LR 11 – Radio
Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro
Nº 002 – 06/11/2016
Con su licencia,
paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor
luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la
campaña”.
TROPILLA
No es ninguna novedad asegurar
que el país se hizo a pata de caballo, ya que es una expresión remanida; las
grandes distancias de nuestra Patria y la abundancia de yeguarizos, hicieron
posible que así fuera.
Y el gaucho le agregó
una particularidad al hecho de marchar grandes distancias y también al encarar
las difíciles tareas pastoriles de la antigua estancia criolla: “la tropilla”. La
“tropilla entablada”.
No existe entre los
pueblos ecuestres del mundo -llámense estos cosacos, beduinos, vaqueros,
charros, llaneros, etc.-, algo similar a “la tropilla” de nuestra tierra.
El gaucho se las
ingenió y en torno a una yegua madrina, elegida por su pelaje y carácter,
entabló en aquellos tiempos heroicos, de quince a treinta yeguarizos castrados,
pudiendo éstos ser redomones o ya caballos.
En el cogote de la
madrina -por lo general mansa de abajo pero potra-, cuelga el cencerro,
elemento de percusión, remedo en pequeño de una campana, del que según el Tata
Umpierrez: no hay dos que suenen iguales.
Al respecto otro poeta dijo: “Como goteando sonidos / del cencerro en el cogote, / va la madrina que al trote / puntea en el recorrido”.
Al respecto otro poeta dijo: “Como goteando sonidos / del cencerro en el cogote, / va la madrina que al trote / puntea en el recorrido”.
El múltiple José
Hernández, en su “Instrucción del Estanciero”, por 1882 apuntó: “Las tropillas eran antes, no solo muy
útiles, sino hasta indispensables en una estancia, tanto para los trabajos que
debían hacerse fuera del establecimiento, y aún dentro del mismo campo, como
para los viajes, en tiempos en que el caballo era el único medio de locomoción
que poseía el país”.
Si bien entonces no
existía lo que hoy conocemos como “sociedad de consumo” ya que para el hombre de aquel tiempo la plata valía
tan poco que la usaba de botón en el tirador,
en tener una buena tropilla se invertía tiempo de búsqueda y también
patacones. Y así era un lujo gaucho
tener una “tropilla de un pelo”, con los caballos todos parecidones, como
cortados por la misma tijera; y en aquellos que eran “de posibles” el lujo se
agrandaba al ser “de un pelo y de la mesma marca”.
Era común que en las
largas resereadas, cuando se trasladaban animales de una estancia, el domador
de la misma pidiese permiso para salir al camino con la “tropilla” que estaba entablando
para hacerlos a la huella y al trabajo, y así, al regresar a la estancia, solía
entregarse la tropilla para el trabajo de los mensuales.
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