LR 11 – Radio Universidad –
“CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 57 – 28/01/2018
Con su licencia,
paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor
luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.
Diez/once
programas atrás, nos referíamos a “la galera”, y en el transcurso del relato
mencionamos a “los postillones”, y hoy habremos de dedicarles el espacio a
ellos. Pero antes aprovechamos para una aclaración. Para la designación de los
carruajes usados para el transporte de personas se suelen usar indistintamente
las voces “galera”, “diligencia” y “mensajerías”, y al respecto hemos
encontrado una explicación de Don Justo P. Sáenz (h), que dice: “los coches de postas, recibieron el nombre diligencia en Uruguay, galera en la provincia de Buenos Aires,
y mensajerías en el resto del país”.
Yendo
a lo que hoy nos ocupa, la palabra la recibimos de España, donde los postillones eran los mozos de posta que
colaboraban con los carruajes y con el traslado de la correspondencia, y aunque
allí hasta tenían uniforme para cumplir con sus funciones, poco o por mejor
decir, nada de esos atavíos quedó por acá. Allí se lo define como: “El que va a caballo montado en una
caballería de las delanteras del tiro del carruaje”. Y en realidad casi lo
mismo siguió siendo entres nosotros, aunque en un medió más rústico.
No
sabemos por qué, pero ninguno de los diccionarios existentes sobre voces criollas,
analiza o define el uso de la palabra, pero igual, estamos en condiciones de
aportar algo.
En
la atada de los citados vehículos de transporte de pasajeros, iba, puede
decirse que un mínimo de dos postillones,
llegando el caso dado lo difícil del camino, de poder ser cuatro. Tenemos
presentes dos fotos, una hacia 1870 en descampados de lo que es hoy provincia
de La Pampa, y otra muy difundida de “la
Galera de Dávila”, donde se ve nítidamente -en ambos casos- tres postillones con sus arreadores en alto.
Tito Saubidet al hablar de la “galera” dice que “La dirigía el mayoral y dos o más postillones que conducían las
cuartas delanteras.”
Cuando
el viaje venía tranquilo, nos cuenta Horacio Lencina en una reseña que escribió
para La Capital de Rosario en 5/1955, “Un
cielito de amor se turnaba en las voces de los postillones”, pero cuando
las inclemencias del tiempo o lo difícil de la huella lo exigían, ese canto se
trocaba en rotundas voces azuzando a los animales de los tiros, acompañado esto
por el chasquear de los látigos procurando no aflojar el ritmo de la marcha.
Althaparro,
uno de esos serios autores a los que siempre recurrimos, al respecto nos cuenta
que dada la señal de arrancar el viaje “El
conductor con el látigo y los postillones con sus arreadores, peinaban los
caballos manteniéndolos listos (…) El
agudo toque de clarín a modo de despedida, los gritos de los postillones, el
sonar de sus arreadores… se iban perdiendo hasta dejar de oírse, recobrando la
posta su calma habitual.”
Don
Nicanor Magnanini, que allá por las décadas de 1880 y 1890 viajó habitualmente
en dichos transportes por sus pagos de Juárez, describe a estos hombres y su
tarea llamándolos “cuarteadores”, y relata que “Adelante, tirando con cincha iban dos ‘cuartiadores’, uno delante del
otro, llevando ambos un caballo a la par que también cinchaba, manejado por una
especie de rienda corta. / ¡Nada los arredraba!
Jamás los detenían las inclemencias del tiempo… / Conversando con ellos
les he preguntado acerca del peligro de una rodada: -Yo ya he rodado en unas
cuantas ocasiones; pero he andao bien, señor… Voy siempre atento mirando las
orejas del mancarrón, cosa que’n cuanto trompiece, si echa pa’tras las orejas,
abro las piernas y salgo parao echándome a un lao pa’ que no me agarren loj
mancarrones… eso sí sería fiero…”.
Cuando
en el 2007, ya restaurada “la Galera de Dávila” (cuyo nombre correcto era
“Mensajería la Central”), fue atada para hacer un viaje evocativo de los hechos
70 años atrás, al llegar a la Plaza de Lavalle, se le acercó para el saludo un
paisano de 94 años, llamado Heriberto Rooney, que en su mocedad había sido
“cuarteador” o sea “postillón” de
esa galera. Esto que lo cuenta Horacio Ortiz en Rincón Gaucho de La Nación, me
trae al recuerdo, que hace bastante, mi suegro Leoncio Pino, nacido en Dolores
allá por el 18, supo contarme que de muchachito chico había sido postillón de dicha galera.
Al
respecto se cuenta que cuando Serafín Dávila compró la “Mensajería la Central”, incluía la operación al postillón apodado “Ánima Negra”, que no era otro que el
Pedro Lucero, al que el poeta Ismael Dozo le dedicara el poema que ya pasamos a
leer: (Se encuentra en el blog "Poesía Gauchesca y Nativista"
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