El solo hecho de ponerme a escribir
sobre Justo P. Sáenz (h), trajo
inmediatamente a mi recuerdo, a la persona de D. Carlos Antonio Moncaut, porque
con él compartíamos dos pasiones: la historia del viejo Pago de la Magdalena, y
la vida y obra de Sáenz. Y aquí hasta tuve la duda -y ya los años no me
permiten recordarlo- si a Sáenz lo descubrí buscando libros, o si fue él, Don
Carlos, quien me puso sobre su rastro, como en otra oportunidad lo hiciera con
otro grande, Délfor B. Méndez.
El prestigioso criollista, investigador,
escritor y poeta, Justo Pedro Sáenz (h) (y Quesada), nació en Buenos Aires, en el
hogar conformado por Dalmira Quesada y Justo P. Sáenz, el 19/12/1892, y
falleció, a los 77 años, el 28/05/1970, por lo que este año se cumple medio
siglo, 50 años, de su desaparición.
Moncaut inicia su libro “Estancias
Viejas” (10/1996), dedicándole el 1er. Capítulo: “La Estancia Antigua en el decir
de Justo P. Sáenz (h)”, y allí quien habla y cuenta es el propio Sáenz.
Para la definición convocamos entonces
al maestro Moncaut, quien escribió que fue: “Justo
P. Sáenz (h), el más grande sabedor, fidedigno y documentado de todo tema
vinculado con nuestro pasado del campo criollo, un testigo atento de esa época,
que aunque reciente, ya es un pasado que no volverá; alguna vez al
preguntársele cuando había comenzado su afición por lo nuestro, contestó que
desde muy niño; que debía ser algo que tenía en la sangre, algo atávico”.
Si bien provenía de una acomodada
familia de vida urbana, como que su padre era un banquero, fundador y dueño del
Banco Popular Argentino, y descendiente de ilustre familia como que el
Presbítero Antonio Sáenz -fundador de la Universidad- era su tío abuelo;
reconocía la ascendencia criolla de los “tatarabuelos
y choznos, verdaderos señores rurales, varios de ellos cabildantes o alcaldes
de primer voto durante el Virreinato, que desde antes de 1750 poblaron en los
partidos de Las Heras y Navarro, a la sazón ‘Pago de la Matanza’…”, como él
mismo supiera contar.
Siguiendo lo recabado por Moncaut, su
tatarabuelo paterno era español y se había casado en Buenos Aires, con una
criolla, en 1767. Su bisabuelo paterno ya era enfiteuta en época de Rivadavia,
poblando estancia en la zona de Navarro, por la “Laguna del Durazno”, en 1824.
Su padre había nacido en 1861 en la
Estancia “San Genaro” de la Guardia del Monte, donde el padre, o sea su abuelo,
era el mayordomo, o sea que hay raíces en las que se afirma y sustenta el afán
criollista que guió su vida.
Si bien en su infancia y adolescencia no
vivió en el campo, desde los 4 años que su padre lo llevaba en sus visitas a
distintas estancias, como por ejemplo “La Fortuna” de Augusto Ibarzabal en
Puán, donde recordaba haber visto por primera vez hombres de campo y una
galera; a la Estancia “San Miguel”, de Pedro Iturralde, en “El Vecino”, en
1899, la de Julio Pena en Tandil en 1900, a la gigantesca estancia de Olmos en
Córdoba, en 1902 y la de Viale en Lobos, lugares todos donde su ojo de niño
curioso, inconscientemente, empezó a guardar detalles para sus posteriores
estudios.
En aquel principio de siglo 20, los
veraneos eran muy distintos a los de hoy: los estancieros se mudaban con toda
la familia por 3 o 4 meses a sus palacios estancieriles, y aquellos que no
tenían campos pero “eran de posibles”, veraneaban en la zona de las actuales
localidades de Lomas de Zamora, Bandfiel y Temperley, donde había hoteles y
quintas que se alquilaban de ex profeso. Entonces, aquellos sitios estaban rodeados
de grandes extensiones de campo, y por allí veraneó la familia de Justo durante
la primera década del 1900.
Fue un poeta precoz, como que muy
temprano comenzó a borronear versos de tono gaucho. Al respecto hay una muy
interesante historia sobre un compuesto de 32 décimas que escribió a los 17
años y tituló “La Carrera”.
A fines de 1967, El Centro Editor de
América Latina, le publicó “Pampas, Montes, Cuchillas y Esteros”, que podría
calificarse como una antología de cuentos publicados en otros libros, pero que
tiene la particularidad de ser el único libro que contiene media docena de
versos suyo. Y tiene también, una reseña sobre en que se basó para escribir los
cuentos, si eran hechos reales o ficcionales. Y allí él mismo narra el suceso
de su verso antes citado: Cuenta “ tiene una pequeña historia que merece evocarse. Tenía yo 17 años y
era muy aficionado a correr carreras ‘cuadreras’ con caballos de mi propiedad,
lo que hacía con éxito y, por supuesto, en pelos, en el entonces pueblo de Temperley,
donde veraneé con mis padres y hermanos desde 1903 a 1911. Y prosigo. Cuando
cursaba el bachillerato en el Instituto Libre de Segunda Enseñanza, se me dio
por componer unas décimas -las citadas de La Carrera- que me apresuré a hacer
llegar a manos de Juan Carlos Giribone Cañás, excelente cantor de milongas con
guitarra, por lo menos en aquel entonces. Y resultó que tanto Carluncho como
José Luis, su hermano, difundieron de tal forma esos versos por sus estancias
de General Alvear y alrededores que, en 1928, otro gran querido amigo, Darío H.
Anasagasti, que solía viajar a caballo desde su estancia La Barrancosa, en
Ayacucho, a La Viznaga, de su abuelo, el señor Blaquier, en Saladillo, oyó
cantar mis citadas décimas en una estancia o almacén donde había hecho noche.
Pregunta Darío al cantor -un paisano de ese pago- de quien eran esos versos,
que él sabía me pertenecían, y aquél respondiole que “eran de un resero de
Dolores…”.
Transcurría
el verano de 1929 cuando recibo carta de Anasagasti en la que me refería el
hecho y me aconsejaba publicase mi versada en alguna parte para que no me fuese
‘robada’. Me pareció bien su idea y me di a corregir y aún a reemplazar las
décimas ripiosas por otras más perfeccionadas. Considerando haberlo logrado y
dado que mantenía amistad con don Luis Pardo, famoso crítico y colaborador de
Caras y Caretas, lo mismo que asiduo concurrente semanal a su célebre peña El
Sibarita, un viejo restaurante alemán de la calle Maipú, se las entregué una
tarde en sus propias manos. ¡Y cuál no sería mi alegría cuando a las pocas
semanas, el 3 de abril de 1930, las veo aparecer en la popular revista Caras y
Caretas, ilustradas por Macaya y ocupando las tres primeras páginas! Recuerdo
que me pagaron cien pesos por ellas, retribución nada escasa en aquellos años”.
Si por 1909 escribió esas décimas,
suponemos que ya hacía varios años que componía versos, y no sería de extrañar,
pues si andando el tiempo se ha dicho de él que tenía una “memoria auditiva y visual, ¡extraordinaria!”, esas condiciones ya
apuntaban en la niñez, y si no, valga la anécdota que solía repetir en ruedas
familiares, donde contaba que había aprendido a andar a caballo en 1902, cuando
la familia paseaba en Villa Dolores, Córdoba, donde un amigo de su padre les
regaló un petizo cebruno, y aquí lo particular: describía puntillosamente que
el paisano que se los llevó desde Cosquín vestía de chiripá y ojotas; obsérvese
la atención del niño de 10 años sobre esas cuestiones tradicionales que ya despertaban
su curiosidad, cuando otro chico hubiese puesto el centro de su interes en el
petizo regalado.
Era hombre de 34/35 años cuando hizo
público por primera vez un trabajo suyo, y casualmente también fue un verso,
que apareció en la misma revista “Caras y Caretas”, corría 1927, era el relato
entrerriano “El Lobizón”, firmado con el seudónimo “Higinio Cuevas”, lo que ha
provocado un hecho curioso: ocurre que el tema se fue difundiendo entre la
paisanada como pasaría después con “La Carrera”, pero en este caso no se preocupó
mucho por adosarle su nombre, y ha sucedido que se han hecho grabaciones del
mismo, atribuyéndole la autoría al tal “Higinio Cuevas”, que Justo utilizó para
esconder su nombre, si hasta en la actualidad se lo sigue repitiendo con ese
nombre paisano, que no es otra cosa que un seudónimo que armó de la siguiente
manera: “Higinio”, porque así se llamaba un antiguo cochero de su familia que
se apellidaba Coria, y “Cuevas” porque simplemente le resultaba “un apelativo
muy paisano”.
El mismo Sáenz ha relatado una anécdota sobre éste verso que rescata Julián
Cáceres Freyre, su discípulo y amigo: se encontraba en Entre Ríos, por
Concordia, en la estancia “El Centenario” de su suegra, cuando “le llegó un
chico de chasquí, que le expresó: ‘De
parte de Don Vicente, dice que vaya esta tarde, porque le ha quedado un nombre
de la comparsa de esquiladores que toca la guitarra y canta’.”. El vecino
sabía que a Sáenz le gustaba escuchar los cantores criollos, ver las
entonaciones, prestar atención en los temples, conocer las letras… Y continúa
describiendo: “Había un paisanito con un
chiripa a pala de algodón, calzoncillo largo, alpargatas, cinto de dos
hebillas, boina de vasco con borla. Era correntino, tendría 24 años, pero no
tenía acento correntino. Cuando yo llegué a eso de las 5 de la tarde, con el
sol ya menos bravo, estaba tocando la guitarra sentado bajo unos enormes
algarrobos, ñandubays, quebrachos blancos, en fin, una flora exuberante esa
costa, sentados todos escuchando la guitarra; entonces me senté yo también y de
repente empezó a tocar un estilo. (Luego) Arranca en tono de vals: “Ya van para seis meses / que gané los
montes…”. Bueno, se despachó el verso y le digo al dueño de casa: -¿Sabe, Don
Vicente, que el verso es mío? -No me diga, Don Justo (me responde). -Dígame, le pregunto (al mozo), ¿dónde aprendió ese verso? -En las Cara y
Careta; ahí tengo una en las maletas.
Vicente
tenía una ramada, ¡que quisiera tener yo ahora! sin nada de fierro ni alambre,
era puro palo encajado uno con otro; de ñandubay tenía los horcones. Allí tenía
un sulky, quizás un arado y un caballete donde estaba el recado del correntino,
y de unas maletas, de lona rayada, saca un Caras y Caretas, todo enroscado como
un cigarro y con los bordes todos comidos. Yo la vi enseguida porque conocía la
carátula. Y allí estaba el verso mío. Y le digo al correntino ¿cómo se le
ocurrió aprender esto? No me contestó nada y empezó a sacarse energía de los
dedos (hacer
zonar las coyunturas); parado así con el
chiripa largo de algodón: -Y es tan de aquí, señor… yo andaba tropeando, allá
por la costa del Mocoretá… (cuando conocí la letra)”.
En el mismo medio gráfico aparece a
principios de octubre de ese año 27 su poesía “El Regalo”, y ya a fin de ese
mes, pero en el Suplemento Literario de La Nación, su primer trabajo en prosa
titulado “A Uña de Caballo”, un cuento. De allí en más su participación en la
vida literaria será continua hasta el fin de sus días, como que dos meses antes
de su fallecimiento enviaba un trabajo inédito para ser publicado en la Revista
Camping, que aparecería póstumamente.
A los tres medios gráficos ya citados,
agregamos como receptores de sus múltiples trabajos: diario La Prensa,
Selecciones Folklóricas Códex, Boletín de la Asociación Folklórica, Cuadernos
de Buenos Aires, Anales de la Sociedad Rural Argentina; las revistas El
Caballo, Jockey Club, Aberdeen Angus, Nativa, Vincha, Señuelo, Raza Criolla, El
Hogar, La Carreta, Martín Fierro, etc. etc.
Su primer libro, que es de cuentos, se
llamó “Pasto Puna”, apareció
publicado por Casa Peuser y con prefacio del maestro entrerriano Don Martiniano
Leguizamón, en l928. A éste le seguirán “Baguales”
(1930), “Cortando Campo” (1941), los
dos de cuentos criollos, “Equitación
Gaucha en la Pampa y la Mesopotamia” (1942), un ensayo sobre los aperos
criollos, “El Pangaré de Galván”
-cuentos- (1953), “La destreza de los de
nuestra tierra – gauchos argentinos” (folleto, 1965), “Los Crotos” (1967), novela corta de ambiente rural en la década de
1960, “Pampas, Montes, Cuchillas y
Esteros”, una selección de sus publicaciones anteriores (1967), y “Blas Cabrera”
-novela- (1970, póstumo). A lo enumerado sería justicia incorporar un trabajo
muy singular y específico, titulado “La
Caballería del Gral. San Martín”, que integra la obra “Antología
Sanmartiniana”, ordenada por Julio César Raffo de la Reta, publicada en 1951
por la Editorial A. Estrada. Importantísimo trabajo el suyo, único en su tema.
Se mantienen como material inédito sus
cuantiosas sus charlas y conferencias.
………<>………
Cuando se le preguntaba de donde
estimaba le venía el amor por la vida gaucha y estanciera, respondía que debía
ser por sus antepasados criollos de los siglos 18 y 19, llegando hasta su
abuelo Ricardo, poblador de campos en el Azul y en San Miguel de la Guardia del
Monte (cita ésta de su sobrina María Sáenz Quesada), y aprovechaba para referir
y quitar importancia, al hecho de que a poco de su nacimiento, en 1893, por
enfermedad de su madre, fue amamantado por una ama que era india pampa.
Respecto de sus estudios ya se citó que
cursó el bachillerato en el Instituto Libre de Segunda Enseñanza, tras los
cuales cursó en la Facultad de Derecho, de donde egresó con el título de
escribano, y ya profesional ejerció en la Escribanía de César Iraola, donde
figuraba en el membrete del Estudio,
compartiendo -además de Iraola- con el Dr. Ernesto Pinto, y los Escribanos
Malio M. Scotti y Jorge Pinto; también se desempeñó en la Alcaidía de Menores
de la Policía.
Sobre sus estudios universitarios, en
entrevista que en 1994 mantuviera con
María E. López Vda. de Oberti (otro gran investigador), ésta me refirió que los estudios universitarios los cursó en la
jovencísima Universidad Nacional de La Plata, en apariencia entonces, menos
exigente que la UBA.
Si bien hemos dicho que su familia no
tenía campo, su padre, hacía fines de la década del ‘10 o principio de la
siguiente, seguramente que como inversión a futuro -era financista-, compró a
Marcelino Rodríguez una extensión que rondaba las 3000 has., de campos bajos e
inundables en el antiguo Partido del Vecino, Estancia “La Protección”, que
arrendó inmediatamente. Tomó esta decisión, según referencia de su sobrina
María Sáenz Quesada, porque temía que sus hijos Justito y Héctor -sobre todo el
primero- “se le echaran a perder”
quizás por sentir “el llamado de la
sangre de los criollísimos Zamudio y Villamayor (antepasados) de los que se decía que el que no es loco,
es cantor”.
Su amigo, discípulo y admirador, Julián Cáceres Freyre, supo recordar que en cierta ocasión lo
acompañó a “La Protección” cuando aún estaba arrendada; tenía allí un rancho de
paja embarrada con unas pocas hectáreas libres, a su disposición, donde llevaba
por largas temporadas igual vida que en el campo de ayer. Era el primitivo
puesto llamado “La Altamisa”. Cuando recuperó todo el campo se mudaron a otro
sitio más confortable, y su hijo Horacio se encargó de la administración.
Con sabor local, platense, tenemos una
anécdota que compartimos: al despuntar octubre de 1959, dos tradicionalistas
del partido de La Plata, visitaban a Sáenz
(h) en “La Protección”, eran el Escribano “Lito” de Olano, quien fuera el
último Presidente de la Federación Gaucha Bonaerense, y el Dr. Noel Sbarra, el
célebre autor de “Las Aguadas y el Molino” y de “Historia del Alambrado”; a
causa de la lluvia conversaban en una sala, cuando “Lito” preguntó sobre un
camino que pasaba cerca de la casa. Don
Justo respondió que hasta no hacía mucho era muy transitado por tropas
vacunas y de yeguarizos, y que de allí desembocaba derecho en Ranchos.
En el regreso a La Plata, a ambos amigos
se les dio por comentar “que lindo sería
recorrer ese camino a pata de caballo y caerle de sorpresa a Justo”. De
Olano alistó una tropillita mesturada de ocho caballos que tenía pastando en
campos de la Estancia “San Juan” de Pereyra, acomodaron sus días de trabajo,
alistaron pilchas y enseres, y en la madrugada del 17 de diciembre iniciaron la
marcha. Los caballos eran un gateado, “El Gato”, un gateado overo, “El
Chimango”, un azulejo overo, “El Cielito”, un tobiano negro, “El Gallito”, un
picazo overo, “El Hormiga”, un lobuno overo, “El Chajá”, un malacara pampa, “El
Gurí”, y un zaino malacara, “El Peligro”; de madrina, una yegua criolla pura,
gateada de clinas ruanas, muy puntera y muy baquiana.
Después de una marcha por momento grata
y en otros dificultosa por el clima y la huella, cayeron ya bastante pasada la
oración, a “La Protección”, con la sorpresa que no se encontraba Justo en casa, siendo atendidos
deferentemente por su hijo Horacio.
Ni bien enterado del suceso, Sáenz lo dejó retratado en un verso,
que se preocupó en hacérselo llegar de inmediato a sus amigos: “Milonga de dos
Amigos que Demostraron ser Gauchos”.
Su apasionamiento lo llevó a ser un
investigador serio, meticuloso, respetuoso y respetado, que incursionó en
campos folclóricos y si se quiere, hasta antropológicos. Hemos visto que
publicó desde 1927, y como hombre joven aún -tenía para entonces 34 años-,
buscó de incursionar en todos los campos que lo podían nutrir. Así, en los años
30 comenzó a frecuentar los sábados a la tarde, las reuniones que realizaba la
Sociedad de Arte Nativo, que funcionaba en casa de Don Domingo Lombardi (el
autor, junto a Santiago Rocca, del gato “El Sol del 25”). A parte del dueño de
casa, en esas reuniones Justo
departía con D. Martiniano Leguizamón, la concertista Ana S. de Cabrera, Darío
Anasagasti, Ricardo Hogg, los Hnos. Giribone, y otros aficionados de distintas
provincias; se practicaban las danzas nativas, y se discurseaba sobre temas
criollos. Resultó ser la institución precursora del llamado “movimiento
folclórico y peñero”.
Certeramente supo Julián Cáceres Freyre
definirlo: “Justo poseía las más
exquisitas dotes del gran señor criollo: una encantadora sencillez y humildad y
un don de gentes, bondad a toda prueba, que desde el primer momento cautivaban
y predisponían a quien lo trataba (…) había heredado las mejores tradiciones
del porteño viejo: campechano, servicial, discreto, cortés con damas y
caballeros, y sobre todo hospitalario y leal hasta en los más mínimos
detalles.”
Meticuloso en la observación y el
estudio, pudo concretar una obra que resulta única en su género, el libro
“Equitación Gaucha”, con el que obtuviera el Primer Premio de Literatura y
Folklore Regional, otorgado por la Comisión Nacional de Cultura, pero también
su novela corta “Los Crotos” recibió el Primer Premio en el Concurso Bienal
“Ricardo Rojas”, de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires.
Pero para la definición final
convoquemos una vez más a nuestro amigo y maestro, Don Carlos Antonio Moncaut,
que mucho nos ha guiado e informado sobre el admirado escritor, quien escribió
y opinó, esto que ya pusimos al principio pero que creemos valioso reiterar,
que fue “Justo P. Sáenz (h), el más grande sabedor, fidedigno y documentado de
todo tema vinculado con nuestro pasado del campo criollo, un testigo atento de
esa época, que aunque reciente, ya es un pasado que no volverá; alguna vez al
preguntársele cuando había comenzado su afición por lo nuestro, contestó que
desde muy niño; que debía ser algo que tenía en la sangre, algo atávico”.
La Plata, 25/05/2020
Nota: las fotos de Sáenz (h) fueron tomadas del libro "Estancias Viejas", de Carlos Moncaut
Excelente nota. Gracias
ResponderEliminarGracias por el elogio, CAIO
ResponderEliminarMuy valiosa y aleccionadora descripción de un notable de las verdaderas letras criollas. Gracias Don Carlos.
ResponderEliminarBueno, muchas gracias Tocayo. Me digo admirador del gran Justito
ResponderEliminarEl antiguo partido del vecino, donde los Saenz conservan su campo, es ahora General Guido, que tiene una calle que recuerda a don Justo P Saenz.. en 1991 se hizo una jornada de recuerdo a su obra, con la presencia de su sobrina Maria Saenz Quesada
ResponderEliminarAsí es. Por aquella zona, linderos con una parte de La Quinua, si no me equivoco, supieron poblar por 1870/1880 los dos hijos mayores mi tatarabuelo Francisco Cepeda, que allá se aquerenciaron y no volvieron más a la Magdalena, su suelo natal, salvo cuando con tropilla por delante se allegaron a "Santa Ana de Cepeda" al momento de la muerte del padre en 1883
ResponderEliminarValioso artículo éste, Carlos Risso. Felicitaciones. De sus poesías conozco sólo El Lobizón. Habrá alguna forma de encontrar las otras letras ? Muchas Gracias.
ResponderEliminarRicardo, gracias por visitar mi sitio. Mire, en este mismo sitio, si usted busca sobre el márgen derecho va a encontrar un lugar que dice Otros sitios donde podrá encontrarme, y abajo de ese título hay una opción que dice antología del Verso Campero. hace un clic allí y va a esa página, donde en el margen superior izquierdo hay una ventanita donde escribe el nombre del poeta y tienen que aparecer los versos que he copiado
Eliminar