domingo, 28 de octubre de 2018

DON OSVALDO GUGLIELMINO, mentor de Rafael Hernández



Aunque parezca mentira, algo difícil de creer, y resulte finalmente una injusticia, en las últimas horas del  martes 20 de febrero, a menos de tres meses de cumplir 97 años, falleció en la ciudad de Buenos Aires, Don Osvaldo Guglielmino, el notabilísimo escritor y poeta identificado por nacimiento y vida, con la bonaerense ciudad de Pehuajó.

Ningún medio de alcance nacional, ni diario ni revista, fue capaz de dedicarle una merecida necrológica; quizás su pecado haya sido estar identificado con lo popular y haber sido funcionario en dos gobiernos que encabezara Perón. Y aunque yo no me identifico con dicho movimiento, me resulta imposible no reconocer los méritos de su obra.
Como en aquellas viejas ollas de tres patas que ‘tayaban’ en los fogones camperos y las humildes casas pueblerinas donde se cocinaba a leña, tres pueden haber sido los sustentos de su obra: la personalidad y vida de Manuel Dorrego, el valor político y emprendedor de Rafael Hernández, y el cantar de Martín Fierro.
Su obra amplia y disímil -aunque se le pueden encontrar puntos de contacto-, se inició a los 18 años de edad, cuando su padre le financió la publicación del poemario “Preludio”. Tenía 11 años, cuando subyugado por la belleza de una compañerita de la primaria comenzó a conjugar las primeras rimas, tiempos en los que casi desconocía aún lo que era la poesía.
Nació en  el pueblo de  French,  el 8/05/1921, siendo el menor de los tres hijos del matrimonio de Luisa Russo y Albino Guglielmino, quien a los tres meses de vida de su último hijo, mudó a la familia a la ciudad de Pehuajó, buscando mayor futuro a su oficio de panadero.

Hace los estudios primarios, que continúa luego en el Colegio Nacional de esa ciudad, donde obtiene el título de bachiller en 1940.
Inmediatamente se inscribe en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la UNLP, para lo cual se establece en la capital provinciana, en casa de su tía Isolina Guglielmino, en calle 12 e/69 y 70 (*), graduándose al cabo de cinco años como Profesor en Letras.
A cien metros de donde vivía, (12 N° 1773) se encuentra la Iglesia de San Francisco de Asis (entonces de la orden franciscana), en cuya vereda, una calurosa tarde de diciembre de 1945, ve entrar una pareja que iba a unirse ante Dios, y ¡oh sorpresa!, no eran otros que Eva Duarte y Juan Perón, de quienes sería ferviente admirador y seguidor de sus políticas. Tenía entonces 24 años.
(Diez años después y por muy breve espacio de tiempo sería Director de Fomento y Estímulo Cultural).
Concluidos los estudios y ya de regreso en su ciudad, se inicia en la docencia en la Escuela Municipal y el Colegio Nacional donde había sido alumno, del que -a partir de 1952- será su director.
Atraído por la literatura desde la adolescencia, a lo largo de su prolífica vida de escritor -que abarca poesía, narración, ensayo, teatro e investigación- ha dado a la imprenta más de treinta títulos.
Miembro notable de la reconocida “Generación del ‘40”, ha sido valuarte del movimiento conocido como “adentrismo”, que él mismo define como la poesía que “sale desde adentro mancomunada con el espíritu de la tierra”, la que tiene una “doble actitud subjetiva y geográfica”, aspecto sobre el que escribió un ensayo.
El aborigen, el gaucho, la guerra del desierto, la historia del oeste bonaerense -su lugar-, están recurrentemente reflejados en su vasta obra.
Pero no se agotan ahí sus inquietudes y también aborda el tema del lunfardo, siendo incorporado el 18/10/1973, como miembro de la Academia Porteña del Lunfardo.
 Por esos años y con Perón nuevamente en el Gobierno, ocupará el cargo de Subsecretario de Cultura de la Nación, siendo entonces responsable de Ediciones Culturales Argentinas (ECA).
Imposible no recordar que fue Guglielmino quien reivindicó la figura de Rafael Hernández, al ubicarlo precisamente en el lugar de fundador de la Universidad de La Plata, la que en 1901 logró su única colación de grado.
Como la misma era de carácter provincial, “el mérito” de Joaquín V. González en 1905, fue haberla nacionalizado.

No lo sabemos fehacientemente, pero quizás el lustro que vivió en La Plata con motivo de sus estudios universitarios, al conocer que el Colegio Nacional (dependiente de la UNLP) llevaba el nombre Rafael Hernández, sintió curiosidad del porqué de esa denominación, y comenzó hurgar en la historia de la casa de altos estudios, ya que el libro que le dedica, “Rafael Hernández, el hermano de Martín Fierro”, aparece en 1949 a solo tres años de haberse graduado.
Cerrando esta reseña, digamos que en 1974 recibió el Premio Consagración de Literatura de la Provincia de Buenos Aires.
Entre sus importantes distinciones no podemos dejar de mencionar que en 1991,  con el voto unánime en las Cámaras de Diputados y Senadores, la provincia ¡su provincia!, lo declaró Personalidad Destacada de la Cultura Bonaerense.
En 1993 la Cámara de Diputados de la Nación lo nombró “Mayor Notable Argentino”, y diez años después, por Ley 1260 sancionada el 4/12/2003, la Ciudad de Buenos Aires lo destacó “Ciudadano Ilustre”.

Algunos títulos de su vasta obra, son:
“Preludio” -poesía- (1939) - “24 Horas” -poesía- (1941) - “Mensaje” -poesía- (1946) - “Ida y vuelta de Juan Sin ropa” -poesía- (1949) - “Rafael Hernández, el hermano de Martín Fierro”  -ensayo biográfico- (1949) - “Estero Profundo” -novela- (1955) - “Juan Sin Ropa” -poesía- (1957) - “Retablo Pehuajense” -poesía- (1961) - “Nuestra Frontera” -teatro- (1962) - “Sonetos y canciones del desierto” -poesía- (1965) - “Las Vacas” -teatro- (1967) - “Canto fundamental” -poesía- (1967) - “Adentrismo” -ensayo- (1968) - “Villatun” -poesía- (1970) - “La epopeya del desierto” -novela- (1971) - “Las leguas amargas” -novela- (1972) - “Rumbo sur” -historia novelada- (1977) - “Esta heroica memoria de la tierra” -poesía- (1977) - “Dorrego, civilización y barbarie” -ensayo- (1980) - “El canto libre” -poesía- (1981) - “Pantaleón Rivarola y las atrocidades inglesas” -ensayo- (1983) - “Perón, Jauretche y revisionismo cultural” -ensayo- (1984) - “La epopeya nacional y popular” -poesía- (1985) - “Poemas de la tierra” -poesía- (1986) - “Canciones del descubrimiento” -poesía- (1986) - “Kuonyipe y otros poemas americanos” (1990) - “Oratoria a la Virgen de Luján” -poesía- (1991) - “Juan el Oso y de cuando los Reyes Magos llegaron al Sur” (1998) - “Canto Fundamental y Retablo Pehuajense” (1999) y “Juan Sin Ropa” -poesía- (2000) – “Martincito Fierro” -poesía-; etc. etc.

La Plata, 4 de Abril de 2018

  
(*) La dirección se ubica a unos 200 mts. del domicilio del autor del artículo.

Fuentes: “Vida y Obra de Osvaldo Guglielmino”, de Jaime Sureda
            
“Pasión y Prédica de un escritor nacional”, de Luis Ricardo Furlán
            “Diccionario Biográfico de Escritores Costumbristas Platenses”, de
              Carlos R. Risso
              Reportaje de Susana Rigoz , 2009 (DEFonline.com.ar)
(Publicado en la web de El Tradicional en 04/2018)

EL CUERO A CUALQUIERA LOBO, Dijo Hernández



Cuando por octubre de 2015 nos concentramos en escribir un artículo sobre el poncho de cuero de Justo J. Urquiza*, a raíz de la réplica confeccionada por la artesana/artista Graciela Roso, y mientras también trabajábamos compilando material para la edición N° 85 (9/2015) del Boletín de los Escritores Tradicionalistas, encontramos en el libro “El Caballo, sus aportes…” de Juan C. Artigas, un comentario titulado “Poncho de Cuero”, en el que aludía a la sextina del “Martín Fierro” que dice:
“Y cuando sin trapo alguno
nos haiga el tiempo dejao-
yo le pediré emprestao
el cuero a cualquiera lobo-
y hago un poncho, si lo sobo,
mejor que poncho engomao.”

A su vez Artigas había tomado el tema de una nota de Revista “El Chasque”, donde el interrogante era a que lobo se referiría el poeta, ya que en la pampa no existían, y dejaba abierta la posibilidad de que fuese el yeguarizo cimarrón llamado “lobo” en la región cuyana.
Decir que nos picó la curiosidad, quizás sea quedarnos corto con la sensación de ese momento. Este es el resultado de lo que poco a poco hemos ido averiguando.
Descartado el cánido “lobo” -probable ancestro del perro doméstico-, ya que no existió por estas llanuras pampeanas, nos quedaba informarnos sobre qué era eso del “yeguarizo lobo”, para lo cual nos comunicamos con el Presidente de la Federación Gaucha de San Luis, el compadre Carlos Hermán Fernández, quien gentilmente nos refirió que tanto en la zona precordillerana de Mendoza como de San Juan, hasta no hace mucho, una vez al año subía la paisanada (hasta 100 personas) en forma organizada, y poco a poco iban juntando y arreando los yeguarizos cimarrones hacia los valles de abajo, donde se procedía a realizar durante varios días, una gran yerra con esa “caballada loba”, lo que dio motivo a una fiesta anual que desde su audición radial Darío Bence promocionaba diciendo: “Fiesta de Cumbres y Valles Iglesianos donde se baja la caballada loba”.
Me aclara Fernández que lo de “loba” o “lobo”, proviene del apocamiento de “lobuno” (pelo del color o similar al lobo), lo que nos lleva a pensar que quizás por una cuestión de mimetización, el pelaje lobuno tenía (o tiene… creo que dicho encierre aún se sigue haciendo) preponderancia en esas manadas cimarronas.
Ahora bien, más allá de haber conocido algo nuevo en el continuo aprendizaje de usos y costumbres que hacen a nuestras tradiciones gauchas, me parece que atribuirle aquello de “yo le pediré emprestao / el cuero a cualquiera lobo”, a “voltiarle el cuero” a un caballo lobuno para hacer un poncho, resulta un tanto caprichoso y forzado, porque tal término no es de uso común en el ámbito en el que se desarrolla el testimonial poema.
Y entonces… de dónde sacó Hernández tal aseveración…? Pues bien, creemos haberle encontrado el sentido.
Comencemos por recordar que está saliendo de la niñez cuando su padre se lo lleva a los campos porteños del sudeste donde capataceaba y administraba estancias, por caso allá por Laguna de los Padres, en las vecindades de la actual Mar del Plata. Se formará entonces en aquella vida de hombres recios y curtidos; no son campos con poblaciones palaciegas, más vale carecen de ellas; vivirá la auténtica vida de fogón, sin mujeres podría decirse, sin madre ni tía a la vista para sobreprotegerlo.
Este momento que se extendió hasta enero de 1853, pudo haber arrancado en 1843 -según Augusto R. Cortazar- o hacia 1846 -al decir de Jorge Calvetti-, y bien hayan sido 9 años o solo




6, lo cierto que es el período en el que está en contacto con el gaucho neto, justo en el momento de la vida en que se es como una esponja absorviendo información y conocimientos.
Tiempos aquellos de campos sin alambrar, en que los rodeo se debían rondar de continuo, como así también hacer grandes recorridas buscando animales alzados. Probablemente en estas cuestiones, acompañando a su padre, fue que se allegó hasta “las costas de la mar”, aquella “muy galana costa” según definiera Don Juan de Garay en su única entrada a los campos del sud, después que refundara Buenos Aires.
No hay dudas que en estas recorridas, conoció “las loberías”, que en la costa Atlántica se extienden desde el sur de Brasil hasta el extremo austral patagónico, y han dado nombre a lugares, como Isla de los Lobos, frente a la costa uruguaya o “Barranca de los Lobos”, casualmente en la zona por donde anduvo Hernández. Y esto lo afirmamos basados en lo que ahora viene.
Todos saben (o ingenuamente eso creemos),  que José Hernández es el poeta que dio vida al libro “Martín Fierro”, ahora… lo que pocos saben y menos han leído, es que nos legó otros libros; uno de esos, muy curioso e interesante se titula “Instrucción del Estanciero”, texto de 11/1881. Por el título se descuenta que es un libro que apunta a mejorar la explotación ganadera de un establecimiento rural, y así es, pero… siempre hay un pero: en la Séptima Parte, su Capítulo III (oh! curiosidad), se titula “Lobos”, y allí da rienda suelta al conocimiento que tiene sobre el tema, y como aconseja hacer rentable, un recurso natural hasta el momento desperdiciado.
Comienza ese Capítulo advirtiendo que el libro se le ha ido muy extenso, por lo que eliminará algunos escritos que considera se pueden obviar, y a otros los abreviará. Casualmente dice: “De este Capítulo extraemos los siguientes fragmentos, referentes a los lobos…”.
Tenía amplios conocimientos sobre el tema, donde quizás su única confusión residía en considerar al lobo de mar y al de río una misma especie solo diferenciada por el tamaño. Y a lo que personalmente había observado, con seguridad le sumó los informes que en 11/1869, le suministrara en forma escrita el Comandante de Marina D. Augusto Lasserre, cuya carta comienza diciendo: “Querido Hernández: Cumpliendo con la promesa que usted me exigió en julio próximo pasado de hacerle la relación de mi viaje a las Islas Malvinas,…”
En la misma, entre otras cosas, le hace un acabado informe sobre las habituales caserías de lobos de mar, del que advierte el gran valor comercial si también se pudiese usar el aceite, además del cuero.
Volviendo al conocimiento propio de Hernández, comienza haciendo un detalle de las costas atlánticas y los sitios visitados por dichos anfibios, y en un punto relata: “De Macedo adelante, toda la costa es formada de terrenos cenagosos, llamados guadales, al pie de los médanos que se extienden hasta Mar Chiquita. Allí empiezan de nuevo pedazos de costa firme, hasta el punto de la Laguna de los Padres, llamada actualmente “Mar del Plata”. Continúa luego describiendo e historiando “Cabo Corrientes”, afirmando que a partir de allí “empiezan recién las barrancas de la costa sud”. Y explica: “El mar hace allí una pequeña ensenada, en forma de herradura, de aguas muy serenas, a donde en cierta estación del año acuden los lobos gordos en innumerables cantidades.”
Los detalles que aporta demuestran que conocía muy bien la geografía y las loberías, y como no hay información que ya hombre haya vuelto a esos parajes, se ve que dicha observación que supo guardar su memoria, provenía de aquellos años adolescentes en que acompañó a su padre, viviendo por Laguna de los Padres.
Continúa describiendo: “Los gauchos, que en todas partes son parecidos en eso de acometer empresas audaces, hacen escaleras de lazos y se descuelgan de las barrancas, a matarlos. (…) Allí mismo se beneficia la grasa y se preparan los cueros que se exportan enseguida para Inglaterra, donde son muy estimados. En Londres, las señoras y señoritas adornan sus trajes con pieles de lobo, y hacen chaquetillas, manguitos y muchas otras cosas. Tiene un valor considerable.”
Aclarado este punto no nos quedan dudas que cuando canta: “yo le pediré emprestao / el cuero a cualquiera lobo-”, se refiere concretamente a los lobos de mar.
Y hubiésemos solucionado este entuerto muy fácilmente, de habernos remitido de entrada al libro “Vocabulario y Frases de Martín Fierro”, de Francisco I. Castro, ya que sobre el verso en cuestión, aclara: “lobo marino”, y sobre la pata nos da otra referencia, el momento aquel del poema en que llega a la pulpería un negro con su china, aquella que a raíz de la pelea entre Fierro y el negro, “empezó la pobre allí / a bramar como una loba”. Afirmado esto por el hecho de que cuando los lobos buscan la serenidad de una ensenada costera, sucede porque es época de cría, y al momento de la cacería se produce una gritería infernal, de allí lo de “a bramar como una loba”.
Lindo debería ser tener uno de esos ponchos, bien descarnado y sobado, ya que como dijo “el Tata”, resultaría en la práctica cuando los días de lluvia: “mejor que poncho encerao”!!.
La Plata, 8 de enero de 2018


* Ver El Tradicional N° 139 (11/2015)
(Publicado en la web de "El Tradicional", en 01/2018)

JULIO DÍAZ USANDIVARAS - a 130 años de su natalicio


Al sudeste de la ciudad de Córdoba, en la Estancia “Las Lilas”, nació el 11/09/1888, siendo hijo de Dolores Usandivaras y el Dr. Carlos Díaz; familia de honda raigambre, como que su bisabuelo José Javier Díaz fue el primer gobernador electo de esa provincia,  y su otro bisabuelo, el Cnel. Mariano Usandivaras, luchó junto a San Martín en la gesta de la guerra de la Independencia.
Autodidacta de formación, comienza a los 24 años su vinculación con el periodismo al publicarle “El Mundo Argentino”, en 01/1913, un soneto, y muy poco después, 01/1915, publicará su primer libro de versos: “Por el Camino”.
Sus trabajos en prosa y en verso tuvieron feliz acogida y amplia difusión en reconocidos medios de la época, como: PBT, Fray Mocho, Caras y Caretas, Plus Ultra, Atlántida, El Hogar y El Trovador.
Fue un empedernido trashumante del suelo patrio en épocas en que viajar no conllevaba las actuales comodidades, esparciendo su sapiencia criolla en todos los ámbitos a que tenía acceso; su presencia y su palabra eran esperadas con inquietud, y él, como quien siembra al vuelo, depositaba las semillas de su amor gaucho en las fecundas sementeras de los espíritus ávidos de tradición.
De joven se había radicado en la Ciudad de Buenos Aires, y allí, en el barrio de Flores, el patio de su amplia casona fue testigo de acogedoras reuniones, que más allá del asado criollo y el vino manso, se aderezaba con nutritivas charlas y ardorosas tenidas payadoriles, arte éste, que no le fue ajeno, y del que fue entusiasta difusor. En dichas tenidas se alistaban nombres como los de Martiniano Leguizamón, Soiza Reilly, Justo P. Sáenz (h), Coria Peñaloza, Molina Campos, y payadores como  Nicandro Pereyra y Juan Más.
Sus libros son -además del ya citado- “La Musa Triste” (1917), “Agreste” (1917), “Espejos Nativos” (1921), “Jazmín del País” (1923), “El Alma de la Tierra” (1926), “La Flor de mi Campo” (1926), “Garúa” (1931), “Palo Santo” (1933), “Talar” (1935), “El Libro de las Décimas” (1946), “El Nuevo Libro de las Décimas” (1952) y “Folclore y Tradición” -con su hijo Julio- (1953); la mayoría, de versos.

Tenía 34 años cuando en 1922,  contrajo matrimonio con Consuelo Dueñas, de cuya unión nacieron Clara, Julio Carlos y Marta Dolores.
El 16/09/1962, a los 74 años, muere en la Capital Federal, y en 05/1964, se inaugura en el Cementerio de la Chacarita, un Mausoleo en su memoria.


(Publicado en "Revista Digital de Mis Pagos N° 65 - 6-7/2018)

FRONTONES


LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 92– 28/10/2018
Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.

Al hablar el domingo pasado sobre “los vascos”, hicimos mención de sus aportes a la cultura criolla, y allí citamos en lo deportivo, el juego de “pelota en frontón”, que si bien lo comenzaron practicando entre los hombres de esa comunidad, rápidamente fue adoptado por nuestra gente también.
Se supone que antes del 1800 se establecieron los primeros “frontones”, pues rudimentariamente era suficiente con una pared sobre la cual hacer rebotar la pelota a fuerza de precisos paleteos; ahora, vale aclarar que su éxito y difusión se debe ubicar en las últimas décadas de esa centuria.
Justamente esa pared es la que recibe el nombre de “frontón”, designación que por extensión abarca todo el espacio en el que se desarrolla el juego, más o menos así lo define la Real Academia de la Lengua.
En los almacenes de campo, el “frontón” -la cancha de pelota a paleta- es al aire libre, abierta, y sus medidas están en los 10 mts. de ancho, por un largo variable que va de los 28 a los 54 mts.
En los pueblos los “frontones” se erigen en espacios cerrados.
Esos almacenes o esquinas de campo, contaban con los “frontones” y la “cancha de bochas” (este otro juego de origen italiano). como un agregado para atraer clientela, y de la misma manera que las “cuadreras”, los desafíos entre afamados “pelotaris”, atraían en la fecha establecida para el partido, inusitada cantidad de curiosos, que dejaban sus pesos en el mostrador y también en las apuestas, porque “de afuera” se jugaba por plata.
Entrando en precisiones que escapan a nuestro saber, copiamos que si se jugaba con pelota de cuero o de goma maciza, se requería cancha de 36 mts., y de 30 si era con pelota de goma, en todos los casos en cancha de “frontón” con ‘trinquete’, también llamado en nuestra campaña ‘tambor’ o ‘tambur’, un ochavado que une el extremo derecho del frontón con la pared de la derecha.
Por famoso en este juego no podemos dejar de mencionar al “Manco de Teodelina”, o sea Oscar Messina, quien pasó la última parte de su vida radicado en Chascomús, y que en sus épocas de glorias daba todas las ventajas, jugando con un brazo atado, a veces el derecho para jugar solo de zurda.
Hoy en día ya no se siente en el campo el retumbar del “frontón”, y a eso refiere el verso que escribiera Ricardo Lejarza, que titulara “La Muerte de los Frontones”.
(Se puede leer en el blog “Poesía Gauchesca y Nativista”)

domingo, 21 de octubre de 2018

VASCOS


LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 91 – 21/10/2018
Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.

Según mi apreciación personal, la comunidad “vasca” es la que más fácil se acriolló y se adaptó al ámbito rural, incluso, incorporando a su atavío el uso del chiripá como una cosa natural. Y si bien la presencia “vasca” viene de los primeros tiempos de la conquista (el fundador de Buenos Aires, Don Juan de Garay correspondía a esa comunidad), será en la centuria del 1800, cuando comienzan las oleadas inmigratorias que integrará a los “vascos” a la vida del país.
Se cree que el pueblo “vasco” tiene una antigüedad de más de 7000 años. Serían anteriores a las grandes culturas de la civilización humana. Viene de tan lejos, que el origen de la lengua vasca, el euskara, no se ha podido resolver, y resulta inclasificable, ya que no coincide con ningún de los lenguajes conocidos.
En el libro “Los Vascos en la Argentina” de la Fundación Vasco Argentina “Juan de Garay”, se destaca que: al “claro sentido fundacional que desde 1810 ha impuesto la cultura vasca en nuestro país, debe añadirse que, en relación con el número de afincados .
El entonces presidente de la recién citada Fundación, Jorge Zorreguieta, expresó que “Entre nosotros, el vasco es sinónimo de rectitud, trabajo y constancia. Un ser de actitudes austeras, noble y de perfil bajo. En la Argentina hay tres millones y medio de personas que tienen alguna ascendencia vasca. Más gente de origen vasco que en el propio país”.
La primera llegada de “vascos” en cantidad, se da hacia la segunda mitad de la década de 1830 y toda la siguiente; años después hay otra gran oleada con posterioridad a la caída de Rosas y que se extiende por unos diez años, o sea 1853/1863, con la particularidad que en esta ocasión la mayoría elige radicarse en nuestra campaña, o sea la región pampeana. Por último, en la gran inmigración que se da una vez finalizada la “conquista del cierto”, llegan también gran cantidad de “vascos”.
Es sabido que el gaucho era renuente a toda actividad que no se desarrollase de a caballo, o sea, menospreciaba las tareas de a pie, y en esas comenzó a ocuparse el “vasco”: ser zanjeador, pastor de ovejas (otra tarea no querida por el gaucho), mano de obra en los saladeros, plantador de árboles, cavador de jagüeles; con la llegada de los ferrocarriles, se ocupó a pala, pico y carretilla para la construcción de los terraplenes y el tendido de vías; y al comenzar a alambrarse los campos, se especializó en el oficio de alambrador. Pero donde más lo asociamos, debe ser sin duda en la tarea de tambero, y en su condición de repartidor de leche en pueblos y ciudades. Si bien en su tierra ejerció como agricultor, no fue ésta ocupación que lo deslumbrara entre nosotros.
Pero tampoco podemos olvidar que no le hizo “asco” al oficio que se le presentara, y fue comerciante de ramos generales, dueño de fonda con hospedaje, patrón de tropa de carros, estanciero…
Su cultura nos aportó el uso de la alpargata y de la boina, y deportivamente nos acercó al juego de la paleta en frontón.
Intensa ha sido la participación de los “vascos” en nuestra campaña, como también intensa su inserción en la vida socio/cultural del país.
(En el blog "Poesía Gauchesca y Nativista" se pueden leer los versos de Ricardo Lejarza, "Al Pueblo Vasco")

domingo, 14 de octubre de 2018

RAMOS GENERALES


LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 90 –14/10/2018
Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.

Junto a la estancia cimarrona, la pulpería: “Antes que nadie ganó el desierto, plantando los cuatro palos de su rancho”, tal lo que sentenciara Don Carlos Moncaut, y a medida que la frontera se iba corriendo a los campos de pa’juera, hacia allá iba ese pionero y precario boliche de campo.
A medida que la civilización blanca ganaba lugar y se iban formando pueblos, se generalizó el establecimiento de importantes almacenes de campo, que por lo variado de su surtido pasaron a llamarse “Almacén de Ramos Generales” o simplemente “Ramos Generales”.
Estos almacenes, ocupaban por lo general una esquina del pueblo, con un amplio terreno; y si bien solían estar sobre algún camino principal que entraba al lugar, no faltaron casos en que se establecieron en la zona principal de la población, o mejor dicho: un sitio, en el que el crecimiento de la localidad lo fue envolviendo, dejándolo adentro del pueblo.
Las edificaciones, de buena mampostería, constaban de un amplio salón, con estanterías sobre las paredes que se estiraban hasta el cielorraso; un largo mostrador poblado en parte por los más diversos elementos, separaba el lugar de trabajo de patrones, dependientes y empleados, de aquel por el que circulaban los clientes entre cantidad de materiales que allí se estivaban o se amontonaban: tercios de yerbas, barricas de vino, rollos de alambre, atados de bolsas de arpillera, etc, etc.
En el terreno posterior o lateral, con un gran portón de entrada que daba a la calle, estaba el lugar destinado a los caballos con que se ataban  a una chata playa, o un gran carro con barandas, con los que se hacían los repartos de los productos que los clientes compraban contra la entrega en el campo.
En un extremo de ese largo mostrador, forrado de cinc, se asentaba ‘el despacho de bebidas’, a veces, con un tabique de madera liviana que lo separaba del resto del ámbito, donde debían movilizarse hombres y mujeres con niños, en actividad de compra.
Los almacenes más prósperos agregaban a todo lo enumerado, un gran galpón o barraca, en el que se acopiaban ‘los frutos del país’, que unas veces compraba el dueño del negocio, y en otras, recibía como parte de pago por mercaderías que a lo largo de un año o dos había estado proveyendo a un cliente acreditado, que tras una buena zafra de esquila o una cosecha, saldaba su deuda con parte de lo producido.
A la vez, cada tanto, con sus propios vehículos remitían a barracas porteñas, todo lo acopiado tras largos meses. Estas iniciativas comerciales, enriquecieron a muchos almaceneros, que invertían sus ganancias en la compra de campos, transformándose además, en estanciero.
Si bien en los pueblos de la campaña aún persiste la existencia de algún “Ramos Generales”, su momento de esplendor se vivió (por fijar caprichosamente un período), entre 1880 y 1950.
(Se ilustró con las décimas de "Rasmos Generales" del poeta Darío Lemos)