El pasado 4 de mayo, la Ciudad de La Plata vivió una particularísima expresión
de la cultura, al inaugurarse en las suntuosas instalaciones de nuestro (nunca
suficientemente ponderado) Pasaje Dardo Rocha, una muestra del notable artista
plástico Martiniano Arce.
Ya en la mañana de ese día y desde las páginas de éste
diario, el certero Lalo Painceira nos había alertado sobre la muestra y virtudes
del autor. Por eso, y por querer acompañarlo al artista, estuve presente desde
temprano, a punto tal que tuve la ocasión de recorrer la muestra antes del acto
de inauguración y cuando solo dos o tres personas se abocaban a la misma tarea.
Indudablemente, Martiniano es poseedor de un virtuosismo único y sobradamente
expresivo, tanto se trate de una naturaleza muerta como de la evocación de
alguna de las tantas personalidades que inmortalizado su paleta.
Autodidacta
hecho y derecho, este artista que se abocó al filete profesional a los 14 años,
había comenzado a realizar sus primeros bosquejos dos años antes. Pero sería la
suya la existencia de un fileteador más de los varios que tuvo Buenos Aires, si
no fuera porque hace casi un cuarto de siglo -hacia 1971- decidiera desplegar
sobre el caballete, los dragones, arabescos y volátiles figuras con que antes
enriqueciera ómnibus y camiones.
Frente al caballete y en su intimidad creadora,
ha participado Arce del nacimiento de una forma de expresión, distinta,
especial… muy única. Y si bien su arte siempre estuvo vinculado a lo porteño con
Gardel como claro abanderado de esa corriente, hemos visto en esta muestra
incorporaciones como las del Gordo Troilo, el Polaco Goyeneche, Edmundo Rivero y
asimismo un Borges, y lugares mágicamente mostrados como ese Puente Alsina del
ayer, ¡extraordinario!, que ya expusiera en la muestra de Casa de Gobierno, en
el ’93.
Y si algo le faltaba al artista (aunque ¿quién puede certificar tal pensamiento?), resulta que ha entrado con decidida eficacia a mostrar en sus obras pilchas gauchas, y así pudimos observar tres grandes cuadros sobre esa temática, con un sabor tremendo.
En resumen, tiene Martiniano Arce ese extraño e
indescifrable ‘no sé qué’ que solo tiene los creadores, los grandes, los grandes
de espíritu y personalidad; esos que transmiten la sensación que alguna vez
pisaron la tierra “en pata” para imbuirse del significado y sentimiento de las
cosas populares, de ahí que la gente, el común denominador de la calle, pueda
entenderlo sin necesidad de cursos, explicaciones y folletos.
Plausible la
actitud de Cultura municipal al montar dicha muestra, aunque no coincidamos
totalmente en cómo se inauguró, como también claras y elocuentes las palabras
del porteño concejal Padró.
Faltó, y no lo dudo, difusión para un conocimiento más intenso de la población.
Faltó, y no lo dudo, difusión para un conocimiento más intenso de la población.
Ojalá entonces que como ahora fue Martiniano Arce,
sea mañana una retrospectiva de Molina Campos o Eleodoro Marenco y por qué no,
del pujante Rodolfo Ramos, hoy radicado por Santa Coloma, en Baradero.
(Publicado en la Sección Cartas de Lectores, del Diario El Día, del 31/05/1995)
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