Arraigo”. Nos tienta repetirla. Contó: “Fue una situación increíble. Lo vendí antes de poder terminarlo… Había tenido que instalarme en el enorme escritorio de papá, porque el cuadro que había propuesto hacer era tan grande que resultaba imposible conseguir un caballete adecuado.

"Buscando la Querencia"

Una tarde vino de visita un amigo de papá, quien al ver el cuadro se quedó maravillado. Era un trabajo a pluma, de una minuciosidad a la que hoy ya no me entrego. ¡Estaba a medio hacer, y me lo compró! ¡Yo no lo podía creer! Dibujé en él la puerta de un corral frente al cual una vaca se había pialado. En la misma escena, se veía a un paisano a caballo viniendo por detrás de la vaca, en el momento justo en que se la llevaba por delante, al tiempo que su caballo pegaba una bellaqueada. ¡Todo a pluma!”.

Su gran memoria visual le permite recordar puntualmente esos detalles, digo… porque aquello ocurrió hacía 1965 aproximadamente.

Y ya que citamos la particularidad de su memoria visual, recordamos que la misma le permitió no copiar en vivo, sino que una vez hecha la observación en detalle, podía recrearla después en su taller, sobre el caballete.

“Antes que aprender a pintar tuve que aprender a mirar. -le contó a La Nación- Me lo enseñó un gran maestro, Raúl Alonso: Todo realista en el fondo tiene algo de impresionista, que solo te va a salir, me dijo. Y así fue.”.

Su técnica surge espontáneamente de su propia e intensa experiencia de vida vinculada al campo y su historia. En su pintura le interesa recrear sucesos del Siglo 19 (el siglo en el que le hubiese gustado vivir, alguna vez dijo), y fundamentalmente los del período “rosista”, donde considera se comienza a gestar el sentimiento de ‘nación soberana’. Debe ser por eso que admira y analiza lo hecho a pintores como: Palliere, Pueyrredón, Rugendas y Morel.

Por muchos años su arte pictórico le cabrestió a su tarea de administrador de estancias de terceros, robándole muchas veces horas al sueño para despuntar el sano vicio de los pinceles. Hasta que aproximadamente desde 1985 se dedicó exclusivamente a pintar, y a montar una exposición por año. Y cuando decidió dedicarse solo al arte, se dijo: “…yo no puedo ser un simple dibujante, tengo que estar entre los mejores. Dios pasa una sola vez al lado de uno” (…) En la añoranza de mis cuadros trato de hacer sentir el olor a humo de alguna matera, hasta la tierra recién regada por el repentino tormentón de verano, que levanta el vaho de algún viejo corral de palo a pique. Mi mano está hecha, tanto para el pincel, cuanto para volcar con destreza un tiro’e lazo”.

Y esto último nos trae el recuerdo de don Eleodoro Marenco, quien tenía el mismo gusto y placer por el manejo del lazo, hasta que, ya cincuentón, un amigo le hizo ver que si en dicha destreza criolla se arruinaba las manos, adiós la pintura…

A Solari, no fue el lazo en la yerra quien le trajo problemas, sino esas vueltas de la vida escenificadas en un grave accidente automovilístico. Fue en octubre de 1999: por “…él mucho he perdido y mucho he cambiado”; y recuperado de éste, la vida volvió a golpearlo… y más de una vez. Pero no ha logrado vencerlo, y en la tozudez de sus espátulas y pinceles continúa recreando las escenas que le llenan el espíritu, y a nosotros los ojos que no dejan de poblarse de asombro.

Su paraíso, su lugar en el mundo, hoy está en Lobos, en su campo “La Añoranza”, donde adecuó dos vagones de ferrocarril como vivienda y taller: “Vivo en el campo entre mis telas y rodeado por todos los animales que quiero, los que son fuente constante de mi inspiración y paso tardes enteras leyendo libros de historia y tradición para avalar mis cuadros iconográficos.

Los cuatro retoños de su sangre -quienes más deben conocerlo y lo acompañan (junto a los nietos, por supuesto)-, han cantado de ese padre gaucho y artista:

“Con el pincel como sable // triunfante en arduas batallas // fuiste surcando tu rumbo // con hombría y con agallas”.

 Una síntesis perfecta. Está todo dicho.

A sus cuadros, el color llegó cuando andaba en los treinta años de edad, parecería que… tarde, pero no fue así: tenía todo el tiempo por delante para reflejar la paleta de colores de la Patria, y en verdad que lo estamos comprobando.

Podría decirse que de todos los pintores costumbristas es el único que ha incursionado con asiduidad en “las marinas”, reflejando el Plata o el Paraná con embarcaciones, y acciones navales.

Sin entrar en el detalle de la larga lista de exposiciones y muestras y distinciones, solo decimos del orgullo que sintió cuando en 1991 el Instituto Nacional Sanmartiniano lo nombró ‘asesor artístico’, en mérito a su obra “Primeras Formaciones”, donde había pintado a los granaderos con el uniforme original.

"Una Copa"

Solo nos resta decir que Gustavo Solari, nació en Barrio Norte de la ciudad de Buenos Aires, el 7 de Agosto de 1947, y pasaba los veraneos de su niñez en la Ea. “San Guillermo”, en Cnel. Vidal, Provincia de Buenos Aires, como una premonición quizás de su futura vida gaucha.

Valga como síntesis lo expresado por la Revista Caras: “sus cuadros conforman un compendio costumbrista del Siglo pasado”, en alusión claro está, al Siglo 19.

La Plata, 25 de diciembre de 2020

lunes, 21 de diciembre de 2020

RECAO CANTOR

 Es esta una expresión que ha sabido arrastrar sus discusiones, las que no habremos de aclarar nosotros, pero vamos a aportar algunos datos como para enriquecer las mismas.

Comencemos por decir que la voz “recado” o “recao”, deviene de la antigua voz castellana ‘recabdo’, que vocalizada ‘recaudo’ adquiere el sentido de ‘conjuntos de cosas’, y que entre nosotros por ingenio del gaucho llegó a significar ‘conjunto de piezas para ensillar’, esto a estar por el bien informado Diego Abad de Santillán, en su Diccionario de Argentinismos.

Sabemos que en la segunda mitad del Siglo 19 ya era usada, pues por ejemplo en el libro “Buenos Aires desde 70 años atrás”, su autor José Antonio Wilde, hace una rápida pero precisa afirmación respecto de los aperos: “Los había para todos los gustos y todos los posibles; desde el ‘recadito cantor’ hasta el que contaba miles de pesos”, diferencia que podemos interpretar como rico y pobre: el “recadito cantor” es prenda de un gaucho pobre.

Por ese entonces estaba tan difundido su uso, que el mismo Hernández lo plantea en su “Martín Fierro”, y precisamente para presentar en la historia al hijo del Sargento Cruz, a ‘Picardía’, mozo muy pícaro y muy pobre, al que describe: “(…) pero andaba despilchado, / no tráia una prenda buena, / un recadito cantor  / daba fe de su pobreza-  / le pidió la bendición / al que causaba la fiesta,…”. Nuevamente se coincide en que es un “recao” mínimo, despilchado y pobre.

Francisco I. Castro, enjundioso comentarista y analista del “Martín Fierro”, y gran estudioso de las palabras usadas en la obra, sostiene: “Cantor: califica algo que es pobre, reducido, corto, gastado, pero que se esfuerza por llenar las necesidades para que se lo requiere. Esta palabra sigue siempre a un diminutivo, que achica, apoca la cosa de que se trata. Posiblemente se dice “cantor” porque al exhibirse “canta” su pobreza”. Ahora, prestemos atención a algo de lo que opinó: “se esfuerza por llenar las necesidades para que se lo requiere” y reflexionemos: es pobre pero está empeñado en cumplir como un recado, quien lo usa, no es un desecho. Y ahora veamos la conclusión del ya citado Abad de Santillán cuando opina Recao cantor, significa figuradamente, apero muy pobre o de piezas más cortas de lo corriente.

Y acá comienza otra historia, porque ya en el transcurso del Siglo 20, la expresión “recao cantor”, no habla de cosa mínima ni de pobreza, sino de un estilo: un recado bien puesto, con sus matras y mandil, pero más corto que el recado habitual; podría decirse que fue una moda, pero que ha perdurado en el tiempo. Así conocí la expresión aproximadamente 60 años atrás; nunca vislumbré en quien la usaba, referirse en forma despectiva o de menosprecio hacía quien había ensillado de ese modo, por el contrario, era un elogio: ¡lindo el “recadito cantor”!

No podemos desconocer algo que se ha dicho y publicado, porque parecería que ocultamos lo que no conviene a nuestros fines.

El paisano don Sengo Balladares, de Tapalque (de 90 años, allá por el 2000), informante al que recurrió reiteradas veces don Rafael Darío Capdevila para la confección del libro “El Habla Paisana”, lo describe como un recado muy pobre, lastimoso, propio de crotos y de los cantores que peregrinaban de estancia en estancia: “Cuando era muchachos si los habré visto a estos cantores yegar a las estancias con la guitarra pa’ rebuscarse!”. Lo de la pobreza es coincidente con todos los testimonios precedentes, pero el hecho de atribuir la denominación a una particularidad de los cantores peregrinos, nos parece un despropósito, porque hemos  visto que en el Siglo 19 se lo usaba y no se lo vinculaba a los cantores, sino al hecho de que al ser observados, solitos cantaban su pobreza.

Poéticamente el artista de San Pedro, Don Artemio Arán escribió: “Compendio de pilchas, que al encimarse se plasman en una sola. Blandura de cojinillo donde somos horqueta afirmada en los estribos”.

La Plata, 06/09/2020

miércoles, 2 de diciembre de 2020

RODOLFO RAMOS - Un Pintor Realista del Campo de Ayer y del Presente

 Aunque a veces solemos renegar de la vida y lo que esperamos o esperábamos de ésta, cuando nos damos un apaciguado tiempo para mirar hacia atrás, nos encontramos viviendo momentos que nos hacen recapacitar y pensar, ‘pero… la pucha!, yo estuve allí!’, o “yo viví eso…”.

"El lunar de la tropilla"

Fue así que el amor por lo criollo no se quedó en mí solo en la danza, los caballos y los desfiles, la sortija y la jineteada, los versos y los payadores. Y allá en el despertar de los ‘80 comenzamos a viajar a Buenos Aires a visitar exposiciones de pintores criollos, y descubrimos un aspecto de la gauchería que nos maravilló. Acostumbrado a ver las pinturas en reproducciones que ilustraban libros o almanaques, tener el cuadro en frente, al alcance de la mano como quien dice, nos transportó sin dificultad alguna al momento que representaba la escena plasmada. Un instante mágico.

Rodolfo Ramos (ca. 2008)

Y así conocimos a Rodolfo Ramos. ¡Pavada de artista!, un “marca sol” diría algún paisano de los de antes.

Puede que la primera vez haya sido por 1986, no lo tengo claro. Pero sí a la muestra de 1987 en Antigua Casa Pardo, de la que guardo la tarjeta invitación con el sobre inclusive. A partir de esa muestra siempre los organizadores tuvieron la gentileza de enviarme la invitación.

Claro, en esos días de inauguración, uno tiene algún momentito en que poder conversar con el artista, y así, un saludo en ésta, algunas palabras en otra, fuimos iniciando un trato que se ha mantenido en el tiempo, con idas y vueltas de tarjetas y saludos de fin de año.

Ramos es un creador magnífico, su obra no tiene techo, ya que aún esta superándose día a día, obra a obra. Recreador incansable del campo de la “Patria Vieja”, es un documentalista incomparable; pinta también al campo de hoy, pero éste le requiere menos estudio, pues puede pintar una realidad que tiene al alcance de la mano.

Dicen -los que conocen de técnicas- que el trabajo de Rodolfo es “hiper realista”, que es como decir que la realidad está exaltada hasta en la exactitud de su más mínimo detalle; también se dice “super realismo” a dicha forma expresiva,

Con los artistas plásticos costumbristas pasa como con los escritores del mismo género: para transmitir veracidad hay que estudiar mucho, buenas lecturas de distintos autores, conversar con gente mayor; en lo contemporáneo ser fino observador, y traspolar lo visto al pasado arropándolo con los atavíos que correspondan. Esos conocimientos deben quedar incorporados a uno, de modo que al estar llevando a cabo la obra no hay que estar revisando archivos. Y así resulta entonces, que el creador está como viajando en el tiempo, plasmando en su lienzo o en su papel, acciones que acaba de ver; reviviéndolas, recreándolas, para que los contemporáneos que carecen de esa posibilidad de viajar, puedan, de algún modo, ser testigo de ellas.

Es por eso que el Dr. Alberto Luis Guercio supo expresar: “…su pintura es un viaje a través de la imagen por esos personajes y costumbres de nuestro campo, todo ello a partir de una veracidad casi obsesiva”.

13/03/1994 A. López, R. Ramos y
el autor, en Santa Coloma

Si bien Ramos no es propiamente un hombre de campo, supo en su niñez y pre adolescencia visitar frecuentemente en la sureña localidad bonaerense de Pedro Luro, la Estancia “La Petrona”, en la que un familiar político estaba al frente desempeñándose como mayordomo. Varios años atrás, en una entrevista que le hiciera Raúl Finucci, el artista le confió que aquel hombre -paisano y culto- solía desasnarlo en aquellas cuestiones que lo deslumbraban, pero… con la condición que después llevara al papel la imagen recreada de lo que le había explicado. ¡Lindo acicate!

En la bien formada biblioteca de ese mayordomo, se hizo “amigo” de la obra de Jorge Daniel Campos y Eleodoro E. Marenco, de alguna manera “sus maestros”, y también conoció el particular estilo de Florencio Molina Campos, por quien ha demostrado admiración.

Más tarde, cuando la vida le permitió desprenderse de los empleos con horarios (fue ilustrador en agencias y editoriales), se estableció en un pueblito rural, desarrollado en pocas cuadras a la vera de la Ruta 41, más precisamente, Santa Coloma, partido de Baradero. Su vieja casona, en una esquina, ocupa la última manzana, dando a una calle vecinal, teniendo a su frente un campo de ilimitada extensión, rompiendo esa llanura un monte, señal de la población de la Estancia “Santa Coloma”.

En la mesa familiar, en Santa Coloma

Su lugar de trabajo (su ‘atelier’, dirían los entendidos), tiene una ventana, que abierta, le ofrece gratuitamente ese paisaje de campo porteño, como el de antaño. En aquella paz pueblerina, pinta y crea su obra cotidiana: mantener vivo al gaucho y sus tradiciones. Y los tradicionalistas nos regodeamos con esos cuadros que reflejan tal cual momentos de la vida gaucha, y esa particularidad la señaló en las páginas de La Nación, Analía H. Testa, cuando lo destacó por “…su casi obstinada dedicación por alcanzar imágines de intenso realismo”. Y por si eso fuera poco, el criollo puntano, hombre de la cultura y crítico también, Don León Benarós, sentenció que en sus cuadros “…se respira un auténtico criollismo”, y eso es lo que ha hecho grande a este artista.

¡Qué lindo ha de ser poder pintar como lo hace Rodolfo Ramos! ¡Sería como tener la historia gaucha en la mano!

Nos pasa muchas veces, a los que andamos rastreando cuestiones de la gauchería (pilchas, usos, modos, ensilladas, colores…) que tenemos que visitar la iconografía del siglo 19, y a esto lo hemos ampliado recorriendo pintores del siglo 20, como Jorge Campos, Marenco y el propio Ramos, porque el estudio previo a la concreción de sus obras volvió veraces a sus pinturas, hasta en el más desapercibido detalle.

29/01/2007 - El autor, Ramos y A. López
en casa de éste

La opinión de los especialistas en crítica de plástica, le ha sido siempre favorable, y si no, veamos la opinión de Rafael Squirru: “…la mayor parte de la obra de Ramos (…) a partir de un manejo de la acuarela que sin restarle minuciosidad al plasmado de la forma, la envuelve en un hálito poético que sin duda el artista siente como fuente de su inspiración criolla. Paisaje, animales y personas o personajes, como se prefiera, quedan registrados dentro de un clima en el que se nos hace respirar ese aire puro de nuestro campo…”.

Y este grande de la pintura es prácticamente un autodidacta, ya que no ha realizado estudios sistemáticos, solo en años de pre adolescente, según dice su curriculum, “Al tiempo que realiza su bachillerato, comienza unos estudios de pintura con el profesor santiagueño Gaspar Besares Soraire, y su madre lo llevaba los domingos a las clases en El Rosedal” (del porteño Palermo),  donde, dejando de lado el ‘atelier’ el maestro enseñaba pintura al aire libre, donde la luz tiene otra incidencia y hay otro movimiento en los modelos a plasmar.

Tiene 32 años, cuando el Día de la Tradición de 1968, inaugura su primera muestra individual. Lo invitó a exponer el Profesor Jorge Daniel Thévenin, entonces Director de Cultura de la Municipalidad de Morón; la muestra se montó en el Museo Histórico y de Artes “Gral. San Martín” de esa ciudad, su ‘pago’. Tantas le siguieron a esa, en el país y el extranjero, que sería muy largo y tedioso transcribirlas en minucioso detalle.

Retomando anécdotas de ese trato amistoso del que hablé al principio, un domingo de marzo de 1994, accediendo a su invitación lo visitamos en su casa de Santa Coloma, con Agustín López y su señora, y la también pintora Hilda Rodríguez Badaracco. Allí nos esperaba con el fuego encendido junto a su inseparable esposa Norma Burgos, la que lo conquistó a sus jóvenes 20 años, allá por América, en el oeste bonaerense. Su trato campechano, sencillo y afable, nos hizo sentir como en casa.

Allí, en el amplio terreno, tenía su caballo y una yegua que ensillaba su esposa, y juntos salían a pasear, tranqueando por aquellos poco transitados caminos vecinales.

Aquel día, después del almuerzo, empuñó su guitarra, y paisanamente deshiló alguna milonga a la que por nuestra parte luego le agregamos la expresión de un verso.

Estando en su lugar de trabajo vimos un cuadro que tenía en elaboración, y también observamos con atención uno ya enmarcado, de importantes dimensiones, que colgaba de una pared de su taller; ocupaba el primer plano el tendido de un alambrado, y mostraba a un paisano desmontado que algo había estado haciendo. Me sugirió Rodolfo que prestara atención en un hilo de alambre liso, y lo recorrí con la mirada de extremo a extremo con suma atención; me inquirió si observaba algo en particular. Respondí que no, entonces me facilitó una lupa y me señaló con el dedo donde debía mirar. Seguí su indicación, y lupa mediante descubrí la clásica atadura que semeja un ocho, donde se ha injerido un alambre roto. ¡Maravilloooooso! Estaba atento hasta en lo que el ojo humano no alcanzaba a observar. Que así es la obra de Rodolfo Ramos; toda con ese respeto inmenso por el instante paisano que está llevando al lienzo.

17/07/1995 Exp. en Eguiguren
R. Ramos, Fabio Risso y el autor

Acompañado de Atilio Reynoso, y las respectivas esposas, varias veces han sabido acercarse a los almuerzos aniversario de la Asociación Argentina de Escritores Tradicionalistas, y en una de esas ocasiones, recibió el Premio “Distinción Trayectoria”, por su larga y fructífera vida de artista plástico. Eso ocurrió en 2009, año que también se distinguiera al Profesor Rodolfo Casamiquela y a Marcelo Simón.

Y si de distinciones hablamos, ¿cómo no destacar la otorgada por su ciudad? El 10/10/1996, por Decreto N° 139 del Honorable Concejo Deliberante de Morón, se lo honró con la designación de “Ciudadano Ilustre” de su pago chico.

1986 - Recibiendo el Premio "Payador"
de Radio Provincia, en Salón Dorado
Casa de Gobierno bonaerense


Rodolfo Ramos nació en Morón, en 1937, en el matrimonio de Angela Prochaska, austríaca de Viena, y Juan Bautista Ramos, criollo de la bonaerense San Andrés de Giles.

Hoy, con sus bien llevados y apuestos 83 años, sigue en la tarea de recrearnos la vista y desasnarnos en múltiples cuestiones de la vida.

¡Grande Maestro! La luz del Divino ha caído sobre usted para alumbrarlo y para que alumbre. Siga entonces por esa senda, que su destino es gaucho.

La Plata, 2/12/2020

domingo, 22 de noviembre de 2020

LA POSTA

 “Casa de Posta”, o “Posta” a secas, así se llamaba a un sistema establecido fundamentalmente, para facilitar el viaje de los correos, el que se extendió también a los viajeros. Dicho sistema lo heredamos del que se utilizaba en España, donde: “Las primeras disposiciones reales sobre los correos -tanto de a pie como de a caballo-, aparecen en el año 1260”.

En definitiva, la “casa de posta”, era la “Parada donde tomaban caballos de refresco los correos y los que viajaban en posta”, según lo define el Diccionario de la Lengua.

O sea que en origen, los caminos en los que se establecían “postas” estaban signados por el recorrido que debían hacer los correos oficiales, ya que éstas se establecían “en las principales poblaciones a lo largo de las líneas de correos y en las vías principales para proveer el suministro de caballos necesario para realizar los viajes. Muchas servían también de parada de diligencias para viajeros”.

La Posta, Santa Fe, 1858 - Jean León Palliere

En un trabajo denominado “Divagaciones Semánticas”, se infiere que: correo y posta, son sinónimos; ‘correo’ deriva de ‘correr’, da idea de movimiento rápido, de transporte con velocidad, de comunicación entre dos lugares. Esta fue la voz que primero difundieron los persas y griegos, y luego los romanos dispersaron por toda Europa durante sus conquistas; ellos fueron los inventores de las ‘postas’ y llamaron “cursus” al ‘correo’ que era la comunicación entre distintos puntos de las regiones conquistadas. Y para hacerlo funcionar establecieron ‘postas’, palabra que significa ‘algo instalado, edificado, firmemente fijado’.”, y tomamos prestado este saber de la Revista “Postas Argentinas”.

En su libro “Travesías de Antaño…”, dice Don Carlos Moncaut que: “La palabra posta deriva del latín ‘posita’ (o “positus”),  y agregamos que significacolocado” o “apostado”, porque los caballos de los correos estaban efectivamente apostados a distancias fijas para servir de relevos. Continúa Moncaut: “Ya se hacía uso (de la “posta”) en la Persia antigua”. (Aprox. antes del año 800 el poderoso) “Carlo Magno organizó un servicio de correos sobre la base de ‘postas’ las que siglos más tarde se propagaron  por toda Europa”.

El mismo autor nos informa que el sistema de ‘postas’ existió en toda la América dominada por la Corona Española; entre nosotros, las primeras se establecieron hacia 1771 (casualmente el año en que aparece escrita por primera vez la palabra “gaucho”), en el Camino del Norte (hacia Córdoba).

Ya en 1762 el Rey había establecido normas para el funcionamiento de estos establecimientos de los caminos, y la vigencia de dichas reglas que se extendieron hacia nuestra tierra “…establecían, entre otras cosas, que el cargo de ‘maestro de posta’ debería ser desempañado por un ‘vecino honrado’ que estaría obligado a mantener determinado número de caballos. El cargo podía pasar, a la muerte del titular, a los hijos, yernos u otras personas que cuidaran de la posta. Los ‘maestros de postas’ podían nombrar y remover los postillones de los que se valdrían para el desempeño de sus cargos. Además de muchos otros privilegios acordados a los ‘maestros de postas, como el llevar armas y poseerlas, el no poder ser desalojados de las casas donde habitaren, el no poder se detenido por nadie, ni por la justicia misma en el camino que debían recorrer para el desempeño de su cometido, les estaba permitido tener ‘libremente mesón, posada o cualquier granjería, aunque sí pagando los derechos existentes para tales negocios”.

Estos detalles nos van avisando que no cualquier lugar apto para una parada en los caminos de ayer, era una ‘posta’, y si no veamos lo que dispone el gobierno criollo surgido en mayo de 1810, cuando establece su primera ‘carrera de postas’ entre Buenos Aires y la Ensenada de Barragán, o sea entre las dos localidades con puertos: “cada posta debía tener una ‘pieza de posta’ que se construiría a 25 varas de la casa principal, ‘debiendo tener de 10 varas de largo por cinco de ancho, un corredor a la puerta, 4 catres, una mesa y 4 sillas, una tinaja con un jarro, estando blanqueada por dentro y fuera”. Además debía haber en cada “posta” “vino, aguardiente, aceite, vinagre y legumbre”. Queda claro que acá el gobierno fija el recorrido y hace construir esas paradas, estableciendo un ‘modelo edilicio’ de “posta”.

Pero esta tipificación no siempre fue aplicada, y a medida que los caminos se internaban en el desierto más precarias eran las construcciones de esas obligadas paradas, y han sido los viajeros foráneos quienes dejaron testimonios de esas carencias. Por ejemplo Pablo Mantegazza, hacia 1856, en forma muy delicada al arribar a una “posta” escribe: “las dos urgentísimas necesidades del alimento y del sueño, vuelven sabrosa la pobre cena y la pobrísima cueva que os esperan”.

Treinta años antes, en su “Viaje por Buenos Aires, Entre Ríos y la Banda Oriental”, John A. B. Beaumont testimonia en un pasaje que “La segunda posta era bastante mejor que la primera; el rancho más grande, provisto de puertas con bisagras, y entre otros muebles tenía varias sillas con respaldo alto y había estampas de santos. El maestro de posta era aquí una mujer, no mal vestida, que nos recibió con atención…”.

Otro testimonio interesante es el que nos brinda el Cmdte. Manuel Prado, cuando rememorando su incorporación a la Comandancia de Trenque Lauquen, en 1877, a la temprana de edad de 14 años, como ‘cadete aspirante’, cuenta que hasta Chivilcoy el viaje fue en tren, y a partir de allí en galera. Entonces refiere: “De pronto oyóse un silbido prolongado y poco después hacíamos alto en la primera posta. Era un rancho largo, sucio, revocado con estiércol, especie de fonda, prisión, de pulpería y de fuerte. Al lado del rancho un mangrullo que el viento cimbraba como si quisiera arrancarlo del suelo, y más allá un corral de palo a pique donde se apretaban asustadas unas cuantas yeguas y unos pocos caballo. El todo protegido por un foso enorme, lleno de agua verdosa y nauseabunda, criadero de sapos y saiguapés.

Eran dueños u ocupantes del rancho un antiguo sargento del 2° de Infantería y su mujer -madre de tres mulatillos desgreñados y harapientos, cuya misión en la vida consistía en vivir, relevándose de vigías sobre el mangrullo-. El ex sargento tenía lo que él llamaba ‘posada para los viajeros’ cuando la galera no podía seguir adelante, y despachaba además ginebra, caña, cigarrillos negros y yerba argentina de lo peor que se puede imaginar…”.

Corral de Posta, 1870 (acuarela) - Jean Marie Alfred Paris

   En una reseña histórica de “Correos y Telégrafos de la Argentina”, se puede leer: “Las postas se establecieron paulatinamente, a medida que las necesidades del servicio lo requerían y siempre que se encontrara en el lugar elegido un vecino que, a la par de reunir las condiciones exigidas, estuviera dispuesto a ocupar el puesto”.

Como fácil se comprenderá, alejadas de la civilización, las “postas” eran pobrísimas ranchadas. “Muchas de ellas carecían de los elementos más indispensables y eran simples ranchos a cargo de un ‘maestro de posta’, que solía ser un rudo y pobre indio”, evoca J. M. Sáenz Valiente.

No obstante los empresarios de transporte, ya en la segunda mitad del Siglo 19, hacían esfuerzos por mejorar sus servicios y valorizarlos, y si no veamos el emprendimiento de Don Timoteo Gordillo que fue el hombre que modernizó el traslado de las mensajerías.

Ubicándose hacia 1860, dice en sus Memorias: “Solicité del congreso que me diera gratis terrenos fiscales entre las Provincias de Santa Fe y Córdoba para hacer un camino postal directo que uniese a Rosario y Córdoba, con estaciones cómodas para los pasajeros de cuatro en cuatro leguas; hacer pozos y represas donde no hubiera  agua, levantar fortines para la defensa contra los indios y otras medidas precaucionales contra los peligros que en esos caminos había.

Esto concedido, me puse inmediatamente a la obra, poblando los desiertos. Desde el Carcaraña al oeste la primera casa de puesta, fue en Las Totoras, 2da. Cañada de Gómez, 3ra. Ranchos, 4ª . Tortugas. En el Carcaraña hice una casa y un puente¸ coloqué también una chata en el río con el consentimiento de Dn. Ramón Medina propietario de esos terrenos.

En la 5ta posta (Espinillo) hice una casa fortín que consistía en un foso ancho, de 4 metros por 3 de profundidad con puente levadizo. En ese punto los indios con frecuencia atacaban a los pasajeros. 6ta posta Los Leones, casa y fortín, 7ma. Los Dos Árboles id. id. 8va. Casares, 9na. Las Palmas, en terrenos particulares, 10ma El Águila, estación principal, 11ra. Cuchi-Corral, 12da. Las Chapas, casa particular y posta, 13ra. Bella Vista, 14ta. Casa Villalonga, 15ª. Río Segundo, posta y casa particular, 16ta. Toledo y de allí a Córdoba.

El camino medido en línea recta por los ingenieros Saint Remy y Ladrier, daba 72 leguas, desde la Barraca de El Progreso (Rosario) hasta Córdoba, midiendo el antiguo camino por donde viajaban las mensajerías de Firtal y Ruiseñor, por cuenta del estado 103 leguas. (lograba un ahorro de 31 leguas, o sea 155 kms.).

Una vez concluido el camino llevé familias honradas y buenas para ocupar las casas que había construido en su trayecto”.

Queda claro con lo expuesto, que esas 16 “postas” solo prestarían tales servicios a las mensajerías de Gordillo, y el recorrido fue acordado con el gobierno. Por lo tanto, insistimos, no cualquier lugar en que pudieran parar los viajeros en un camino, era una “posta” cabal.

En cuanto a la distancia entre “posta” y “posta” no había nada establecido, y la misma dependía del tipo de camino, podía ser dos leguas y medias, como estas podían ser cinco.

En zonas ya alejadas del ‘problema del indio”, la vida de “postas” era distinta. Al respecto, hacia la década de 1880 y en su zona de Dolores, apunta Ambrosio Althaparro: “La proximidad de la galera a la posta era anunciada por el mayoral con toques de clarín, que el silencio del campo permitía oír desde varias cuadras de distancia, provocando la alarma primero y la disparada después, de la yeguada que hubiese en las inmediaciones. La inquietud de los caballos en el palenque, confirmaba pronto el arribo de la galera”.

En aquellos ya lejanos años de la vida gaucha, llegar a una “posta”, a pesar de todas las carencias, era arribar a una parada breve, de comodidades precarias… “Pero llegar a ella significaba amenizar la rutina del viaje, recibir impresiones, olvidarse de las molestias sufridas y saborear un buen churrasco”. Que a veces… hay que ponerle buena cara a las incomodidades de la vida.

La Plata, 8/11/2020

miércoles, 16 de septiembre de 2020

CRIOLLO // PAISANO

 Criollo y Paisano, son dos voces que solemos usar -muchas veces- como sinónimo de “gaucho”, pero cada una de éstas tiene su origen y trataremos de analizarlo hasta llegar a ese uso actual. Creemos que el orden por aparición, es el de “criollo”, primero, y posteriormente “paisano”.

Comencemos entonces por decir que “criollo”, es voz que deriva del portugués ‘crioulo’, y ésta a su vez de ‘criar’.

Según el diccionario contemporáneo, tal es la persona ‘hija o descendiente de europeos, nacida en los antiguos territorios españoles de América o en algunas colonias europeas de dicho continente’. Hacemos hincapié en ‘descendiente de europeos’, lo que da a entender de una pareja de españoles en el caso de nuestros conquistadores. Pero bien… hay un inconveniente…

Cuando el conquistador hace visible su presencia en esta parte de América, mayoritariamente son hombres, y no han viajado con sus mujeres; si pueden haberlo hecho algunos jefes, pero son contados con los dedos de una mano. Y ahí viene la pregunta: aquellos hombres que gestaron “criollos”, con qué mujeres los engendraron…? Sin palabras, creo que no hacen falta (Vaya esto para que lo expliquen algunos ‘puristas’).

Visto esto, la definición del diccionario debería cambiar (por lo que fue la realidad), a: ‘hijo de europeo nacido en los antiguos territorios de América’.

En realidad era “criollo” cualquier hijo de conquistador nacido fuera de su tierra original. (en América, en África, etc.).

A aquel hijo de europeo nacido en estas latitudes se lo denominó además de “criollo”: ‘mancebo’, ‘hijo de la tierra’, ‘mozo de pata al suelo’, e inclusive ‘mestizo’ que sería la definición más apropiada. Casualmente éstos, que rápidamente se hicieron de a caballo, fueron los que, como peones, se dedicaron a las tareas pecuarias.

El mismo diccionario contemporáneo, aclara que la expresión “criollo” también refiere a aquella persona que actualmente conserva las cualidades estimadas como características de su origen. Porque decir “criollo” es como citar al poblador originario, por lo menos de nuestra civilización, de allí que se lo podría definir como “nativo hijo de europeo”.

Esto lo reafirma don Félix Coluccio cuando define que es el “propio del país, auténticamente nativo, aunque a veces haya ascendencia extranjera. No se refiere exclusivamente al hombre. Se aplica por extensión a los animales, a la vestimenta, al alimento, etc.”

En este mismo rumbo, el muy español Diego Abad de Santillán que vivió entre nosotros y tanto trabajó por el bien de nuestra cultura, lo definió: “hijo del país y, más particularmente, el nativo auténtico”.

“Martín Fierro”, a quien siempre hemos considerado un “gaucho” que cuenta su vida y sus pesares -que son los de todos sus pares-, varias veces acude a ejemplificar con “criollo” las cuestiones que trata, claramente identificable ese decir, con “gaucho”, que a sus vicisitudes remite. Dice por ejemplo: “Mas ande otro criollo pasa / Martín Fierro ha de pasar”, “hasta que venga algún criollo / en esta tierra a mandar”, o “Pero diré, por si acaso, / pa’ que me entiendan los criollos”, y vaya si lo entendieron sus contemporáneos de la campaña argentina.

Uno podría preguntarse, por qué no usó directamente la palabra “gaucho”?, pues bien, por la simple razón que no denominaba a sus pares con tal voz, solo lo hacía en alguna plática, con dos sentidos: de alabanza, como ser: “¡Que hombre gaucho Don Ataliva!”; o como denostación o poniendo reparos: “Ese es gaucho de boliches y jaranas”.

Así tenemos “versos criollos”, “platería criolla”, “telería criolla”, “pilchas criollas”, “aperos criollos”, “caballo criollo”, “zapallo criollo”, “hacienda criolla”, “cocina criolla”, como afirmando que es lo propio del lugar, lo originario, lo auténtico, lo que está desde hace mucho tiempo.

Con el avance del Siglo 20, la palabra “criollo” cada vez más se asimila a “gaucho”, llegando a ser, casi casi, como un sinónimo, pero nunca un reemplazo cabal, porque no tiene ‘el peso significativo’ que incorporado tiene “gaucho”.

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 “Paisano”, para el Diccionario Académico, deriva del francés “paysan”, y éste a su vez de “pays”, que significa “territorio rural, país”, aclarando que ese “país” no tiene el mismo significado que hoy le damos a tal palabra, que sería “Territorio constituido en Estado soberano”; prestemos atención a la aludida definición de “territorio rural”; y el Diccionario define a “paisano” como “Dicho de una persona: natural del mismo país, provincia o lugar que otra”, que indudablemente es una definición muy actual, poco acorde a lo que queremos demostrar.

Don Rafael Darío Capdevila en su “El Habla Paisana”, infiere por “país”: “Patria. Lugar de origen, de nacimiento” y agrega, “En el S. 19 la gente decía ‘país’ cuando se refería al lugar de nacimiento de una persona”, y esto rápidamente lo corroboramos con la Foja de Filiación de Juan Moreira, cuando dice: “A saber: Patria, Buenos Aires. Edad y estado, 28 años soltero;…”. No dice ‘Argentino, de Buenos Aires’. Ni en los papeles oficiales de entonces se utilizaba como hoy lo hacemos.

Hacia el último tercio del Siglo 19 existía en Buenos Aires la Academia Argentina de Ciencias, Letras y Artes, que entre 1875 y 1879 elaboró el primer Diccionario del Lenguaje Argentino, que se mantuvo inédito hasta 2006, en que su continuadora, la Academia Argentina de Letras, lo hizo público. Lo interesante para nosotros es que el mismo contiene la voz “paisano”, y nos trae una definición e interpretación de un tiempo que nos resulta primordial.

Nos dice de “paisano”: 1) habitante y natural de la campaña 2) gaucho, en su segunda acepción 3) natural de las provincias argentinas del interior 4) los gauchos le dan este nombre particularmente a los santiagueños.

Acorde a nuestros decires, vemos que tal Academia, reemplaza el español ‘territorio rural’, por el más propio ‘natural de la campaña’, y que inmediatamente asocia la voz a la de “gaucho”, ya que la pone como un sinónimo. Recordamos que estamos en 1875 / 79, o sea que es una interpretación de época, sin intermediarios.

Resulta curioso el punto 4), pues parecería que los gauchos son solamente los de la región pampeana, pues convierte a los de otra provincia en “paisanos”. Resulta curioso -reiteramos-, pues vayan por ejemplo a decirle a los salteños que no son gauchos…

Coincidente con esa definición de 1875 / 79, es la que Daniel Granada vuelca en su Vocabulario Rioplatense Razonado de 1890, cuando dice que “paisano” es la “persona que es del campo. Su prototipo es el gaucho”, y ya no hay medias tintas: para Granada “gaucho” y “paisano” son lo mismo.

En nuestra percepción, “paisano” es el sucesor del “gaucho”, a partir de las transformaciones que poco a poco trae el alambrado: conserva sus usos y costumbres, su cancionero y bailes, sus mismas habilidades en las rudas tareas de campo, etc., pero, perdida su ‘libertad e independencia’, se ha sometido a la regulada vida de una estancia alambrada. Ahí se formaliza entre nosotros la expresión “paisano”.

Y más o menos lo mismo es lo que ha sintetizado el para nosotros muy respetado dolorense Eduardo Acevedo Días (h), cuando explica que es la persona de campo o (la) que ha seguido los usos y costumbres de la vida de la campaña”, o sea que es “paisano” el que siguió respetando los modos del “gaucho”.

El estudioso del vocabulario del Martín Fierro, Francisco Castro, y el investigador Félix Coluccio, le agregan un significado que particularmente no le he conocido, y es que se usa como sinónimo de amigo, camarada, compañero, hermano. No lo encuentro en la práctica.

No podemos desconocer que también hay una significación ajena a nuestro uso, y es que cuando por ejemplo, dos napolitanos, o dos catalanes (elegimos al azar), se encuentran lejos de su tierra, se reconocen entre sí como “paisanos”, porque son del mismo lugar, región o provincia, no porque son de Italia o España.

Entre nosotros, especialmente en el área pampeana, a los identificados como “indios mansos”, se los llamaba “paisanos”, y al respecto hay un libro renombrado llamado “Nuestros Paisanos, los indios” de Carlos Martínez Sarasola.

Ese al que hoy vemos de bota, bombacha, corralera y el resto de los atavíos típicos, al que el observador común llama o ve vestido de “gaucho”, ese, ese es el “paisano”.

En la segunda mitad del Siglo pasado Atahualpa Yupanqui popularizó la expresión “Paisano es el que lleva el país adentro”, y es verdad que suena bien, pero allí esa expresión “país”, intuyo que no remite al lugar donde se nació o se reside, sino al “país” como estado soberano. O sea que es una expresión contemporánea y no del tiempo del “gaucho” donde hemos querido rastrear el significado.

La Plata, 16/09/2020

Carlos Raúl Risso E.-