Cuando por octubre de 2015 nos
concentramos en escribir un artículo sobre el poncho de cuero de Justo J.
Urquiza*, a raíz de la réplica confeccionada por la artesana/artista Graciela
Roso, y mientras también trabajábamos compilando material para la edición N° 85
(9/2015) del Boletín de los Escritores Tradicionalistas, encontramos en el
libro “El Caballo, sus aportes…” de Juan C. Artigas, un comentario titulado
“Poncho de Cuero”, en el que aludía a la sextina del “Martín Fierro” que dice:
“Y
cuando sin trapo alguno
nos
haiga el tiempo dejao-
yo
le pediré emprestao
el
cuero a cualquiera lobo-
y
hago un poncho, si lo sobo,
mejor
que poncho engomao.”
A su vez Artigas había tomado el tema de
una nota de Revista “El Chasque”, donde el interrogante era a que lobo se
referiría el poeta, ya que en la pampa no existían, y dejaba abierta la
posibilidad de que fuese el yeguarizo cimarrón llamado “lobo” en la región
cuyana.
Decir que nos picó la curiosidad, quizás
sea quedarnos corto con la sensación de ese momento. Este es el resultado de lo
que poco a poco hemos ido averiguando.
Descartado el cánido “lobo” -probable
ancestro del perro doméstico-, ya que no existió por estas llanuras pampeanas,
nos quedaba informarnos sobre qué era eso del “yeguarizo lobo”, para lo cual nos
comunicamos con el Presidente de la Federación Gaucha de San Luis, el compadre
Carlos Hermán Fernández, quien gentilmente nos refirió que tanto en la zona
precordillerana de Mendoza como de San Juan, hasta no hace mucho, una vez al
año subía la paisanada (hasta 100 personas) en forma organizada, y poco a poco
iban juntando y arreando los yeguarizos cimarrones hacia los valles de abajo,
donde se procedía a realizar durante varios días, una gran yerra con esa
“caballada loba”, lo que dio motivo a una fiesta anual que desde su audición
radial Darío Bence promocionaba diciendo: “Fiesta
de Cumbres y Valles Iglesianos donde se baja la caballada loba”.
Me aclara Fernández que lo de “loba” o
“lobo”, proviene del apocamiento de “lobuno” (pelo del color o similar al
lobo), lo que nos lleva a pensar que quizás por una cuestión de mimetización,
el pelaje lobuno tenía (o tiene… creo que dicho encierre aún se sigue haciendo)
preponderancia en esas manadas cimarronas.
Ahora bien, más allá de haber conocido
algo nuevo en el continuo aprendizaje de usos y costumbres que hacen a nuestras
tradiciones gauchas, me parece que atribuirle aquello de “yo le pediré emprestao / el cuero a cualquiera lobo”, a “voltiarle
el cuero” a un caballo lobuno para hacer un poncho, resulta un tanto caprichoso
y forzado, porque tal término no es de uso común en el ámbito en el que se
desarrolla el testimonial poema.
Y entonces… de dónde sacó Hernández tal
aseveración…? Pues bien, creemos haberle encontrado el sentido.
Comencemos por recordar que está
saliendo de la niñez cuando su padre se lo lleva a los campos porteños del
sudeste donde capataceaba y administraba estancias, por caso allá por Laguna de
los Padres, en las vecindades de la actual Mar del Plata. Se formará entonces
en aquella vida de hombres recios y curtidos; no son campos con poblaciones
palaciegas, más vale carecen de ellas; vivirá la auténtica vida de fogón, sin
mujeres podría decirse, sin madre ni tía a la vista para sobreprotegerlo.
Este momento que se extendió hasta enero
de 1853, pudo haber arrancado en 1843 -según Augusto R. Cortazar- o hacia 1846
-al decir de Jorge Calvetti-, y bien hayan sido 9 años o solo
6,
lo cierto que es el período en el que está en contacto con el gaucho neto,
justo en el momento de la vida en que se es como una esponja absorviendo
información y conocimientos.
Tiempos aquellos de campos sin alambrar,
en que los rodeo se debían rondar de continuo, como así también hacer grandes
recorridas buscando animales alzados. Probablemente en estas cuestiones,
acompañando a su padre, fue que se allegó hasta “las costas de la mar”, aquella
“muy galana costa” según definiera Don Juan de Garay en su única entrada a los
campos del sud, después que refundara Buenos Aires.
No hay dudas que en estas recorridas,
conoció “las loberías”, que en la costa Atlántica se extienden desde el sur de
Brasil hasta el extremo austral patagónico, y han dado nombre a lugares, como
Isla de los Lobos, frente a la costa uruguaya o “Barranca de los Lobos”,
casualmente en la zona por donde anduvo Hernández. Y esto lo afirmamos basados
en lo que ahora viene.
Todos saben (o ingenuamente eso
creemos), que José Hernández es el poeta
que dio vida al libro “Martín Fierro”, ahora… lo que pocos saben y menos han
leído, es que nos legó otros libros; uno de esos, muy curioso e interesante se
titula “Instrucción del Estanciero”, texto de 11/1881. Por el título se
descuenta que es un libro que apunta a mejorar la explotación ganadera de un
establecimiento rural, y así es, pero… siempre hay un pero: en la Séptima
Parte, su Capítulo III (oh! curiosidad), se titula “Lobos”, y allí da rienda suelta al conocimiento que tiene sobre el
tema, y como aconseja hacer rentable, un recurso natural hasta el momento
desperdiciado.
Comienza ese Capítulo advirtiendo que el
libro se le ha ido muy extenso, por lo que eliminará algunos escritos que
considera se pueden obviar, y a otros los abreviará. Casualmente dice: “De este Capítulo extraemos los siguientes
fragmentos, referentes a los lobos…”.
Tenía amplios conocimientos sobre el
tema, donde quizás su única confusión residía en considerar al lobo de mar y al
de río una misma especie solo diferenciada por el tamaño. Y a lo que
personalmente había observado, con seguridad le sumó los informes que en
11/1869, le suministrara en forma escrita el Comandante de Marina D. Augusto
Lasserre, cuya carta comienza diciendo: “Querido
Hernández: Cumpliendo con la promesa que usted me exigió en julio próximo
pasado de hacerle la relación de mi viaje a las Islas Malvinas,…”
En la misma, entre otras cosas, le hace
un acabado informe sobre las habituales caserías de lobos de mar, del que
advierte el gran valor comercial si también se pudiese usar el aceite, además
del cuero.
Volviendo al conocimiento propio de
Hernández, comienza haciendo un detalle de las costas atlánticas y los sitios
visitados por dichos anfibios, y en un punto relata: “De Macedo adelante, toda la costa es formada de terrenos cenagosos,
llamados guadales, al pie de los médanos que se extienden hasta Mar Chiquita.
Allí empiezan de nuevo pedazos de costa firme, hasta el punto de la Laguna de los
Padres, llamada actualmente “Mar del Plata”. Continúa luego describiendo e
historiando “Cabo Corrientes”, afirmando que a partir de allí “empiezan recién las barrancas de la costa
sud”. Y explica: “El mar hace allí
una pequeña ensenada, en forma de herradura, de aguas muy serenas, a donde en
cierta estación del año acuden los lobos
gordos en innumerables cantidades.”
Los detalles que aporta demuestran que
conocía muy bien la geografía y las loberías, y como no hay información que ya
hombre haya vuelto a esos parajes, se ve que dicha observación que supo guardar
su memoria, provenía de aquellos años adolescentes en que acompañó a su padre,
viviendo por Laguna de los Padres.
Continúa describiendo: “Los gauchos, que en todas partes son
parecidos en eso de acometer empresas audaces, hacen escaleras de lazos y se
descuelgan de las barrancas, a matarlos. (…) Allí mismo se beneficia la grasa y
se preparan los cueros que se exportan enseguida para Inglaterra, donde son muy
estimados. En Londres, las señoras y señoritas adornan sus trajes con pieles de
lobo, y hacen chaquetillas, manguitos y muchas otras cosas. Tiene un valor
considerable.”
Aclarado este punto no nos quedan dudas
que cuando canta: “yo le pediré emprestao
/ el cuero a cualquiera lobo-”, se refiere concretamente a los lobos de
mar.
Y hubiésemos solucionado este entuerto
muy fácilmente, de habernos remitido de entrada al libro “Vocabulario y Frases
de Martín Fierro”, de Francisco I. Castro, ya que sobre el verso en cuestión,
aclara: “lobo marino”, y sobre la pata nos da otra referencia, el momento aquel
del poema en que llega a la pulpería un negro con su china, aquella que a raíz
de la pelea entre Fierro y el negro, “empezó
la pobre allí / a bramar como una loba”. Afirmado esto por el hecho de que
cuando los lobos buscan la serenidad de una ensenada costera, sucede porque es
época de cría, y al momento de la cacería se produce una gritería infernal, de
allí lo de “a bramar como una loba”.
Lindo debería ser tener uno de esos
ponchos, bien descarnado y sobado, ya que como dijo “el Tata”, resultaría en la
práctica cuando los días de lluvia: “mejor
que poncho encerao”!!.
La Plata, 8 de enero de 2018
*
Ver El Tradicional N° 139 (11/2015)
(Publicado en la web de "El Tradicional", en 01/2018)
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