domingo, 30 de abril de 2023

PERRO CIMARRÓN

     Cuando por 1875 se intentó el primer Diccionario de Argentinismos, se definió allí a “cimarrón”, como: “salvaje, silvestre; se califican así comúnmente los árboles y yerbas sin cultivo, o que se asemejan  a las cultivadas, como ‘papa cimarrona’, ‘durazno cimarrón’, etc”. Poco después Daniel Granada ensayó otra definición: “animal montaraz o planta silvestre, en contraposición al doméstico o manso y a la que se cultiva en las huertas. Así se dice ‘perro cimarrón’, ‘vaca cimarrona’, ‘apio cimarrón’…”.

“La voz corre en el país -dice Abad de Santillán- desde fines del S.XVI.; a principios del siguiente (1614) ya aparece como calificativo de animales: ‘potro cimarrón’, ‘yegua cimarrona’. Hacia fines del S. XVIII se aplicaba preferentemente a los ‘perros salvajes’ que llegaron a constituir una verdadera plaga en las campañas, donde diezmaban al ganado”.

Según Walter Cazenave, de la UN de La Pampa, “…en una fecha tan temprana como 1621, se registra la primera queja oficial realizada en estas latitudes (por) vecinos de Buenos Aires…”, por los perros que asolaban en la campaña.

 “El Vasco” Rubén Iriart, en revista “Inclusiones” de Monte Hermoso, trae a colación un comentario del capellán Richard Walter que anduvo por las costas atlánticas entre 1740 y 1744, quien en 1748 publicó una “relación” de su viaje alrededor del globo, y cuenta que por 1742, en el extremo sur de lo que es la provincia de Buenos Aires, encontraron “el país lleno de caballos libres y de grandes perros que corrían en tropas por los campos”.

Como mucho nos interesan las opiniones añosas de gentes nuestras, bien vale citar lo que por 1884, en Palmas y Ombúes” volcaba Alejandro Magariños Cervantes, autor montevideano: “En el Plata aplicase el adjetivo con característico significado al ‘perro salvaje’, oriundo de los que trajeron los españoles, y que se propagaron de un modo asombroso, ahuyentando y destruyendo los ganados, aterrorizando las poblaciones diseminadas en nuestras vastas soledades”.

Como su origen radica en perros domésticos silvestrados, no se ha podido identificar un tipología especial como para definir a una raza, y algo de esto se aprecia en un comentario de Sáenz (h), quien dice que por referencias de tíos y abuelos suyos, como así también de viejo gauchos pobladores, “…el perro cimarrón no ladraba nunca. Aullaba solamente y con mucha frecuencia; era característica su gritería en las noches cálidas y tormentosas. Tampoco meneaba la cola como signo de amistad… (…) Su pelaje era bayo, aunque en Entre Ríos había algunos negros y de panza amarilla., sus orejas eran erectas, como el aguará de grande. Su tamaño era de la alzada de un perro policía alemán común,...”.

Otros los han descripto como que tenían una talla similar a los dogos europeos, de hocico largo, orejas derechas; su cuerpo flaco pero musculoso, de patas largas y fuertes, aptas para largas correrías.

Y estas diferencias se deben según el escritor Fernández Saldaña, a que los años “que pudo durar su ciclo no fueron suficientes para que plasmara con caracteres definidos”.

“Ya en el S. XVIII -afirma Don Carlos Moncaut en su libro “Pampas y Estancias”- los ‘perros cimarrones’ se expandieron en abundante colonias por los pagos de la Magdalena, Matanza, Morón, Lobos, Guardia del Monte, Ranchos, Luján, Areco, Pergamino, El Pilar, Monte Grande, Saladillo y Chascomús. Merodeaban por las extendidas estancias de los Anchorena, en Ajó, Tordillo, Pilar y Vecino, y se los vía muy frecuentemente por los ríos Samborombón y Salado, como así también por todas las riberas de las lagunas encadenadas, y hacia el sur, por las sierras del Tandil y de la Ventana, y particularmente por los pajonales y bañados de la costa atlántica”.

Pero dicha plaga no fue privativa de nuestra campaña y también en la vecina costa oriental del Plata la sufrieron, por eso tomamos esta referencia de “Historia de la Ciudad y el Departamento de Salto”, de César Miranda y Fernández Saldaña (1920), donde se lee: “Los perros criollos, flacos y ágiles se atrevían con los jinetes que aventuraban travesías sin precauciones. Se solía ver en pleno campo, misteriosos rodeos de hacienda sin percibirse quien pudiera pararlos. Eran los ‘perros cimarrones’ que chicoteados por el hambre acorralaban a los vacunos con ánimo de cazadores (…) baqueanos en una clase de faena en que sus antepasados habían servido al hombre”.

Si bien no hay precisión, la desaparición de esas inmensas jaurías, se da en las dos últimas décadas del Siglo 19, cuando la estancia se alambra y comienza su modernización, y para cuyo patrón, los “perros cimarrones” fueron un enemigo declarado.

La Plata, 30/04/2023

sábado, 29 de abril de 2023

JUEGO DE BOCHAS

 BOCHAS (juego de): La expresión deriva del italiano “bocce”, y con la inmigración de esa nacionalidad no solo llegó a nuestra campaña, sino a todos los puntos del mundo donde esa comunidad se asentó. Se calcula que está entre nosotros desde la década del 80 del siglo 18. La forma en que tal cual hoy se lo juega, se estableció en Italia.

Al origen del juego, los historiadores lo datan en tiempos muy antiguos, unos 5000 años antes de la era cristiana, pues los pueblos de Egipto ejercitaban un juego similar, por supuesto más rudimentario, haciéndolo con piedras pulidas, y desde Egipto el juego se propagó a Grecia alrededor del 800 a.C., según informa la historiadora Virginia González Ferrer, y ya en la Edad Media (época en que comienzan los viajes a América), se había difundido a toda Europa, por lo que no sería de extrañar que el conquistador lo aportara.

En El Gaucho Florido (1932), el escritor uruguayo Carlos Reyles dice: “La pulpería y sus alrededores estaban animadísimos. Los gringos jugaban a las bochas, los criollos a la taba, los naipes y el tejo.”

Como tantas otras cosas que nos llegaron importadas y al adoptarse se acriollaron, lo mismo pasó con este juego. Pero dejemos correr la palabra del dolorense Ambrosio Althaparro: “…este juego era muy grato al gaucho, pero se jugaba con variantes fundamentales con respecto a la forma en que se practica actualmente (dicho esto en 1944), solamente a esas variantes me referiré por tratarse de un juego tan conocido.

En primer lugar se prescindía de la cancha y se jugaba en terreno abierto, por lo general en el camino y sus adyacencias (…) El arrime era más difícil que en cancha lisa. Desde la raya de partida y a pie firme se arrimaba y para bochar se daba un paso solamente en lugar de los ‘tres trancos’, en cancha y al estilo italiano.

A las bochas se las llamaba “orejanas” y “herradas” (vocablos típicos del habla campera). Las bochas eran algo de menor tamaño que el de las actuales, y se hacían de madera muy dura, muy oscura, casi negras; posiblemente de urunday.

He visto en el juego de bochas algo muy criollo: tomando la bocha con la lonja del rebenque y arrojándola, sin tocarla para nada, con la mano.

La expresión criolla era “le tiró el chico lejos” (hoy se dice: al fondo), y cuando un bochazo daba de pleno en una bocha desplazándola y quedándose en ese sito, se decía “sentada” (hoy es chanta).

Actualmente no se lo práctica en la campaña propiamente, pero si en los pueblos y ciudades, en clubes con canchas cerradas por lo general, que participan de campeonatos regionales, provinciales y nacionales. Córdoba es una provincia que se destaca en dicho deporte.

La Plata, 1/04/2023

ANDAR VENAO

 VENAO (andar…): de venado. El venado de las pampas, es un cérvido de tamaño mediano, propio de las llanuras con pastizales altos y presencia de arbustos, que también frecuenta  zonas de bañados y cangrejales.

El macho es reconocible a la distancia por su fuerte olor ‘almizclado’ secretado por unas glándulas interdigitales, con el que marca su territorio, sobre todo durante la época de celo (Wikipedia). Lo de ‘almizclado’ viene de ‘almizcle’ palabra que deriva del árabe hispano ‘almisk’, donde significaría ‘testículo’, y señala -según la Real Academia- una grasa untuosa de olor intenso. A propósito, Don Carlos Moncaut señala: “se dice que antiguamente el venado que deambulaba por la provincia porteña, despedía fuerte olor, un tufo almizclado. Andar venado era andar en ayunas, con mal aliento. Matar el venado, se lograba, por lo general, con el primer mate.”

Reforzamos con lo que en ‘Voces y Costumbres del Campo Argentino’ nos dice Inchauspe: “es andar con el estómago vacío, o sea sin comer, especialmente en horas de la mañana cuando, por cualquier circunstancia, no se ha podido hacer el ‘almuerzo chico’ (que se hacía a la mañana temprano), circunstancia que da lugar a eso que medicamente se denomina ‘alitosis’ y que no es otra cosa que ‘el mal aliento’.

La Plata, 08/04/2023