LR 11 – Radio
Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro
Nº 001 – 30/10/2016
Con su licencia,
paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor
luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la
campaña”.
JAGÜEL
Cuando el conquistador
español empezó allá por 1581, a repartir los campos de la campaña porteña en
“suertes de estancia”, una de las principales preocupaciones fue el tema del
agua. Por ese motivo los repartos se hacían sobre cursos de aguas, principalmente
ríos, y por eso también fue que dichas suertes eran angostas y largas, las que
por allí escuchamos nombrar como “lonjas de campo”. Así fue que frente a un río
cuya costa podía dar bajada a la hacienda a saciar la sed, se iban repartiendo
las fracciones una al lado de la otra.
Más adelante, al
poblarse campos de “pa’juera”, para solucionar el problema del agua, se
comenzaron a cavar “jagüeles”. Estos eran “Amplios
pozos excavados hasta la primera napa de agua como represa artificial para
abrevadero de los ganados. Cuando las vertientes no están muy profundas, estos
pozos eran convertidos en represas, donde el ganado bebía directamente. Se
practicaba una rampa a cada lado para que los animales bajaran hasta el agua.
Este ‘jagüel’ era de forma cuadrilonga y las rampas se construían en los
costados más largos”. Esto según el decir de Don Francisco I. Castro.
Pero el que quizás está más presente en la
memoria popular, es el pozo redondo y con brocal, que solía haberlos cerca de
‘las casa’ como en medio del campo donde era útil para que abreve el rodeo. El
agua se sacaba a balde, para lo cual se plantaba un poste a cada lado del pozo,
unidos en lo alto por un travesaño o
crucero del que pendía una roldana por la que pasaba una soga o un lazo que de
un extremo sostenía el balde, y del otro, prendido a la asidera del recado, era
tirado por un caballo al que se solía denominar “jagüelero”, generalmente
montado por un boyerito, que en un monótono ir y venir iba sacando el agua que
el balde volcador dejaba caer en una represa que abastecía bebederos.
A propósito, en 1953,
Miguel H. Bustingorri publicó un sabroso libro titulado “El Muchacho del
Jagüel”.
Hubo distintos tipos de
baldes: los más primitivos fabricados en cuero, luego el balde volcador, la manga
de madera y luego de chapa.
Con el poeta Charrúa
como principal impulsor de la poesía campera, ya por la década del ’30 del
siglo pasado abordó el tema del “jagüel en su libro “Campo y Cielo”; también lo
abordó otro poeta de esa misma generación como Omar Menvielle, quien le dedicó
una décima.
Si bien tras la
difusión masiva del molino el “jagüel” fue cayendo en desuso, aún suele vérselo
en poblaciones apartadas de la campaña, aunque en lugar de “jagüel” suele
nombrárselo como “pozo de agua”.
Redondeando lo dicho, recurrimos entonces al
verso de Charrúa y lo compartimos con la audiencia
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