viernes, 30 de marzo de 2012

DON SANTIAGO - El Patriarca -

Debe haber sido en el ’60. No más acá. Había fiesta y toda la familia había asistido a la Rural de Magdalena. El matrimonio mayor, las dos hijas casadas con sus esposos y el hijo varón de cada una. Estos -de 8 y 10 años-, correctamente ataviados a la usanza criolla propia de entonces y común a la zona: bombacha y corralera negra, sombrero tipo chambergo del mismo color, faja, rastra y tirador, botas corraleras y pañuelo colorado. (Tener presente que a poca distancia de allí se crió e hizo sus primeras armas como estanciero Don Juan Manuel).
Habían llegado temprano, y al cruzar la tranquera de entrada, una persona se acercó a hablar a los hombres del grupo. Ocurría que allí, apuntando al mástil se encontraba la cámara del novísimo Canal 7 preparada para registrar para su noticiero, la escena del izamiento de la bandera. Instantes después, con el sombrero en la mano, uno a cada lado, “los muchachitos chicos” hacían marco a aquel paisano menudo, ya cano, que poncho pampa al hombro cumplía la ceremonia que registraba la filmación.
¿Quién era aquel hombre? El Patriarca de los Gauchos, o el Patriarca Don Santiago, a secas. Para más datos: Don Santiago Hipólito Rocca, por entonces hombre de unos 79 años. ¿Y los chicos? El autor de esta nota y su primo hermano Jorge Mercante.
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Más vale que en aquel momento uno no tenía acabada idea de la importancia del acto en sí, ni del hecho de estar junto a aquel “viejo gaucho” que los pocos años ayudaban a desconocer. Pero el haber crecido vinculado al tradicionalismo, me ha permitido poder evaluar aquello como también calibrar al hombre en su justa medida.
Al ser fundada por parte de la Agrupación Bases en abril de 1940 la Federación Gaucha Bonaerense, Don Santiago, que había adherido entusiastamente a la creación del Día de la Tradición, fue erigido su primer presidente y en carácter de tal encabezaba los actos protocolares y los desfiles gauchos. Por entonces llegaba a las fiestas programadas junto al capataz de su estancia, Roque Calo, de a caballo y con su tropilla de lobunos por delante. Era ese su modo de aportarle autenticidad a ese encuentro, que como dijeron sus creadores “no será un festivo más”.
Su esencia de hombre gaucho, ya de temprana edad lo inclinó hacia la guitarra y la poesía, y con el andar del tiempo, una yunta de temas han grabado su nombre a perpetuidad dentro de lo que podemos denominar “música de raíz folclórica”. Ellos son “El Sol del Veinticinco” -gato canción- con letra de Domingo V. Lombardi, y “La Tropilla” -triunfo- con letra suya y música de su amigo Mario Pardo.
Fue Don Santiago un hombre dado a frecuentar las reuniones de música nativa como también aquellas que hacían al despertar del tango, así en estas “Tuve la dicha de conocer y admirar personalmente a Carlitos Gardel desde su aparición como cantor, con quien estrechamos vínculos muy amistosos, sobre todo en los últimos años de su vida.”; así cuenta en una nota periodística que parcialmente reproduce Orlando Del Greco en su encomiable libro “Carlos Gardel y los autores de sus canciones”.
Casualmente Gardel le grabó los dos temas antes citados, y también le cantaba la canción criolla “¡Juera Guay!”, y opinaba que “hacía de ésta obra una verdadera creación. De ida en su último viaje al pasar por Montevideo, la cantó tan magistralmente que le tributaron una ovación delirante”.
También el destacado Ignacio Corsini interpretó y grabó temas que le pertenecen en letra y música como la canción “La Querencia”, y asimismo comparte la autoría del estilo “Gaucho Sol”, con letra del poeta uruguayo Atilio Supparo y música suya.
Se ve que su presencia en ese ambiente de músicos y cantores no pasó inadvertida, ya que Eduardo Arolas le dedicó a 1919 el tango “Rocca”.
Volviendo al tradicionalismo, como máximo dirigente de la Federación Gaucha, presidía las multitudinarios almuerzos criollos que hacia 1940/41/42, se servían en los amplios galpones de la Dirección de Hidráulica, donde se agasajaba a más de mil comensales, y a los que regularmente asistía una delegación de la Sociedad Criolla “Elías Regules” de Uruguay, junto a cuyo presidente, Don Tabaré Regules, solía depositar las ofrendas florales al pie el monumento ecuestre del “Padre de la Patria”, antes de comenzar los festejos de la tradición.
Cuando en enero de 1943 se concreta el acta constitutiva de la primera comisión por el Monumento al Gaucho, surgido por una propuesta hecha el 11/11/1942 por el Gobernador Dr. Rodolfo Moreno, allí está presente apoyando el proyecto, y al quedar formada la Comisión ocupa el cargo de Vicepresidente 2º.
Su compromiso con lo criollo le hizo expresar en 02/1940: “Los que vivimos en el clima espiritual de la tradición, aferrados a sus principios morales, tenemos el deber de sacar a luz y pregonar con entusiasmo los méritos de los que surgen (...) porque serán otros tantos mantenedores del fuego sagrado en la hermandad del criollismo.”
Puede agregarse que su estancia “San Antonio” fue emblema y refugio del gauchaje.
Dado también a la literatura, publicó libros criollos como “Señuelos” (1939) y “Al Tañido del Cencerro” (1943), y colaboró con medios de su tiempo como las revistas “Nativa” y “La Carreta”.
Su opinión del gaucho era que “Aquel hijo de las pampas que no conoció más escuela que la naturaleza, aquel que criado en el humilde hogar de un rancho de paja y terrón, sabía respetar y hacerse respetar, vivir honradamente y querer a su Patria por sobre todas las cosas.
Aquel criollo que hace de su honestidad virtud, de su altivez orgullo y de su valentía culto, todo el bagaje donde atesora su vida y le hace merecer la consideración respetuosa que la gente le dispensa. Ese es el humilde gaucho nuestro...”.
Don Santiago H. Rocca había nacido en Buenos Aires el 13/08/1881 y falleció en la misma el 28/08/1966, a los 85 años.
El poeta de Lezama, Pedro Boloqui, quien supo llamarlo “el gaucho entre los gauchos”, expresó en 10/1966 que le escribía “... a su imborrable, venerado y luminoso recuerdo, con todo el corazón de un gaucho de sus pagos, de esos pagos que ahora tienen más silencio en los anocheceres, cuando la luz de un lucero sobre el frontal del ocaso, parece indicar el rumbo de su nueva querencia, en tanto, allá a la distancia ‘tirita el badajo sus tristes sones’ y la silueta de un resero se va esfumando en las sombras, mientras enfila el arreo de sus penas, con este grito, que ya nunca morirá sobre la llanura pampeana: ¡Juera Guay!... Siga la huella!”.
La Plata, 12/08/2007
(Publicado en "El Tradicional" Nº 81)