LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y
BLANCO”
Micro Nº 43 – 17/09/2017
Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande,
junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver
si compartimos “Decires de la campaña”.
En este ciclo de definir “decires” hemos tratado sobre
algunas plantas nativas, pero no hemos abordados aún elementos de la fauna, por
eso hoy nos referiremos a esa simpática avecilla que todos conocemos bajo el
nombre de “hornero”, quien así como
está presente en nuestra campaña pampeana, lo está también por casi todo el
país, ya que su área de dispersión es muy amplia. Al respecto, el estudioso
Raúl Leonardo Carman, quien supo estar muy ligado al vecino pueblo de Atalaya,
en su libro titulado “De la Fauna Bonaerense”, donde dedica sus páginas el
ñandú, la nutria, la paloma, la cigüeña y el tigre, en las que están dedicadas
al “hornero”, dice al respecto de lo que antes yo expresaba: “El hornero -así llamado vulgarmente pero
cuyo nombre científico es ‘furnarius rufus’, es ave exclusiva de la América del
Sur. En la Argentina lo encontramos en casi todas las provincias, desde el
extremo norte (Misiones, Corrientes, Formosa, Salta y sudeste de Jujuy) hasta
el valle del Río Negro (…). En Mendoza es escaso, aunque se lo ve en los
alrededores de la ciudad en el Parque Gral. San Martín y en algunas áreas
cultivadas. Fuera de la Argentina, el hornero vive en Uruguay, Brasil, Paraguay
y Bolivia”.
En nuestra vida rural, en el diario existir de nuestro
paisano, siempre se ha considerado de buen augurio que el “hornero” anidase
cerca del rancho, donde, a más de un ave de compañía, confianzuda y curiosa, ha
sido junto al tero, el chaja y la lechuza, un ave vigilante, sobre todo en la
noche, cuando su canto desaforado en la deshora, es señal de que andan alimañas
o… ‘zorros rastreros de dos patas’.
A más de estas condiciones, al “hornero” lo ha hecho famoso
la construcción de su formidable nido, levantado con barro y pajitas secas,
restos de hojas, raicitas, cerdas, bosta de vaca, etc., con la perfección de un
constructor diplomado, y con la solidez suficiente como para aguantar el peor
de los temporales. Aunque parezca mentira, una yunta de estos pajaritos
construye su casita de barro en una semana, más o menos.
Dice Carman que los ha observado con detenimiento, que la
construcción tiene tres etapas: primero, la base de forma más o menos circular;
segundo, levantan las paredes que se unen formando la cúpula, y tercero, el
tabique interior que lo divide en dos ambientes: el interno o nido propiamente,
y la antecámara o pasillo de entrada. Lo curioso es que la pareja utiliza el
nido para una sola nidada, levantando al año siguiente, nueva casa, siendo la
abandonada, intrusada por otras aves o alimañas.
Por lo general construye el nido dando la espalda al
sur-suroeste, como haciendo lomo al pampero, y por lo tanto con la boca al
norte; también se afirma que no alza rancho en plantas de madera falsa o
lechosas, como el ombú y la higuera. La leyenda popular le ha agregado un sentido
socio/laboral, al afirmar que “el hornero no trabaja los domingos”.
Quizás de la similitud con el horno de barro propio también
de los ranchos criollos, derive su nombre, aunque es bueno decir que ellos ya
estaban antes que el hombre apareciera por estas comarcas y se le diera por
levantar su rancho.
Por supuesto… no podemos omitir decir que el “hornero” ¡es
el pájaro nacional!
Ilustramos con el célebre poema que le dedicara Leopoldo
Lugones.
(El poema se puede leer en el blog "Poesía Gauchesca y Nativista")
No hay comentarios:
Publicar un comentario