LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y
BLANCO”
Micro Nº 56 – 21/01/2018
Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande,
junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver
si compartimos “Decires de la campaña”.
En nuestra campaña, allá en las épocas del gaucho, los
bailes no eran como actualmente que son de ambiente pueblero; difícilmente la
gente de campo participaba en una reunión de ese tipo cuando las ‘fiestas
mayas’ o ‘las patronales’, muchas veces en la Casa Municipal. Muy por el
contrario, la reunión bailable se daba en algún galpón de la estancia, en
alguno de sus puestos, o en un rancho de las orillas del pueblo.
En aquellos viejos tiempos (siglo 19 estamos hablando), la
música en nuestra campaña y en esos bailes, estaba dada por una o dos
guitarras. Punto y aparte.
En una vieja “Caras y Caretas” de principio del siglo
pasado, alguien que se escuda tras el seudónimo de “Mataco”, describe lo que
llama “Los Bailes de mi Pago”, y comienza diciendo: “El mulato Arroyo, antiguo sargento del regimiento de Blandengues, está
de fiesta; su rancho, el más blanqueadito de las orillas, ha sufrido las
transformaciones del caso: el dormitorio
será la sala de baile. (…) Del piso, previamente regado, se levanta un vaho
húmedo, impregnado de suave olor a tierra mojada. (…) El baile comienza; las dos guitarras dejan oír las
primeras notas de una pieza y su acompañamiento (…) una habanera se preludia…”.
Don Pedro Risso se ha floreado relatándonos “El Cumpleaños
del Patrón”, de allí rescatamos la pintura del ambiente: “Y allí cerca, en un galpón / adornao como una sala / el ‘Chueco’
Damián Ayala / con Calendario Cisneros / parecían dos jilgueros / cantando en
el mismo tala”.
Más adelante, hacia final del siglo 19 y comienzos del 20,
se sumó algún acordionista, producto sin duda de la adaptación de inmigrantes
que se acriollaron.
Otro autor que se esconde tras un nombre ficticio, en este
caso “Maturrango”, escribe en 12/1900, en la revista uruguaya “El Fogón”, una
colaboración que data en Mar del Plata bajo el título de “Baile Campero”. De
allí extraemos aspectos de las indumentarias: “Las muchachas también habían echado el resto; la plancha y el almidón
no descansaron para volver los vestidos de percal, duros y sonadores. // Las
batas cortas, sin ballenas ni corsé, dibujaban talles cuadrados y cadera
anchas, y sus peinados con un flequillo cantor con dos ondas sobre la frente,
con un rosquete de trenzas atrás, estaban adornados con cintas chillonas.
El patio estaba
lleno; chambergos aludos bien requintados, mantas llenas de flecos, bombachas
negras, pañuelos de seda de colores, chiripás, botas, botines elásticos y
alpargatas se distinguían en la semi-oscuridad…”. Y
comienza el baile con una polka sin variaciones.
Los hombres bailan de sombrero puesto, y si es invierno
hasta sin sacarse el poncho. Varios han apuntado esta observación, pero ahora
lo estamos tomando de Don Nicanor Magnanini, autor de “El Gaucho Surero de la
Provincia de Buenos Aires”, que a la manera Ambrosio Althaparro, cuenta lo que vio en su
pago y en su época. Por ejemplo lo del baile ofrecido en lo de Doña Gregoria
Chaparro de Carrizo, arrendataria de una estanzuela dentro de la Estancia “Ana
Luisa” de sus padres, en el partido de Juárez, y allá por 1895 – 1900. Nos
cuenta: En el rancho usado como
dormitorio en la vida diaria, se bailaba. Habían sacado las camas y las cómodas
dejando simplemente junto a las paredes, los baúles, sillas y bancos traídos de
la cocina. // Una mesa arrimada a la pared opuesta a la puerta de entrada
servía para mantener en ella, tal vez a guisa de protección, una imagen de
Cristo alumbrado con velas de sebo. En torno al cromo del Cristo, detrás y a
los costados, estaban colocadas descansando en la mesa y la pared, las dagas,
los cuchillos y facones de los concurrentes. Espontáneamente, al entrar habían
entregado sus armas a la dueña de casa, en señal de respeto y de sumisión.
Cristo y la dueña de casa quedaban de custodios. Era la usanza ética…”.
Quizás por la importancia de la casa, aunque no muy
afinada, se contaba con una orquesta criolla de “dos guitarras, dos acordeones, un arpa, un violín y una flauta (…)
(donde) todos (los músicos) mantenían sus sombreros con las alas echadas
sobre los ojos…”, producto del baile en el ambiente flotaba el polvo, a
pesar de que una comedida, palangana al brazo, cada vez que la ocasión se lo
permitía, iba regando a mano suelta, el suelo de tierra natural. Cuenta don
Nicanor, que para el ritmo campero “los
pasitos eran cortos, como titubeantes, iguales para todos los bailes…”. Que
así eran los bailes de’nantes, y sino, volvamos a Pedro Risso:
“El patrón y la
patrona / sin que hiciera falta un ruego / bailaron, rompiendo el fuego, /
cuanto arrancó la acordiona. / La muchachada gauchona / dentró a buscar
compañera, / y como haciendo escalera / en la cordial tremolina / yo me florié
con mi china / ‘pasuquiando una ranchera”.
Ilustramos con unas décimas de Cirilo Bustamente, que
titulara “Bailes de Ayer” (se pueden leer en el blog "Antología del Verso Campero")
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