LR 11 – Radio
Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 88 – 23/09/2018
Con su licencia,
paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor
luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.
Hablábamos en el programa
anterior del “pingo”, y para lograr éste es necesario un buen domador, y éste, el de domador ha sido en el campo de ayer un
oficio prestigioso en la estancia criolla, y aún hoy sigue siendo una virtud de
pocos, esa de sacar un buen “pingo”, que acredita al domador.
Decir domador, es referirse al que amansa un yeguarizo, el que lo
domestica y lo hace caballo de andar.
En la primera mitad del Siglo
pasado cuando toda la labor de campo aún se hacía a puro caballo, cada estancia
tenía su domador, que por lo general
amansaba dos tropillas por temporada, una para los caballos de la casa (patrón,
hijos, mayordomo…) y otra para el trabajo de los mensuales.
Don Luis María Echegaray, en
un esbozo de memorias que escribió por 1997 cuando ya tenía 76 años, recuerda
que allá por 1933, su padre -que explotaba 33000 ha de campo de las estancias
“La Larga” y “La Limpia”, en Pila-, le entregó a su domador Celedonio Irachet
(de la zona de Dolores), 39 potros de entre 2 y 4 años para amansar 3 tropillas
de 13 animales cada una, a las que éste después agregó 2 más, una de Santiago
Rocca -de 14 caballos- y otra de 10 de Goyti, y al año y medio, entregó todo
los animales corrientes y de freno.
Cuando agarraba los animales,
procedía a desvasar y tusar con penacho, dejando las colas largas, abajo del
jamón. Irachet se desempeñaba en todos estos trabajos con un ayudante.
Dice Echegaray que aunque los
métodos podían ser más brutos que los actuales, se sacaban muy buenos caballos.
Agreguemos que era el gusto de su padre que los animales se tirasen de la boca
en el suelo, y así ocurría con el 80 por ciento de los potros agarrados;
Irachet, particularmente seguía este método: Si el caballo era de cogote largo
lo tiraba corriendo, y si era de cogote corto, en el suelo.
“Las
riendas para domar -dice Ambrosio Althaparro recordando tiempos
anteriores a 1940- nunca tenían presillas
y recién cuando el redomón era corriente y se le iba a empezar a enfrenar, se
usaban las riendas comunes, de prender en el freno o en el bocado de fierro”.
En cuanto a éste dice que era “hecho de
pabilo o de tiras de medias, siempre trenzado de cinco”.
Siendo que el caballo era
fundamental en el trabajo de la vieja estancia, ‘la doma y el domador’ eran
asuntos importantes y a tener en cuenta, a tal punto, que tanto D. Juan Manuel
de Rosas como Don José Hernández, le prestaron atención en sus trabajos referidos
al manejo de un establecimiento ganadero. Entre sus muchas consideraciones,
dice éste último que “Al caballo que se
está amansando se le dan dos galope por día, uno a la mañana temprano, y otro
por la tarde”.
Si bien los tiempos han
cambiado y el caballo ya no es tan indispensable en el trabajo, el domador
sigue diciendo presente, gestando su prestigio con el mismo respeto que ayer lo
hicieron sus mayores
(Ilustramos con "Domador" de Luis. L. Leglise, que se puede leer en el blog "Antología de Versos Camperos")
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