domingo, 3 de abril de 2016

DE PELAJES Y JINETES

Se ha dicho hasta el cansancio que “la Patria se hizo a caballo”, y no tenemos dudas que así fue. De los jinetes, muchos perduraron en la historia y hoy conocemos sus nombres, no así de los guapos pingos que las más de las veces sucumbieron en el cumplimiento de una misión. Apenas si de un puñado de ellos, conocemos el color de su manto: su pelaje.
Así como de pasada, recordemos que el caballo llegó a América con la segunda expedición de Colón en 1493, en una escuadra compuesta de diecisiete naves (1), y al Río de la Plata, unas cuatro décadas después merced a Don Pedro de Mendoza…
Recorriendo “Pelajes Criollos” de D. Emilio Solanet, podemos hacer un resumen, ya que trae datos de caballos del país, de América y del mundo. Con esa fuente, más otras que también hemos confrontado, es que intentaremos brindar esta reseña.
Y aunque así lo parezca, no es redundante comenzar con el caballo que montara San Martín en San Lorenzo, aquel que sucumbió a la metralla y que hizo que el soldado  Cabral al quitar al Capitán de debajo de su cuerpo entregando la vida por salvarlo, fue ascendido “post-mortem” a Sargento. El bayo… recuerdo de Don Pablo Rodrigáñez”. De tan breve existencia en la historia pero que quedó grabado en ella.
Hace más de medio siglo, trajo discusión la cita de ese pelaje, pues se entendía que era producto de una mala traducción del inglés; pero en 1950 Don Justo P. Sáenz (h) -¡cuándo no!-, en su “Caballería del Gral. San Martín”, se encargó de confirmar el pelaje, basándose en las “Memorias del Gral. Espejo”, que es quien da la información primigenia (2), y quien describe al Libertador: “tan bien plantado a caballo como a pie”.
Atestigua Espejo, que mientras San Martín permaneció en Mendoza, durante la preparación del ejército, “algunas tardes salía de paseo a caballo en un alazán tostado…”, y otras ocasiones en un zaino oscuro…(3); esto ya fue apuntado en El Tradicional N° 22, por el historiador Diego Sarcona.
De aquellos años primeros de la Patria, no podemos olvidar el dato de que el docto devenido en General, Don Manuel Belgrano, montaba en “mansísimo rosillo, popular ya entre los tucumanos”(4), a pesar de lo cual en la Batalla de Tucumán, “al primer cañonazo de la línea de los patriotas, el dócil rosillo se asustó, se encabritó, giró sobre las patas traseras y dio en tierra con el General” (4). En la misma contienda, el entonces Tnte. Lamadrid brilló con su espada sobre un “superior lobuno, el que tras la lucha debió -por orden del Gral. Balcarce-, ceder a José María Paz, quien realizó “a media rienda numerosas comisiones en el mismo día” (5). Podemos sentenciar: “lobuno… como vos ninguno”.
Este mismo Lamadrid, casi veinte años después, durante las luchas intestinas, enfrentó con suerte adversa a Facundo Quiroga, en La Ciudadela (Tucumán), y recordará en sus “Memorias” que ese día montó “un moro”, el superior que conociera.
Volviendo a San Martín, recordemos que éste, para la concreción de gesta, confió la seguridad de sus espaldas -el norte, digamos-, en un criollo salteño, quien un ejército irregular, cumplió con creces el cometido, frustrando todos los intentos españoles: Don Martín Miguel de Güemes. Éste, entre otros, “tuvo un caballo oscuro excepcional, sin duda de raza criolla peruana llamado (6). Acaecida su muerte, de sus exequias sabemos que “Detrás venían dos bellos corceles en arneses de duelo. Veíanse al uno de ellos volver tristemente la cabeza como si buscara a alguien. Era aquel , testigo de tantas glorias y compañero del héroe hasta la muerte”(7).
Y si hablamos de los años de la Independencia, ¿cómo no nombrar a “Decano”?, el “doradillo colorado” que de su estancia en Pagos de la Magdalena tomó Don Andrés Caxaraville, para que sirva de monta a su hijo, futuro oficial, Don Miguel de los Santos Cajaraville, quien tras servir como granadero de 1813 a 1820, siempre junto a “Decano”, pidió la baja, traspuso nuevamente la cordillera junto a Tomás Guido, y llevó al caballo, (famoso entonces en el ejército decir de otros camaradas), a descansar a la estancia paterna de la que había salido, donde cuidado y mimado por su amo, se supone murió en 1825 (8).
A poco de finalizada la liberación de América, nuestro país entre en guerra con el Imperio de Brasil, y de esa lucha que ganada por las armas se “perderá” en los escritorios, vale destacar que el bravo coronel francés, D. Federico de Brandsen, morirá en el campo de la batalla de Ituzaingó, el 20/02/1827, “montando un caballo alazán chileno, que murió como su dueño destrozado por la metralla” (5).
En el período de la organización de las provincias, cuando las luchas intestinas, se destacan los caudillos y las montonera, épocas de cargas a lanza de caballería, y allí jugó importante papel “El Supremo Entrerriano”, Francisco “Pancho” Ramírez, a quien sus coetáneos recuerdan jinete sobre un azulejo superior de ligereza de parejero. Montaba en él al llegarle la hora, y dicen que le dijo a su Delfina: “Ya sabés que huyendo yo solo con mi azulejo, no hay quien me agarre” (5), pero al iniciar su escape, viendo peligrar a su amada, volvió grupas al montado, y lo que fue la salvación de ella, resultó su fin. Era el 10/06/1821.
Casi exactamente 10 años después, quien es tomado en un entrevero como el anterior, es el unitario cordobés José Ma. Paz, cuando gente de Estanislao López le bolea el “malacara chiquizuela blanca” que montaba. Recuerda en sus “Memorias”: “…uno de los que me perseguían, con un acertado tiro de bolas, dirigido de muy cerca, inutilizó mi caballo de poder continuar mi retirada. Éste se puso a dar terribles corcovos, con que, mal de mi agrado, me hizo venir a tierra”(9).
Y a ese López -Brigadier General santafesino- que hemos aludido, se lo recuerda jinete sobre un “bayo cabos negros”.
Y hablando de caudillos no puede estar ausente de estas líneas, aquel caballo de Don Facundo Quiroga, pingo con virtudes de adivino, el que con su compartimiento (tranquilo o encabritado), le “aconsejaba” al amo la decisión a tomar, nos referimos al “moro” del “Tigre de los Llanos”.
De Don Juan Manuel de Rosas, hombre muy de a caballo y entendido en el tema, varios montados se recuerdan, pero sintetizando, refiere Solanet la anécdota que le transmitieran en 1923, teniendo su origen en lo que contara D. Ezequiel Cárdenas como testigo del hecho: “…dos días antes de Caseros, el Restaurador revistaba las tropas en Palermo llevando su gateado de pelea, marca del chileno Saavedra, cuando picando el pingo desató las tres marías y las arrojó al pie de un poste que llevaba en lo alto la bandera patria, al grito de ¡Viva la Federación Argentina”, y abajo el gabinete del Brasil”.(5)
En su exilio, Rosas deja otro testimonio: “…el mejor caballo que he tenido y tendré jamás me lo regaló D. Claudio Stegman. Era bayo, del Entre Ríos. Murió en la expedición de los desiertos del sur comido por un tigre, que encontrado después, lo enlazó y mató el Gral. Rosas”. (10)
Hablando de Rosas, cómo olvidar a Manuelita? De ella refiere Solanet, aportando como fuente lo referido por Monseñor Ezcurra, que “El preferido de la silla de Manuelita Rosas fue un doradillo que paseaba con las crines y cola largas en San Benito de Palermo.” (5), y más adelante, sin ciuta de fuente, cuenta: “Manuelita Rosas, alta y delgada, la más elegante amazona de aquella época, tenía entre sus caballos uno oscuro como de raso, para cuando vestía de gala” (5).
Pero si en todos lados se cuecen habas, digamos que del bando unitario, cuando la Revolución de los Libres del Sur, según relata el historiador Ángel Carranza: “La patriota chacomusera señora Carmen Machado de Deheza, apodada la “Heroína del Sur” por las fuerzas revolucionarias, (…) durante su visita al campo revolucionario fue obsequiada por el jefe con un brioso overo negro, al que le trenzaron la crin (…), mientras ella se ponía para montarlo su vestido muselina color cielo”.
Caudillo y estanciero también, D. Justo José de Urquiza supo de la atracción equina, y se evoca a su “tordillo” llamado “Sauce” como monta preferida; pero cuando los sucesos de Caseros -según Martiniano Leguizamón-, dirigió la batalla desde el lomo de un brioso “moro”, que no debe ser otro que el del relato que sigue: “Vistiendo poncho blanco con amplias listas rojas y tocado con galera de felpa, tal como lo muestran los daguerrotipos de la época, el Gral. Urquiza, vencedor de Caseros, entró a Buenos Aires el 18/02/1852, cabalgando un soberbio moro resplandeciente de prendas de plata, el mismo que poco después admiró Buenos Aires con sus hazañas de parejero” (10).
Y podríamos seguir con los fletes de Oribe, Castelli, Estanislao Zeballos, Aimeé Tschiffily, Soulé, Ana Beker, Cnel. Machado, Gral. Hornos y tantos más… Pero si dicen que de muestra sirve un botón, valga de ilustración lo resumido. Pero… como frutilla del postre, yéndonos a la poesía, cerremos diciendo que cuando a Fierro lo llevan a la frontera, anda sobre un “moro” (sobresaliente el matucho), y cuando de las tolderías regresa, lo hace en el “oscuro tapao” que era de un indio.

Citas

1.- Assuncao, Fernando – El Caballo Criollo (1985)
2.- Revista El Caballo N° 146 (3/1956)
3.- Sáenz (h), Justo P. – en Antología Sanmartiniana de Raffo de la Reta (1950)
4.- Lugones (h), Leopoldo – La historia de los caballos (1966)
5.- Solanet, Emilio – Pelajes criollos (1971) Pags.56, 65, 67, 75, 81 y 106
6.- Zappa, Ángel – El caballo - su protagonismo histórico (1998)
7.- Gorriti, Manuela – Relatos (Capítulo: Carmen Puch)
8.- Risso, Carlos R. – Miguel de los Santos Cajaraville ¡El Guapo de San Martín! (2012)
9.- Paz, José María – Memorias (Capítulo XVIII)
10.- Labiano, Alberto – Manual de los pelajes de caballos (1994)


Publicado en “El Tradicional”, dentro de Revista “El Federal” N° 465

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