Tras años de vinculación con la literatura costumbrista, puedo afirmar que muchos temas o aspectos a los que la misma refiere, resultan incomprensibles o sin sentido para el lector casual, o el que arriba al mismo por curiosidad y primera vez.
Por supuesto que a veces (o muchas
veces), los que tenemos suma afición por ese conocimiento, también nos
encontramos urgidos de averiguar sobre el significado correcto de una palabra,
o la descripción de una costumbre, ya que suele suceder que lo que se expresa
de una manera en la campaña bonaerense, recibe otra denominación en el litoral
y otra distinta de ambas en el
norte, por decir un ejemplo al azar.
Con
seguridad que el texto del “Martín Fierro” debe presentar a muchos lectores
incógnitas varias, y como para entender algunas cosas es necesario hacer una
composición de lugar, me pareció oportuno poner a consideración de los
lectores, el texto que Enrique Rapela publicara hacia 1973 en una de las
revistas que editara, difundiendo -tras la escusa de la historieta- el valor de
nuestra cultura criolla.
“Refiriéndonos
a la inmortal obra que comentamos en estas páginas, es bueno repetir un
artículo que hace mucho publicamos. Lo hacemos a los efectos de señalar que
esta maravilla de la literatura mundial debe ser clarificada para aquellos que
no conocen bien el escenario donde se sitúan ciertos relatos de hechos,
literarios o históricos. Tomemos al azar un pasaje de la colosal obra. Para
comprenderlo es importante saber cómo era el lugar físico donde se desarrolla
la escena.
Muchas
personas no tienen idea cabal de lo que es un pajonal. Estas matas, agrupadas
muy cercas una de otras, cubrían grandes extensiones, alcanzando una altura de
hasta tres metros, coronadas de hermosos penachos blancos. Por ser capaces de
ocultar un hombre a caballo, era que Martín fierro las había elegido como
guarida, cuando era perseguido y despojado como bestia sin derecho alguno.
Los
mismos versos de José Hernández lo aclaran perfectamente, pero solo para
aquellos que alguna vez vieron un pajonal como el ya descripto:
para
no pelear con grillos.
Me
arremangué el calzoncillo
y
me ajusté bien la faja
y
en una mata de paja
probé
el filo del cuchillo.
……………………………
La
cincha le acomodé,
y
en un trance como aquel
haciendo
espalda en él
quietito
los aguardé.
…………………………….
Cuan
do cerca los sentí
y
que áhi nomas se pararon
los
pelos se me erizaron
y
aunque nada vían mis ojos,
“No
se han de morir de antojo”
les
dije cuando llegaron.
………………………………
“Los
pelos se le erizan”, clásica expresión de quien sabe que tiene el peligro cerca
y no puede verlo, como dice a continuación: “Y aunque nada vían mis ojos”. Eso
demuestra con claridad lo que es un pajonal suave y tupido, de hojas gráciles y
cortantes como navajas que desespera y sofoca”.
Siempre he recordado aquello, que hoy me
sirve para aportar mi visión sobre lo que tan claramente explica Rapela de lo
dicho por Hernández.
Y ya que nombramos al inolvidable “Matraca”, recordemos que un 21 de octubre de 1886, cuando ocupaba una banca en el Senado Provincial, falleció en su quinta de Belgrano, sita en el 468 de la entonces calle Santa Fe, después Cabildo, expresándole a su hermano Rafael, según testimonia en su libro “Pehuajó”: “Hermano, esto está concluido. Buenos Aires, Buenos Aires…”, a poco días de cumplir 52 años. Valga el recuerdo.
La Plata, 29/Septiembre/1998
No hay comentarios:
Publicar un comentario