En la sección “El Tradicional” del N°
465 de “El Federal”, intentamos un acercamiento al tema de los pelajes de
caballos vinculados a conocidas personalidades de nuestra historia y nuestro
medio, y ahora resulta, que revisando papeles que habíamos acopiado en aquella
ocasión, encontramos material como para continuar la misma, informando de otros
caballos y otros personajes, que son los que vamos a mostrar ahora.
Si uno dice “Allá Lejos y Hace Tiempo” o
“Tierra Purpúrea”, está diciendo Guillermo Enrique Hudson (para escribirlo en
criollo), y éste, para sus investigaciones, trabajos y viajes se valió del habitualmente
del caballo, y parece haber sido muy de a caballo. Y Luis H. Velázquez, en un
enjundioso trabajo sobre su vida, supo recopilar información al respecto. Por
ejemplo nos cuenta que a los 6 años aprendió a andar a caballo sobre el lomo de
un “tostado
oscuro” llamado “Zango”, pingo que había sido de un oficial de
caballería, que lo deja al cuidado del padre de Guillermo -cuando el animal tiene
ya 28 años-, preocupado en que tenga un buen final, a campo abierto, después de
los valiosos servicios que le prestara.
A los 13 años compra su primer caballo,
un “picazo”,
aparentemente muy bien domado y de muy buena boca, el que fue su caballo hasta que
murió, y que le hizo recordar alguna vez: “Después
he sido dueño de veintenas de caballos, pero a ninguno le tomé semejante
cariño”.
Otro animal de su silla por diez años,
fue un “tordillo acerado o tordillo moro”, al que simplemente
bautizó “Moro” y que por “su ímpetu, su
temple, fue superior a todos los innumerables caballos que montó…” (1).
Siguiendo con los jinetes de habla
inglesa, viene a cuento Roberto Cunninghame Graham, quien por otro lado fue muy
amigo de Hudson. Este curiosísimo e interesante personaje, era una escocés,
aristócrata y socialista (cosa rara, si la hay), hombre de mundo, aventurero,
que conoció nuestra tierra por 1870 y quedó prendado de ella, al punto que
andando la vida afirmó que si volviese a nacer “le gustaría ser un gaucho”, y por si la afirmación no alcanzaba, en
carta a un amigo le decía que su mejor ‘escudo de armas’, era la marca que
tenía registrada en Gualeguaychú, Entre Ríos.
Muchos fueron los animales que ensilló
ya en Texas, o en Venezuela, España, Colombia o entre nosotros, pero hay una
anécdota que lo pinta como hombre que afinó el ojo en la observación criolla:
en 1891 había viajado a Glasgow donde se “encuentra,
tirando de un tranvía, un caballo que llevaba la marca de Curumalán, la ‘E’ y
la ‘C’ entrelazadas de Eduardo Casey, cuya estancia próxima a Tandil, había
conocido (…) El animal, un oscuro, acababa de ser comprado”. Pero “cuando Roberto ofreció un buen precio por
él se lo vendieron”. ‘Pampa’ lo llamó, y fue el animal de su silla por 20
años. Cuando murió, lo sintió más que al mejor amigo humano (2).
Y si de extranjeros hablamos, no podemos
olvidarnos del suizo Aimee Félix Tschiffely y sus célebres caballitos criollos,
de cuya asombrosa marcha, el próximo abril se cumplirán 90 años de su inicio; y
si bien los pingos eran marca del Cardal de Solanet, el pueblo los asocia
indisolublemente al jinete suizo, ese que les marcó el rumbo a todos los otros
marcheros que lo siguieron, sabedores ya ¡qué se podía!, cosa que él ignoraba…
pero intuía.
Don Emilio
Solanet le obsequió dos pingos ya hechos -15 y 16 años-, y que pertenecían a la
manada que había comprado en el sur patagónico al cacique Liempichum; “Mancha es un overo rosado manchado. En
EE.UU y en Inglaterra este color es denominado ‘pinto’. Gato, como lo sugiere
su nombre, es un gateado, lo que los cowboys norteamericanos llaman un
‘buckskin’. (…) deseo estampar mi opinión
de que ninguna otra raza caballar del mundo tiene la capacidad del criollo para
continuo trabajo forzado” (3).
En la nota anterior escribíamos sobre “el
rosillo” del Gral. Belgrano, y ahora queremos agregar una anécdota
sobre dicho pingo, tal cual la relatara quien firma “Scissor” en la Revista
“El Caballo”. Dice al respecto: “El
General Belgrano tenía un caballo de hermosas líneas que se había hecho famoso
en su ejército y fuera de él. Un día lo regaló a su sargento Mariano Gómez, por
las valientes hazañas que había realizado.
El
conocimiento que había del caballo era muy grande y así se sabía que, donde
estaba el caballo, estaba el sargento Gómez. De esta manera, una partida
realista ubicó al suboficial, que dejó
su cabalgadura junto a una parva y se echó a dormir. Gómez fue prendido y
llevado a Humahuaca, donde se lo fusiló tras juicio sumarísimo” (4).
Siguiendo el rumbo de militares de las
guerras de la independencia y las luchas intestinas en los largos años de la
organización, en breve recuento podemos citar que el Cnel. Mariano Necochea
ensillaba un pingo “tostado”; el rebelde general chileno José María Carrera, que
tanto batalló en nuestra patria, tenía de su silla un “bayo overo” (5). “El
cadáver del Gral. Lavalle fue atravesado en su famoso tordillo de guerra, sostenido por unas petacas, iniciando así la
marcha para librarlos de la persecución de sus enemigos” (6).
El oriental Manuel Oribe, también montó
un “tordillo”
cuando tuvo bajo su mando las fuerzas de la Confederación, y Castelli, quien
debió ponerse al frente de las fuerzas reunidas cuando el levantamiento de los
hacendados en Dolores y Chascomús en
1839, huyó hacia la zona del Tuyú “en un
tordillo plateado de los montes grandes…” (7).
El venezolano Gral. José de Sucre,
ensilló al frente de los ejércitos libertadores, un “zaino oscuro”. Más
cerca, en nuestras luchas intestinas, el Cnel. Juan Saa, a quien llamaban
“Lanza Seca”, tenía de su monta un guapo “rosillo”; al Gral. Pascual Echagüe
se le recuerda un flete “malacara”, mientras que Chacho
Peñaloza y Felipe Varela, en sus arduas andanzas por las zonas cordilleranas
ensillaban en resistentes mulas: “parda” -la del primero-, “zaina”
la otra. (5)
No puede faltar en este resumen la
presencia del hombre natural de la tierra, y si bien es cierto que el indio en
general se destacó con sus montados de pelea, viene a cuento citar al cacique
Calfiao, quien montaba en un “zaino pangaré” sobresaliente y
superior. Del ha dejado escrito el Sgto. Mayor Cornell, que en un ataque
sorpresivo a sus tolderías, de madrugada, alcanzó a huir en su caballo de pelea
llevando en ancas a su hijo ya mocetón; durante tres leguas, 3 oficiales muy
bien montados, lo persiguieron sin lograr darle alcance a pesar del sobrepeso
que llevaba. Al día siguiente, mientras los soldados custodiaban a la indiada
que llevaban prisionera, apareció a la distancia la figura de Calfiao y su
guapo caballo, pero ya nadie osó perseguirlo (8).
El famoso “Buey”, parejero invencible,
también fue “pangaré”, y su historia
es increíble e inverosímil. Criollo, criado en la estancia “Tamanquiyú” de
Machado, en Lobería, se extravió en la desbandada de las fuerzas
revolucionarias que actuaron en “Los Libres del Sur”, en Chascomús, en 1839.
Vaya a saber cómo, junto a otros animales de marca desconocida, cayó a la
estancia de Ford, que era además posta de galera, y de allí salía tirando en
las cuartas, pues ya lo dijo el poeta:
“nunca falta un mancarrón pa’ un mayoral de el galera”; y un día que en la
estancia había esquila, ya terminado el trabajo, los esquiladores armaron un
polla de diez cuadra, como para ir gastando lo ganado con tanto esfuerzo, y
Ford, no queriendo quedar afuera, anotó al flaco y transijado “pangaré”,
que para sorpresa de muchos, ganó sin apremio. A partir de allí fue parejero, y
ante él se rindieron los más mentados cuadreros sin respetar invictos. Ya sin
rivales a la vista, es vendido a Brasil para seguir allí su vida hípica, pero
la noche previa a ser embarcado, murió en su box: parece que por rascarse
quizás, metió la mano en la cogotera del bozal y se ahorcó (9).
Ya que hoy nombramos a los caballos de
Solanete, veamos ahora de recordar los que montaron Soulet, Ana Beker y
Baretta, por nombrar solo algunos de los viajeros ecuestres. Marcelino Soulé se
hizo a la huella montado en “Argentino”, un “alazán”, llevando de carguero a
“Bolivar”, un “bayo huevo’e pato”, que moriría en Colombia, ambos eran de
raza criolla (10); Ana Becker
inicia su marcha con un “alazán malacara” llamado
“Príncipe”, y un “alazán” bautizado “Churrito”; luego, a lo largo del camino
montaría varios caballos más. Y el bonaerense de Pellegrini, Alberto Baretta,
ensilló en dos criollos uruguayos para llevar de regreso el caballo a España,
“Queguay” y “Charrúa”, “rosillo moro” el primero, “gateado”
el otro. “Charrúa” no pudo ingresar a EE.UU. por problemas sanitarios, así que
a España solo llegó
“Queguay”, quien finalmente retornó a su querencia oriental.
Y no es todo, hay más, por áhi… por áhi…
en otro momento retomemos.
La Plata, 18 de Noviembre de 2014
BIBLIOGRAFÍA
(1) Guillermo Hudson,
de Luis H. Velázquez (1963)
(2) El escocés
errante, de Alicia Jurado (2001)
(3) Gato y Mancha,
de A. F. Tschiffely (1989 – 4ta.edición)
(4) Pelo delator,
por Scissor - Revista El Caballo N° 163 (10/1957)
(5) La historia de
los caballos, de Leopoldo Lugones (h) (1966)
(6) Caballos, por León
Benarós – Rev. Todo es Historia N° 12
(7) Los tordillos
nadadores, por Tomás Ryan – Rev. Raza Criolla N° 47 (12/1958)
(8) Revista El
Caballo N° 227 (9/1963)
(9) Recordando el
pasado, de Antonio del Valle (1926)
(10) Cortando el
continente, de Marcelino Soulé (1944)
(11) Amazona de las
Américas, de Ana Beker (1957)
(12) Entrevista a
Baretta en Revista Pa’l Gauchaje N° 11 (7/1986)
Publicado en "El Tradicional" dentro de Revista "El Federal" N° 474
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