jueves, 2 de diciembre de 2021

HERNÁNDEZ y el PAJONAL

 Tras años de vinculación con la literatura costumbrista, puedo afirmar que muchos temas o aspectos a los que la misma refiere, resultan incomprensibles o sin sentido para el lector casual, o el que arriba al mismo por curiosidad y primera vez.

Por supuesto que a veces (o muchas veces), los que tenemos suma afición por ese conocimiento, también nos encontramos urgidos de averiguar sobre el significado correcto de una palabra, o la descripción de una costumbre, ya que suele suceder que lo que se expresa de una manera en la campaña bonaerense, recibe otra denominación en el litoral y otra distinta de ambas en el norte, por decir un ejemplo al azar.

Con seguridad que el texto del “Martín Fierro” debe presentar a muchos lectores incógnitas varias, y como para entender algunas cosas es necesario hacer una composición de lugar, me pareció oportuno poner a consideración de los lectores, el texto que Enrique Rapela publicara hacia 1973 en una de las revistas que editara, difundiendo -tras la escusa de la historieta- el valor de nuestra cultura criolla.

“Refiriéndonos a la inmortal obra que comentamos en estas páginas, es bueno repetir un artículo que hace mucho publicamos. Lo hacemos a los efectos de señalar que esta maravilla de la literatura mundial debe ser clarificada para aquellos que no conocen bien el escenario donde se sitúan ciertos relatos de hechos, literarios o históricos. Tomemos al azar un pasaje de la colosal obra. Para comprenderlo es importante saber cómo era el lugar físico donde se desarrolla la escena.

Muchas personas no tienen idea cabal de lo que es un pajonal. Estas matas, agrupadas muy cercas una de otras, cubrían grandes extensiones, alcanzando una altura de hasta tres metros, coronadas de hermosos penachos blancos. Por ser capaces de ocultar un hombre a caballo, era que Martín fierro las había elegido como guarida, cuando era perseguido y despojado como bestia sin derecho alguno.

Los mismos versos de José Hernández lo aclaran perfectamente, pero solo para aquellos que alguna vez vieron un pajonal como el ya descripto:

 Me refalé las espuelas

para no pelear con grillos.

Me arremangué el calzoncillo

y me ajusté bien la faja

y en una mata de paja

probé el filo del cuchillo.

……………………………

La cincha le acomodé,

y en un trance como aquel

haciendo espalda en él

quietito los aguardé.

…………………………….

Cuan do cerca los sentí

y que áhi nomas se pararon

los pelos se me erizaron

y aunque nada vían mis ojos,

“No se han de morir de antojo”

les dije cuando llegaron.

………………………………

 Es claro el verso: Fierro los sentía, no los veía. Es que en el pajonal es imposible ver a una persona o animal hasta no enfrentarse con él.

“Los pelos se le erizan”, clásica expresión de quien sabe que tiene el peligro cerca y no puede verlo, como dice a continuación: “Y aunque nada vían mis ojos”. Eso demuestra con claridad lo que es un pajonal suave y tupido, de hojas gráciles y cortantes como navajas que desespera y sofoca”.

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 Mi propia experiencia me permite certificar lo dicho por Rapela. Niño aún, en un paraje próximo a “Punta Blanca” (Partido de Magdalena), en un pedazo de campo que sobre la costa del Plata arrendaba mi abuelo materno, de la estanzuela “25 de Mayo” de Aurteneche, campeábamos unos animales que en la particularidad de esos campos quebrados se hacían ariscones. A medida que los íbamos ubicando formábamos con ellos una pequeña tropa, hasta que ocurrió que divisado a la distancia por mi padre y un tío, el más chúcaro de ellos en ágil trotón ganó el pajonal. Galopar hasta el sitio y ‘dentrar’ a querer sacarlo, fue una sola cosa, pero la espesura era tal, que parados sobre el recado (a mi padre y tío me refiero), no les permitía el pajonal alzar sus cabezas sobre los altos penachos, y solo se ubicaban entre sí hablando fuerte.

Siempre he recordado aquello, que hoy me sirve para aportar mi visión sobre lo que tan claramente explica Rapela de lo dicho por Hernández.

Y ya que nombramos al inolvidable “Matraca”, recordemos que un 21 de octubre de 1886, cuando ocupaba una banca en el Senado Provincial, falleció en su quinta de Belgrano, sita en el 468 de la entonces calle Santa Fe, después Cabildo, expresándole a su hermano Rafael, según testimonia en su libro “Pehuajó”: “Hermano, esto está concluido. Buenos Aires, Buenos Aires…”, a poco días de cumplir 52 años. Valga el recuerdo.

                                                                                                                  La Plata, 29/Septiembre/1998

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