Con un entable de amplios cielos y campos dispares de diversas regiones de la Patria, se nos presenta la pintura de Gustavo Solari.
Del Catálogo de Galería Socorro Exposición de 07/2000 |
Conocedor acabado de las tareas rurales, y apasionado de los pintores de “la
patria vieja”, rezuma en su obra el colorido y los silencios propios de nuestro
hombre de raigambre criolla, y como ellos, acostumbrado a mirar la distancia en
pausada observación; por eso transporta al lienzo esa sensación de presencia,
de ventana abierta en el tiempo para “ispiar” a nuestro arquetipo, mezcla de hombre
y caballo, mitológico centauro de chiripá.
Cuando llegué a una muestra de
Solari, hacía años que éste ya era un artista reconocido. Fue en una exposición
en la porteña Galería Socorro, corría 1996.
Uno a veces, profano en conocimiento de arte y artistas, podría
preguntarse ¿pero… por qué hace lo que hace…? Y allí aflora la voz de su cuñado
“Moro” Menvielle (el hijo de Don Omar J., el poeta del caballo), cuando un cuarto
de siglo atrás, como si respondiera por él, sintetizó “Es pintor y nació pintor porque desde casi su niñez
expresa en sus cuadros amor, ternura, sensibilidad, en fin, arte. Y no solo
pinta porque es pintor, pinta porque lo siente, como siente su tierra, sus
caballos, su gente”.
confeso autodidacta desde la más temprana niñez, donde todo papel que
llegaba a sus manos terminaba plasmado por un dibujo de algo de la raigambre
criolla que lo rodeaba. En esa primera etapa que podríamos decir abarca toda la
adolescencia, se especializó en trabajar a pluma, sin el uso del color,
graduando los claros y oscuros para dar la tonalidad apropiada a su obra.
Tenía muy jóvenes 18 años, cuando con el invalorable apoyo y respaldo de
su padre, presenta en pleno centro de la Capital Federal su primera exposición,
de la que recuerda con cierta nostalgia, que “¡Vendí
todo! Eran precios muy sencillos”.
Y hablando de vender, supo contarle una simpática anécdota de su primera venta, a Laura Soto, cuando lo entrevistó para un reportaje que publicó la Revista “Arraigo”. Nos tienta repetirla. Contó: “Fue una situación increíble. Lo vendí antes de poder terminarlo… Había tenido que instalarme en el enorme escritorio de papá, porque el cuadro que había propuesto hacer era tan grande que resultaba imposible conseguir un caballete adecuado.
"Buscando la Querencia" |
Una
tarde vino de visita un amigo de papá, quien al ver el cuadro se quedó
maravillado. Era un trabajo a pluma, de una minuciosidad a la que hoy ya no me
entrego. ¡Estaba a medio hacer, y me lo compró! ¡Yo no lo podía creer! Dibujé
en él la puerta de un corral frente al cual una vaca se había pialado. En la
misma escena, se veía a un paisano a caballo viniendo por detrás de la vaca, en
el momento justo en que se la llevaba por delante, al tiempo que su caballo
pegaba una bellaqueada. ¡Todo a pluma!”.
Su gran memoria visual le permite
recordar puntualmente esos detalles, digo… porque aquello ocurrió hacía 1965
aproximadamente.
Y ya que citamos la particularidad de su
memoria visual, recordamos que la misma le permitió no copiar en vivo, sino que
una vez hecha la observación en detalle, podía recrearla después en su taller,
sobre el caballete.
“Antes
que aprender a pintar tuve que aprender a mirar. -le contó a La
Nación- Me lo enseñó un gran maestro,
Raúl Alonso: Todo realista en el fondo tiene algo de impresionista, que solo te
va a salir, me dijo. Y así fue.”.
Su técnica surge espontáneamente de su
propia e intensa experiencia de vida vinculada al campo y su historia. En su
pintura le interesa recrear sucesos del Siglo 19 (el siglo en el que le hubiese
gustado vivir, alguna vez dijo), y fundamentalmente los del período “rosista”,
donde considera se comienza a gestar el sentimiento de ‘nación soberana’. Debe
ser por eso que admira y analiza lo hecho a pintores como: Palliere,
Pueyrredón, Rugendas y Morel.
Por muchos años su arte pictórico le cabrestió a su tarea de administrador de estancias de terceros, robándole muchas veces horas al sueño para despuntar el sano vicio de los pinceles. Hasta que aproximadamente desde 1985 se dedicó exclusivamente a pintar, y a montar una exposición por año. Y cuando decidió dedicarse solo al arte, se dijo: “…yo no puedo ser un simple dibujante, tengo que estar entre los mejores. Dios pasa una sola vez al lado de uno” (…) En la añoranza de mis cuadros trato de hacer sentir el olor a humo de alguna matera, hasta la tierra recién regada por el repentino tormentón de verano, que levanta el vaho de algún viejo corral de palo a pique. Mi mano está hecha, tanto para el pincel, cuanto para volcar con destreza un tiro’e lazo”.
Y esto último nos trae el recuerdo de
don Eleodoro Marenco, quien tenía el mismo gusto y placer por el manejo del
lazo, hasta que, ya cincuentón, un amigo le hizo ver que si en dicha destreza
criolla se arruinaba las manos, adiós la pintura…
A Solari,
no fue el lazo en la yerra quien le trajo problemas, sino esas vueltas de la
vida escenificadas en un grave accidente automovilístico. Fue en octubre de
1999: por “…él mucho he perdido y mucho he cambiado”; y recuperado de éste, la vida volvió a golpearlo… y
más de una vez. Pero no ha logrado vencerlo, y en la tozudez de sus espátulas y
pinceles continúa recreando las escenas que le llenan el espíritu, y a nosotros
los ojos que no dejan de poblarse de asombro.
Su paraíso, su lugar en el mundo, hoy
está en Lobos, en su campo “La Añoranza”, donde adecuó dos vagones de ferrocarril
como vivienda y taller: “Vivo en el campo entre mis telas y rodeado por todos
los animales que quiero, los que son fuente constante de mi inspiración y paso
tardes enteras leyendo libros de historia y tradición para avalar mis cuadros
iconográficos.
Los cuatro retoños de su sangre -quienes más deben conocerlo y lo acompañan (junto a los nietos, por supuesto)-, han cantado de ese padre gaucho y artista:
“Con el pincel como sable // triunfante en arduas batallas // fuiste surcando tu rumbo // con hombría y con agallas”.
A
sus cuadros, el color llegó cuando andaba en los treinta años de edad,
parecería que… tarde, pero no fue así: tenía todo el tiempo por delante para
reflejar la paleta de colores de la Patria, y en verdad que lo estamos
comprobando.
Podría
decirse que de todos los pintores costumbristas es el único que ha incursionado
con asiduidad en “las marinas”, reflejando el Plata o el Paraná con
embarcaciones, y acciones navales.
Sin entrar en el detalle de la larga lista de exposiciones y muestras y distinciones, solo decimos del orgullo que sintió cuando en 1991 el Instituto Nacional Sanmartiniano lo nombró ‘asesor artístico’, en mérito a su obra “Primeras Formaciones”, donde había pintado a los granaderos con el uniforme original.
"Una Copa" |
Solo nos resta decir que Gustavo Solari,
nació en Barrio Norte de la ciudad de Buenos Aires, el 7 de Agosto de 1947, y
pasaba los veraneos de su niñez en la Ea. “San Guillermo”, en Cnel. Vidal,
Provincia de Buenos Aires, como una premonición quizás de su futura vida
gaucha.
Valga como síntesis lo expresado por la
Revista Caras: “sus cuadros conforman un
compendio costumbrista del Siglo pasado”, en alusión claro está, al Siglo
19.
La Plata, 25 de diciembre de 2020
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