LR 11 – Radio
Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 65 –
25/03/2018
Con su licencia,
paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor
luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.
Si bien, hoy por hoy,
hablar en nuestra campaña de “la mula” no tiene mucho sentido pues
no está inserta en su presente, cambia la cosa si rastreamos en el ayer de la
misma campaña, y es por eso que nos
decidimos traerla a estas charlas domingueras.
Y que ha estado
presente en la vida del viejo campo porteño, lo confirma el hecho de que tanto
Juan Manuel de Rosas como José Hernández, en sus escritos referidos a las
estancias, le dedicaron más de un párrafo.
Pero comencemos por
recordar qué es, una “mula”: es el
hibrido, producto del encaste de una yegua con un burro, al que se llama “burro
hechor”. Este, desde su nacimiento se criaba entre las yeguas, para que ese
contacto le creara afinidad sin diferenciar burra o yegua.
Aunque no es tan común,
la cría entre un padrillo y una burra, da otra especie mular que se denomina
“burdégano”.
Si bien no entre
nosotros, la “mula” también es llamada “acémila”.
350 años AC ya se la
utilizaba en Italia, y de allí fue introducida en la Península Ibérica de donde
posteriormente llegó a América de la mano del conquistador.
Dos han sido las razas
se puede decir, más difundidas entre nosotros: la llamada “poitú” y la
“ausetana”; en las “poitú”, el pelaje tiende a ser el zaino oscuro tirando al
bayo oscuro, con una alzada de entre 1.40 y 1.54 mts., este mular es muy
adaptable a la alta montaña. El origen de esta especie se encuentra en Siria y
Palestina.
El “ausetano” también
conocido como “catalán”, se origina en la región de Ausa, actual ciudad
catalana de Vich, y los de esta especie son más vale para montar que de carga,
ubicándose su alzada entre el 1.40 y 1.50 mts.
En las centurias del
1600 y 1700 la cría y venta de mulas constituyó el comercio más importante de
la colonia; de Santa Fe y Buenos Aires, anualmente se llevaban tropas de 600 y
700 animales hacia Córdoba donde iban a campos de invernada hasta ya entrada la
primavera. En tropas que doblaban en número la cita anterior llegaban a Salta 7
u 8 meses después, destinadas a la Feria de Rosario de Lerma o de Sumalao,
mientras que otras se estiraban a la feria de la Tablada en Jujuy. La gran
mayoría tenía por destino final el Alto Perú y Perú, para trabajar en las
minas, ya que cada una podía llevar sin problemas 95k de peso (8 arrobas para
las medidas de la época), aunque muchas veces, abusando de su fortaleza, se las
cargaba en demasía.
Se las trasladaba en
tropas de hasta 1800 mulares, porque ya en la montaña, una vez que tomaban la
senda no existía el problema del desbande que sí era probable en el viaje de
estas pampas a Córdoba.
Para organizar el viaje
se recurría a mulas viejas, mansas, que de cencerro al cogote, oficiaban de
“madrinas” y eran las que señalaban el rumbo.
Gregorio Caro Figueroa
al respecto escribió: “La producción y
venta de mulas constituyó una de las actividades más importantes del noroeste y
el litoral argentino” en el S. 17.
Cuando estudiamos el
pasado rural de nuestra campaña, es casi insoslayable recurrir a los
testimonios de los viajeros que recorrieron nuestra provincia, o varias o todas
la que entonces componían el país. Sobre este tema, John Miers, escribe en
1826: “Ningún animal puede exhibir
mayores precauciones que una mula, siempre está en guardia; y aunque lenta de
movimientos, puede confiarse en ella cuando se la deja sin riendas”. Sin el
aporte de ellas, por la condición apuntada, San Martín no hubiera podido
coronar con éxito el Cruce de los Andes.
Otro inglés que cabalgó
por esta región que habitamos, fue William Mac Cann. Este comerciante, impedido
por cuestiones políticas de realizar los negocios por los que había venido,
decide comprar dos caballos y junto a un amigo largarse a recorrer la
provincia, a efectos de comprobar personalmente, todo lo que sobre el gaucho
había escuchado. A 15 leguas de Buenos Aires (unos 75 kms.), en pagos de la
Magdalena, se hospedan en la Estancia de
Mr. Taylor, dedicada “a la cría de
caballos, vacas, ovejas, mulas y
asnos. (…) La cría de mulas está muy
desarrollada también en esta región. Mr. Taylor posee gran número de ellas y
las exporta a Río de Janeiro, a las Antillas y a la Isla Mauricia. Estas mulas
se pagan a cien pesos papel cada una, entre buenas y malas, pero puestas a
bordo, en la Ensenada o en Buenos Aires, a satisfacción del sobrecargo, valen
hasta un doblón”.
Al grupo de mula que
cargadas marchan encolumnadas una tras otra, se le llama “arria”.
En definitiva, hemos
querido recordar que estos animales tuvieron en un pasado no tan lejano, activa
participación en la vida de nuestra campaña.
Cerramos ahora con unas
octavillas que les dedicara Don Martín Castro.
(Se puede leer en el blog "Poesía Gauchesca y Nativista")
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