miércoles, 14 de septiembre de 2011

A 100 años del nacimiento de FERNANDO OCHOA


Fernando César Ochoa (“Goyo Godoy”), nació en La Plata el 29/11/1905 y fue bautizado en la Iglesia San Ponciano, pese a lo cual gustaba decir “Yo nací en uno de los caminos de la Patria. Y vivo para cantarla...”, y al decir de un cronista: “en parte tenía razón: nació en La Plata, vivió en Zárate y en Gualeguaychú, después recaló en Buenos Aires, pero nunca durante mucho tiempo seguido. Necesitaba viajar y pudo hacerlo por casi toda América, Europa y Asia”.
Fueron sus padres, María Luisa Escandón y Ernesto Gerónimo Ochoa, estando domiciliados cuando su nacimiento, en calle 5 Nº 1524.
Luego de abandonar los estudios, trabajó en una estancia, donde aprendió todos los secretos de la vida y los oficios rurales.
En la época de oro del Teatro “El Nacional”, fue partiquino, integrando el elenco de Blanca Podestá, y luego actor del circo criollo.
Fue primer actor de la compañía de Eva Franco, con quien estrenó obras como “Joven, viuda y estanciera” y “Cruza”, del entrerriano Martínez Payva.
Puede afirmarse que hacia los 26 años, comenzó a transitar “su” tiempo, impulsado quizá, por el autor mencionado más arriba.
También interpretó de Alberto Vacarezza, obras como “Allá va el resero Luna” y “Lo que le pasó a Reynoso”.
El teatro y el cine (1948), supieron de su versión de “Juan Moreira”, siendo dirigido en la pantalla por Luis Moglia Barth.
También interpretó para el cine, títulos como “Noches de Buenos Aires, “Así es el tango” y “Cruza”; su apostura y éxito, hizo que en algunas publicidades se anunciase como “el Valentino argentino”.
Hacia 1960, encarnaba por el viejo Canal 7, en la versión original de Hugo Mac Dougall, el personaje del Padre Brochero, en la obra “El Cura Gaucho”.
La radio no fue ajena a su labor, y apuntaló su popularidad, sobre todo en el recitado y la interpretación de un personaje que varias generaciones recuerdan: “Don Bildigerno”, viejito embustero y de certera comicidad pueblerina, cerrando su ciclo cinematográfico precisamente con “Don Bildigerno en Pago Milagro”.
Frecuentó la amistad de poetas y hombres de teatro como Claudio Martínez Payva, Atilio Supparo y Yamandú Rodríguez, como así también, del concertista de guitarra Abel Fleury a quien conoció en 1933, brindándole su apoyo en el medio capitalino, gesto que éste retribuyó dedicándole su “Estilo Pampeano”.
El sábado 23 de marzo de 1974, mientras viajaba por la Ruta 8 hacia San Luis, para cumplir con un compromiso artístico, en horas de la madrugada y en jurisdicción de Capitán Sarmiento, volcó el auto que lo conducía, falleciendo en el accidente.
Su talento se vio expresado en las letras gauchas y populares, quedando su nombre escondido tras el seudónimo de “Goyo Godoy”, incursionando en la poesía con temas como “Volvamos a ser novios”, “La Gran Aldea” y “Te vas milonga” (este con música de A. Fleury); y en teatro, para el que escribió obras como “Cuatro Rumbos” que musicalizara Yupanqui.

Fuentes: Diccionario Teatral del Río de la Plata, de Livio Foppa
“Abel Fleury”, de Gaspar Astarita
La Nación, 24/03/1974

(Publicado en "Revista De Mis Pagos" Nº 22)

ALBERTO, EL OTRO GÜIRALDES


Continuamos con ésta, la temática del número anterior.
Como tantas veces pasa con la memoria de los argentinos, un aniversario vinculado a un puntal de la actividad terruñera ha vuelto a pasar desapercibido. Para ser puntual, en ningún medio se recordó que el pasado mes de febrero se cumplieron 40 años del fallecimiento del artista plástico que quizá debió cargar con un apellido de mucha prosapia, concretamente: Alberto Güiraldes.
Demás está decir que era primo de Ricardo. Sobre el particular viene a cuento transcribir una cita de éste último en carta particular de 1926 a un amigo: “Los Güiraldes que Usted ha conocido son dos primos como hermanos míos, linderos en afecto y en mis pagos”. Por supuesto que uno de los “dos” era Alberto.Mutua admiración existía entre ambos, al punto que siendo el promisorio pintor un joven de sólo 18 años (1915), le ilustró “Los Cuentos de Muerte y Sangre” y tres años más tarde haría lo propio con la novela corta “Un Idilio de Estación” o “Rosaura”.
Pero vayamos por el principio.
En el seno de una familia de antigua raigambre criolla, el 17 de febrero de 1897 nacía en Capital Federal, en el hogar formado por Florencia Maderos y Carlos María Güiraldes, el niño que estaría llamado a marcar un estilo en la plástica de raíz nativa: Alberto Güiraldes, a tal punto que el crítico Pagano escribió, “No significa poco haber hallado un lenguaje propio, en plena conformidad con el contenido de la obra”.Tras los estudios de rigor ingresó en la Escuela de Arquitectura, de la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, donde cursaría hasta 4º año.
En cuanto al dibujo (y la plástica en general), arte en que se inició muy joven, su formación era netamente autodidacta. Por eso dijo el entendido Burnet-Merlín: “Se hizo solo, observando, analizando, deduciendo. Pero por sobre todo, volcando con el trazo todo ese amor que sintió siempre por la llanura y su hijo dilecto: el caballo”.Si bien como ya se ha dicho, pintó desde muy joven, la “consagración pictórica -informa su íntimo amigo Justo P. Saenz (h)- recién se consumó en 1927 cuando (...) pudo ofrecer en París una exposición de motivos criollos”, en la Galería Charles Auguste Girard, que obtuvo auspiciosos juicios de la crítica escrita especializada.
Es que con su especial estilo Güiraldes traslada con veracidad al cartón o la tela, lo que en el ambiente observa. Pero leamos a Pagano: “¿Qué dibuja o pinta Güiraldes?. El paisaje de nuestro campo, su morador y el pingo que lo complementan. Son composiciones dinámicas: domas, jineteadas, corcovos, momentos en una vibración de gaucho y corcel; y son tropillas, juegos de taba, arreos, zambas, pechadas, tiros de lazo, la vida de nuestra pampa, en fin, en la múltiple y varia definición de sus usos y caracteres”.Sin duda que su gran obra fue ser el ilustrador de “Don Segundo Sombra”, tarea que tuvo el pleno apoyo de Ricardo, quien inclusive descartó de plano una propuesta del editor que pretendía hacer un concurso para seleccionar el artista que ilustre la obra; pero su autor -que alcanzó a conocer 17 acuarelas y dibujos-, se inclinó por su primo y dijo: “Alberto está haciendo muy buenas cosas. Sino él que tan bien conoce nuestros propios paisanos del pago, nadie sabe ni puede interpretar con justeza mis Cisneros o Valerios, etc.”
Y cuando en 1929, Adelina del Carril, viuda y custodia de la obra del escritor, decidió hacer una lujosa edición de dicha obra, aplicando para ello el importe íntegro del Premio Nacional de Literatura con que se distinguiera a la misma, encargó la edición al prestigioso “maestro editor” A. A. M. Stols, de Maestrich, Holanda, y es Alberto el ilustrador indicado.
Resultará ésta la llamada edición del libro grande o, al decir de Alberto G. Lecot: “la más notable edición”.Pero no fue ésta la única obra que se engalanara con su aporte, y así podemos citar la hoy curiosa y rara edición del “Martín Fierro” en inglés, según versión de Walter Owen; o la que del mismo libro realizará entre nosotros Editorial Peuser en 10/1958 con un estudio crítico de Angel Battistessa; como así también la muy reconocida de los “Romances del Río Seco” y “El Payador”, ambas de Lugones; o “Memorias de un portón de Estancia” de E. Wernike, por citar algunos títulos.
También ilustró artículos en La Prensa, La Nación y Caras y Caretas, en estos dos últimos medios, especialmente trabajos de Saenz (h), quien no olvidó retratarlo diciendo que “Su temperamento siempre fue alegre, jovial, franco y tranquilo”, para rematar afirmando, “Pocos hombres he conocido yo más profundamente buenos”.El ya citado artista y crítico Burnet-Merlín nos observa una particularidad de su estilo: “Güiraldes eludía enfrentar el caballo, es decir, captarlo de frente. El sostenía que toda la belleza del animal estaba en su perfil. Y sin vueltas ni temores emprendía la tarea de trasladarlo al papel”.A la exposición ya citada en París, podemos agregar las que efectuara en Amigos del Arte y Galería Müller, ambas de Capital Federal. Obras de su creación integran los patrimonios de museos tales como el Nacional de Bellas Artes, Colonial e Histórico de Luján, Eduardo Sívori, el Museo de Bellas Artes bonaerense, y el gauchesco de San Antonio de Areco, donde una sala lo evoca.
Apartándonos de los aspectos plásticos, digamos que era un hombre muy campero, amplio conocedor de oficios, tareas, usos y costumbres, y en la rueda del fogón, un aplicado cantor y guitarrero, decidor de estilos y milongas; tomando una cita que Saenz (h) deja como al pasar, debe haber sido aficionado a las rimas criollas ya que transcribe tres versos de un compuesto que le atribuye, y dicen: “Y pa’ todos los paisanos / que los considero hermanos / porque con ellos me crié”. Quizás algún lector más informado nos aclare sobre el particular.
Recién cumplidos los 64 años, falleció en Buenos Aires. Corría, como ya dijimos, 1961.
La Plata, 9 de marzo de 2001
Bibliografía:

- Revista “El Caballo”, nros. 106 (1952), 129 (1954) y 201 (1961)
- Gran Enciclopedia Argentina, de Diego Abad de Santillán
- El Gaucho – Reseña Fotográfica 1860/1930, de Paladino Jiménez (1971)
- Carpeta “Alberto Güiraldes, óleos y dibujos”, Editorial Ricardo Güiraldes (1976)
- Quién es Quién en la Argentina
- El arte de los Argentinos, de J. L. Pagano (1981)

(Publicado en Revista "De Mis Pagos" Nº 15)