AM 1520 Radio Chascomús – Audición “CAMPO
AFUERA”
Micro Nº 7 – 02/08/2017
Antes de salir “campo afuera” pa’ poder tender la vista mirando lejos, dende’l banco chueco en el que estoy sentao, vamos a ver si le arrimamos unas “astillas” al “Fogón de los Poetas”.
Antes de salir “campo afuera” pa’ poder tender la vista mirando lejos, dende’l banco chueco en el que estoy sentao, vamos a ver si le arrimamos unas “astillas” al “Fogón de los Poetas”.
Tengo el convencimiento que el gran público del
tradicionalismo recién supo de éste poeta de la llanura cuando Alberto Merlo
-hacia 1981- grabó “Capataz de Arreo” y posteriormente “Mensual de Campo”,
letras de su autoría, pero para entonces ya se había ganado un lugar destacado
en la literatura argentina, al ser considerado uno de los nombres más
importantes en el movimiento conocido como “Generación del 40”, que remite a
aquellos autores que al despuntar los años de esa década vieron publicados sus
primeros libros.
Para mi orgullo personal siempre se lo consideró un hombre
vinculado a Magdalena, a tal punto que en 5/1971, el Instituto de Literatura de
la Provincia de Buenos Aires, con la firma de Ángel Mazzei, publicó el libro
“Etchebarne y La Magdalena”.
Para ubicar a los oyentes sobre la historia de su vida,
debemos decir que Miguel Etchebarne nació en Tigre, el 29/01/1915; al año
siguiente la familia se establece en el campo, en vecindades de la Estación San
Eladio, partido de Mercedes, donde permanecerán hasta sus 7 años de vida.
En 1922, su padre y un hermano -o sea su tío-, arriendan y
comienzan a explotar la estancia “Martín Chico” en Pagos de La Magdalena. Tiene
8 años, y con el tiempo recordará que allí transcurrió “la época más dichosa de la infancia”, recordará también a aquel
sitio al que definirá como “zona de
campos largos, donde todavía se salva el paisano frente a la soledad y a la
lejanía”.
Y como le ocurrió a muchos estancieros establecidos en el
propio campo con hijos chicos, estos se “prendían” como sombra a los quehaceres
de algún peón, de allí que el joven Miguelito guarde en su memoria que ellos le
resultaron “…maestros en cosas de campo y
hasta en filosofía de la vida (…). Junto a ellos aprendí a mirar el campo, a
conocer sus trabajos y sus secretos; el nombre de los yuyos, los pelos de los
caballos, la gracia de las comparaciones. También a sufrir y a conformarse con
lo que venga”.
Opinamos nosotros: ¡Vaya si aprendió! Mucho y muy bien.
Ni él ni su hermana fueron a la escuela, fue su madre la
encargada de la educación, quien una vez al año los llevaba a Buenos Aires a
dar los exámenes que revalidaban lo aprendido. Fue su madre también quien lo
introdujo en los misterios y encantos de la literatura, siendo quien, cuando
aún no sabía leer y escribir, le leía en voz alta “Los Caranchos de la
Florida”, de ese otro más que grande escritor, Benito Lynch, de quien algún día
deberíamos decir algo.
Cerramos este primer encuentro con Etchebarne, con la
lectura de “El Poncho”
(Las 4 décimas del verso se pueden leer en "Antología del verso campero")
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