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1520 Radio Chascomús – Audición “CAMPO AFUERA”
Micro N° 2 – 12/04/2017
Antes de salir
“campo afuera” pa’ poder tender la vista mirando lejos, dende’l banco chueco en
el que estoy sentao, vamos a ver si le arrimamos al fogón de los versos, unas “astillas
de Wenceslao”.
EL
AMIGO
Tuve la suerte que los
versos de Wenceslao ya anduvieran en mi casa cuando era apenas un gurisito de 5
o 6 años; ocurre que un conocido de la familia, sobre todo de los Mercante Castagnaso,
nativos de Bavio -Cacho Bianchi se llamaba-, viajaba frecuentemente a
Montevideo, y era común que al regreso se apareciera con algún libro del gran
poeta que encontraba en alguna librería; así se me hizo habitual la lectura de
“Vinchas – poemas del terruño”, “De Cuero Crudo – versos gauchos” y “Candiles –
versos gauchescos”, y entonces temas como “El Barcino”, “Tramojo”, “Por la
Muerta” o “Cardozo” se me hicieron aparceros.
La de Varela fue
siempre una vida sufrida, de familia humilde con varios hijos y muchas
necesidades, y quizás que esas marcas del destino le imprimieron a su decir
escrito, profundas huellas de dolor, de sufrimiento; hay que leer con
detenimiento su obra y se encuentran en muchos pasajes esa cicatrices. Lo cual
no le quitó ni le menguó cariño ni dulzura cuando las circunstancias lo
exigían, sobre todo cuando tenía que referirse a la familia.
Cuando en 1946 publica
“Vinchas”, se lo dedica a su esposa: “A
mi querida Amanda: mujer que encendió con besos el calor de mis triunfos y regó
con lágrimas la inerte frialdad de mis derrotas”.
Más o menos unos diez
años después, en el cierre de su libro “De Cuero Crudo”, es su madre -Lola C.
de Varela- la que expresa: “Mi hijo
Wenceslao me ha brindado una nueva satisfacción, con las condiciones literarias
de sus poesías que tienen tanto sabor a nuestras tradicionales costumbres
camperas”, para que no se escape el concepto, repito: “tanto sabor a nuestras tradicionales costumbres camperas”; y desde
la dedicatoria replica el hijo: “A mi
madre, que vive saturando sus silencios evocativos con recuerdos del heroico y
bravío pasado oriental”. Y en esta labor de mostrar su costado más íntimo,
menos doloroso, en “Candiles” -que dedica a sus tatas- dice: “A mis padres, para que, en la tenue luz de
mis “Candiles”, llenen sus ojos opacos y activen el ritmo perezoso del corazón
cansado”. Que a pesar de lo azaroso de su destino, supo mantener vivo ese
espíritu agradecido, sencillo, simple, casi como hasta conforme de haber podido
existir en este mundo.
Cuando Víctor Velázquez
allá por la década del ‘60 grabó el poema “El Amigo”; el escucharlo una y otra
vez me llevó a memorizarlo, y quizás fue la primera letra de su autoría con la
que me animé en un escenario o en un fogón. Dichos cuartetos están incluidos en
su libro “Vinchas” de los años ‘50, y pinta allí una dolorosa tragedia, de esas
que de verdad han existido en nuestra campaña, poco poblada, y donde las
amistades se respetan y los dolores se soportan, y las deudas se pagan. (Y en
este drama hay bastante de esas tres cosas).
(El poema "El Amigo" se puede leer en el blog "Antología del Verso Campero")
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