LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y
BLANCO”
Micro Nº 76 – 24/06/2018
Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande,
junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver
si compartimos “Decires de la campaña”.
Por una cuestión natural la mujer y el hombre siempre se
han buscado para enyuntarse, en cualquier comunidad, bajo las más dispares
condiciones, y desde los comienzos de la vida humana en territorio africano,
siempre ha sido así: la mujer y el hombre se reclaman.
Y entre nosotros ha tenido sus particularidades, y como en
el norte ha existido el “cirviñacu”, en nuestra campaña ha tenido sus características
y reglas no escritas.
En el “campo de ayer” la vida social prácticamente no
existía, y la que había casi que dependía del trabajo, la más convocante quizás
haya sido la de las grandes yerras que duraban varios días, juntaban al
vecindario, y solían terminar con gran asado, y habiendo guitarreros, con un
baile. Esa era para los mozos la “ucasión” propicia de ronciar a alguna
chinita, y comenzar un trato amistoso, aunque más no sea.
Muy de vez en cuando, en algún rancho o en algún puesto
donde había varias hijas en edad “de merecer”, éstas solían pedir a la “mama”
que diera un baile, ansiosas por conocer a algún palomo con quién, sin falsas
promesas, pudiese alzar vuelo.
Otra forma de relacionarse era motivada por la higiene de
las pilchas del paisano; pues muchas veces, en las grandes estancias, los
mensuales eran hombres solos, sin familias, ya que éstas eran por lo general,
las que ocupaban los puestos. Así que donde había alguna muchacha, esta tenía
la posibilidad de ganarse unos pesos oficiando de lavandera. Resultaba entonces
que el domingo era día de visita para
algunos peones, que se allegaban al puesto con la muda de ropa para lavar, y
era también la excusa para compartir un mate con los de la casa, y poder cruzar
algunas palabras y comentar algunas novedades triviales con la o las muchachas del lugar, naciendo así el
interés por alguna, buscándole entonces la comba al palo queriendo ser
correspondido.
De allí que don Luis Domingo Berho graficó con exactitud: “le
lavó un par de bombachas / y se las siguió lavando”.
¿De qué modo se cristalizaba la relación en una primitiva sociedad
patriarcal alejada de leyes y cleros?: robando “la prienda”: una noche
perfectamente acordada, la moza se hacía perdiz en las ancas del pingo que su
hombre le ofrecía feliz y gentil. Al día siguiente, “preocupada” la familia por
la ausencia de la muchacha, tras buscarla por los alrededores sin encontrarla,
tocado en su amor propio, sería el padre quien saldría -en apariencia- sin
rumbo cierto, prometiendo no volver hasta encontrarla, pero en lo íntimo, la
más de las veces, todos sabían con quien se había alzado y donde debía estar.
Un ritual criollo no escrito, pero respetado hasta entrado el siglo 20.
Una bonita poesía del poeta Don Miguel Ángel Castagnino,
nos pinta el caso de un enamoramiento en el medio rural, que ha titulado
“Ennoviao”. (Se puede leer en el blog "Antología del Verso Campero")
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