LR 11 – Radio
Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro
Nº 83 – 12/08/2018
Con su licencia,
paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor
luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.
Descontamos que la mayoría de los oyentes
saben de qué hablamos o tienen idea respecto de que se trata. En la gente de la
campaña, muchos de los contemporáneos o a lo sumo una generación anterior, han
conocido o han usado una "matera". Pero cuando decidimos viajar hacia el pasado
hurgando en los libros, nos llevamos la sorpresa que en los tiempos netos del
gaucho, o sea centuria de 1800, no se habla ni se nombra a la “matera”.
En
la compilación de voces que realizara Francisco Javier Muñiz por 1830 y pico, ni en el esbozo de
diccionario de 1875 o en el ‘vocabulario rioplatense’ de Granada, figura tal
expresión, y a eso podría considerárselo una “omisión”, pero… resulta que no
figura en ese compendio que es el “Martín Fierro”, y tampoco es citada en dos
minuciosas obras que no son literarias sino dedicadas a la administración de
establecimientos rurales, o sea más precisamente las estancias: las
“Instrucciones a los Mayordomos” de Juan Manuel de Rosas y la “Instrucción del Estanciero” de José Hernández.
Parecería
que estamos negando o poniendo en duda la existencia de tal expresión, pero no,
por el contrario, intentamos ubicarla en tiempo y espacio.
Ya
en el siglo paso nos seguimos sorprendiendo, pues en el más consultado de los
libros, “El Vocabulario Criollo” de Tito Saubidet, no figura; y tampoco aparece en
las “Voces del Campo Argentino” de don Pedro Inchauspe, ni en los diccionarios de Felix Coluccio, ni en el muy interesante “Conozcamos lo Nuestro” del sabedor Enrique
Rapela, y tampoco está en el novísimo y elaborado “Diccionario del Habla de los
Argentinos”, éste del Siglo 21.
¿Qué
es lo que ha pasado… porque tal ausencia?
Nuestra
conclusión es que la expresión “matera”
es un regionalismo que bien puede abarcar toda la extensión costera vecina al
Río de la Plata, la zona del sudeste de la provincia y algo -no mucho- hacia el
centro.
También
interpretamos que en el pasado (volvemos a la centuria de 1800, por lo menos a
las 3 o 4 últimas décadas), se designaba a dicho aposento con la más amplia
expresión de “cocina de peones”, y nos animamos a afirmar esto, porque así lo
nombra Hernández y lo describe en su “Instrucción del Estanciero”, y si no
veamos que su pintura es coincidente con el de la “matera” que conocemos, y que comienza apuntado sobre: “…la
importancia que tiene la construcción de una buena cocina para peones. / Debe
ser grande, lo más espaciosa posible; el fogón debe estar en el suelo y
retirado de la pared. (en el centro del aposento) / Debe estar siempre
aislada de todos los demás edificios, como precaución para los incendios. (…)
El fogón en el suelo permite el uso de los asientos bajos, que tienen comodidad
y ventajas para el descanso. Todos los trabajadores les dan preferencias
porque, después de las fatigas de los trabajos fuertes, se descansa mejor en un
asiento bajo. (…) La reunión de la cocina tiene para el hombre de campo un
atractivo irresistible; tiene encantos que solo él comprende. / Alrededor del
fuego, mientras circula el mate, ellos se comunican alegremente las novedades
del día, se refieren con mutua cordialidad todas sus observaciones: cuanto han
visto en el campo, los animales que han encontrado, los episodios del trabajo,
las ocurrencias más minuciosas, y cuanto forma el movimiento de la vida diaria,
(…) El fogón es alegre por excelencia” (…) ¡Cuánto se oye en esa cocina!”.
Queda
visto entonces que el espacio físico descripto y la vida del mismo, es
totalmente coincidente con el de la mentada “matera”, por eso es muy posible que esta denominación se haya
extendido en su uso recién con el alborear del Siglo pasado, o sea el 20.
En
su “Conozcamos lo Nuestro”, Rapela acude a una descripción similar que también
denomina “cocina de peones”.
“Cocina
de peones” o “matera”, ya en la
época de la estancia alambrada, con casco, casa del mayordomo y casa del
capataz, con galpones, carnicería, herrería, etc., lo que habla de mucho
personal, fue de alguna manera “el club social” de esa paisanada, y también el
lugar donde se recibía a la gente de paso, los forasteros y hasta los muy
populares “crotos” de la centuria pasada, aunque en las estancias más
“modernas” de entonces, había un lugar especial para estos que se denominaba
“crotera” o “matera de los crotos”.
Esperando
haber aportado algo sobre este aspecto de la vida rural, ilustramos ahora con
un verso al respecto, como es este titulado “La Matera de San Francisco” de Atilio
Reynoso (Se puede leer en el blog "Antología de Versos Camperos")
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