Se ha dicho
hasta el cansancio que “la Patria se hizo a caballo”, y no tenemos dudas que
así fue. De los jinetes, muchos perduraron en la historia y hoy conocemos sus
nombres, no así de los guapos pingos que las más de las veces sucumbieron en el
cumplimiento de una misión. Apenas si de un puñado de ellos, conocemos el color
de su manto: su pelaje.
Así como de
pasada, recordemos que el caballo llegó a América con la segunda expedición de
Colón en 1493, en una escuadra compuesta de diecisiete naves (1), y al Río de la Plata, unas cuatro
décadas después merced a Don Pedro de Mendoza…
Recorriendo “Pelajes
Criollos” de D. Emilio Solanet, podemos hacer un resumen, ya que trae datos de
caballos del país, de América y del mundo. Con esa fuente, más otras que
también hemos confrontado, es que intentaremos brindar esta reseña.
Y aunque así lo
parezca, no es redundante comenzar con el caballo que montara San Martín en San
Lorenzo, aquel que sucumbió a la metralla y que hizo que el soldado Cabral al quitar al Capitán de debajo de su cuerpo
entregando la vida por salvarlo, fue ascendido “post-mortem” a Sargento. El “bayo…
recuerdo de Don Pablo Rodrigáñez”. De tan breve existencia en la historia
pero que quedó grabado en ella.
Hace más de
medio siglo, trajo discusión la cita de ese pelaje, pues se entendía que era
producto de una mala traducción del inglés; pero en 1950 Don Justo P. Sáenz (h)
-¡cuándo no!-, en su “Caballería del Gral. San Martín”, se encargó de confirmar
el pelaje, basándose en las “Memorias del Gral. Espejo”, que es quien da la
información primigenia (2), y quien
describe al Libertador: “tan bien
plantado a caballo como a pie”.
Atestigua
Espejo, que mientras San Martín permaneció en Mendoza, durante la preparación
del ejército, “algunas tardes salía de
paseo a caballo en un alazán tostado…”,
y otras ocasiones en un zaino oscuro…”
(3); esto ya fue apuntado en El
Tradicional N° 22, por el historiador Diego Sarcona.
De aquellos años
primeros de la Patria, no podemos olvidar el dato de que el docto devenido en
General, Don Manuel Belgrano, montaba en “mansísimo
rosillo, popular ya entre los
tucumanos”(4), a pesar de lo
cual en la Batalla de Tucumán, “al primer
cañonazo de la línea de los patriotas, el dócil rosillo se asustó, se encabritó, giró sobre las patas traseras y
dio en tierra con el General” (4). En la misma
contienda, el entonces Tnte. Lamadrid brilló con su espada sobre un “superior lobuno”, el que tras la lucha debió -por orden del Gral.
Balcarce-, ceder a José María Paz, quien realizó “a media rienda numerosas comisiones en el mismo día” (5). Podemos sentenciar: “lobuno… como vos
ninguno”.
Este mismo
Lamadrid, casi veinte años después, durante las luchas intestinas, enfrentó con
suerte adversa a Facundo Quiroga, en La Ciudadela (Tucumán), y recordará en sus
“Memorias” que ese día montó “un moro”,
el superior que conociera.
Volviendo a San
Martín, recordemos que éste, para la concreción de gesta, confió la seguridad
de sus espaldas -el norte, digamos-, en un criollo salteño, quien un ejército
irregular, cumplió con creces el cometido, frustrando todos los intentos
españoles: Don Martín Miguel de Güemes. Éste, entre otros, “tuvo un caballo oscuro excepcional,
sin duda de raza criolla peruana llamado (6). Acaecida su muerte, de sus exequias sabemos que “Detrás venían dos bellos corceles en
arneses de duelo. Veíanse al uno de ellos volver tristemente la cabeza como si
buscara a alguien. Era aquel , testigo de tantas glorias y
compañero del héroe hasta la muerte” (7).
Y si hablamos de
los años de la Independencia, ¿cómo no nombrar a “Decano”?, el “doradillo colorado” que de su estancia
en Pagos de la Magdalena tomó Don Andrés Caxaraville, para que sirva de monta a
su hijo, futuro oficial, Don Miguel de los Santos Cajaraville, quien tras
servir como granadero de 1813 a 1820, siempre junto a “Decano”, pidió la baja,
traspuso nuevamente la cordillera junto a Tomás Guido, y llevó al caballo, (famoso
entonces en el ejército decir de otros camaradas), a descansar a la estancia
paterna de la que había salido, donde cuidado y mimado por su amo, se supone
murió en 1825 (8).
A poco de
finalizada la liberación de América, nuestro país entre en guerra con el Imperio
de Brasil, y de esa lucha que ganada por las armas se “perderá” en los
escritorios, vale destacar que el bravo coronel francés, D. Federico de
Brandsen, morirá en el campo de la batalla de Ituzaingó, el 20/02/1827, “montando un caballo alazán chileno, que murió como su dueño destrozado por la metralla” (5).
En el período de
la organización de las provincias, cuando las luchas intestinas, se destacan
los caudillos y las montonera, épocas de cargas a lanza de caballería, y allí
jugó importante papel “El Supremo Entrerriano”, Francisco “Pancho” Ramírez, a
quien sus coetáneos recuerdan jinete sobre un azulejo superior de ligereza de parejero. Montaba en él al llegarle
la hora, y dicen que le dijo a su Delfina: “Ya
sabés que huyendo yo solo con mi azulejo, no hay quien me agarre” (5), pero al iniciar su escape, viendo
peligrar a su amada, volvió grupas al montado, y lo que fue la salvación de
ella, resultó su fin. Era el 10/06/1821.
Casi exactamente
10 años después, quien es tomado en un entrevero como el anterior, es el
unitario cordobés José Ma. Paz, cuando gente de Estanislao López le bolea el “malacara chiquizuela blanca” que
montaba. Recuerda en sus “Memorias”: “…uno
de los que me perseguían, con un acertado tiro de bolas, dirigido de muy cerca,
inutilizó mi caballo de poder continuar mi retirada. Éste se puso a dar
terribles corcovos, con que, mal de mi agrado, me hizo venir a tierra”(9).
Y a ese López -Brigadier
General santafesino- que hemos aludido, se lo recuerda jinete sobre un “bayo cabos negros”.
Y hablando de
caudillos no puede estar ausente de estas líneas, aquel caballo de Don Facundo
Quiroga, pingo con virtudes de adivino, el que con su compartimiento (tranquilo
o encabritado), le “aconsejaba” al amo la decisión a tomar, nos referimos al “moro” del “Tigre de los Llanos”.
De Don Juan
Manuel de Rosas, hombre muy de a caballo y entendido en el tema, varios
montados se recuerdan, pero sintetizando, refiere Solanet la anécdota que le
transmitieran en 1923, teniendo su origen en lo que contara D. Ezequiel
Cárdenas como testigo del hecho: “…dos
días antes de Caseros, el Restaurador revistaba las tropas en Palermo llevando
su gateado de pelea, marca del
chileno Saavedra, cuando picando el pingo desató las tres marías y las arrojó
al pie de un poste que llevaba en lo alto la bandera patria, al grito de ¡Viva
la Federación Argentina”, y abajo el gabinete del Brasil”.(5)
En su exilio,
Rosas deja otro testimonio: “…el mejor
caballo que he tenido y tendré jamás me lo regaló D. Claudio Stegman. Era bayo, del Entre Ríos. Murió en la
expedición de los desiertos del sur comido por un tigre, que encontrado después,
lo enlazó y mató el Gral. Rosas”. (10)
Hablando de
Rosas, cómo olvidar a Manuelita? De ella refiere Solanet, aportando como fuente
lo referido por Monseñor Ezcurra, que “El
preferido de la silla de Manuelita Rosas fue un doradillo que paseaba con las crines y cola largas en San Benito de
Palermo.” (5), y más
adelante, sin ciuta de fuente, cuenta: “Manuelita Rosas, alta y delgada, la más
elegante amazona de aquella época, tenía entre sus caballos uno oscuro como de raso, para cuando vestía
de gala” (5).
Pero si en todos
lados se cuecen habas, digamos que del bando unitario, cuando la Revolución de
los Libres del Sur, según relata el historiador Ángel Carranza: “La patriota chacomusera señora Carmen
Machado de Deheza, apodada la “Heroína del Sur” por las fuerzas revolucionarias,
(…) durante su visita al campo revolucionario fue obsequiada por el jefe con un
brioso overo negro, al que le
trenzaron la crin (…), mientras ella se ponía para montarlo su vestido muselina
color cielo”.
Caudillo y
estanciero también, D. Justo José de Urquiza supo de la atracción equina, y se
evoca a su “tordillo” llamado “Sauce”
como monta preferida; pero cuando los sucesos de Caseros -según Martiniano
Leguizamón-, dirigió la batalla desde el lomo de un brioso “moro”, que no debe ser otro que el del relato que sigue: “Vistiendo poncho blanco con amplias listas
rojas y tocado con galera de felpa, tal como lo muestran los daguerrotipos de
la época, el Gral. Urquiza, vencedor de Caseros, entró a Buenos Aires el
18/02/1852, cabalgando un soberbio moro
resplandeciente de prendas de plata, el mismo que poco después admiró Buenos
Aires con sus hazañas de parejero” (10).
Y podríamos
seguir con los fletes de Oribe, Castelli, Estanislao Zeballos, Aimeé
Tschiffily, Soulé, Ana Beker, Cnel. Machado, Gral. Hornos y tantos más… Pero si
dicen que de muestra sirve un botón, valga de ilustración lo resumido. Pero…
como frutilla del postre, yéndonos a la poesía, cerremos diciendo que cuando a
Fierro lo llevan a la frontera, anda sobre un “moro” (sobresaliente el
matucho), y cuando de las tolderías regresa, lo hace en el “oscuro tapao” que era de un indio.
Citas
1.- Assuncao, Fernando – El Caballo
Criollo (1985)
2.- Revista El Caballo N° 146 (3/1956)
3.- Sáenz (h), Justo P. – en Antología
Sanmartiniana de Raffo de la Reta (1950)
4.- Lugones (h), Leopoldo – La historia
de los caballos (1966)
5.- Solanet, Emilio – Pelajes criollos
(1971) Pags.56, 65, 67, 75, 81 y 106
6.- Zappa, Ángel – El caballo - su
protagonismo histórico (1998)
7.- Gorriti, Manuela – Relatos (Capítulo:
Carmen Puch)
8.- Risso, Carlos R. – Miguel de los
Santos Cajaraville ¡El Guapo de San Martín! (2012)
9.- Paz, José María – Memorias (Capítulo
XVIII)
10.- Labiano, Alberto – Manual de los
pelajes de caballos (1994)
Publicado en “El Tradicional”, dentro de Revista
“El Federal” N° 465
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