miércoles, 31 de mayo de 2017

ASTILLAS DE WENCESLAO (Charla 9)

AM 1520 Radio Chascomús – Audición “CAMPO AFUERA”
Micro Nº 9 – 31/05/2017

Antes de salir “campo afuera” pa’ poder tender la vista mirando lejos, dende’l banco chueco en el que estoy sentao, vamos a ver si le arrimamos al fogón de los versos, unas “astillas de Wenceslao”.

“Si nos permite patrón / vamos a hacer unos tiros / pa’ no estar entre suspiros / gastando conversación. / Yo soy pa’l naipe, chambón / y a la taba me’jercito. / Es juego criollo y limpito / que muy poca cencia esije. / Me tiembla, como le dije, / el brazo roto, un poquito.”.
 Esta situación que Varela comienza a relatar en las décimas de “Taba y Baquianos”, se daba no solo en las pulperías y en las reuniones de los días de fiesta, sino también en los fogones de los troperos que llegaban a “la tablada” con arreos de diversos departamentos, o en los que se armaban en los altos de las tropas de carretas, a los que “como distráidos”, solían caer aquellos que al juego lo sabían hacer un modo de vida.
En cierta oportunidad le contó a un periodista que lo entrevistaba: “En torno a los fogones paisanos tuve mi mejor escuela y allí aprendí lo que es la vida, les debo todas mis obras, que son un reflejo de sus propias costumbres y expresiones”; y allí mismo, opinamos nosotros, se hizo baquiano en el manejo del naipe y en saber revolear con criterio el güesito bayo. Allí, en esa escuela de la vida, mamó también los devenires del juego, que eso también forma parte de la campera vida de antaño, y por eso “Guruyense” estampó en un escrito suyo que Wenceslao era “…una enciclopedia viviente sobre el devenir campero.”.
Con la misma naturalidad que en sus versos nos habló de dramas de la vida, de historias trágicas como las de “La Cuenta”, “El Barcino”, “El Chasqui Feliciano” o “El Lazarillo Gaucho”, también nos habló de las cosas de la vida cotidiana de trabajo y sustento, como en “La Yerra”, “La Tropa”, “La Ida del Gaucho”, “Mi Moro”, “Jineteada”, “Mi Rancho” o “Coyunda”, y porque forman parte de la vida sencilla y sentida del campo de ayer, no pudieron estar ausente las cuestiones que entretuvieron la vida rústica de aquellos hombre y aquellos tiempos, y así fue que le cantó con propiedad y conocimiento a “La Carrera”, “Ni Amor Ni Juego”, “En el Partidero”, “Carreras Muy Por Allá”, “Monte y Trampas” y justamente “Taba”, tema del que ya puntualmente nos ocuparemos, porque sí fue devoto del “lazo” para ejercitarse y lucirse en la puerta de un corral, no le hizo asco con “la bayita” en la mano, ni a la peor parada, y por eso supo versear: “…en la taba soy certero y muy cebao a ganar,…”.
En definitiva, puede afirmarse que fue la suya “una literatura de la existencia, de un reflejo de la dura vida que volcó en el papel a través de la poesía, de la narrativa, de los brochazos camperos sin tergiversaciones, de auténtico cuño en la observación y en el manejo del lenguaje con todos los modismos del habla campesina.”, según supo definir con acierto en el diario “El País”, el periodista Nelson Domínguez.

Vamos ahora a cumplir con el deseo del creador de este alero que nos cobija, con los cuartetos de “Taba”:
(El verso se puede leer en el Blog "Antología del Verso Campero")

domingo, 28 de mayo de 2017

APERO

LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 29 – 28/05/2017

Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.

Apero: llamase así, a todas las pilchas que se usan para ensillar un caballo, la suma de lo que comúnmente llamamos “juego de cabeza”  y “lomo o recado”.
480 años atrás, en nuestros orígenes, solamente ensillaban los conquistadores, y estos habían traído de la vieja Europa los dos estilos -o las dos escuelas-, en uso por esos pagos: “la silla de jineta” y la de “brida o estridote”. La primera, que era cuadrada y muy fuerte, contaba de altos borrenes o arzones adelante y atrás, lo que hacía que el jinete quedaba como encajado en la misma, con una estribada muy corta; “la de brida”, según Don Justo P. Sáenz, tenía bajo el fuste posterior, un pequeño pomo de arzón, el asiento bien mullido y los estribos largos, de manera que el jinete estribaba como nuestros criollos.
Dice Agustín Zapata Gollán en su historia de “El Caballo y el Recado”, que la silla de altos borrenes fue, “la silla de cabalgar de los conquistadores; y fue también la jineta la silla usada por los mancebos de la tierra (o sea los primeros criollos) que con Juan de Garay bajaron del Paraguay en 1573, a fundar la ciudad de Santa Fe…”, que luego se allegarán hasta las costas del Plata para fundar definitivamente a Buenos Aires trayendo los primeros arreos.
Ciento y pico de años después, ya definida la figura del gaucho, compondrán el apero: cabezada, riendas, freno, bozal, cabresto, y todas las pilchas necesarias del lomillo: bajeras, matras, caronas, casco o silla, estriberas y estribos, encimera y cincha, cojinillo, sobrepuesto y cinchón; debiendo sumarse la manea, maneador, lazo, boleadoras, espuelas y rebenque. Todos elementos necesarios para cabalgar, sobrevivir en grandes extensiones, y poder hacer la noche.
Según Octavio P. Alais (n. 1850 – m. 1915), lo apuntado corresponde a “un apero sencillo, aunque también los hay de mucho lujo, de grandes chapeaos, como antes solía decirse, esto es, cubierto de plata pura, con grandes pretales también de plata, y espuelas inmensas del mismo metal que se llamaban nazarenas. (pero) basta conocer el apero sencillo, el que el gaucho necesita para sus trabajos del campo y que le es indispensable”. “El apero es la montura de trabajo; y hay que dejar establecido que tiene su originalidad americana, su sello propio”.
Con el paso del tiempo y la mestización del caballo, el lomillo se reemplazó por los bastos partidos, sistema que permite ajustar la separación a los bastos, adecuándolos al ancho del lomo del caballo a ensillar.
Los otros dos cambios importantes son el achicamiento de las caronas, y el reemplazo de las matras por los mandiles, esto porque ya el hombre no necesitaba tender el recado para hacer cama.

Para ilustrar poéticamente algo de lo que hemos contado, recurrimos a Borís Elkin: 

("Recado" de Boris Elkin, se puede leer en el blog "Poesía Gauchesca y Nativista")

jueves, 25 de mayo de 2017

ASTILLAS DE WENCESLAO (Charla 8)

AM 1520 Radio Chascomús – Audición “CAMPO AFUERA”
Micro N° 8 – 24/05/2017

Antes de salir “campo afuera” pa’ poder tender la vista mirando lejos, dende’l banco chueco en el que estoy sentao, vamos a ver si le arrimamos al fogón de los versos, unas “astillas de Wenceslao”.

Casualmente nos toca hacer este comentario casi en el día del nacimiento de Wenceslao, por lo que debemos comenzar por decir que mañana cumpliría 109 años.
Muy someramente vamos a desandar el trillo de las creencias, la religiosidad, la fe del poeta.
Desde lo personal siempre anidaron en mí las dudas respecto de la religiosidad del gaucho; éste supo de Dios y lo respetó, pero fue poco afecto a los ritos de la iglesia; no obstante en cada rancho por lo general no faltaba una imagen de la Virgen, aunque la atención del rezo -cuando se lo conocía-, era éste patrimonio de las mujeres de la casa; y cuando por casualidad se asistía a una parroquia, a no ser por el casamiento o un bautismo, ingresaban las mujeres y el hombre esperaba afuera que terminara el oficio.
Más allá de lo referido, el hombre practicaba ciertos formulismos, como persignarse ante una tumba, o expresar “Dios lo ampare” ante un muerto o alguien que se “desgració”, o aquella rutina presentada con sentimiento cuando un niño ante el abuelo o una persona mayor y de respeto, hincándose le pedía “La bendición, Tata”, recibiendo por respuesta. “Dios lo haga güeno”.
A estos ritos se limitaba, a mi entender, la religiosidad del gaucho.
Creo que con Wenceslao pasaba lo mismo, pero siendo éste un poeta de fina inspiración lo reflejó en versos profundos y sentidos.
Uno de ellos es “Me Visitó la Virgen”, delicadísimos ocho cuartetos alejandrinos (o sea de 14 sílabas, el verso más largo), donde casi que hincado canta a esa supuesta aparición milagrosa, y dice que al verla se “santiguó”, y que después, en señal de respeto y admiración  “me puse pa’adorarla el chiripa más nuevo, / y mozo por ajuera y por adentro niño / la contemplé con todo mi proverbial respeto. // Qué linda estaba, llena de celestial belleza…”, y cuenta que después de esa visita, “…sin saber la causa me siento más contento…”.
Otro verso muy puntual como el recién mencionado, es el que titula “La Misa” dentro de la obra “Diez Años Sobre El Recao”. En él nos cuenta que estaba en pareja con una entrerriana, y que en una ocasión al llegar al rancho, ella le avisa: “Compañero, viene un hijo / a alegrar el rancho suyo…” y le comenta que le ha prometido a la Virgen “Ir los dos, mañana, a misa…”, y él consiente diciendo “…Si el moro quiere que usté / se le siente sobre’l anca…”.
Al otro día, cumpliendo con lo prometido nos cuenta: “La misa había empezao / y tal silencio reinaba, / que se óia si se cortaba / una tela en el quinchao; / busqué un rincón apartao / pa’ hincarme con mi entrerriana. / Blanca melena lozana / el sacerdote lucía / y el chiripá se le vía  / al abrirse la sotana.”. Agudo detalle describe: el cura estaba de chiripá.

Cerrando este aspecto, y como homenaje al amigo Manuel Rodríguez que está cumpliendo 93 años y siempre tuvo este poema en su repertorio, nos vamos con los versos de “Ruego”:

(Los versos de RUEGO se pueden leer en el blog "Antología de Versos Camperos")

domingo, 21 de mayo de 2017

PALO A PIQUE

LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 28 – 21/05/2017

Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.


Hasta la aparición del alambrado, el hombre de campo se las tuvo que ingeniar bastante para la construcción de: las poblaciones, los cercos, los corrales, recurriendo a los elementos que le brindaba la naturaleza de su zona: piedras, tierra, cinas-cinas, talas, tunas, cueros, etc.
En anteriores oportunidades nos hemos referidos a la escases de montes naturales para la obtención de buena madera, y lo mismo expresó José Hernández en su “Instrucción del Estanciero”, cuando escribió que en los campos de pa’juera “allá faltan las maderas, no hay medio fácil de proporsionárselas, y por lo tanto los corrales son de zanja; y por cierto muy buenos y seguros”.
Por eso a medida que el hombre fue adaptándose, afianzándose y dominando el ambiente, se encargó de llevar lo que necesitaba de los campos de pa’dentro, y en este caso puntual la provincia de Entre Ríos fue la principal proveedora de palos de ñandubay, los que bien pelados, y enterrados adecuadamente, se decía que podían aguantar siglos sin deteriorarse.
¿Por qué puntualmente hablamos del ñandubay? Porque fueron los postes casi exclusivamente usados para la construcción de corrales de ‘palo a pique’, y a veces hasta de paredes de ranchos para hacerlos más fuertes.
Y… qué es el ‘palo a pique’? cualquier diccionario explica que es un palo o poste enterrado perpendicularmente en tierra y bien apisonado, y muy junto un poste de otro.
Siguiendo con Hernández, que ha sido muy puntilloso y detallista en todo lo que apuntó en su libro ya citado, nos dice que los postes de ñandubay se preparaban en 4 categorías: “postes, medio poste reforzado, medio poste liviano y estacones”. Luego da el largo y grosor de cada uno, y de los postes, que juegan un papel principal en la construcción de los corrales, explica: “El poste debe tener 14 cuartas de alto (aclaramos: unos 3.60 mts.) (...y…) debe tener 18 pulgadas (casi 46 cms.) cuando menos de circunferencia a una vara (o sea 86 cms.) del último corte. Debe tener 12 pulgadas (unos 30 cms.) por los menos (…) a las 10 cuartas (o sea los 2 mts.)”. Y en su meticulosidad hasta aporta el precio que, dice: “es generalmente de 18 a 20 pesos moneda corriente cada palo”. Estamos en 1881.
En cuanto a plantar los ‘palos a pique’, dice que debe comenzarse por abrir una zanja angosta de una profundidad de 60 cms., y en ella, cada unos 4 mts. y medio, se hace un pozo de 40 cms. (que con  los 60 ya abiertos se llega al metro), donde van “los principales” o sea morrudos postes, que son los que van dando la resistencia a la pared del corral.
En los primeros corrales las ataduras se hacían con lonjas de cuero, y Hernández aporta experiencia: “…si fuese atado con guasca, ésta debe ser lonjeada, pues si es peluda dura menos, en razón de que el pelo conserva humedad, se pudre fácilmente con las lluvias, y esto puede causar daños cuando se encierra”.
En la zanja abierta, después del primer “principal” comienzan a ubicarse los siguientes palos, buscando siempre que las curvas queden para afuera, “La tierra debe afirmarse a pisón, por camadas”. Concluida la construcción, se recortan las puntas buscando que queden todos los palos de la misma altura.
Si bien mayoritariamente a estos corrales se los hacía redondos, Hernández aconsejaba hacerlos cuadrados, opinando que así las paredes quedaban más fuertes.

Dijimos corrales y paredes de ranchos, pero también los fortines en su fortificación tenían un cerco de ‘palo a pique’ al igual que las construcciones de las estancias pioneras en el desierto.
(Las décimas de "Palo a Pique" de Charrúa se pueden encontrar en "Antología del Verso Campero")

miércoles, 17 de mayo de 2017

ASTILLAS DE WENCESLAO (Charla 7)

AM 1520 Radio Chascomús – Audición “CAMPO AFUERA”
Micro N° 7 – 17/05/2017

Antes de salir “campo afuera” pa’ poder tender la vista mirando lejos, dende’l banco chueco en el que estoy sentao, vamos a ver si le arrimamos al fogón de los versos, unas “astillas de Wenceslao”.


Ya sabemos de su capacidad poética, de su calidad de escritor, pero… los que nunca estuvimos con él nos preguntamos: ¿cómo era físicamente?
La verdad que la mayoría de las fotos que ilustran cuantiosos reportajes que atesoramos, lo muestran de medio cuerpo, o simplemente el busto, por lo general tocado de aludo sombrero, puesto como solo sabe hacerlo quien está habituado al uso de tal pilcha. La vestimenta es siempre ciudadana: camisa de cuello con corbata y saco, y a veces finas cintas hechas moño. Cierto que tampoco faltan aquellas imágines en que una boina cubre su cabeza cana.
Pero a raíz de su fallecimiento, el diario El País de Montevideo, el domingo 26/01/1997 publicó una nota evocativa que firma Nelson Domínguez “El Guruyense”, a la que ilustran dos imágenes: la última foto que se le tomó, y otra de un Wenceslao joven.
La tengo frente a mí, y de su observación intento una descripción: de regular estatura y muy bien plantado, viste ropas paisanas de trabajo, y se lo nota -aunque flacón como siempre fue- fuerte y de buena presencia. Se nos ocurre pensar que la toma debe ser de la década de 1940, y entre 35 y 40 años de edad le calculamos. Le cubre la cabeza su característico sombre negro bien reclinado a la derecha, dejando la frente y la mirada libre de obstáculos; viste su busto una camiseta blanca de manga corta, y anudado al cuello pero bastante flojo, un pañuelo oscuro. Faja y tirador angosto con una rastra chicuelona le ciñen la cintura, asujetándole sobre la pierna izquierda un largo culero que cae hasta algo abajo de la rodilla; también prendidas a la cintura lleva un juego de boleadoras. Botas fuertes calzan sus pies. Y como si estuviese en una yerra o en la antesala de la misma, una de sus pasiones cuelga naturalmente de su mano diestra: el lazo, dándonos la impresión que es bastante largo.
Podríamos completar lo dicho con la imagen literaria que nos deja Sandalio Santos, destacado poeta y periodista uruguayo de su misma generación como que había nacido en Pando en 1903. Antes de que en 1947 se produjera la publicación del libro de poesías “Vinchas”, la editorial Cisplatina le pide escriba el prólogo, y él rememora que no conocía personalmente a Varela, y de su obra solo tenía un vago conocimiento, más que nada por la voz de los cantores. Nos cuenta: “Acepté la tarea, leí el libro y luego quise conocer al autor. A tal efecto me trasladé, sin previo aviso, a la Ciudad de San José (…). Me encontré allí a un hombre joven aún (Wenceslao tenía entonces 38 años), vestido según la costumbre de nuestros paisanos y sin ninguna de las ‘poses’ afectadas de los que se visten de criollos para impresionar al auditorio. Nada tampoco me hizo, exteriormente,  presentir en él ni en su casa, a un escritor profesional; esto me reconfortó bastante. Hablamos largo…”.
 Completamos su figura espiritual con un recuerdo de los tiempos niños de su hija Primavera de María: “…la felicidad de los niños no necesita viajes a Punta o Disney, pues nos bastó y nos llenó de gozo el esperarlo con nuestra madre a la vuelta del Molino en las noches de verano para irnos a la Picada de las Tunas y en medio del río escuchar las historias de ‘Juan El Zorro’, sin más salvavidas para mis hermanos más arrojados que un tronco de ceibo o una cámara de auto”.
En ese pensar en sus hijos y la familia, también andaba el personaje central del “Romance Para un Ladrón de Potros”, pero con un final muy distinto, aunque Wenceslao, que de caballos, contrabandos y cruces de río sabía mucho, aprovecha para sembrar de verosimilitud lo que su pluma narra.

Presten mucho atención en lo que la letra dice, no, en cómo está dicha.

(En el blog "Poesía Gauchesca y Nativista" se pueden leer los versos arriba aludidos)

domingo, 14 de mayo de 2017

CARRETA

LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 27 – 14/05/2017

Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.

Puede decirse que fue el transporte desde la época colonial y hasta casi el nacimiento del Siglo 20, y en su lento trajinar abrió caminos de este a oeste y de norte a sur.
Como ya lo dijimos al hablar del boyero, las carretas criollas, pesadas y lentas, siempre fueron tiradas por bueyes, y por la falta de buenas sendas y dependiendo muchas veces de las condiciones del tiempo, andar en una jornada cinco leguas (unos veinticinco kilómetros), era un buen promedio. Imaginemos entonces lo que significaba un viaje de Santiago del Estero a Buenos Aires o desde ésta a Mendoza. Pensando en eso, es que sin duda podemos afirmar que aquellos carreteros hicieron Patria.
Es común que se cite a la provincia de Tucumán como cuna de fabricación de carretas, y esto posiblemente porque allá por fines de la centuria del 1500, el Gobernador Ramírez de Velazco, ordenó construir a su cargo cuarenta carretas, armando con ellas lo que podríamos definir como “una flota”, en la que cada vehículo era tirado por tres yuntas de fornidos bueyes. Pero también las provincias de Corrientes y Mendoza se encargaron de producir carretas.
Para transitar grandes distancias y dependiendo de la inseguridad de los caminos, como una forma de protección para un largo viaje, se organizaban grandes tropas que quedaban al mando y bajo la responsabilidad de un capataz, que al decir de Pedro Inchauspe: éste era un “jefe absoluto y hombre valiente, que podía herir y hasta matar al que se le insubordinase, sin  que la justicia le pidiera cuentas”.
Artemio Arán, siempre poético para dar sus opiniones, la llamó “vagabunda ranchada de la pampa”, y memorando allá por 1940 que ya no se la veía, agregó: “No oigo sus rezongos al enderezarse en los barquinazos. Ni el lamento de sus ejes de madera, ni el crujir del pértigo en esa marcha al tranco (…) que enredaba leguas”.
Mucho y variado le han cantado los poetas, y no podemos olvidarnos que el oriental Romildo Risso le escribió unos versos que han recorrido el mundo: “Los ejes de mi carreta”, donde por allí dice: “Porque no engraso los ejes / me llaman: abandonao; /¡si a mí me gusta que suenen! / ¿pa’ qué los quiero engrasao?”. Lo que pocos saben es que Evaristo Barrios -poeta y payador nacido en Abasto, partido de La Plata-, le retrucó con “Los ejes de tu carreta”, tres décimas que comienzan diciendo: “Es más que gaucho haragán, / el que no engrasa los ejes, / es mejor que no los dejes / tan reseco como están”.
Respecto a ¿cómo eran? aquellos vehículos, vale la descripción del siempre atento cronista Concolorcorvo, quien poco antes del año 1750 testimonió: “la dos ruedas son de dos y media varas de alto (…) cuyo centro es una maza gruesa de 2 o 3 cuartas; en el centro de éstas atraviesa un eje de 15 cuartas sobre el cual está el lecho o cajón de la carreta.
Esta se compone de una viga que se llama pértigo de siete y media varas de largo, a que acompañan otras dos de cuatro y medio, y éstas unidas con el pértigo, por cuatro varejones que llaman teleras, y forman el cajón, cuyo ancho es de vara y media. Sobre este plano lleva de cada costado seis estacas clavadas y en cada dos va un arco, que siendo de madera a especie de mimbre, hacen un techo ovalado. Los costados se cubren de junco tejido (…) y por encima para preservar las aguas y soles se cubren con cueros de toro cosidos,… (…) En las carretas no hay hierro alguno ni clavo, porque todo es de madera”. Justamente dijo don Félix Coluccio que aquellos vehículos cuyos costados son de madera, no deben llamarse carreta sino “carretón”.

Recordamos que la vara, medida varias veces citada, mide 86 cms.
(Los versos de "Las Carretas" se pueden leer en el blog "Poesía Gauchesca y Nativista")

jueves, 11 de mayo de 2017

ASTILLAS DE WENCESLAO (Charla 6)

AM 1520 Radio Chascomús – Audición “CAMPO AFUERA”
Micro N° 6 – 10/05/2017

Antes de salir “campo afuera” pa’ poder tender la vista mirando lejos, dende’l banco chueco en el que estoy sentao, vamos a ver si le arrimamos al fogón de los versos, unas “astillas de Wenceslao”.

“El Rastreador” ha sido sin duda una de las letras que lo ha trascendido a Wenceslao, y es que hay allí un dechado de conocimientos, aunque… para decir la verdad, en algunos puntos nos quedamos pensando, o como se dice “en ayunas” al no saber interpretar alguno de esos decires. No sé si a otros les pasará lo mismo. Pero siendo el poeta un hombre al que admiramos por sus vastos conocimientos, le damos la derecha, razonando que lo que dijo, ¡por algo será que lo dijo! Puede que haya algunos regionalismos orientales que no manejamos nosotros, como que también algunas cosas se remontan a un tiempo viejo que no hemos conocido, y por falta de práctica o de necesidad, esos menesteres han ido cayendo en el olvido.
De los escritores argentinos Wenceslao siempre destacaba a Hernández, autor de “la obra mayor que leemos y leemos y volvemos a leer, el enorme Martín Fierro”, pero en prosa no retaceaba decir “me gusta Sarmiento, muy cáustico…”.
Casualmente Sarmiento, que no dudó en negar al gaucho, en su libro “Facundo”  hace un encendido retrato del “rastreador” y, vaya contradicción: ¿qué no fue un rastreador sino un gaucho?
No lo sabemos en la República Oriental, pero en nuestro país, se ha hecho hincapié que los mejores rastreadores están en las provincias andinas; en este punto vale citar que el Gral. Lucio Mansilla aseguraba que los mejores rastreadores están en las provincias de San Juan y La Rioja.
El personaje central del relato de Sarmiento, se llama Calíbar, y es sanjuanino como quien lo pinta; hace dos o tres descripciones de sus logros sobre trilladas huellas, y cierra con ésta interrogación que magnifica al personaje: “¿Qué misterio es este del rastreador? ¿Qué poder microscópico se desenvuelve en el órgano de la vista de estos hombres? ¡Cuán sublime criatura es la que hizo Dios a su imagen y semejanza!”.
Con seguridad que Wenceslao se detuvo  y releyó esta página.

Prestémosle ahora atención a todos y cada uno de los detalles que plantea y describe el poeta al ir desandando su verso. Y ya que éste es un poco largo -12 décimas-, hagamos más corta la charla habitual, y centrémonos en la lectura de “El Rastreador”, obra con la que se abre el libro “Vinchas”, y que dedica: “A nuestro gran poeta nativista don Fernán Silva Valdés”.
(Las décimas de "El Rastreador" se pueden leer en el blog "Antología del Verso Campero")

domingo, 7 de mayo de 2017

YARARÁ

LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 26 – 07/05/2017

Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.

Es un ofidio venenoso de amplia dispersión en América del Sur que se encuentra también por casi todo el territorio de nuestro país, con la única diferencia que la que habita en el territorio patagónico es de menor tamaño. Por lo tanto está también en nuestra campaña pampeana.
Unos cinco años atrás, la Universidad Nacional de La Plata informaba a través de las páginas del diario El Día: “Las serpientes de la Provincia, bajo la lupa de científicos platenses”. Por esa nota nos enteramos que en la provincia, los sitios en que más abunda la “yarará”, se ubican en el noreste, y en el sur, fundamentalmente en los cordones serranos que la atraviesan de oeste a este hasta adentrarse en el mar, llámense Sistemas de Ventania (conformado por las sierras de Puan, Pigüé, Curamalal, Las Tunas y Pillanuincó), y de Tandilia (con las sierras de Azul, Bayas, Balcarce, Tandil, de los Padres, Quillalauquén).
“Yarará” es una palabra de origen guaraní, derivada de la voz “jarará”,  que debe significar: “víbora muy ponzoñosa”.
Se la conoce también como “yara” y “víbora de la cruz”, y en el Uruguay se la denomina “crucera”.
Es un ofidio de importante tamaño, habiéndose encontrado ejemplares de hasta 1.80 mts., pudiéndose decir que el tamaño promedio está en el 1.20 mts. La hembra siempre es de mayor tamaño, más larga.
Su color es castaño claro, y los dibujos del lomo y costados, con forma de ángulos y semicírculos, son de un castaño oscuro; la zona ventral es de un blanquecino manchado. La cabeza es de forma triangular con escamas pequeñas, y tiene allí el dibujo de una cruz.
Carece de buena vista y tiene poco oído; es un animal sensorial, que reconoce el terreno mediante la lengua, y reconoce otras presencias a través de las vibraciones que percibe su vientre apoyado en el suelo.
En realidad no es agresiva, pues más vale rehuye el contacto con los humanos, pero si descubierta por el hombre es molestada, o si sin querer se tropieza con ella, ataca y muerde. En este caso, al inmediato dolor se suma la sensación de calor y ardor, que se continúa con dolor de cabeza, vómitos, diarreas y convulsiones.
Actualmente, los sueros antiofídicos resultan muy efectivos, contando el herido con 12 horas a partir de la mordedura, para poder hacerse la aplicación.
Sus hábitos son casi nocturnos, pues al atardecer abandona su escondite para alimentarse con pequeños roedores, moviéndose hasta que las primeras claridades del día la llaman a sosiego.
(Los versos de "Yarará" de Héctor Pablo Robini se pueden leer en el blog "Poesía Gauchesca y Nativista")

miércoles, 3 de mayo de 2017

ASTILLAS DE WENCESLAO (Charla 5)

AM 1520 Radio Chascomús – Audición “CAMPO AFUERA”
Micro N° 5 – 26/04/2017

Antes de salir “campo afuera” pa’ poder tender la vista mirando lejos, dende’l banco chueco en el que estoy sentao, vamos a ver si le arrimamos al fogón de los versos, unas “astillas de Wenceslao”.

Ya hemos dicho que la existencia de don Wenceslao, ha sido la de una vida sufrida, de trabajo, preñada de humildad, carente de riquezas, pero pletórica… riquísima en saberes empíricos, en los conocimientos de la experiencia: la propia y la heredada de los mayores.
Viene entonces a cuento, decir que no solo fue poeta -tal como todos lo conocemos-, pues también fue escritor de cuentos. Tremendos relatos con una descarnada realidad campeando en cada página de sus libros, porque fueron dos los que publicó; primero, “Nazarenas de Hierro”, en 1974, y ya sobre el final de su vida “Albardones”, en 1996.
Por suerte, como un reconocimiento a su prolífica producción criolla, y en una tendida de mano -una cuarta, diría- que le facilitó la publicación, fue el Ministerio de Educación y Cultura quien se encargó de la edición, siendo presentada esa, su última obra, en el Teatro Macció de su ciudad con el patrocinio de la Intendencia, donde pudo el autor, ese humilde Wenceslao Varela, comprobar y recoger a manos llenas, el cariño de sus compoblanos y de aquellos seguidores que se acercaron aquel día a acompañarlo, y por qué no, a despedirlo también, porque muy poco después se marchaba de la vida, satisfecho ya al saber que el pueblo y los gobernantes lo habían reconocido y homenajeado públicamente.
Para las pretensiones de esta columna se nos hace imposible dar lectura a uno de esos cuentos, pues resultan largos; pero quienes tengan oportunidad de leerlos comprobaran con cuantas tristezas y dolores están concebidos; se enseñorea en ellos la pobreza del hombre de campo poco amparado por los designios de la vida… y de los gobiernos, que son los que deberían darle el bienestar al pueblo… o me equivoco…?
Pero de esos cuadros de ambiente pobre también se han vestido sus poemas, y si no sirvan de ejemplo “El Yaro”, “Ruego”, “El Chasqui Feliciano”, “Romance para un ladrón de potros”… alguno de los cuales ya trataremos de decir para compartir con los oyentes.
Y en este lote ocupan un lugar de privilegio porque han sido muy usados por interpretes del verso y el canto, los trágicos quince cuartetos de “Fidel”. Historia que intuyo, excede las fantasías de poeta, para ser un retrato de hechos iguales o parecidos de los que el autor supo o conoció directamente, porque sin duda, que sucesos como ese ocurrieron tanto en la campaña oriental como en la porteña.
(Los versos de "Fidel" se pueden leer en el blog "Antología del verso campero")