viernes, 30 de noviembre de 2012

LA PLATA - Algunas Curiosidades

Diario "El Día" de La Plata - Cartas - Edición del 3/12/1998
Repasando el libro de Alberto S. J. de Paula, "La Ciudad de La Plata – sus tierras y su arquitectura", me encontré con un dato que si bien en otra ocasión pasó desapercibido ante mis ojos, ahora me llamó la atención, y se me ocurre una curiosidad para compartir con los lectores que aman la ciudad.
Hace pocos días nuestra Capital cumplió 116 años (*), y el dato que llamó mi atención proviene de la afirmación del autor citado, cuando dice que la fecha de fundación fue diferida en varias ocasiones; primero se pensó en el 6 de agosto; luego el 23 de septiembre se designaron por decreto los miembros de las comisiones para las fiestas correspondientes, expresándose que la ceremonia debía realizarse “a la brevedad”. Finalmente, el 10 de noviembre de 1882, por un decreto del Poder Ejecutivo se estableció la fecha del domingo 19 de noviembre para la fundación formal.
Y aquí mi sorpresa: casualmente en esta ciudad, cincuenta y siete años después, se concretó la Ley del Día de la Tradición, que -coincidentemente con la fecha de aquel decreto-, 10 de noviembre, fijaba este día y mes por ser el natalicio de Hernández. ¿Habrá sido una premonición? Sabida es la vinculación del poeta con la nueva ciudad e incluso con su nombre.
El otro dato poco conocido, lo aporta de Paula, cuando refiere que se fija el día 19, pues era el cumpleaños del segundo hijo varón de Rocha, llamado Dardo Melchor Ponciano y también el onomástico de su tercer nombre, San Ponciano, cuya coincidencia determinó se le encomendara el patronazgo de la ciudad.
Por último, y siempre siguiendo al mismo autor, decimos que ¡1500 carpas! se montaron en “la ciudad baldío” para albergar a los concurrentes, como así también, en la manzana delimitada por las calles 4, 5, 51 y 53 se montó el “pabellón desarmable” que había servido de sala de conciertos en la Exposición Continental celebrada poco antes en Buenos Aires, en la cual se distribuyeron mesas para 350 comensales.
Como se observará, todas cosas simples, pero que hacen a la historia de la ciudad. Y por cierto que vale la pena leer al autor citado.
La Plata, 26 de Noviembre de 1998

(*) El pasado 19/11/2012, la ciudad cumplió 130 años

martes, 27 de noviembre de 2012

LYNCH y SÁENZ

Dos Grandes de la Literatura Costumbrista

Diario "El Día" de La Plata -Cartas- edición del 16/12/1992


Diciembre hermana por fechas de natalicio y fallecimiento a dos grandes sin cuento de la literatura costumbrista en general, y del regionalismo bonaerense en particular. En primer término nombro a Benito Lynch, un platense notable -si tal lo juzgamos por su larga residencia en la ciudad-, y el más bastamente conocido cultor de la narrativa criolla junto a Ricardo Güiraldes. Y seguidamente evoco a Justo P. Sáenz (h), un narrador, poeta, investigador que nada tiene que envidiar a los autores mencionados, y que si bien es uno de los “máximos” referentes literarios dentro del tradicionalismo, no es tan conocido a nivel general del público masivo.

Y a dos hechos bien diferenciados pretendo referirme: Lynch, quien residió en la casa familiar de la Diagonal 77, frente a la plazoleta que triangulan los cruces de las calles 8 y 43, y se desempeñara por décadas como cronista de “El Día”, se fue de la vida el 23/12/1951.
Seis años y unos meses después, al demolerse dicho inmueble, la Municipalidad platense, a través de la Dirección de Paseos y Jardines, lo homenajeó al erigir sobre el lateral derecho del camino de acceso al Parque Saavedra (12 y 68, “el parque cerrado” como se lo conoce, aunque su nombre sea otro), no muchos metros antes de llegar al palacio que ocupa la parte central, un evocativo “Rincón del Novelista”, conformado el mismo por la puerta y el portón de dos hojas que otrora ocuparan el frente de su vivienda.
Y así como frecuente caminador y gustador de la frondosa arboleda del paseo, lo contemplé mil veces (por decir un número), deteniéndome ante él otras tantas veces, e incluso fotografiándome contra el mármol que reseña el homenaje.
Pero… desde hace un par de meses falta de su lugar una de las grandes hojas del portón de pesado metal, y al notarlo,  pensé en las depredaciones habituales de esa incultura que no admite justificativos de ninguna clase -y nos perjudica a todos-; la misma que dañara la totalidad de las figuras escultóricas del parque, daños a los que hace poco se refirieran desde estas mismas páginas mostrando además la muy deteriorada fuente “de los angelitos”.
Por suerte en mi caminata del sábado 26, topé de pronto con el desaparecido cerramiento, al que encontré sujeto con alambres a dos de las casuarinas que se ubican en hilera, paralelas a calle 14. ¿Qué fue lo que pasó? ¿La violencia anónima la arrancó de su emplazamiento? ¿El paso del tiempo deterioró los goznes y hubo que retirarlo? Sea cual fuere la causa, hago votos para la pronta reposición (*) en su sitial de honor, como una forma también de iniciar la recuperación estética del paseo que fuera orgullo de la barriada, cuándo nombrándolo como “jardín botánico”, lo recorríamos leyendo al pie de cada árbol, la chapa que lo identificaba con su nombre vulgar y científico.
El otro comentario evoca con sentida emoción la figura señera de un argentino que debería ser leído por todo aquel que se precie de tal y aspire al conocimiento de usos y costumbres regionales. Me refiero a Don Justo P. Sáenz (h), de quien este mes se cumple el centenario de su natalicio, como que vino a la vida el 19/12/1892. Al igual que Lynch, estuvo vinculado al campo desde su nacimiento, y si bien ejerció la profesión de escribano, para la cual estaba habilitado, desempeñose también y por largos períodos como administrador de campos en esta provincia y en las del litoral, trabajos que le permitieron acrecentar sus conocimientos costumbristas.

Según sus propias notas, relaciona sus años adolescentes con la confección de sus primeras estrofas, algunas de aquellas como “La Carrera”, de antología para los entrados en materia. Hacia 1927 un suplemento dominical de “La Nación” da cabida a su primer cuento, y de allí en más y hasta 1970, fue conspicuo concurrente en páginas tales como “Caras y Caretas”, “La Prensa”, “El Caballo” y “Camping” entre otras.
Su obra édita puede reseñarse nombrando “Pasto Puna” (1928, 3 ediciones), “Baguales” (1930, 3 ediciones), “Cortando Campo” (1941, 3 ediciones), “Equitación Gaucha en la Pampa y Mesopotamia” -ensayo/investigación- (1942, 5 ediciones), “El Pangaré de Galván” (1952), “Los Crotos” (1967), “Pampas, Montes, Cuchillas y Esteros” (1967). “Blas Cabrera” (1970, póstumo); también póstuma es la publicación en la desaparecida revista “Camping” de su último cuento “Sofanor Quiroga”.
Valga destacar que su obra “Equitación Gaucha”  -única en su género y como tal libro de consulta- recibió el Primer Premio de Literatura y Folklore Regional otorgado por la Comisión Nacional de Cultura, siendo designada además, como obra de estudio por la Facultad de Filosofía y Letras.
¡Cuánto habría para hablar de Don Justo!, pero demasiado hemos abusado del espacio, aunque estamos seguros ha de ser este uno de los pocos -sino el único- homenaje a su centenario.
Digamos por último que su estrella gaucha se encendió a los 77 años de edad, un 28 de mayo de 1970.

(*) Con posterioridad a la publicación de esta nota, la hoja del portón fue restituida a su lugar.


viernes, 16 de noviembre de 2012

PEDRO RISSO

LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 65 – 07/07/2012
         Con su licencia, paisano!
        Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si hablamos de “Poetas Criollos… y otras yerbas”.

Pedro Risso - 11/1942
PEDRO RISSO. Poeta  campero ¡y de los buenos!, nació el 11/07/1915 en la localidad de Aldo Bonzi del “Viejo Pago de La Matanza”. Más adelante su familia se muda y se establece en Avellaneda, zona que por entonces centralizaba la actividad de mataderos y frigoríficos, y que lo puso en contacto con un gran movimiento de hombres de a caballo, lugareños o radicados en la zona, unos; del interior provinciano que llegaban como reseros, los otros. (Hace 4 días hubiese cumplido 97 años).
Integró el Círculo Tradicional “Leales y Pampeanos” desde 1937 -aproximadamente-, y fue su Revista “La Carreta” el órgano que permitió la primera difusión de sus versos, esos que son ¡una genuina expresión de la reunión de gente criolla: en la matera, en las grandes cocinas de las estancias, en el fogón! Su primer trabajo, firmado como “El Zurdo Nicasio”, apareció en 07/1946 y se tituló “El Oscuro Mentao”, verso en el que para disimular al autor, se nombra como dueño del caballo en cuestión, contrapunteando literariamente con el seudónimo “El Chueco Maidana” que escondía a Emilio Frattini, y en ocasiones con “El Pampa Filemón”, que no era otro que Rodolfo Nicanor Kruzich.
Marca su estilo el lenguaje exacto y fiel de los hombres de la campaña bonaerense con sus giros y expresiones, que puede a veces chocar con el buen decir de las academias, pero que por el contrario, refleja la verdad de un reservorio de pureza que fue ¡y es!, el habla del hombre rural. Opinamos que campea en sus versos, la sencilla realidad paisana del hombre de nuestra campaña, de ahí que suenen y resulten tan auténticos.
Ocho días antes de su deceso, entregó a su amigo Osmildo Etulain una selección de sus trabajos; selección que póstumamente, se aumentó con el aporte de versos que guardaban amigos y familiares, con la intención de compendiar en un libro lo más posible de su obra. Y así, con ese aporte y el económico necesario para solventar la edición, a ocho meses de su muerte, en octubre de 1967 aparece “De Mi Marca”, libro de 211 páginas que entablan 116 poemas de neto sabor campero, el que fue concretado por una suscripción entre los amigos, con una tirada de 500 ejemplares.
Curiosamente, como ya lo apuntamos al hablar de Menvielle, años después, la firma Carlos R. Azcona y Cía. S. A., de Azul, reeditó la obra en una tirada reducida y fuera de comercio, que distribuyó entre clientes y amigos.
En su poesía “Ensillando”, a través de veinte notables estrofas va contando como ensilla su “oscuro”, al tiempo que describe a todas y cada una  de las pilchas de su “recado de dominguear”, del que tomamos para cerrar, el deseo expresado en la cuarteta final de la última décima: “rogarle a Dios yo quisiera  / pa’ que el recao y mi pingo  /  no anden en manos de gringo  /  el día que yo me muera.”
Pedro Risso falleció con jóvenes de 51 años, el 11/02/1967. 

martes, 6 de noviembre de 2012

ANDRÉS EDUARDO GRÓMAZ


LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 31 – 22/10/2011

Con su licencia, paisano!
Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si hablamos de “Poetas Criollos… y otras yerbas”.

ANDRÉS EDUARDO GROMAZ PARRA, más conocido por Andrés Gromaz, nació en el campo “La Morocha”, en Napaleofú, partido de Balcarce, el 13/10/1922, siendo hijo de Doña María Micaela Parra y Don Federico Gromaz, ambos españoles, siendo Andrés el mayor de 8 hermanos.
En la vida rural -donde hizo de todo un poco-, su primer oficio fue ser boyero de tambo, iniciándose alrededor de los 13 años, y un lustro más tarde cuando comienza a borronear renglones, uno de sus primeros versos los dedica a ese primer trabajo.
En otro cuenta: “Caballerizo, mensual, / peón de tambo y arador, / y aunque no fui domador / como tuve algún pariente / en un redomón corriente / supe andar como el mejor.”
Por 1940 empezó a trabajar en un “almacén de ramos grales.” en San Martín, ptdo. de Lobería, y a los 20 años se radica en Mar del Plata, donde desarrollará su vida y donde se abocará afanosamente a la defensa y difusión del quehacer tradicionalista.
No ha cumplido 22 años cuando debuta en la conducción de la audición radial “Mosaicos Criollos”, en LU6 Radio Atlántica, con la que estuvo 12 años en el aire.
A instancias de su padre (un español muy acriollado llegado al país a la edad de 16 años), de niño se aficionó a los versos criollos, habiendo sido “mi primera cartilla… el Martín Fierro”, como alguna vez escribió. De allí a volverse autor había tan solo un tranco, y ese tranco lo dio con tal solvencia, que en el ambiente del tradicionalismo marplatense no dudaron en llamarlo “El Poeta de la Tierra”.
Como buen poeta popular eligió las estrofas rimadas para expresarse, y si bien manejó las distintas formas, se inclinó principalmente por las décimas, a las que supo imprimirle una sabrosa expresión paisana, con un decir llano y simple, directo, como si fuese contando cuestiones de su propia vida.
Héctor del Valle, Rodolfo Lemble, Alberto Merlo y Daniel Garbizu, han grabado temas de su autoría.
Lo sobrevive un libro: “Como Soy”, aparecido póstumamente. El mismo se presentó en la Sala A del Centro Cultural Gral. Pueyrredón, el 11/11/1999.
Lo cierto es que nuestro poeta falleció el 13/11/1994, cuando junto a 3 de sus hermanos, ya montados, se encaminaban a participar del desfile en la Fiesta de la Tradición, en el campo de jineteada aledaño al Museo Municipal “José Hernández”, y junto a la Laguna de los Padres.

miércoles, 24 de octubre de 2012

OMAR MORENO PALACIOS


LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 24 – 3/09/2011

Con su licencia, paisano!
Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si hablamos de “Poetas Criollos… y otras yerbas”.

OMAR MORENO PALACIOS. Hijo de Julia Josefa Palacios y Pedro Ponciano Moreno (en cuyo hogar anidaron 9 hijos, 8 propios y uno de crianza), nació en Chascomús el 5/09/1938, por lo que a la brevedad cumplirá 73 años.
Son conocidos los hechos de que fue discípulo del mentado guitarrista Mario Pardo, y que debutó a los 19 años en Radio Carve, de Montevideo, Uruguay, o que integró el conjunto de los Hnos. Abrodos por el breve espacio de 8 meses. ¡Ni que decir de su prestigiosa trayectoria como intérprete de canto y guitarra de la llanura pampeana!
Pero hoy queremos destacarlo como poeta, aspecto en el que poco se ha hecho hincapié. Por eso vale decir que Omar (o “Pancho”, como lo nombran sus amigos y allegados), es un notable y particular poeta criollo, al punto que lo ubicamos como uno de los escritores de mayor vuelo poético, preñado de conocimientos camperos y folclóricos, que bien acierta a reflejar en sus temas. A diferencia de otros creadores, es dueño de una metáfora muy brillante y a la vez clara, sin que por eso se aparte un jeme del decir campero. Por ejemplo cuando expresa: “El toro de los truenos / viene bramando, / pechando nubarrones, / negriando el campo…”. ¿Quién no reconoce allí el anuncio de una tormenta? ¡Y que camperamente dicho!, que no es forma propia de un autor de escritorio, sino la de un hombre del fogón, del que ha tranqueado huellas o cruzado campo al rumbo.
En “Agarrame el alazán”, versos cargados de criolla picardía, para hablar de los labios de su pretendida, reflexiona sobre la hora del amanecer y poetiza: “Eleva con vino amable / el horizonte, su copa, / para brindar con tu boca / con un rosa inigualable…”. ¡Qué inspiración!
En “Museo de barro”, habla al rancho, pone al viento de testigo y dice: “Si el Pampero hablar pudiera / dentraría en cavilaciones;/ implacable en sus sermones / que chiflan las casuarinas / yo soy corona de espina / para tus pobres horcones”. Le envideo el estro.
También en sus reflexiones y expresiones es muy criollo, y si no, veamos: “porque no conozco prenda / que no se parezca al dueño”. Justa la expresión, verdad?; o aquellos decires tan propios de hombres que andan trabajando de a caballo, como cuando dice: “¡Guarda!¡Guarda!¡Aifa toro. ¡Ta’ que rienda tiene el moro!”
Profundizar sobre su modo y estilo excede el espacio de ésta página, pero no podemos obviar decir que es además autor  cuentos criollos muy por el estilo de los de Wimpi, al que tanto interpretó y difundió, y con los que más de una vez amenazó que los iba a publicar.
Por lo expuesto digo, que “el Pancho”, nos está debiendo un libro de versos.
Un comentario final. Si bien hemos reconocido que Charrúa, Menvielle y Risso, nos marcaron por su forma de escribir, es imposible negar que entre los contemporáneos fue Moreno Palacios el que nos apistoló el ojo para encontrar las metáforas.

lunes, 15 de octubre de 2012

"EL LLAMADOR" Y LOS DIZ

¡Hace rato ya que estoy de a pie! Parodiando a Don Ata podría decir: “Sin caballo y en La Plata”. Es que las vueltas de la vida, con sus subidas y bajadas, con sus ocupaciones y desocupaciones, en vez de engordarme el cinto me ralearon el potrero. Pero no ha podido ¡ni podrá!, despoblarme el corral de los recuerdos.
Cuarenta y pico de años atrás mi abuelo Desiderio Espinel (al que al igual que el gran Vasco Istueta Landajo con su abuelo, también llamaba “Tata”), cayó a “Los Ombúes” -paraje “El Zapata” en la Magdalena- después de un remate-feria de animales en el pueblo de Bavio, con un potrillo de año y medio aproximadamente, producto de esos revoleos de compra y venta que hacían los paisanos, y del que el animalito le resultó como una yapa. Y era bonito y despierto el potrillo. Además venía con el agregado -según decían los lengua larga- de que era el resultado de un servicio que se había contrabandeado con un puro de una cabaña de criollos del pago.
Pasó el tiempo y le fue llegando el momento de la doma, claro que para entonces mi padre ya lo tenía bastante manso de abajo, bien manoseado y sin cosquillas.
Una tarde ensillamos; mi padre “El Gaucho” (un gateado grande, muy guapo), y yo “El Ciruja” (un zaino mestizo, muy tranqueador), y le caímos, como quien no quiere la cosa, al rancho criollo de Don Juan Carlos Diz. “El Indio” Diz para quienes lo conocían de antes.

JUAN CARLOS DIZ

(Don Juan Carlos Diz, hacia 1942 aproximadamente)
Los que no lo han conocido se preguntarán, ¿...y quién es Diz?, pues bueno, los anoticio: fue el primer bonaerense que resultó Campeón Argentino de Jineteada con recado, en julio de 1950, en Córdoba. Los otros fueron: en clinas, Gregorio Pérez, de Lincoln; en pelo con cinchón, Onil Centeno, de Córdoba, y de la maroma, Jorge Salgado, de Salta.
Aquel festival fue organizado con motivo de “La Semana de Córdoba” por el gobierno provincial, y las destrezas criollas, bajo la denominación de “Campeonato Argentino de Doma”, se realizaron en las instalaciones del hipódromo, que fue adecuado convenientemente con palenques, corrales y bretes para la ocasión.
Algunas de las delegaciones presentes fueron: Federación Gaucha Bonaerense, Asociación Tradicionalista Gral. Güemes, de Salta; estancias “La Francia” y “Santa Rita”, de Córdoba, Club Hípico Gral. José Ma. Paz y Haras Militar Gral. Paz, también de Córdoba, “La Montonera” de Ensenada, Bs. As.; provincias de La Pampa y Santa Fe, entre otras.
“El Indio” Diz, junto a Demetrio Oliva, Luis Benedo y “Romerito”, grupo que capataceaba Saturnino Montiel, integró la delegación de “La Montonera”, en la que también se destacó y fue premiada la tropilla de Miguel González.
Juan Carlos Diz, nació el 22/08/1916, criándose en Navarro, en una familia que integraba con ocho hermanos.
Sabía recordar que a eso de los seis años, un tío le hacía montar unos petizos “pony” muy bellacos, teniéndoselos con un lazo; luego, hacia 1927/8 aproximadamente, le hacen probar unos potros ante la atenta mirada de Pablo Olguín, el destacado jinete que hacia la segunda mitad de la década del ‘30 y principios de la siguiente, realizo una extensa gira por los variados rodeos de EE.UU.
Fue su vida, una vida plagada de aventuras. Apenas salido de la niñez, escapó al control paterno, cayendo a pedir asilo y conchabo en casa de un vasco gaucho que le abrió la puerta de la hospitalidad y lo ocupó en el tambo, al tiempo que sin levantar la perdiz, hizo saber a sus padres donde se hallaba. Un par de años después, ensilló recalando en el territorio de La Pampa, donde se aplicó a la doma, y de donde retornó ya hombre y con tropilla por delante.
Con motivo de las primeras fiestas del “Día de la Tradición” en La Plata -comenzaron en 1940- se allegó a participar de las montas, y terminó por radicarse en la zona, allá por el paraje “El Zapata” citado al principio. Corría 1942.
Anduvo jineteando hasta el ‘53 en que a los 37 años decidió retirarse. Hasta allí su vida fue una “hechuría” sobre el lomo de los brutos, montando con los ojos vendados, “cara pa’tras”, y hasta cumpliendo el malabarismo de ir desensillando el potro entre abalanzo y abalanzo.
En su momento de esplendor hubo un abogado que al mejor estilo de la literatura de cordel, hizo imprimir unos volantes de 14x23cms., de los que conservo dos en mi archivo; uno lo muestra jineteando y al pie de la foto cuatro décimas tituladas “Las Vizcacheras”; la otra lo muestra de a caballo, muy endomingado, y con las cinco estrofas de “¡Ay, décimas de mi pampa!...”. Reza el volante: “Recuerdo del Gaucho Argentino Juan Carlos Diz”. Lástima grande que a los versos les falte la cita de su autor, y él lo desconocía.

"EL LLAMADOR"

"El Llamador" en Los Ombúes, en 05/1973
Lo cierto es que le habíamos caído a su rancho, y allí, tras el “desmonten y aten”, acomodamos los montados y el potrito a la sombra tupida de una doble hilera de acacias y enderezamos al guardapatio donde Diz nos esperaba. Tras el saludo acostumbrado nos acomodamos bajo el alero donde también saludamos a Doña Adela Bustos, su señora y madre de los cuatro hijos del matrimonio: dos mujeres y dos varones.
Mientras se sucedían las preguntas de rigor (¿cómo están en las casas? ¿y doña Ana cómo anda?) y compartíamos un mate, el animalito nuevo relinchaba, inquieto, buscando de acomodarse para ventear con rumbo a la querencia. Fue en eso y ante esa insistencia que dijo Don Carlos dirigiéndose a mi padre: -Romeo, ¿cómo se llama el malacara? Un tanto sorprendidos nos miramos con mi padre...No tiene nombre... fue la respuesta. Entonces va a ser “El Llamador”, ¿no viste que relincha como llamando? Y así quedó bautizado.
A la rueda se agregó Juancho, muchacho de unos veinte años, grandote, algo grueso pero muy campero, que andaba de negro sombrero , bien aludo requintado.
Y llegó el momento de ponerle punto final al mate y los cueros al potrito, tarea de la que se encargó Juancho bajo la atenta mirada del “Indio”. Manso de abajo, lo ensilló sin problemas; lo montó y no tiró  más de dos saltos, entregándose dócilmente.
            Cuando emprendimos el regreso, un largo trecho nos acompañaron los relinchos del “Llamador”.
            Con varios galopes, Juancho lo entregó en “Los Ombúes”, donde lo siguió y enfrenó mi padre.
         Su pelaje era rosillo malacara, botas con delantal y mano blanca del lado de montar; tenía algunas manchas por la verija y la panza, que ante la influencia de “Los dos fletes” de Osiris Rodríguez Castillo me hacían imaginarlo más que verlo “overo rosao” (“Es el overo rosao, / es la aurora de mi empeño, / sol recién nacido en sangre / sobre el albor de los cielos. / Si no me siento sobre él, / se me hace que no amanezco.”).
           De su lomo me desmonté en 1982, frente al palco oficial, cuando en el multitudinario desfile gaucho por el Centenario de La Plata, tuve el honor de hacer uso de la palabra en nombre de los tradicionalistas.

PARA FINAL

Tendría unos veinticinco años, ya “jubilado”, cuando “El Llamador” murió en un potrero de “El Albardón” de Don José Tirado, a donde había llegado tras la venta de “Los Ombúes” en el ‘74, y donde Don José, con esa proverbial hidalguía criolla supo decirme: “- Tus caballos tienen campo hasta el día que se mueran”. Y así fue.
Juan Ramón Diz era el nombre completo de Juancho, quien había nacido el 30/10/1946. Verlo salir al antiguo camino real, para ir a recorrer los potreros sobre las costa del Plata, rodeado de sus inseparables perros, era presenciar la imagen de un pasado gaucho. Murió en el mismo rancho en que lo visitáramos, después de desensillar entrada la oración, un 26/09/2004.
A Don Carlos Diz -el que se allegara a saludarme cuando el fallecimiento de mi padre en 1979, pero sin llegar a la sala mortuoria, porque le hacía mal saber que los amigos se le iban-, lo vi por última vez, para el saludo y el abrazo, cuando en agosto de 2001 se celebró el Centenario del pueblo de Bartolomé Bavio.
Falleció el paisano el 11/11/2005, descansando sus restos en el cementerio del pueblo antes citado, en la Magdalena.
ooo000ooo
¡Y pensar que a mi caballo lo bautizó el Primer Campeón Bonaerense de Jineteada!
La Plata, 11 de Febrero de 2007
(Publicado en  Revista El Tradicional Nº 76)

jueves, 4 de octubre de 2012

BORIS ELKIN - A 100 años de su natalicio 1905/2005

         ¿Qué gustador de los versos criollos no se emocionó alguna vez escuchando aquello de:
                   “Degollalo, Cipriano, degollalo; / ya el matungo no tiene más rimedio...”  (1)
          o aquello otro de:
                  “Gauchito de pocas pilchas / hecho a dormir en el suelo, / sin más almohada que el
                  basto, / sin más colchón que los lienzos, / ni más calor que el calor / que a veces le dan
                   los perros...” (2)
          o por que no:
                  “Tan fiel conservo tu estampa, / tu estampa gaucha, resero, / que a veces yo me
                   pregunto / si es verdad que te recuerdo / o es que te llevo en el alma / como la vaina al
                   acero.” ? (3)

           Todos o casi todos saben que su autor es Boris Elkin, pero poco o muy poco saben o conocen de dicho autor.
         En su segundo libro “Charqueando – poesías camperas”, aparecido en noviembre de 1954 en edición póstuma, nos enteramos que nació el 26 de mayo de 1905(*), y aunque allí se indica que “en Chivilcoy”, estamos en condiciones  de afirmar -siguiendo a Carlos Armando Costanzo en su “Panorama lírico Chivilcoyano”-, que “nació en Los Toldo, pero transcurrió la niñez y juventud en nuestros lares...”.
         Nacido en un hogar chacarero, transitó la realidad agraria aprendiendo todos los secretos de esa vida de sacrificios, pero profundamente esperanzada en el fruto de la semilla depositada en el surco, de allí que supiera evocar esos tiempos “cuando yo era labriego en las fértiles tierras de Chivilcoy.”
         Un cuarto de siglo abocado a esas tareas, sumado a su faz de atento observador, le permitió conocer en detalle la vida rural, y la idiosincrasia y costumbres de su gente, de allí la naturalidad con que logra llevar al verso las cuestiones camperas con que estructura sus sentidos poemas.
         Nada sabemos de su formación ni de sus inicios con las letras, pero lo intuimos autodidacta y de temprano comienzo; por lo menos tenemos conocimiento que a los 25 años estaba comprometido como “administrador-gerente”, en un emprendimiento periodístico llamado “Notas – semanario gráfico, social, literario”, que tenía su sede en calle Lavalle 93, de Chivilcoy, y donde supo incluir algunas rimas de su autoría. Esto nos lleva a pensar que entonces no era un recién iniciado y que ya tenía alguna experiencia literaria.
         También por esa época -y según el ya citado “Panorama Lírico”-, “pronunciaba sus composiciones por la red de altavoces que bordeaba las inmediaciones de la plaza 25 de Mayo”, a lo que podemos agregar, según información del Sr. Gaspar J. Astarita, que “fue además actor de reparto en algunas obras que dieron en Chivilcoy los elencos de la Agrupación Artística de la Ciudad, a los que perteneció en los primeros años de la década del 30.”.
         Según se desprende de sus propios dichos, hacia 1936 abandonó su “pago” para radicarse “en la ciudad absorbente y avasalladora”, Buenos Aires, donde por mérito propio logra trascender, y aquellas composiciones a las que él mismo daba vida en la red de altavoces pueblerina, pasaron a ser interpretadas y consagradas en la voz de Fernando Ochoa.
         De 1937 data su primer compendio poético que recibió el nombre de “Yerba Buena”, y en 1939 se sitúa el cuento “El lazo cortado” que resultara premiado en un concurso organizado por el entonces prestigioso medio capitalino “La Prensa”.
         Su poesía -que resulta infaltable en cualquier antología gauchesco/nativista que se precie de bien confeccionada-, se caracteriza por la sensatez humana de los temas, desarrollados con sorprendente simpleza, simpleza cargada de inconfundible autenticidad campera, por supuesto consecuente con quien había hecho propia la filosofía del habitante de la campaña, al punto de definirse como “un hombre de campo -mitad gaucho, mitad gringo-, que a veces, cuando una emoción lo sacude y Dios le tiende una mano, garabatea versos.”, seguro, porque así lo siente, que conserva “intacta la pureza que me dio la tierra y la dignidad que me enseñara el gaucho.”
         La poesía de Elkin se caracteriza por estar escrita siguiendo el rumbo del “romance”, o sea, aquella composición poética de desarrollo continuo -no dividida en estrofas-, donde van rimando los versos pares; una curiosidad es que no esté atado al metro octosílabo, casi el propio de esa forma poética, utilizando versos de seis, siete, nueve, diez y doce sílabas.
         Quizás podamos rastrear en sus composiciones el motivo de su temprana desaparición, como que al hablar del por qué de algunos de sus temas, señala a “El Chala” como “mi compañero y mi verdugo”.
         En concordancia con lo dicho, en las palabras que presentan al autor y “Charqueando”, se anota respecto de la honestidad de su conciencia, que “en algunas de sus últimas composiciones conmueve al aludir a su dolencia incurable y su próximo fin con intensa y genuina fortaleza de espíritu”, como cuando dice tener “el presentimiento de que la noche me va a sorprender cerquita nomás.”
         Dice en el remate de “Mi Chala”:
“¿Dejarlo, porqu’el dotor / me vino con ese cuento / de qu’el tabaco hace mal / y está minándome
 el pecho? / ¡Deje nomás que me mate! / ¡Si por él estoy viviendo!”
          Efectivamente, murió 29 meses antes de la aparición de su libro consagratorio, el 21 de junio de 1952, según información de una reciente antología compilada por Julio Imbert.
         Se cumplen 100 años del momento en que silenciosamente naciera un poeta que hizo de la simpleza de expresión su más eficaz arma para transmitir la emoción campera.

NotaUn especial agradecimiento al amigo Ismael Russo quien recabó información a través del Sr. Gaspar Astarita.
(1) El Overo
(2) Boyerito
(3) Romance para un arriero
(*) Su único hijo, Raúl, le informó a Gaspar Astarita que había nacido el 2/06/1905, siendo hijo de Ma. Delfina Grosso (nativa del  norte Italia) y de Alejandro Elkín (originario de Kazán, Rusia), con un hermano artista plástico, de nombre Raúl.
(Publicado en Revista El Tradicional Nº 59)

domingo, 30 de septiembre de 2012

DELFOR B. MÉNDEZ - un recuerdo a su obra


Diario El Día de La Plata - Cartas - edición del 3/08/1998

Varios motivos: la amistad, la ciudad, los libros y un aniversario, me llevan a escribir estas líneas.
Hace unos 15 años compartiendo con mi admirado Carlos Moncaut, una sabrosa charla sobre esa debilidad que en común tenemos y que es “la Magdalena” (encuentros en los que yo lo que más hago es preguntar y escuchar), a raíz de un trabajito que me encontraba realizando referido a como se la veía en la literatura, como la habían pintado sus escritores, me habló Don Carlos de “Silvano Ponce – la novela de un mensual”, libro que había da a luz el Dr. Délfor B. Méndez, y que ambientaba en esos pagos.
Puso el ejemplar en mis manos, pude hojearlo y tuve así mi primer contacto con él.
Conocía yo el nombre del doctor, no por haber leído algo suyo, sino porque había tenido cierto trato con mi abuelo materno, siendo ambos magdalenenses.
Algunos meses después de aquella charla profética (creo que antes del año), gracias a otro artífice de los libros, en este caso Mario Lenzi, pude tener mi  propio ejemplar; y por supuesto me referí a él en ese escrito que preparaba y mencioné más arriba.
Hace algo más de 5 años en este mismo diario y desde la sección “Críticas-Comentarios de Libros”, alguien que no se identifica (y es una lástima), escribió un recuadro titulado “Releecturas”: Silvano Ponce”, y allí en apretada síntesis, se mencionaban todos los títulos de Méndez, y se dice de su novela que “tanto por su estilo como por su contenido, se la ha comparado con Don Segundo Sombra”. Desconocemos el mes, pero podemos afirmar que este año, cumple su 60º aniversario aquella novela, que hoy resulta -más allá de ser una pintura costumbrista de profundo valor regional-, toda una rareza.
Gracias a ese rincón que los curiosos nunca salteamos y que se refiere a La Plata, hace 25-50-100 años, pudimos saber que en julio de 1969 en la Ciudad de Magdalena se le rindió homenaje a ese hijo pródigo, dando su nombre al Club Literario, en acto que engalanaron gente de la cultura y autoridades locales y provinciales.
No obstante, es poco o muy poco lo que sabemos de Méndez, y no damos con el lugar indicado para desasnarnos al respecto.
Hace un par de meses, otro amigo apasionado de las artes, Jorge H. Paladini, me facilitó para la lectura, la última obra de Méndez, “Viñetas Platenses”, publicada por la Municipalidad, justamente en el año que cerraría definitivamente los ojos, 1950.
Leyéndolo, me encontré con una de las “viñetas” titulada “Parque Saavedra”, la que se abre con una ilustración de Redoano que muestra la escalinata que coronaba la escultura “la cabeza del indio”.
En lo que va del año, y desde éstas páginas varias veces se hizo hincapié en el deterioro estatuario que viene sufriendo la ciudad, inclusive la foto del Saavedra “sin manos” salió más de una vez, como también se mostró la destruida “fuente de los angelitos”, que daba el frente al palacio fundacional que lamentablemente consumieran las llamas de una incomprensible negligencia adolescente. Todo lo apuntado -y habría más- dentro del predio del Parque Saavedra, donde ya no está más esa “cabeza de indio”, que fuera testigo mudo de encuentro y sueños guitarreros en los albores de los ’60, y de la que Méndez en sus “Viñetas” textualmente decía: “El indio, con su gesto cansado de divisar lejanías, eterniza en su metalización, un recuerdo cargado de lanzas de tacuara. Cabeza autóctona envinchada en el dolor de la persecución desmesurada, simboliza una raza que se pierde en el turbión cosmopolita de la época. El Indio, ese del Parque Saavedra, en su humildad de vencido, se ampara en un ombú, viejo compañero que también se va. Y como no tienen ya nada que decirse, porque se lo han dicho todo, permanecen callados, dejando que el corazón eche el resto. El indio y el ombú, son moléculas de pampa, en medio del extranjerismo exagerado de la Ciudad. Chocan como dos pecas en el rostro inmaculado de una mujer bonita”.
La Plata, 30/07/1998

(A pesar de los años transcurridos de la publicación a hoy, no solo sigue todo igual, sino que podría decirse ha empeorado, siendo lastimoso el estado de muchos monumentos)

miércoles, 26 de septiembre de 2012

MACIEL - Iniciador del Género Gauchesco

Diario El Día de La Plata, 22/02/1998

Al inicio del presente año (1998) más exactamente el 2 de enero, se cumplieron doscientos diez (210) años del fallecimiento de Juan Baltazar Maciel (o Maziel). Claro que los más de los lectores se preguntarán quién era, ya que su existencia es solo conocida entre quienes estudian letras, entre los curiosos de la literatura en general, y entre los gustadores de la literatura costumbrista, en particular.
Maciel, junto a Juan Gualberto Godoy, Luis Pérez y Bartolomé Hidalgo -entre otros-, están considerados los iniciadores del “género gauchesco”, aunque casi por unanimidad se otorga al último de los citados la paternidad del mismo.
Pero aclaremos sobre Maciel. Había nacido en Santa Fe el 8 de septiembre de 1727, en el hogar del “maestre de campo” D. Manuel Maciel (1).
Cursó estudios en Córdoba obteniendo los títulos de “maestro de arte y doctor en teología”. Ejerció como catedrático en la Universidad de San Felipe (Chile), como abogado ante la Audiencia de Charcas, como juez en el Cabildo Eclesiástico, y como Comisario del Santo Oficio, esto último entre 1771 y 1787, según referencia de Josefina Ludmer en su obra “El Género Gauchesco” (1988).
Se considera a la suya una vida influyente en las cuestiones educacionales de la Colonia, como que fue un hombre, no solo de formación eclesiástica, sino también docto y erudito en otros aspectos.
Según Jorge B. Rivera en “La Primitiva Literatura Gauchesca” -1968- (de donde extraemos los más de los datos que evocamos), su romance largamente titulado “Canta un guaso en estilo campestre los triunfos del Excmo. Señor Don Pedro de Cevallos”, escrito en 1777 con motivo de una expedición que al frente de diez mil hombres realizó el Virrey contra los portugueses que pretendían ocupar la Banda Oriental, recuperando -con dicha acción- la Colonia del Sacramento, sería uno de los más antiguos testimonios escritos (entonces los decires populares eran orales), que se vincula con la expresión rural, y que ese autor ubica dentro de las “formas precursoras” del futuro género.
Valga destacar que dicha composición arranca con la formula popular que haría con Hernández el punto cumbre de la expresión; dice Maciel:

Aquí me pongo a cantar
          debajo de aquestas talas
          del mayor guaino del mundo
           los triunfos y las gasañas.”
                                                          y agrega más adelante haciendo una importante referencia geográfica:

          “Como obejas los ha arriado
           y repartido en las pampas
          donde con guampas y lazos
          sean de nuestra lechigada.”
                                                          (La ortografía es la propia de la época)

Creemos que recordar hombres como Maciel, es colaborar con la búsqueda y el sustento de la propia identidad, como así también la excusa válida para hablar de la expresión que tanto nos gusta y que ya tiene una antigüedad de dos siglos.
La Plata, 13/02/1998

(1) y Doña Rosa de Lacoizqueta, ambas, familias muy acomodadas de aquel tiempo.
Fue bautizado en la Iglesia Matriz de Santa Fe y realizó los primeros estudios, en la Escuela Primaria del Convento de San Francisco.

(Las ilustraciones, casa natal y escudo de familia, no corresponden al artículo del diario)

domingo, 23 de septiembre de 2012

JULIO MIGNO


LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 29 – 08/10/2011

Con su licencia, paisano!
Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si hablamos de “Poetas Criollos… y otras yerbas”.

JULIO MIGNO. Así conocido, tenía por nombre completo el de Julio Bruno Migno Parera, y había nacido el 6/10/1915, en la provincia de Santa Fe, en la localidad de San Javier, “la tierra de mocovies” como gustaba decir.
Para expresarlo con certeza, Migno ha sido uno de los grandes poetas criollos, no solo de su provincia, sino del país todo.
La dulzura y la garra, dos extremos de un sentir o una expresión, se hermanan en apretada trenza en su poesía, poesía que despuntó en su ser a muy temprana edad, como que a los 17 años hizo su primera publicación, “Los Nuestros”, pequeño volumen de versos inhallables hoy.
Al igual que Berho, don Julio decía que no era un “poeta gauchesco”, pero hay en su expresión un fraseo, un lenguaje, un decir tan terruñero, que aunque él no quiera, cualquiera que lea o escuche sus poesías, reconocerá frente a sí, a un autor de tal estilo; y si no, veamos lo que dijo el afamado cordobés Julio Díaz Usandivaras, cuando desde su Revista “Nativa” comentó la aparición de “Amargas…” en 1944: “Nuestra poesía gauchesca, tiene, pues, cultores de valía. Entre estos, habrá que colocarlos al autor que nos ocupa”.     
Al respecto opinó Ricardo Rojas de su poesía: “Hay en esos versos fuerza de paisaje virgen y de lenguaje nuevo”.
Poemas suyos como: “Versos al indio que llevo”, “Tata Nica”, “Si tenés cachorro”, “Gritando a lo indio”, se han ganado merecidamente un lugar en el corazón del pueblo, más allá de su autor.
Su obra publicada responde al siguiente detalle: “Amargas Camperas” (1943), “Yerbagüena, el mielero” (1947), “Chira Molina” (1952), “Cardos y Estrellas–antología” (1955), “De palo a pique–antología” (1965), “Miquichises” (1972) y “Suma Poética” (1987).
Entre sus mucha distinciones destacamos el “Premio a las Letras” del bienio 1981/82, otorgado por la Asociación Santafesina de Escritores por el conjunto de su obra; también mereció el “Santa Clara de Asís”, el “Martín Fierro” de APTRA, y el “Calendario Azteca” del gobierno de México.
Para un aniversario, en 2007, el diario “La Opinión” de Santa Fe, expresó: “Los escritos y poemas de Migno están llenos de un profundo conocimiento del sufrimiento humano, del sentimiento campesino y costero, tienen sentenciosidad y didactismo y plantean el eterno drama que provocan los hechos injustos, producidos por la mano del ser humano hacia sus semejantes y la relación con la naturaleza”.
Quien también era llamado “el poeta de la costa”, y que se había interrogado diciendo “que tendrás pago, que te quiero tanto!”, falleció en la C. de Sta. Fe, el 5/12/1993 a los 78 años.

sábado, 22 de septiembre de 2012

FRANCISCO ANÍBAL RIÚ


LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 15 – 25/06/2011

Con su licencia, paisano!
Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si hablamos de “Poetas Criollos… y otras yerbas”.

RIÚ, Francisco Aníbal.  Nació en 25 de Mayo, provincia de Buenos Aires, en 1881.
                                         Alrededor de 1894 se establece en La Plata donde cursa estudios en el Colegio Nacional, los que continúa en la Facultad de Derecho, hasta graduarse de abogado en 1904, con una tesis que “versó sobre la Ley de Trabajo y despertó asombro e interés”.
Desarrolla una activa vida universitaria, y así lo encontramos como presidente del Centro Universitario, elegido en la asamblea del 9/06/1903.
De su estancia platense proviene la amistad  con Almafuerte, quien supo escribirle llamándolo “Mi querido hijo bueno…”.
Participa en la política de su época en el Partido Radical, representando como dirigente a la provincia de Buenos Aires ante la Convención Nacional. Fue también Presidente del Comité de su provincia, habiendo integrado la Legislatura Nacional, como diputado electo en 1914 y 1918, función a la que no llegó “premiado por manejar porotos, sino por ser una persona idónea y un sacrificado e inteligente militante…”.
Como poeta gauchesco, es autor de décimas sonoras de muy cuidada construcción, expresadas en un lenguaje más vale culto sin ser castizo, en las que demuestra su admiración por el personaje y el paisaje que con seguridad conoció en su pago natal.
En 1905 publicó su primer libro titulado “Sílex”, al que en 1911 le siguió “La musa errante”, y en 1913 “Leyendas Nativas”.
Hemos verificado que a partir de 09/1916 fue un reconocido colaborador del Semanario “La Pampa” Argentina”, de la ciudad de Buenos Aires; también sus composiciones aparecieron en “Caras y Caretas” y en “Nativa”.
En opinión del reputado Julio Díaz Usandivaras, Riú era “el mejor decimista” del país, lo que es reafirmado y ampliado por Gabino Coria Peñaloza: “…sus décimas, que le han dado fama y muy bien sentada, de ser el mejor decimista de ambas márgenes del Plata.”. Éste último, en nota que le dedica en el N° 1 de Revista “Nativa” (1924), vuelca conceptos laudatorios, desde ubicarlo como “uno de los más conocidos cultores de la poesía costumbrista” a definir sus letras de “Cálidas, rotundas, sonoras, brillantes, son todas sus composiciones… (…) Vivida es la descripción; movido y amplio el escenario; ricas y variadas las imágenes; seguro el trazo; cerrada y gráfica la cláusula y una vibración continuada desde el principio hasta el fin”.
Coronando su actividad poética, José Razzano le grabó sus décimas “Desde el alero” con ritmo de estilo, en 1917.
Falleció tempranamente el 21/06/1929, tenía 48 años.

sábado, 8 de septiembre de 2012

BARTOLOMÉ RODOLFO APRILE Un Poeta Olvidado


El tiempo, que todo lo puede, suele en su incansable andar, actuar como un esmeril que lentamente va gastando nombres y sucesos hasta hacerlos casi desaparecer, sobre todo, cuando en el medio no han habido otras personas abocadas a rescatar y resaltar esos nombre y virtudes.
Y algo de esto ha pasado con el escritor que hoy pretendemos evocar, autor prolífico y hombre reconocido en las primeras décadas del pasado siglo.
Nos referimos a Bartolomé Rodolfo Aprile, nacido en el porteño barrio de Barracas, en un hogar de inmigrantes genoveses, el 23 de marzo de 1894.
No sabemos cuando comenzó a dedicarse a la composición poética, pero despuntando la década de 1910 ya lo encontramos participando de una publicación acreditada en la época, como lo era “La Pampa Argentina”, lo que induce a pensar que contaba con antecedentes en el género; en el decenio siguiente escribe en “El Trovador de la pampa” (revista que dirigiera Julio Díaz Usandivaras y que puede tomarse como un anticipo de su reconocida “Nativa”), y también en “El Canta Claro”. Luego lo haría en “El Alma que Canta” y en “Mundo Argentino”.
Vecino directo de Barracas -pago natal del poeta-, es Avellaneda, lugar que fuera asiento de variadas instituciones cultoras del criollismo, y entre ellas citamos “Los Leales” y “Los Pampeanos”, nacidas al alborear el Siglo 20, y que en 1932 decidieron aunar esfuerzos para fortalecer su trabajo, naciendo así el “Circulo Tradicional Leales y Pampeanos”, al que este autor se vinculó desde un principio, recibiendo la categoría de “Socio Especial”. Como esta institución era responsable de la publicación de la RevistaLa Carreta”, no solo escribió frecuentemente para la misma, sino que también integró desde inicios de 1937, la Comisión de Prensa respectiva.
Esa década del 30, es cuando lo encontramos más activo, o bien es el momento en que encontró la coyuntura que le permitió publicar lo que ya tenía preparado con anterioridad; lo cierto es que de su profusa publicación, la gran mayoría tiene como data la referida década.
Y si Evaristo Barrios, poeta y payador de amplia aceptación popular por el mismo tiempo, llega -según Víctor Di Santo- a publicar “una veintena” de títulos, Aprile lo duplica, como que le hemos identificado 38 libros según los catálogos que daba a conocer “Colecciones Gauchas” del Editor M. Alfredo Angulo, o bien “Biblioteca Nueva-Colección Gaucha”, de Publicidad Ateneo.
Aprile fue un poeta de rima fácil, que basó su amplia obra de carácter popular, en poner en versos de tono gauchesco, reconocidas novelas que ya habían ganado el afecto del público lector, como las que había escrito, por ejemplo, Eduardo Gutiérrez.
De haber escrito todas esas obras en la década citada, daría la impresión que fue ‘un escritor profesional’, o sea un escriba de aquellos que debía presentar a su editorial, un trabajo cada quince días, dada la gran demanda entonces de ese tipo de literatura.
Mayoritariamente los libros respondían a ediciones económicas que se vendían por suscripción postal, a 20 o 30 centavos el ejemplar, Así también difundían lo suyo: Martín Castro, Francisco N. Bianco, Silverio Manco, Evaristo Barrios, entre muchos otros.
Al respecto nos contaba el poeta Coppari, que en su niñez y preadolescencia de peón rural, en Teodelina, provincia de Santa Fe, llenó una de aquellas viejas valijas de cartón con refuerzos de madera, con los pequeños libros de estas “colecciones gauchas”, dando inicio así a lo que luego sería “su” biblioteca personal. ¡Y cuántos otros como él habrán hecho lo mismo!
Estas ediciones casi de bolsillo, de papel económico y rústico diseño, menospreciadas muchas veces por los estudiosos como que generalmente se ignoran como fuente en los trabajos de investigación sobre el género, fueron la posibilidad de expresión de muchos poetas que con su labor mantuvieron vigente la existencia del gauchesco, sin pasar por las librerías y las editoriales importantes.
 Supo contarnos Don Carlos Moncaut, que estudiantes de letras de importantes universidades europeas, visitaban el país (y su casa, en algunas ocasiones), con el objeto de preparar su tesis final escribiendo sobre literatura argentina y el género gauchesco, no desdeñando nunca el cuantioso material de estas ediciones populares, inclusive, comprando aquellas casas de altos estudios, siempre que podían, dicho material para sus bibliotecas.
Paralelamente a la practica “gauchesca”, Bartolomé Aprile incursionó en la composición de temas de tono urbano, manifestando allí el decir de un habla que venía abriéndose camino, hasta llegar con el tiempo a tener su propia Academia de la Lengua: el lunfardo. Es considerado un pionero junto a nombres como el de Carlos de la Púa y “Yacaré” Felipe Fernandez, entre otros célebres; y a tal punto llega el reconocimiento, que uno de los sillones que ocupan los miembros oficiales de la Academia Porteña del Lunfardo, lleva su nombre y apellido.
En este rubro recordamos su libro “Arrabal Salvaje – versos de la suburbia”, del que hemos visto una edición de la década del 60, por lo que de no ser una reedición, sería una publicación póstuma.
Hablando de sus libros, solo “El Libro de los Criollos” (Editorial El Canta Claro, aproximadamente 1932), y “El Hijo de Martín Fierro” (Editorial Peuser Ltda., 1933, ilustrado por Jorge Daniel Campos), parecen haber sido de mejor calidad editorial, aunque sin salir del rubro de “rústica”. Este último fue pomposamente subtitulado “Continuación de Martín Fierro”, objetivo que nosotros  calificamos, le quedó muy holgado a la pretensión del poeta; así mismo dice que estuvo “inspirado en las gloriosas memorias de los grandes difuntos”, y da una larga lista de poetas que inicia con la cita de Hidalgo, y cierra diciendo que fueron “Puntales y horcones de las tradiciones”, con un grandielocuente “Ante Dios y Ante la Patria”.
En “El Ahijao de Don Segundo Sombra o Fabio Cáceres”, obra inspirada en la novela de Güiraldes y aparecida con el sello de “Plus Ultra” en 1935, imita la dedicatoria de aquél y también dice “Dedicado a mis amigos reseros y domadores”, y desgrana una lista de diecisiete nombres.
Es de creer, que también éste como los dos anteriores, los compuso como una creación superior al resto.
Como decíamos al principio, el tiempo, esmeril inacabable, lo fue diluyendo, y de tantas y tantas composiciones publicadas en libros y revistas, casi ninguna circula hoy por lo fogones en boca de cantores criollos, salvo el caso de “Alborada”, composición integrada por seis octavillas, poema que es en realidad un fragmento, ya que el original se continúa con 34 décimas y un sextilla final. Este tema suele ser interpretado como anónimo, como así también atribuido otros autores, aunque con su firma fue publicado en libro en 1933.
Dice el inicio del verso en cuestión “Rasgando el brumoso poncho / de una noche sin estrellas / clareando rastros y huellas / y surcos del campo flor…”.
En su extensa obra dedicó páginas a poetas de su tiempo, con quienes se intuye tenía trato y confraternidad: Julio Díaz Usandivaras, Amadeo Desiderato, Raúl González Tuñón, Florentino Hernández (Jesús María), Carlos Muñoz de la Púa. Apolinario Sierra, Yamandú Rodríguez, Francisco Aníbal Ríú (a quien tilda de “el más valiente poeta gaucho”), y la lista sigue.
Nos tienta la idea de publicar la nómina de sus libros que tenemos identificados, pero esto se haría largo.
Su deceso acontece en el Hospital Rawson de la ciudad de Buenos Aires, el 14 de septiembre de 1941, a los 47 años de edad, y las páginas de “La Carreta” recogen la mala, y dicen: “Rumbo a la eternidad se fue el alma del cantor criollo. Ha muerto uno de los cultores de las letras gauchas, en una edad, aún prematura… Se fue Aprile, para siempre. La fúnebre noticia ha cundido en el ambiente criollo, como una olada penetrante y fría, hasta adentrarse en los corazones de todos aquellos que pudieron apreciar, por encima de todas las condiciones que decoraban su persona, al amigo.”
A 70 años del hecho, las páginas de De Mis Pagos se abren para decirle que aún lo recordamos.

(Publicado en Revista De Mis Pagos digital Nº 42 - 12/2011)