domingo, 19 de diciembre de 2021

MARTINIANO ARCE - El Fileteador de Buenos Aires

Año 1995. 

El pasado 4 de mayo, la Ciudad de La Plata vivió una particularísima expresión de la cultura, al inaugurarse en las suntuosas instalaciones de nuestro (nunca suficientemente ponderado) Pasaje Dardo Rocha, una muestra del notable artista plástico Martiniano Arce.

Ya en la mañana de ese día y desde las páginas de éste diario, el certero Lalo Painceira nos había alertado sobre la muestra y virtudes del autor. Por eso, y por querer acompañarlo al artista, estuve presente desde temprano, a punto tal que tuve la ocasión de recorrer la muestra antes del acto de inauguración y cuando solo dos o tres personas se abocaban a la misma tarea.
Indudablemente, Martiniano es poseedor de un virtuosismo único y sobradamente expresivo, tanto se trate de una naturaleza muerta como de la evocación de alguna de las tantas personalidades que inmortalizado su paleta.
Autodidacta hecho y derecho, este artista que se abocó al filete profesional a los 14 años, había comenzado a realizar sus primeros bosquejos dos años antes. Pero sería la suya la existencia de un fileteador más de los varios que tuvo Buenos Aires, si no fuera porque hace casi un cuarto de siglo -hacia 1971- decidiera desplegar sobre el caballete, los dragones, arabescos y volátiles figuras con que antes enriqueciera ómnibus y camiones.
Frente al caballete y en su intimidad creadora, ha participado Arce del nacimiento de una forma de expresión, distinta, especial… muy única. Y si bien su arte siempre estuvo vinculado a lo porteño con Gardel como claro abanderado de esa corriente, hemos visto en esta muestra incorporaciones como las del Gordo Troilo, el Polaco Goyeneche, Edmundo Rivero y asimismo un Borges, y lugares mágicamente mostrados como ese Puente Alsina del ayer, ¡extraordinario!, que ya expusiera en la muestra de Casa de Gobierno, en el ’93.

Y si algo le faltaba al artista (aunque ¿quién puede certificar tal pensamiento?), resulta que ha entrado con decidida eficacia a mostrar en sus obras pilchas gauchas, y así pudimos observar tres grandes cuadros sobre esa temática, con un sabor tremendo.
En resumen, tiene Martiniano Arce ese extraño e indescifrable ‘no sé qué’ que solo tiene los creadores, los grandes, los grandes de espíritu y personalidad; esos que transmiten la sensación que alguna vez pisaron la tierra “en pata” para imbuirse del significado y sentimiento de las cosas populares, de ahí que la gente, el común denominador de la calle, pueda entenderlo sin necesidad de cursos, explicaciones y folletos.
Plausible la actitud de Cultura municipal al montar dicha muestra, aunque no coincidamos totalmente en cómo se inauguró, como también claras y elocuentes las palabras del porteño concejal Padró.

Faltó, y no lo dudo, difusión para un conocimiento más intenso de la población.
Ojalá entonces que como ahora fue Martiniano Arce, sea mañana una retrospectiva de Molina Campos o Eleodoro Marenco y por qué no, del pujante Rodolfo Ramos, hoy radicado por Santa Coloma, en Baradero. 

 (Publicado en la Sección Cartas de Lectores, del Diario El Día, del 31/05/1995)

domingo, 12 de diciembre de 2021

ÁNGEL PAPASIDERO, Platero!!

El autor de la nota, con Á. Papasidero - 6/12/2009
almuerzo en casa de Agustín López
                                                                                        Publicado en el Boletín Informativo de la                                                   AAET, de 3/1997

 Si existe un arte muy arraigado y valorado en nuestra cultura tradicionalista, ese es el de la platería criolla. Y en esa actividad tan difícil y selecta, ha sabido ganarse un destacado lugar Ángel Fernando Papasidero, el artista y artesano que por mérito propio, hoy ocupa este espacio de “Nuestros Criollos”.

Con la gratitud propia del hombre de bien, Papasidero no deja de evocar a quien considera su primer maestro: el platero de Gral. Lamadrid, Enrique Borda. Era por entonces un niño (el siglo no había llegado a la mitad) y desde ese momento a la fecha, no ha dejado de acrecentar sus conocimientos y enriquecer sus artesanías. Y se Agregan a la lista de sus orientadores los nombres de plateros como Dante Venturielo, Luis Ulloa, Eduardo Achilli y Osvaldo Rodríguez.

Objetos de elaborada platería criolla nacidos de sus manos, llámense cuchillos verijeros, facones, rastras, mates, bombas y pasadores para juegos de soga, etc., no solo se hallan dispersos por los cuatro rumbos cardinales del país, sino que también -gratamente-, se han desperdigado por el mundo. y así encontramos obras suyas en los Estados Unidos y en diversos países de Europa, y si para muestra vale un botón, recordemos que valiosas creaciones nacidas en su taller de Avellaneda engalanan vitrinas de la familia Real de España.

En nuestro medio, su presencia habitualmente prestigia las muestras de la Exposición Rural de Palermo, como así también las de Tiempo de Gauchos, que año tras año rotan por distintos partidos bonaerenses, como así mismo el muy especifico Encuentro Nacional de Plateros que por tres años consecutivos se ha realizado en Salta y al que no ha faltado, como tampoco podemos olvidar su presencia en la muestra que en 1981 se llevó a cabo en los salones del Ex Hotel Provincial de La Plata, donde, a decir verdad, “fue apreciado en demasía” (amigos de lo ajeno, que les dicen).

En síntesis, los argentinos -y en especial los tradicionalistas- tenemos en Ángel Papasidero un cabal exponente de la cultura de cuño terruñero.

La Plata, Septiembre/1997

 ADENDA:

 Don Ángel Papasidero, era un hombre de Avellaneda, Ciudad en la que había nacido el 10/02/1935, falleciendo en la misma a la edad de 79 años, el 27/05/2014.  Sus restos descansan en el Cementerio de su Ciudad de siempre.

viernes, 10 de diciembre de 2021

LA NEGRA CEFERINA, hija de esclavos libertos

 Con las últimas luces del Siglo 19 o los primeros albores del 20, llegaron a lo que hoy es Bartolomé Bavio, en el partido de Magdalena, dos mujeres de color de apellido Padroniz: madre e hija. Esta última se llamaba Ceferina y se decía “hija de esclavos libertos”. O sea que sus padres habían ganado la libertad, o bien porque la compraron o bien porque sus “amos” se la dieron.

Ceferina, con "Cuca" Espinel en brazos. 
como "Cuca" había nacido en 9/1926
estimo que la foto puede ser de 1927

Su destino primario era la Estancia “La Esperanza” de Cajaraville, pero vaya hoy a saberse por qué… (no les gustó el lugar o las condiciones de trabajo), no se quedaron allí, terminando por conchabarse en “Santa Ana” de Cepeda (de mi bisabuelo Epifanio Rufino Cepeda, nacido en 1869). Según comentarios orales pertenecían a la comunidad caboverdeana.

La negra madre, finalmente optó por regresar a Buenos Aires, de donde habían llegado.

En cambio Ceferina vivió hasta el final de sus días con la familia Cepeda, siempre a ordenes de Don Epífanio por más de 50 años, habiendo jugado un papel muy importante en la crianza de sus hijos, entre ellos mi abuela Ana Isabel Cepeda (Chicha), quien siempre le tuvo un gran cariño.

Allá por 1953/4, ya nonagenaria y con avanzadas cataratas, viviendo en “Santa Ana” pero sin la presencia de su querido patrón (Don Epifanio falleció en 06/1952), los hijos de éste decidieron cuidarla un tiempo cada uno, y así fue la viuda de “Nato” Cepeda, tía Yolanda, la primera en tenerla un tiempo; luego volvió a “Santa Ana” al cuidado de tía “Petisa” Antolín; a continuación Ana Isabel (Chicha) decidió llevarla con ella a “Los Ombúes” de Espinel, en el paraje “Zapata”, donde pasó atendida y querida (inclusive por los de mi generación, que éramos niños), el resto de sus días, sin haber dejado nunca el hábito de fumar cigarros de hoja.

Al producirse su fallecimiento el 15/01/1959, se la veló en aquella casa de campo, siendo luego sus restos depositados en la bóveda de la Familia Cepeda, en el Cementerio de Magdalena.

Creo recordar (en mi niñez no tuve la precaución de anotar la referencia), que falleció a los 96 años. De ser así, una simple cuenta nos daría el dato que había nacido hacia 1863.

…………………..

Como referencias podemos agregar según se contaba en la familia, que de tanto en tanto solía viajar en tren a Buenos Aires, donde tenía sobrinas, a las que visitaba y a veces éstas le devolvían la atención llegando a “Santa Ana”.

También se recordaba que tuvo un novio, que tenía por profesión la de ‘viajante de comercio’, que con  permiso de su  patrón la visitaba en la estancia.

Imposible contar las travesuras que le hacían los hijos del patrón, aquellos niños que ayudara a criar.

La Plata, 29/Noviembre/2021

jueves, 9 de diciembre de 2021

DON AMANCIO VARELA - ¡Hasta Siempre!

                                                                   Publicado en el Boletín Informativo de la AAET de 10/1997

 El 24 de agosto, a la edad de 74 falleció en Capital Federal el reconocido poeta Amancio Varela.

Había nacido en Urdampilleta, partido de Bolivar, en la navidad de 1922.

Sus primeros escritos aparecieron publicados en el periódico “La Idea” de su pueblo natal, para extenderse luego a “Tribuna” de Tandil, “La Prensa” y “Clarín” de Capital Federal, “El Ciudadano” de Azul, “La Mañana” de Bolivar, “Tribuna” de Gral. Madariaga;  y a revistas como “Nativa”, “El Hogar”, “Sintonía”, “Radiofilm, “Contacto”, “Savia Argentina”, etc.

Desde 1950 estuvo vinculado a la actividad radial como asesor, redactor, libretista, comentarista y creador de ciclos, como los difundidos en Radio Splendid con Atahualpa Yupanqui, Eduardo Falú, Los Chalchaleros, Los Hermanos Ábalos, Ariel Ramírez, Los Cantores de Quilla Huasi.

En 1956 creó en dicha emisora la audición “Peñas Gauchas”, espacio que más tarde se trasladaría a la pantalla de Canal 11.

En lo estrictamente literario su producción édita se compone de “Huellas Pampeanas” (1950), “Raíz del Viento” (1965), y “Después de los Pájaros” (1974), tres poemarios. En 1980 aparece su ensayo “Historia del Folklore y la Proyección Folklórica”, y también el poemario “Sombra de Lluvia”; “Memorias de un Pago – monografía histórica del pueblo natal” (1983), “Patria del Chingolo” (1988) y “Horizontes de Luz” (1994), estos dos últimos compendios poéticos.


Entre sus muchas distinciones destacamos el Primer premio en el 2do. Certamen de Poesía Gauchesca “José Hernández” 1980, organizado por el Ministerio de Cultura y Educación de la Provincia de Buenos Aires que le valió la edición de su libro “Sombra de lluvia”.

Recién nacida la Asociación de Escritores Tradicionalistas, se acercó Don Amancio a sumar su prestigio y su saber, correspondiéndole el mérito de haber sido el primer conferencista que ofreció una charla en una reunión de la AAET, en aquel caso en el salón de la Sociedad de Socorros Mutuos de la Policía, gracias a la mediación de Orfeo Olmos, con quien Varela también había colaborado en el Fortín de la Tradición Argentina. Aquel día, Francisco Chamorro hizo el aporte musical.

Mientras que actualmente integraba la Comisión directiva, en el transcurso del ‘95 había realizado su último valioso aporte, al actuar como Jurado en el Certamen de Cuento Corto Gauchesco de ese año.

Sus restos, que recibieron cristiana sepultura, descansan en el Cementerio de La Chacarita, en Buenos Aires.

La Plata, septiembre/1997

miércoles, 8 de diciembre de 2021

NOEL H. SBARRA, el gaucho dotor

                                     Publicado en diario El Día de La Plata, secc. Correo de Lectores, el 7/03/2004

 ¿Qué platense no ha escuchado nombrar alguna vez al Dr. Noel H. Sbarra? Son tantos y tan variados los ámbitos que frecuentó y en que se destacó, que la cita de su nombre se ha esparcido por todos los rincones de la ciudad.                                                                                                                                   


Primordialmente médico (graduado en la UNLP en 1939), habiendo ejercido en el medio rural, fue además escritor, investigador, periodista, directivo radial, docente, hacedor de revistas, dirigente, y por qué no: ¡gaucho!

Su nombre ha sido grabado a perpetuidad en el frontispicio de la Casa Cuna, transformada entonces en Hospital Zonal Especializado, institución a la que dedicara intensamente, 26 años de su vida.

No lo traté personalmente, pero sí lo conocí por sus libros de sabor terruñero, y por las referencias que me hiciera Lito de Olano cuando me hablara de sus viajes a  caballo por distintos y perdidos caminos vecinales de la zona rural, luciendo con orgullo el indumento gaucho.

Su actividad de escritor-investigador, dio a la imprenta dos libros muy puntuales, sobre temas siempre mencionados pero nunca antes tratados con la profundidad que él lo hiciera, motivo por el que hoy resultan de consulta obligada, me refiero a “Historias del Alambrado en la Argentina” (1955) y a “Historia de las Aguadas y el Molino” (1961).

Un lustro atrás se lo recordaba desde las páginas de “Noel H. Sbarra en la memoria platense”, libro aparecido bajo el sello editor de la Universidad.

Actualmente, su esposa, la Dra. Celia Ford, es celosa custodia de su memoria y su legado.

El pasado 10 de febrero (2004) se cumplieron 97 años de su natalicio, y el próximo 16 de marzo se cumplirán 30 de su desaparición.

La Plata, 27/Febrero/2004

ASCASUBI, EL DE "LOS MELLIZOS DE LA FLOR"

                                     Publicado en Diario El Día de La Plata, secc. Cartas de Lectores, el 19/11/2000

 


Si bien a partir del 10 de Noviembre de 1939 los bonaerenses contamos con la Ley del Día de la Tradición, puede decirse que andando el tiempo, para los amantes de las tradiciones gauchas pasó a ser noviembre -sin necesidad de ley alguna- “el mes de la tradición”, de allí que sea éste el que dispone de uno de los calendarios más nutridos en lo que a encuentros gauchos se refiere.

Por eso no está mal entonces, recordar que en el presente, se cumplen 125 años del fallecimiento de uno de los pilares en que se sustenta la poesía gauchesca: Hilario Ascasubi, quien murió en la Ciudad de buenos Aires, en la madrugada del 17 de noviembre de 1875, siendo sepultado en el Cementerio de la Recoleta.

Cuando sus padres se trasladaban de Córdoba a Buenos Aires para radicarse en ésta última, casualmente nació en la posta de Fraile Muerto, a la altura de Río Tercero en la provincia mediterránea, el 14 de enero de1807.

Según Rafael Hernández, nunca quiso recordar esta circunstancia. Quiere encontrarlo la tradición popular naciendo a campo raso y bajo una carreta, sellando este hecho lo que sería su posterior labor poética; también se recuerda que por su tipo y presencia, lo llamaban en su época “el mulato” Ascasubi.

Lo cierto es que desde temprana edad realizó una profunda actividad periodista, en gacetillas gauchi-políticas, en las que cruzaba encendidas disputas versificadas, con otros periódicos similares que adherían al bando federal al que con tesón se oponía.

Indudablemente su obra más trascendente es “Santos Vega o Los Mellizos de La Flor” (“La Flor” alude al nombre de una estancia).

Una acotación al margen: aquel Frayle Muerto de su nacimiento, fue rebautizado por Sarmiento, en un Decreto de 1870, con el ‘criollo’ nombre de Bell-Ville, rindiendo así homenaje al primer poblador yanqui del lugar.

Cuanto más sensato hubiese sido bautizarlo Ascasubi, en honor a uno de nuestros poetas gauchos. (Pero… claro, era homenajear lo gaucho…¡Gran problema!).

La Plata, 1° de Noviembre de 2000    

martes, 7 de diciembre de 2021

AUGUSTO RAÚL CORTAZAR - Homenaje a la Memoria

                                          Publicado en Cartas de Lectores del Diario El Día de La Plata, el 3/07/2000

 


Soy de los que piensan que en la memoria de los pueblos radica el buen rumbo de su futuro.

La memoria es el espejo que nos devuelve los hechos que debemos repetir, y también nos recuerda aquellos en que no debemos reincidir, por eso que reiterativamente insisto en los primeros, y no olvido a quienes han contribuido, con su aporte y esclarecimiento; se me figura un hecho de necesaria divulgación.

Y un permanente y obsesivo recordador y enriquecedor de esa memoria fue, a no dudarlo el salteño Augusto Raúl Cortazar, nacido en Lerma el 17 de Junio de 1910, por lo que el presente sería el mes de su nonagésimo aniversario.

Profesor de Letras, primero; Doctor en Filosofía después, y también abogado, son esos algunos de los títulos que hacen a su currículum.

Pero fue, por sobre todas las cosas, un investigador, un investigador de campo, un recorredor de la inmensidades patrias en la gratificante tarea de recopilar e interpretar usos, costumbres, decires, sentimientos, folclore y tradición; esencia de vidas, testimonios del pueblo: nuestro pueblo, nuestro pasado y todo su patrimonio cultural.

Cuestiones tem´paticas hacen que suela recurrir a él cuando algún tema hernandiano aflora recorriendo el Martín fierro, y entonces su ‘monumental’ trabajo “Realidad, Vida y Poesía en Martín Fierro” (escrito en marzo de 1960) (*), resulta un oasis de claras respuestas.

Entre otras cosas, fue el iniciador con sus cursos, de las carreras de Antropología y Folklore de la Universidad de Buenos Aires, como así también miembro del Fondo Nacional de las Artes.

Al decir de Olga Fernández Latur de Botas: “Toda una vida dedicó (…) a explicar, a enseñar, a valorizar aquellos dones del tiempo…”.

Falleció a la edad de 64 años en la Ciudad de Buenos Aires, el 16 de abril de 1974.

La Plata, 6 de Junio de 2000

 

(*) Martín Fierro de José Hernández; edición de Cultural Argentina S.A. 27/07/1961 con estudio preliminar de Cortazar y vocabulario confeccionado por Diego Abad de Santillán, profusamente ilustrado con láminas y viñetas, por Don Eleodoro Ergasto Marenco.

jueves, 2 de diciembre de 2021

HERNÁNDEZ y el PAJONAL

 Tras años de vinculación con la literatura costumbrista, puedo afirmar que muchos temas o aspectos a los que la misma refiere, resultan incomprensibles o sin sentido para el lector casual, o el que arriba al mismo por curiosidad y primera vez.

Por supuesto que a veces (o muchas veces), los que tenemos suma afición por ese conocimiento, también nos encontramos urgidos de averiguar sobre el significado correcto de una palabra, o la descripción de una costumbre, ya que suele suceder que lo que se expresa de una manera en la campaña bonaerense, recibe otra denominación en el litoral y otra distinta de ambas en el norte, por decir un ejemplo al azar.

Con seguridad que el texto del “Martín Fierro” debe presentar a muchos lectores incógnitas varias, y como para entender algunas cosas es necesario hacer una composición de lugar, me pareció oportuno poner a consideración de los lectores, el texto que Enrique Rapela publicara hacia 1973 en una de las revistas que editara, difundiendo -tras la escusa de la historieta- el valor de nuestra cultura criolla.

“Refiriéndonos a la inmortal obra que comentamos en estas páginas, es bueno repetir un artículo que hace mucho publicamos. Lo hacemos a los efectos de señalar que esta maravilla de la literatura mundial debe ser clarificada para aquellos que no conocen bien el escenario donde se sitúan ciertos relatos de hechos, literarios o históricos. Tomemos al azar un pasaje de la colosal obra. Para comprenderlo es importante saber cómo era el lugar físico donde se desarrolla la escena.

Muchas personas no tienen idea cabal de lo que es un pajonal. Estas matas, agrupadas muy cercas una de otras, cubrían grandes extensiones, alcanzando una altura de hasta tres metros, coronadas de hermosos penachos blancos. Por ser capaces de ocultar un hombre a caballo, era que Martín fierro las había elegido como guarida, cuando era perseguido y despojado como bestia sin derecho alguno.

Los mismos versos de José Hernández lo aclaran perfectamente, pero solo para aquellos que alguna vez vieron un pajonal como el ya descripto:

 Me refalé las espuelas

para no pelear con grillos.

Me arremangué el calzoncillo

y me ajusté bien la faja

y en una mata de paja

probé el filo del cuchillo.

……………………………

La cincha le acomodé,

y en un trance como aquel

haciendo espalda en él

quietito los aguardé.

…………………………….

Cuan do cerca los sentí

y que áhi nomas se pararon

los pelos se me erizaron

y aunque nada vían mis ojos,

“No se han de morir de antojo”

les dije cuando llegaron.

………………………………

 Es claro el verso: Fierro los sentía, no los veía. Es que en el pajonal es imposible ver a una persona o animal hasta no enfrentarse con él.

“Los pelos se le erizan”, clásica expresión de quien sabe que tiene el peligro cerca y no puede verlo, como dice a continuación: “Y aunque nada vían mis ojos”. Eso demuestra con claridad lo que es un pajonal suave y tupido, de hojas gráciles y cortantes como navajas que desespera y sofoca”.

 ............................................

 Mi propia experiencia me permite certificar lo dicho por Rapela. Niño aún, en un paraje próximo a “Punta Blanca” (Partido de Magdalena), en un pedazo de campo que sobre la costa del Plata arrendaba mi abuelo materno, de la estanzuela “25 de Mayo” de Aurteneche, campeábamos unos animales que en la particularidad de esos campos quebrados se hacían ariscones. A medida que los íbamos ubicando formábamos con ellos una pequeña tropa, hasta que ocurrió que divisado a la distancia por mi padre y un tío, el más chúcaro de ellos en ágil trotón ganó el pajonal. Galopar hasta el sitio y ‘dentrar’ a querer sacarlo, fue una sola cosa, pero la espesura era tal, que parados sobre el recado (a mi padre y tío me refiero), no les permitía el pajonal alzar sus cabezas sobre los altos penachos, y solo se ubicaban entre sí hablando fuerte.

Siempre he recordado aquello, que hoy me sirve para aportar mi visión sobre lo que tan claramente explica Rapela de lo dicho por Hernández.

Y ya que nombramos al inolvidable “Matraca”, recordemos que un 21 de octubre de 1886, cuando ocupaba una banca en el Senado Provincial, falleció en su quinta de Belgrano, sita en el 468 de la entonces calle Santa Fe, después Cabildo, expresándole a su hermano Rafael, según testimonia en su libro “Pehuajó”: “Hermano, esto está concluido. Buenos Aires, Buenos Aires…”, a poco días de cumplir 52 años. Valga el recuerdo.

                                                                                                                  La Plata, 29/Septiembre/1998

sábado, 2 de octubre de 2021

FRANCISCO MADERO MARENCO ¡De Tal Palo... Tal Astilla!

 


Siempre recuerdo aquella tarde de 1995, en que junto a dos o tres compañeros de la AAET (1), nos trasladamos a Bo. Norte en la ciudad porteña, para llegarnos en calle Anchorena, al domicilio del gran Eleodoro Marenco.

Unos meses antes, la Asociación había decidido otorgarle al maestro el premio anual “Distinción Trayectoria”, pero encontrándose ya enfermo le fue imposible trasladarse para recibirlo. La enfermedad seguía avanzando, y fue así que decidimos llevárselo a su casa.

Coordinado día y hora, nos recibió cordialmente su esposa, doña Ernestina (‘Tina’ para la familia)…., las tres hijas mujeres y un jovencito preadolescente llamado Francisco.

Departimos en un marco de suma amabilidad, conociendo muchos secretos y asuntos íntimos de la vida del artista gaucho, quien permanecía fuera del alcance de nuestra vista en su lecho de enfermo; de tanto en tanto alguna de las hijas se acercaba a verlo, y regresaba contándonos que encontraba en las voces que oía, la de queridos amigos de otros tiempos, como que algunos ya no estaban. Su lucidez mental se había extraviado y la familia prefirió que no lo viéramos.

Entre las cosas que conocimos, ‘la abuela’ nos contó que en la última Exposición que en 1991 montara Don Eleodoro, colgó junto a sus obras, dos cuadros de ese nieto que quería ser como él, y lo había hecho porque en las mismas despuntaba calidad y claridad. Una de esas obras, colgaba de una pared en la sala en que estábamos: una cabeza de caballo.

Ese nieto es el artista que hoy disfrutamos y se llama Francisco Madero Marenco, el mismo que recuerda -no sin cierta emoción- que Don Eleodoro lo trataba como “un nieto / colega”, lo que quizás hizo que él mismo lo viera más como un amigo que como su abuelo.


Para ser un pintor costumbrista no solo hay que conocer y dominar las distintas técnicas pictóricas, sino, que hay algo mucho más delicado: conocer el ámbito rural, saber de la historia, interiorizarse hasta el tuétano sobre la cultura gaucha, conocer minuciosamente la conformación del caballo, no solo como un observador atento, sino como si fuese la propia yegua que lo parió. Y este cúmulo de saberes no está al alcance de todos los que quieren pintar, que hay que ser medio un ‘iluminado’ para acumular ese invalorable saber que no lo brinda ninguna Universidad por más antigüedad y lauros que ostente.

Sus cuadros son una ventana que se abre en el tiempo para trasladarnos con certeza al momento en el que el artista ubicó la acción. Su pintura nos hace vivir con el corazón latiendo fuerte, en la época del gaucho neto: tiempo de estancias sin alambrar, de fortines, de postas heroicas, de malones tremendos, de arriesgadas mensajerías, de domas criollas y efectivas (de que ‘racional’ me hablás…?), de tropillas de veinte caballos, de yerras a campo, de pulperías clavadas como mojones civilizadores en la dilatada pampa, de puestos que eran como avanzadas en tierra de nadie.

Pero no se queda allí el artista, porque como en un guiño cómplice nos hace recorrer la campaña del Siglo pasado, llegando hasta un poquito más allá de la mitad de la misma. Por eso con certeza y precisión Luis Ma. Loza supo afirmar en algún momento: Es el caso de sus clásicas escenas camperas, obras que algún día tendrán el valor agregado de convertirse en documentos históricos por ser referentes visuales precisos de nuestras tradiciones” (el destacado es nuestro).

Con una idea parecida pero en verso, en cierta ocasión le escribimos:

 

¡Salú, Panchito Madero!

Me congratula tu arte

y ya te sé un estandarte

del sentimiento campero.

Es mi saludo -entre ‘enteros’-

relincho de potro, hermano,

y al apretarte la mano

a lo vasco ordeñador

te digo: ¡si es superior

tu espresión de los paisanos!

 

¡Con cuanta satisfacción debe estar mirando desde “la gaucha trapalanda”, el abuelo Cacho, los logros de aquella promesa que él conoció! Y que hoy, ‘los que andamos por la güeya’, lo certificamos: consagrado.


Con razón y convicción ha dicho Madero Marenco, que el del gaucho "…es un tema verdaderamente inagotable", y lo afirma porque así lo siente; y a pesar de su juventud, le viene de lejos, porque "Ver pintar a mi abuelo y escucharlo en interminables conversaciones decidió mi destino para siempre", porque además, "Cuando entraba en su taller (…) tenía de inmediato la sensación de encontrarme en un fogón de estancia", rememora en orgullosa evocación.

La observación detenida y minuciosa de sus obras hace que nos envolvamos de patria y vivamos lo nuestro a través de los ojos, que nos llenan el espíritu de celeste y blanco”, tal lo que reflexionó José Piñeiro Iñíguez, y es que como meditó nuestro siempre recordado amigo Istueta Landajo, en cada obra logra el artista “dejar, quieto un instante, para siempre”.

Si bien hombre de llanura, claro exponente del gaucho porteño, su curiosidad, ganas de conocer, de saber más, de formarse íntegramente con un sentimiento federal, han posibilitado que por su paleta hayan sabido desfilar hombres y escenas de todos los rincones de la geografía Patria; que los seres podemos tener variaciones de una región a otra, de una a otra provincia, pero… el sentimiento de identidad gaucha es uno, y bien lo sabe resumir la pincelada firme y coloreada de nuestro artista, exigente con la obra y para consigo mismo en ese afán de aprender.

Algo de lo dicho pretendí resumir en esta décima:

 

Bien quiero Pancho Madero

y Marenco, pa’ más dato,

que pases un feliz rato

junto a tus cuadros camperos.

Ha de ser un ‘hormiguero’

Arandú, con esta cita,

que la Patria necesita

de tu armonioso pincel,

la certeza siempre fiel

que’n tu gaucho ser palpita.

 

Y es que el mismo Madero Marenco reflexiona, dirigiéndose a los negacionistas que nunca faltan: "Parece que no saben que sin el gaucho no hubieran sido posibles las guerras de la Independencia". (el destacado es nuestro).                  

Valga decir que en nuestro afán de difundir y defender a nuestros poetas, escritores, artesanos, pintores… siempre tratamos echar un vistazo sobre su vida íntima y personal, para que el lector pueda -más allá de la pública- también conocer algo de su condición humana más íntima, y por eso decimos que “Pancho” nació en la Ciudad de Buenos Aires, el 11/04/1980, en el hogar conformado por Mercedes Marenco y Guillermo Madero, hogar al que ya habían arribado Guillermo y Carolina, y al que por último se sumaría Rocío.

A los días de nacer, la familia volvió a la Ea. “La Merced”, situada en las vecindades del pueblo de Juan José Paso, entre las localidades de Pehuajó y Trenque Lauquen, establecimiento en el que desde varios años atrás su padre se desempeñaba como mayordomo.

Las inundación de la década de 1980 obligaron a la familia a radicarse en la Capital, donde Francisco cursó los estudios primarios, secundarios y universitarios, coronando los mismos (por así decirlo), cuando a los 22 años -en el 2002- rindió y aprobó la última materia de la carrera de Economía y Administración Agraria, en la UBA.

A partir de allí, se mudó al campo con su padre (se había establecido en Gral.



Lavalle), realizando vida de campo a la par de la de los pinceles.

Hoy está radicado -junto a su esposa Clara y sus hijos Manuelita, Felicitas y Santos-, próximo a la ciudad de Gral. Madariaga, dedicándose al campo y al arte, en una región en la que los campos, por cuestiones topográficas, parecen conservar las características de hace siglo y medio. Campos quebrados donde no ha entrado la reja.

Hablando de sus certezas y fotográficas creaciones, cuando la exposición en Arandú en 2012, José Antonio Abásalo reafirmó diciendo: “Francisco nos vuelve a recordar en todas sus pinturas y en la claridad creciente de su obra artística, aquel viejo concepto de la sabiduría consagrada, que bien supieron acuñar Hernández y Lugones: <Lo que no es tradición es plagio>”.


Si pensamos en su abuelo Eleodoro -el gran pintor criollo-, y en que su madre Mercedes también es artista plástica, no nos queda más que afirmar que con Francisco se confirma aquel viejo adagio: “De tal palo… tal astilla!”.

La Plata, 27 de Septiembre de 2021

Carlos Raúl Risso


(1) Asociación Argentina de Escritores Tradicionalistas


jueves, 29 de julio de 2021

CHARLES ENRI PELLEGRINI - Un Argentino Cabal

 

 A pesar de que no nació en el país puede considerárselo un argentino cabal, pues habiéndose radicado de joven, todo lo que encaró lo coronó con éxito; aquí se casó formando familia, se consagró como pintor, realizó grandes obras civiles, fue estanciero, pionero en los movimientos culturales, y además, por si lo expuesto fuese poco, el primer inmigrante que tuvo un hijo que alcanzó la primera magistratura de la República. ¿Alguien puede dudar que fue argentino?
Nos estamos refiriendo a Charles Henri Pellegrini o para decirlo en criollo Carlos Enrique Pellegrini.

Nació en el hogar conformado por el arquitecto italiano Bernardo Bartolomeo Pellegrini, y la francesa Marguerite Berthet, siendo su lugar de nacimiento la ciudad de Chambéry, capital del Ducado de Saboya, donde vio la luz el 28/07/1800, siendo el 8vo. hijo del matrimonio.

Comenzó su formación educativa en el colegio de su ciudad natal. En 1819 inicia sus estudios superiores en la Universidad de Turín, los que finalizará en la École Polytechnique de París, donde en 1825 obtiene su diploma de ingeniero.

Las gestiones que por entonces realizaba en Europa el gobierno de Rivadavia, con el objetivo de atraer profesionales para desempeñarse en nuestra tierra, lo acercan al país, y así, a mediados de 1828 llega al Río del Plata, pero a raíz del bloqueo naval que Brasil imponía a causa de la guerra que se libraba en ese momento, se ve obligado a permanecer durante seis meses en Montevideo.

Arriba definitivamente a Buenos Aires en noviembre de ese año, siendo designado en el Departamento de Ingenieros Hidráulicos, donde se planeaban ambiciosas obras públicas como la construcción de un muelle de desembarco, la clarificación y distribución de las aguas del Plata, el establecimiento de baños públicos -proyectos rivadavianos, podría decirse-, pero a ese momento -según informe del Centro Virtual de Arte Argentino- Don Bernardino ya había abandonado el gobierno y el Gral Viamonte, que lo sucedió, disolvió el Departamento y canceló todos los planes de obras públicas. Había transcurrido un año de su arribo al Plata.

Necesitando trabajar para mantenerse, recurre a su afición por el dibujo y el retrato; y en aquellos años en que en la primitiva aldea la fotografía no se había aún hecho presente, y los buenos pintores, escaseaban, se le abrió un campo inexplorado con un auspicioso futuro económico, ya que según todos sus biógrafos, entre octubre de 1830 y septiembre de 1831, a raíz de 25 retratos por mes, confeccionó un total de 200, lo que le reportó la nada despreciable suma de $17.000 fuertes de esa época.

Cielito. Baile Nacional

Trabaja en sociedad o colaboración con el litógrafo César Hipólito Bacle quien ya estaba establecido con local propio, y al parecer la demanda era muy grande, encargándosele obras que plasmaban las reuniones sociales del patriciado porteño de entonces.

Para fines de esa fructífera década del ‘30 ya cuenta con local propio, y era como si todo el patriciado de aquella sociedad deseara quedar registrado por Pellegrini. Acapara la clientela.

Esos años fructíferos le han permitido agenciarse de un capital con el que en 1837, quizás queriendo tomar distancia de la política rosista, compra en Cañuelas -según algunos investigadores- la Ea. “La Figura”, haciendo una pausa con el arte y dedicándose a las tareas rurales.

1841 será un año significativo, ya que el 18 de mayo se casa con María Bevans Bright, hija del ingeniero inglés James Bevans, a quien había conocido en su breve paso por el Departamento de Ingenieros. De este matrimonio nacerán Julia y Carlos, éste, el futuro presidente de la República.

Julio E. Payró nos agrega que “en el mismo año de su boda, el ingeniero-artista fundó con Luis Aldao la ‘Litografía de las Artes’, que publicó gran número de estampas. Después de Caseros vendió su estancia y volvió a Buenos Aires, fundó la ‘Revista del Plata’ (1853) y desplegó actividad como ingeniero y arquitecto”. La citada revista, que se abocó a asuntos económicos, agropecuarios y culturales, tendrá una corta vida, como que en 1855 cesa su publicación.

En dicho taller y en el año de su fundación, se publican dos ediciones de su álbum Recuerdos del Río de la Plata’, compuesto de 20 láminas que reproducen vistas de la ciudad, iglesias, bailes y también escenas gauchescas.

Pellegrini y Flía. - Aproximadamente 1863 - AGN

Ya cuando su arribo a Buenos Aires a fines de 1828, principio del 29, había hecho a la acuarela, varias vistas de la Plaza de la Victoria y de otros espacios que llamaron su atención, como por ejemplo, El Fuerte.

Es importante resaltar -y en esto copiamos al CVAA- que conjuntamente con Mitre, Vélez Sarsfield, Alsina, Mármol, Duteil y Tejedor,  fundan el Instituto Histórico y Geográfico del Río de la Plata.

En la última etapa de su vida retoma la profesión de ingeniero/arquitecto, y de esa época se destaca la edificación del primitivo Teatro Colón, su obra edilicia más importante, que se inaugurara en 1857.

Volvemos a copiar a Payró para una definición final: Espíritu culto e inquieto, también se dedicó en cierta época a la composición poética. Son, sin embargo, sus dibujos, sus acuarelas y sus litografías los que inmortalizaron a Pellegrini…”.

El prolífico artista y profesional, falleció en la ciudad que lo acogió, el 12 de octubre de 1875, a la edad de 75 años.

Del valor de su obra en retrospectiva, nos habla la subasta de ‘arte argentino’ llevada a cabo por la casa “Hijos de Martín Saráchaga”, el lunes 9 de mayo de 2005, cuando su obra “El Fuerte de Buenos Aires”, fue vendida en la suma de $ 120.000, unos U$S 41.700 de la época.

Una ‘bicoca’… como quien dice.

La Plata, 15 de Noviembre de 2020

Bibliografía mínima

 

+ Payró, Julio E. – 23 Pintores de la Argentina 1810 – 1900 (EUDEBA, 1962)

+ Centro Virtual de Arte Argentino – Centro Cultural Recoleta

+  https://artedelaargentina.com.ar/disciplinas/artistapintura

+ Clarín, 09/05/2005 – Los precursores

+ La Nación, 1/05/2005 – De Palliére a Warhol