miércoles, 12 de abril de 2017

ASTILLAS DE WENCESLAO (Charla 2)

AM 1520 Radio Chascomús – Audición “CAMPO AFUERA”
Micro N° 2 – 12/04/2017

Antes de salir “campo afuera” pa’ poder tender la vista mirando lejos, dende’l banco chueco en el que estoy sentao, vamos a ver si le arrimamos al fogón de los versos, unas “astillas de Wenceslao”.

EL AMIGO
Tuve la suerte que los versos de Wenceslao ya anduvieran en mi casa cuando era apenas un gurisito de 5 o 6 años; ocurre que un conocido de la familia, sobre todo de los Mercante Castagnaso, nativos de Bavio -Cacho Bianchi se llamaba-, viajaba frecuentemente a Montevideo, y era común que al regreso se apareciera con algún libro del gran poeta que encontraba en alguna librería; así se me hizo habitual la lectura de “Vinchas – poemas del terruño”, “De Cuero Crudo – versos gauchos” y “Candiles – versos gauchescos”, y entonces temas como “El Barcino”, “Tramojo”, “Por la Muerta” o “Cardozo” se me hicieron aparceros.
La de Varela fue siempre una vida sufrida, de familia humilde con varios hijos y muchas necesidades, y quizás que esas marcas del destino le imprimieron a su decir escrito, profundas huellas de dolor, de sufrimiento; hay que leer con detenimiento su obra y se encuentran en muchos pasajes esa cicatrices. Lo cual no le quitó ni le menguó cariño ni dulzura cuando las circunstancias lo exigían, sobre todo cuando tenía que referirse a la familia.
Cuando en 1946 publica “Vinchas”, se lo dedica a su esposa: “A mi querida Amanda: mujer que encendió con besos el calor de mis triunfos y regó con lágrimas la inerte frialdad de mis derrotas”.
Más o menos unos diez años después, en el cierre de su libro “De Cuero Crudo”, es su madre -Lola C. de Varela- la que expresa: “Mi hijo Wenceslao me ha brindado una nueva satisfacción, con las condiciones literarias de sus poesías que tienen tanto sabor a nuestras tradicionales costumbres camperas”, para que no se escape el concepto, repito: “tanto sabor a nuestras tradicionales costumbres camperas”; y desde la dedicatoria replica el hijo: “A mi madre, que vive saturando sus silencios evocativos con recuerdos del heroico y bravío pasado oriental”. Y en esta labor de mostrar su costado más íntimo, menos doloroso, en “Candiles” -que dedica a sus tatas- dice: “A mis padres, para que, en la tenue luz de mis “Candiles”, llenen sus ojos opacos y activen el ritmo perezoso del corazón cansado”. Que a pesar de lo azaroso de su destino, supo mantener vivo ese espíritu agradecido, sencillo, simple, casi como hasta conforme de haber podido existir en este mundo.

Cuando Víctor Velázquez allá por la década del ‘60 grabó el poema “El Amigo”; el escucharlo una y otra vez me llevó a memorizarlo, y quizás fue la primera letra de su autoría con la que me animé en un escenario o en un fogón. Dichos cuartetos están incluidos en su libro “Vinchas” de los años ‘50, y pinta allí una dolorosa tragedia, de esas que de verdad han existido en nuestra campaña, poco poblada, y donde las amistades se respetan y los dolores se soportan, y las deudas se pagan. (Y en este drama hay bastante de esas tres cosas).

(El poema "El Amigo" se puede leer en el blog "Antología del Verso Campero")

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