sábado, 13 de diciembre de 2014

LA PAMPA QUE HAY QUE CONOCER

…y los caminos de la vida nos llevaron hasta Santa Rosa, capital de La Pampa. Pero nada es casual, los primeros pasos en la gestación de un libro que ha de llamarse “Por Huellas y Empedrados”, fueron la escusa perfecta para llegar.
Allí nos aguardaba la acogedora hospitalidad del poeta Carlos Rosendo (ex bailarín profesional de tango) y su esposa Mary, y desde allí, como estratégica “base de operaciones”, dispersaríamos nuestro andar, ansiosos por conocer lugares e historia de esa joven provincia, tan ligada por otro lado a la vida ranquel, como lo demuestran a cada paso los nombres de los negocios y las señales indicadoras en los caminos.
La buena predisposición del también poeta Vicente Rosignolo -invitado por el dueño de casa-, que ofició de gentil baqueano, fue fundamental para redondear nuestras andanzas. Y como hacemos cada vez que tenemos la oportunidad de viajar, buscamos conocer lugares con historia y museos.
Casco de la Estancia La Malvina (reconstruido)

Así fue que nos llegamos hasta el Museo “Estancia La Malvina” -previo recorrer el bien presentado circuito de la “Laguna del Parque Don Tomás”-, casco que hiciera levantar don Tomás Mason, fundador de la ciudad de Santa Rosa. Allí nos enteramos que dicha construcción se había vuelto una tapera, pero por suerte, en años recientes fue reconstruida respetando el diseño original, tratando de preservar lo poco de época que quedaba: un retazo de piso, alguna pared interior, el marco de una ventana, y un hogar doble, que colocado como dentro de una vitrina de acrílico, se lo ha conservado con el deterioro que tenía, con la finalidad de que se aprecie su construcción y como calefaccionaba dos ambientes opuestos. Daniela, una guía de turismo de origen litoraleño, nos fue ilustrando, habitación por habitación, narrándonos aspectos de su pasado, permitiéndonos adentrarnos en aquella historia.

35 Km al sur de la Capital, sobre la Ruta Nacional 35, se encuentra la “Reserva Provincial Parque Luro”. Allí, hace algo más de 100 años, Don Pedro Luro -el mismo que participó de la fundación de Mar del Plata-, indicó al arquitecto francés Alberto Favre, la construcción de un suntuoso casco de estancia, el que habitualmente se conoce como “castillo”; dicho edificio responde al estilo Luis XVI, con simetrías, formas simples, de líneas planas y de decoración austera, lo que no evita que la visión de esa construcción de dos plantas, sea imponente.
Sonia (una guía de turismo oriunda de Villa Iris, vecindades de Bahía Blanca), nos ofreció una recorrida completísima y clara de los objetos allí reunidos y de la historia que por allí pasó. De lo mucho que habría para referir, digamos, que curiosamente, dicho “castillo” no cuenta con cocina. La misma se encontraba instalada en una edificación conocida como “la casa de la servidumbre”, la que se comunicaba a través de un tunel, con una habitación de donde salía un mozo con las bandejas, hacia la gran sala comedor.
Dicha “casa de la servidumbre” y el tunel, fueron demolidos hace más de 30 años, quedando a la vista, solamente, el trazado de los cimientos.
Es de destacar que “el castillo” -que es hoy un museo y ha sido declarado Monumento Histórico Nacional-, se encuentra en perfecto estado de conservación, y todo aquello que no es original (cortinados, p. ej.), se ha reconstruido siguiendo los dictados de estilo y materiales de la época.
Cuando Luro se empeñó en tan faraónica construcción en la desierta y medanosa llanura que era parte del “mamúll mapú” de tehuelches y ranqueles, lo hizo llevado por la idea de crear el primer coto de caza del país, bautizado “San Huberto”, el que fue visitado por personalidades de la aristocracia europea.
Actualmente, la “Reserva” es una muestra cabal del paisaje típico pampeano, con extensísimos montes de caldén, médanos, lagunas e inclusive el salitral; en esos montes se ocultan de los curiosos, los ciervos colorados y jabalíes europeos descendientes de aquellos que poblaban el coto. Actualmente el predio se extiende sobre 7600 has. de las cuales 1600 integran el circuito turístico.
 La familia propietaria y los visitantes, llegaban desde Buenos Aires por tren hasta una parada ubicada entre Naicó y Quehué, desde donde nacía una vía férrea de troncha
angosta, que prestaba un servicio privado por el que los viajantes podían llegar hasta la “Sala de los Carruajes”, ya en las vecindades del casco. Ésta es actualmente el “Museo San Huberto”, construcción contemporánea al “castillo” cuyo piso está constituido por “adoquines” de caldén, en el que se pueden apreciar 15 coches de tiro animal, distintos, entre algunos de trabajo y otros de paseo.
La buena predisposición de la guía Sonia, nos permitió -previa apertura de candados en un par de tranqueras-, recorrer los más recónditos sitios del caldenal, conociendo al “Caldén Matusalén”, así bautizado por considerárselo el más antiguo del monte, al que desgraciadamente, meses atrás, un tornado lo partió en tres, con la esperanza que el tronco en pie, a una altura de más de 3 metros ha comenzado a retoñar. Su vida se calcula en casi 300 años; de la misma época es el “Caldén de la Nena”,
así llamado por la tradición oral que dice que a su sombra ser sentaba a leer la hija del patrón.
De esta “Reserva” digamos por último, que uno de  los  médanos altos está coronado por una inmensa pileta llamada el “Tanque del Millón de Litros”, el que originariamente duplicaba su capacidad, y era abastecido por el agua que en otro médano cercano extraían tres molinos a viento (hoy el trabajo lo hacen dos bombas mecánicas), y desde el cual se surtía de agua potable a todas las instalaciones de la estancia, esto por gravedad natural, como que el tanque se ubica a una altura de más de 7 mts, con respecto a las otras construcciones.

Cuando dejamos atrás este paraíso, lo hicimos con la certeza de haber vivido una experiencia inolvidable.
En la propia Capital visitamos el “Mercado Artesanal Pampeano”, apreciando la diversidad creativa en textiles, soguería, platería, etc., todo prolijamente presentado.
En calle Quintana 116 accedimos al “Museo Provincial de Historia Natural”, donde nuestros ojos no salían de su asombro. Dice la gacetilla oficial: “Muestra los recursos naturales, la diversidad de la flora y la fauna, los restos paleontológicos y materiales arqueológicos del pasado de nuestra provincia.”.
En este museo nos llamó mucho la atención, dos jardines (uno en el interior, en un patio abierto, y otro exterior, hacia la vereda), ornamentados con todo tipo de flora local, perfectamente individualizada cada especie, con un letrerito que da sus nombres. Esto lo vimos repetido en algunos sitios de la ciudad, como p. ej. en canteros de la Terminal de Omnibus, lo que nos ha parecido necesario imitar en otras latitudes.
La amabilidad y predisposición de los profesores Hugo Alejandro Alfageme y Gabriela Testa, y las atenciones de su directora, Lic. Mónica Becerra, nos hicieron placentera e instructiva dicha visita.
Abordando los aspectos indígenas, conocimos y pudimos caminar un trecho por la “Rastrillada Indígena”, así señalada con cartelería sobre ruta 35, al norte de la Capital. La misma procedía de Trenque Lauquen, y se dirigía, entre otros destinos, hacia Toay. Vibran en ella ecos del pasado, mugidos de hacienda, relinchos, balidos, ruidos de la marcha, voces originarias…, y aunque hará un siglo y medio que se la dejó de usar, sus vestigios están latentes…
En la “Cuesta del Sur” pudimos conversar con “la lonco” -cacica- de la comunidad ranquel de esa zona, María Inés Canahué; y en Santa Rosa de Toay nos recibió Doña Juanita Vila Rosas (descendiente del célebre jefe ranquel Mariano Rosas), “lonco” de la comunidad de esa localidad. Amablemente nos contó cuestiones cotidianas de la vida de su pueblo, significado de voces, ambiciones de su proyecto cultural, como que algún día la enseñanza escolar en su provincia pueda ser bilingüe. Con un cálido “marí marí” nos despidió, dejándonos la esperanza de poder volver algún día.
Carlos Raúl Risso en "la rastrillada"

¡Gracias Mary, gracias Rosendo, gracias Rosignolo!, porque por ustedes nuestra estadía no solo fue saludable gastronómicamente, sino muy rica y potables desde el aprendizaje.

La Plata, 11 de Febrero de 2013
(Publicado en Revista De Mis Pagos N° 47)

ALONSO Y TRELLES ("El Viejo Pancho")

LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 186 – 13/12/2014

Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si hablamos de “Poetas Criollos… y otras yerbas”.

JOSÉ ALONSO Y TRELLES (“El Viejo Pancho”) – Sobre este español acriollado, hay diferencias entre sus biógrafos con respecto a su lugar de nacimiento, pero nos inclinamos por los que dicen que nació el 7/05/1857 en la Villa de Ribadeo, diócesis de Mondoñedo, provincia de Lugo, Galicia, en el hogar de Vicenta Jaren y el maestro de primeras letras, Francisco Alonso y Trelles, transcurriendo su niñez en la localidad de Navia, Asturias, recibiendo una estricta educación por parte de su tío y sacerdote Felipe Alonso y Trelles, lo que hace que al embarcarse para América (en 1874 según unos, o 1876, al decir de otros), ya ostente el título de perito mercantil o contador.
Retrato de Revista "El Fogón", 7/11/1899
Su primer destino lo tiene en la bonaerense Chivilcoy donde permanece cosa de dos años, para trasladarse luego a la República Oriental del Uruguay; está en Montevideo, pasa por El Tala y se dirige a Río Grande do Sul, donde trabaja durante 4 años para una firma comercial, pero al cerrar ésta retorna a la Villa de El Tala, departamento de Canelones, donde se afinca definitivamente, formará su hogar y nacerán sus hijos.
Se sabe que ya adolescente escribía versos, y estos al asimilar su espíritu al ambiente gaucho que lo rodea, y ser ganado su intelecto por el sentimiento gaucho que emana de quienes lo tratan, transforma su poesía al embeberla en las cuestiones que tienes que ver con ese entramado socio-rural, convirtiéndose en uno de los poetas gauchescos más notorio de la Patria Oriental. Al respecto dijo el escritor Alberto Zum Felde: “Y a tal punto se ha operado el fenómeno de su adaptación, que compenetrado de la vida de nuestro paisano, ha llegado a sentir como él, y a expresar como él expresaría, sus propios sentimientos…”.
Manuel Benavente lo ha descripto: “Alto, vigoroso, de mirada dulce, sonrisa amable y palabra castiza y fácil, tenía simpatía hasta para regalar”.
Hacia 1894 editó la publicación “El Tala Cómico” que apareció durante un lustro, y en la instancia finisecular creó “Momentáneas”, de breve vida, pero donde aparecen sus primeros versos gauchos. Comienza a colaborar con “El Fogón” de Alcides de María, y aquí adquiere popularidad, y hacia 1915, reúne sus trabajos en un compendio que tituló “Paja Brava”, el que tuvo mucha repercusión, y logró reediciones.
Retrato de Aguerre, año 1938
Tras su muerte, sus poemas fueron musicalizados y grabados, por intérpretes como Carlos Gardel, Rosita Quiroga, Amalia de la Vega, Agustín Irusta, Agustín Magaldi, Santiago Chalar, etc. etc.
Casado con Dolores Ricetto, conformó un hogar que se agrandó con cinco hijos.
Falleció en Montevideo el 28/07/1924, siendo entonces el más celebrado poeta gauchesco. Descansa en el Cementerio de El Tala.

BIBLIOGRAFÍA

1 – Serafín  J. García (10/1941)
2 – Revista La Carreta (10/1944)
3 – Se llamaba el Viejo Pancho (12/1967) Revista sin identificar
4 – Francisco R. Bello (1976)
5 – Orlando del Greco (1981)
6 – Horacio Loriente (11/1987)
7 – Gerardo Molina (10/2002)

viernes, 28 de noviembre de 2014

FORTINES Y DESFILE

LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
 Micros Nº 85 y 183 – 01/12/2012 y 22/11/2014, respectivamente

Con su licencia, paisano!
Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si hablamos de “Poetas Criollos… y otras yerbas”.

                  FORTINES. Sin la menor intención de crear discordia, más bien pretendiendo hacer un aporte, intentaré terciar con algunas opiniones que se han vertido en el programa.
La denominación de “fortines” dadas a las primeras agrupaciones o centros tradicionalistas que nacieron a partir del año 40, se debe exclusivamente a una iniciativa de la Federación Gaucha Bonaerense. Esta institución, curiosamente nacida como “federación” cuando no había “centros” que federar, había sido fundada en 04/1940 por la Agrupación Bases, entidad ésta que en 1939 había logrado la Ley del Día de la Tradición.
En el acervo militar, “fortín” es un reducto militar pequeño, satélite o dependiente de uno mayor y más fortificado llamado “fuerte”. Tanto uno como otro, en la vida de un país, están montados en sitios determinados de acuerdo a necesidades o estrategias militares. Sus funciones principales: vigilar y defender.
Un claro ejemplo lo tenemos en esta zona: el “Fuerte de la Ensenada de Barragán” y el “Fortín de Atalaya”, y ninguno de los dos se erigió por la lucha contra el indio, sino para vigilar el estuario del Plata y defender sus costas en caso de invasión.
Quienes integraban la Agrupación Bases, hombres todos de muy alta moral y sentido nacionalista, no hubiesen aceptado ¡jamás! una denominación que denigrase al gaucho, porque justamente a lo que ellos apuntaban era a su revalorización, de ahí que al crear el Día de la Tradición no pensaron en un homenaje Hernández, como muchas veces se malinterpreta, sino en un reconocimiento, un homenaje a las tradiciones gauchas. Por eso cuando delegan en la Federación Gaucha todo lo atinente a la nueva fecha, ésta, sale a recorrer la provincia, valiéndose de amistades y conocidos en distintos pueblos y ciudades, instándolos a fundar “fortines gauchos”, uno acá, otro más allá, otro hacia el horizonte, con la finalidad de crear una imaginaria “línea de fortines” capaces de vigilar, y estar alerta en la defensa de las tradiciones gauchas.
Por eso no es casual que se denominasen como por ejemplo “Fortín Gaucho El Cencerro”, “Fortín Gaucho Berissense”, “Fortín Gaucho Chascomús”, y se desgranan los etc. Cierto es que algunos ya no existen, como cierto es también que al decaer la tarea y el prestigio de la Federación, la nuevas instituciones se llamasen Agrupación o Centro Tradicionalista, como acostumbran denominarse actualmente, lo que no quita que otras hayan decidido usar la vieja denominación, como “Fortín Dolores” -que es de la década del 70- o “Fortín Unión” de Gral. Rodríguez, más contemporáneo.

No pretendo con lo dicho arrogarme el uso de la verdad, en absoluto!, solo he querido acercar a la mesa de la discusión que enriquece, una versión o interpretación que no ha sido tenida en cuenta anteriormente.
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                  Hoy vamos a referirnos a otro término que comenzó a sonar “mal”, no hace mucho tiempo, y es la palabra DESFILE. Y si bien la pobre palabra no hizo nada malo, lo “malo” para ella, lo trajo la democracia. En ese momento, después de 7 años de despótico gobierno militar, se comenzó a romper con todo lo que tenía que ver orden, reglas, normas de respeto, etc., como buscando distanciarse de todo lo que tuviese que ver con “los uniformes”, y fue allí, cuando la indefensa palabra DESFILE empezó a caer en desgracia, porque parece ser que los que desfilaban eran los soldado. Pero hacer esta observación es mirar la realidad con un solo ojo… y encima… medio tapado, porque baste recordar que cuando en un pueblo o una ciudad se festeja su aniversario o las patronales, se organizan desfiles por las calles principales, y desfilan entonces las fuerzas vivas: los niños de las escuelas primarias, los adolescentes de la secundaria, los jóvenes de los distintos clubes, la gente de la tercera edad, los boys scaut, los bomberos, etc., etc., y desfilan todos orgullosos sin ocurrírseles pensar que “están haciendo un paseo”.
Y si vale un ejemplo absurdo, pero que por lo mismo puede ser muy claro, pensemos en esas lindas mujercitas que recorren con buenas figuras y gracejo, las pasarelas de las modas, desfilando… y no creo que a nadie se le ocurra comparar tal situación con un desfile militar…
Hoy se quiere reemplazar dicha palabra con la expresión “paseo”, cuando resulta casi imposible encontrar en los libros y artículos escritos 120 o 150 años atrás, alguna referencia que indique que los gauchos salían a pasear. Si podrá encontrarse la referencia de que “fulano se endomingó como pa’ dir de paseo”, “mengano salió de florcita”, pero él solo, no en grupo.
Siempre recuerdo cuando Roberto Coppari contaba que en su juventud allá en la Estancia “El Mirador” de Casilda, cuando las Fiestas Mayas o las del pueblo, todos los mensuales juntos o unos cuantos de ellos, con sus mejores pilchas y aperos, salían rumbo al pueblo a participar de las corridas de sortija… pero no a pasear.

Por otro lado, estos seudos paseos de hoy, que raros y ordenados son, los paisanos van de dos en dos, tratando de conservar la distancia, encabezados por una yunta que va con bandera y banderín… casi que no parece que andan de paseo, se diría más vale que van DESFILANDO

martes, 25 de noviembre de 2014

NUEVOS "relinchos" de MENVIELLE

D. Omar Javier Menvielle
El pasado 22 de julio, pudimos darnos el gusto de estar presentes en un momento histórico de la literatura costumbrista, como lo fue la presentación de la tercera edición del libro de versos gauchos, “Relinchos” de D. Omar J. Menvielle, a cincuenta años ya de la aparición de la segunda edición, ergo: 1964.
En octubre de 1999 tuve la suerte de ser recibido por Omar Menvielle (h.) -“Moro” para la familia-, de cuya entrevista resultaron un montón de conocimientos sobre la vida del notable poeta.
Luego, por 2002, me contacté con Lolly Menvielle, sobrina nieta del poeta, con quien comenzamos una amistad epistolar, la que ha girado en torno a la figura y la obra de Don Omar, permitiéndome seguir acrecentando conocimientos.
Y un día me contó: “mis primos, los hijos de “Moro”, están con el proyecto de reeditar “Relinchos”…”. ¡Buenísimo, cuenten conmigo en lo que sea! -o algo por el estilo- respondí.
¡Qué importante es volver a publicar esas notables obras que apuntalan la identidad! ¡Y hay tantas! Tantos son los autores que habría que volver a poner en la consideración de nuevas generaciones.
Así que si por lo menos se reeditaba unos de esos, ¡bienvenido! Por supuesto.
Así fue que en el Auditorium del Pabellón Azul, durante el desarrollo de la pasada edición de la Exposición Anual de la Sociedad Rural, ese martes 22 a las 19 hs., estuvimos cuando se dio comienzo al acto, con un video que recreó momentos de la vida del poeta y lo mostró cantando; luego Macarena Menvielle tomó el micrófono y tras el saludo de rigor, agradeció a todos los que ayudaron a concretar el lanzamiento de esta nueva edición del premiado “Relinchos”.
Paso seguido le cedió la palabra al ilustrador de esta nueva edición, el gran pintor criollista Gustavo Solari (la segunda edición lo había estado por don Eleodoro Marenco), y así fue que nos enteramos que la mamá de Macarena es hermana del pintor, por lo que descubrimos un vinculo familiar entre las familias del poeta y el pintor.
Solari fue muy escueto en su expresión, destacando que era un orgullo poder ilustrar la obra.
A continuación el que hizo uso del estrado fue Antonio Rodríguez Villar -presidente de la novísima Academia Nacional del Folklore-, quien contó sabrosas anécdotas y rememoró las gauchas reuniones acaecidas en la casa de Don Omar, a las que tuvo ocasión de asistir como oyente, por su amistad desde los tiempos escolares con “Moro”, el hijo del poeta.
Evocó que de aquellas tenidas participaban Charrúa, Justo P. Saénz (h), Eleodoro Marenco, Luis Flores y muchos más, y cuando las charlas y discusiones sobre cuestiones camperas llegaban a su fin, sonaba alguna guitarra, se desfloraba algún verso, con la premisa firme de que lo que allí tayaba, era la expresión folclórica de la llanura porteña.
3ra. Edición de "Relinchos"
El puntilloso broche de la reunión corrió por cuenta de Omar Moreno Palacios, quien aclaró que no tuvo ocasión de trenzar amistad con el poeta, pero sí con su hijo. Interpretó dos temas sobre letras de Don Omar, refiriendo antes de hacerle al segundo, que en el tiempo que residió en Uruguay, tuvo ocasión de tener fluido trato con el gran Osiris Rodríguez Castillos, con el que a veces se reunían a matear y despuntar versos, y recordó las oportunidades en que Osiris le decía: “-Panchito, por qué no te cantás la de los ‘animalitos’?, pedido que aludía a las décimas de “Platicando”, y que Omar recreó con ritmo de “valseao” -que no es el mismo que el del litoral-, y que ejemplificó diciendo que “si ponés los brazos así (en posición de danza) haces de cuenta que bailás una jota”, y nos regalo su interpretación.
Simple, sencilla, pero emotiva la jornada vivida dándole la bienvenida a un libro necesario para los que gustamos de la gauchería.
Felicitaciones Macarena y familia por haber encarado esta patriada!!
La Plata, 4 de Agosto de 2014
(Publicado en Revista De Mis Pagos digital N° 52)

DON CARLOS ANTONIO MONCAUT - Mis Impresiones de un Trato Amistoso

Junto a Don Carlos Moncaut,
20/04/1997
Hace ya cinco lustros, el 22/12/2008, fallecía en la Ciudad de La Plata, Don Carlos Antonio Moncaut; tenía 81 años, como que había nacido en la escuela de la localidad de Ángel Etcheverry, el 8/06/1927.
Era yo niño, cuando hacia 1963/64, comencé a leer extensos artículos que sobre estancias y otras cuestiones, aparecían publicados en el diario El Día de La Plata. A decir verdad, prestaba más atención al texto y a las ilustraciones que a quien lo firmaba; ignoraba aún la importancia de los autores, como ignoraba también muchas otras cosas…
Entonces, al campo (Ruta Pcial. 11, La Plata-Magdalena) el diario llegaba a través de un particular reparto: el chofer del micro de la mañana (El Rápido Argentino, de entonces), iba tirando en cada tranquera del que estaba suscripto, un ejemplar del diario hecho un rollito. Así, después de irlo a buscar “al camino rial” (como se decía), y después que lo leían “los mayores”, era el turno de echarle un vistazo, y de entonces, como sin saber bien por qué, me vino la manía de recortar esos escritos, cometiendo el error al hacerlo nada más que por intuición, de no anotar las fechas de cada nota.
Más adelante, bastante más adelante, cuando por LS 11 Radio Provincia, Don Luis Patricio Saraví emitía su audición “¡Buenas y Santas!, comenzó a dar lectura de su libro “Estancias Bonaerenses”, y casi que me hice adicto del programa, porque Don Luis transmitía magistralmente lo escrito por Don Carlos.
Por 05/1979, cuando “se festejaba el Centenario de las Campañas al Desierto” (hoy sería imposible tal cosa), después de una actuación conjuntamente con Francisco Chamorro, en el salón del Círculo de Periodistas de la Provincia, recibí como presente un ejemplar de su “Pampas y Estancias”, pero ya tenía de un par de años antes, su primer trabajo: “Viaje del Vapor Río Salado del Sud”, y allí estuvo el punto de partida para ir reuniendo el material de su autoría.
En el 80 apareció mi primer libro (“Al Badajear del Cencerro”), y se lo acerqué, como después ocurriría cada vez que publicaba algo, y así fue como inicié, muy respetuosamente, el trato personal. Como mucho tino, lo llamaba por teléfono, y así concertábamos alguna visita en esos días que tenía un rato libro (o se hacía de un rato libre), porque estaba siempre trabajando en su magnifica biblioteca.
Muchas fueron las veces en que me marchaba con uno, dos o tres libros “viejos” de regalo, fruto de su generoso desprendimiento, al que cuando yo le decía “-Pero Don Carlos… como se va a deshacer de este material…?”, me respondía “-Llévelo tranquilo, lo tengo repetido”.
Así fue que me aconsejó “-Cuando esté comprando algún libro que le interese y hay dos ejemplares, llévese los dos, si puede; le va a ser útil para canjear con otra persona que ande en lo mismo, o inclusive lo podrá vender llegada la ocasión” (no soy textual, reproduzco la idea del mensaje).
Su primer libro
En una oportunidad, pidiéndole consejo sobre como guardar los artículos periodísticos, que yo recortaba, me dijo: “-Lo correcto es guardar el diario o la revista en forma íntegra, porque mañana en esas páginas puede encontrar escritos que le interesen y que al presente los pasó por alto”.
Si lo visitaba en verano, era frecuente que Lily -su gentil esposa-, acercara una cerveza fresca, que resultaba, en medio de esa charla, mucho más sabrosa de lo que en verdad era; en invierno nos servía un café. Creo, no tengo la certeza, que no tomaba mate.
También me aconsejó lecturas, como que fue él quien me puso sobre el rastro de Don Justo P. Sáenz (h), a quien había tratado y admiraba, y es hoy unos de mis predilectos.
Pero quizás lo que más inició el camino del buen vínculo, fue el común enamoramiento con el Viejo Pago de la Magdalena. Él lo había conocido en su niñez, cuando su padre con toda la familia, incursionaba siempre por la vieja Ruta 11, acampando en la costa del río de la Plata, recorriendo los antiguos talares, avisorando las estancias cargadas de historia, y visitando los viejos boliches de la zona. Por mi parte era cuestión de familia como que mis mayores, y de muchas generaciones, afincaban por la zona.
Hablando del “Pago”, allá por 1983 me dijo un día que lo visitaba: “-Usted leyó , de Delfor Méndez…? Tiene que leerla”, sentenció.
Si no fue al otro día fue al siguiente de ese, que visité a un librero amigo -Mario Lenzí- y le hice el encargue; y cual no sería mi sorpresa, cuando meses más adelante me llama para avisarme que había conseguido el libro. En junio del ’84 lo leí y me enamoré del trabajo aunque es una novela líneal, porque está cargada de amor por el “pago” y ricos apuntes del mismo, y claro…, el Dr. Méndez era magdalenense… y había sido amigo de mi abuelo Espinel!
   Hoy me parece mentira y hasta una falta de respeto, pero el 28/07/1985 dimos dos charlas ante el mismo público, en “La Posta de Aguirre” sede de la Agrupación Gauchos de Magdalena, yo hablé de “El Viejo Pago de la Magdalena, en la literatura y sus escritores”, y él sobre “Boliches y Almacenes de la Pcia. de Buenos Aires”. Fuimos y volvimos juntos, y hoy, fríamente pienso: ¿cómo me atreví a eso? Era recién mi quinta charla y compartí escenario con “el maestro”.
Pocos conocen de algunas aficiones que tenía Don Carlos, por ejemplo, pintaba cuadros, y en mi modesta opinión lo hacía con gusto y calidad; también gustaba de la arqueología, y en viajes que realizó al noroeste rescató objetos, como por ejemplo cantidad de trocitos de cerámica, con los que armando un rompecabezas, volvió a darle vida a lo que había sido: una vasija.
En su jardín tenía una especie de vivero/invernadero, y en una ocasión me mostró varias macetas en las que tenía árboles de la flora criolla, pero enanos, entonces le pregunto: “¿Hizo un curso de bonzai?”, y me responde que no, que simplemente los tomaba de retoños, y que periódicamente los quitaba de las macetas con mucho cuidado, los despojaba de la tierra y podaba las raíces, luego los volvía a colocar en las macetas, y así se conservaban pequeños.
Y ya que hablamos del jardín, digamos que recorrerlo en su compañía era una maravilla; lo había armado con plantas de la flora criolla que había traído en sus viajes por distintos lugares del país. Y por allí andaban muy dueños del lugar una yunta de chajaes, y patos picazos, silbones y de toda clase, junto a alguna gallina criolla criando una camada de patitos criollos: la gallina se subía a una higuera a pasar la noche, y los patitos se volvían locos queriendo trepar por el tronco, finalmente se los encerraba bajo techo hasta el otro día.
También era aficionado a coleccionar antigüedades, y tenía entonces un muy lindo museo; del mismo poseo una pieza. Ocurrió que en 1995 la Asociación de Escritores Tradicionalista organizaba el concurso “Faja de Honor 25 de Mayo” a la producción édita, para el que juraban Don Carlos, Fermín Chávez y Abel Zabala. La reunión del dictamen se llevó a cabo en su casa de City Bell, y una vez dilucidado el mismo, convidó a las visitas a recorrer el jardín, la biblioteca y el museo. Mientras él departía con sus colegas y un par de directivos de la Asociación, en otro sector del jardín yo conversaba con su esposa Lily, y de pronto escucho: “Carlitos!”, me acerco, y me alcanza un antiquísimo torniquete que había estado mostrando, “llévelo que lo tengo repetido”.
Pero su desprendimiento para conmigo venía de mucho antes, del comienzo de la relación amistosa, cuando por ese amor compartido por “la Magdalena”, me regaló un certificado extendido por la “Comisaría de Tablada” en 05/1873, para un capataz de tropa que salía con 700 animales. Y tiempo después, conociendo la anécdota aquella de que el Gral. Hornos visitaba en “Santa Ana” de Cepeda a mi tatarabuela Petrona Hornos, me entregó un memorando militar del año 1853, de un tema simple, pero firmado por José María Paz y dirigido a Manuel Hornos.
Otro gesto de su bonhomía, fue integrar a su libro “Pulperías. Esquinas y Almacenes”, unos versos míos que en su momento le había dedicado a una obra del gran Rodolfo Ramos, la que también reprodujo en el libro.
Cuando tuve terminado “Dos Evocaciones a un Pago: La Magdalena”, soñaba con que le hiciera el prólogo, y me halagó escribiéndolo, y como si eso fuera poco, en un momento que necesité una presentación para el Fondo Nacional de las Artes, redactó la misma, la que ha sido para mi: laudatoria. Es como si hubiesen recibido el “gran premio de literatura”. Dicho trabajo, acaecida su muerte, con autorización de su esposa lo incluí a manera de presentación, en mi libro “Pláticas de Fogón”.
¡Don Carlos…!, que hombre de perfil bajo, de no hacerse notar, de pasar más vale desapercibido, pero cargado de valores humanos, de honestidad, de don de gente.
Hoy, atesoro en mi archivo un sinnúmero de trabajos suyos aparecidos en periódicos, diarios y revistas, y mucho material periodístico de viejas épocas que usaba como consulta.
Nuestro trato siempre fue, respetuosamente, de “usted”, yo le decía Don Carlos o Carlos, y el me retribuía con Carlos e inclusive Carlitos cuando la charla era muy coloquial.
El buen entendimiento que teníamos, hizo que alguna vez no animáramos a jurar en algún certamen, en yunta, seguros que no tendríamos inconveniente en ponernos de acuerdo.
Cuando el Día de la Tradición bonaerense cumplió 60 años, nos convocó el Director del Museo Almafuerte, y se publicó un folleto de 18 pags., donde don Carlos volcó algunos conceptos sobre “tradición” y yo reseñé la fecha y sus creadores.
Si me pongo a hacer memoria, mucho más, muchas anécdotas tendría para contar, pero lo dicho alcanza como muestra.
Cuando el otro no está, muchos agigantan o magnifican el trato y se auto titulan “amigos”, pero yo no puedo, sería romper ese marco de mutuo respeto en que siempre nos movimos, y me quedo con eso de “un trato amistoso”.
Su último libro

En diciembre de 2008 acompañaba a mi esposa en un duro trance, internada en el Hospital Italiano; allí fue que recibo la llamada del amigo librero que nombré más arriba: “Hola Mario, que pasa…”, “Malas noticias, falleció Don Carlos, y Lily me pidió te avise que en un rato lo llevan al cementerio, al sector de la curia…”. Convine con mi esposa alejarme por una hora, y estuve para despedirlo. Solo un pequeño grupo de familiares y dos ajenos, Alejandro De Olano y quien escribe.
22/12/2088 – 22/12/2013, un lustro ya, parece mentira, quedó inconcluso el sueño del libro sobre “Los Grandes Félidos Americanos”, entre muchas cosas más.
Nunca lo olvidaré, maestro, seguro… nunca jamás!

La Plata, 13 de diciembre de 2013




Publicado en Revista El Federal/El Tradicional N° 464

lunes, 10 de noviembre de 2014

75° ANIVERSARIO DEL DÍA DE LA TRADICIÓN

75° Aniversario del
Día de la Tradición
     1939 – 2014

¡Día de la Tradición!:
henchido el pecho y ufano
como galopiando el yano
retoza mi corazón.
Se hace la fecha mojón
y el ayer gaucho es bastión
que’n un presente paisano
lo hace al país soberano:
¡Día de la Tradición!

Feliz día a todos los tradicionalistas!!

                             C.R.R.

jueves, 21 de agosto de 2014

ELEODORO MARENCO "Don Cacho": Su Centenario

Hijo de madre paraguaya (1) y padre entrerriano (médico), nació porteño -por Larrea y Arenales-, el 13 de julio de 1914, y falleció en su domicilio de calle Anchorena, el 17 de junio de 1996, próximo a cumplir 82 años.
Desde niño conoció la vida rural que lo encantó hasta el apasionamiento, en la estancia de su abuelo Manuel Marenco, en Concordia, Entre Ríos.
Estudió en la Escuela Argentina Modelo, en la que, cuando cursaba 5º año del Bachillerato, recibió una severa advertencia del Rector, al comprobar que todos sus cuadernos, carpetas y apuntes, estaban “adornados” con incontables “dibujitos”, pero circunstancialmente enterado el Profesor Alejo González Garaño, tras observar esos trabajos, junto con “Amigos del Arte” le organizó su primera exposición. Corría 1933.
Desde aquella a la última montada en el Salón de las Artes de Casa de Gobierno en 1995, 28 serían las exposiciones que lo tendrían en el centro de la escena.
Ilustró incontables libros y publicó carpeta sobre temas específicos, por ejemplo: El “Martín Fierro” de Hernández, para Cultural Argentina; “Una Excursión a los Indios Ranqueles”, de Mansilla; “El Fausto”, de Del Campo; “El Evangelio Criollo”, del R. P. Anzi; “Cancha Larga”, de Acevedo Díaz (h); “El Gaucho Floro Corrales”, de Monty Luro; “Décimas Gauchas” de C. del Campo; “La Lanza Rota” y “Alarido”, de Schoo Lastra; “El Padentrano”, de Esevich; “Equitación Gaucha” y “Blas Cabrera”, de J. P. Sáenz (h); “Evolución Histórica de los Uniformes Militares Argentinos”; “Estancia Vieja”; “Gauchos”; etc., etc.
Jamás tomó apuntes, y pintó exclusivamente en su casa -de bombacha y alpargatas, como se sentía cómodo-, con la particularidad de que aunque escribía como diestro, toda su obra pictórica la realizó con la mano izquierda.
En 1991 le contó a Ignacio Xurxo: “...luego de aguantar muchas veces el tirón de un pial, ya cincuentón, un amigo me convenció de que mejor era cuidar mis manos para poder seguir pintando lo que amaba.”
Casado con Ernestina García Villamil, formaron un hogar con cuatro hijos: Patricio E., Lucrecia, Mercedes y María Ernestina.
Sus restos descansan en el Cementerio “Parque Memorial”.
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El texto que antecede hace la apertura de mi libro de versos camperos “Travesiando”, compuesto de treinta y ocho (38) composiciones inspiradas -en interpretación libre-, en otras tantas obras de Don Cacho Marenco, trabajo en el que intentaba rendirle un homenaje, a más de demostrarle mi admiración por su invalorable obra gaucha.
El próximo 13 de Julio, se estará cumpliendo el Centenario de su natalicio, y no hemos querido dejar que la fecha pase como al descuido.
Aportando datos a lo dicho al inicio, aclaramos que fue su madre Lidia Lezona de Almagro (descendiente directa del adelantado Juan de Almagro), y su padre el doctor Don Ergasto Marenco.
Su obra, más allá de los bastidores de los cuadros, está reflejada en cantidad de diarios, revista y libros, siendo un tesoro invalorable, en el que los que gustamos de adentrarnos en lo criollo, tratamos de desbrozar nuestra ignorancia, consultando tan curiosa como particular pinacoteca, de la que podemos decir que Revista El Caballo (2), es un reservorio importantísimo para hurgar en busca del conocimiento.
Supo contar: “Nunca fui patrón, no tuve campo,  (…). Quise ser actor antes que espectador y aprendí todo lo que se podía aprender. Me hice bien de a caballo (…)”. “Si fui mal estudiante fue por lo mucho que me tiraba el campo. Antes de pintarlo necesité internarme en él, aprender a amarlo. Lo que importa nunca se ve desde la ruta, hay que andar y andar, porque el premio vale”.
Nos contó su esposa que siempre tuvo amigos que lo superaban largamente en años, la mayoría de ellos, gente de campo, con los que se aventuraba en la vida de la estancia, tratando siempre de asimilarse a la existencia y tarea del peón.
Con respecto a este tema de las edades, ella misma nos refirió lo gracioso de la foto de su despedida de soltero, pues era el único joven del grupo.
Ocho fueron los años del noviazgo, al cabo de los cuales se casó con Ernestina, quien sería la compañera de toda la vida y madre de sus cuatro hijos.
De formación prácticamente autodidacta, se expresó con lápiz, plumín y pincel, y en tinta china, acuarela y oleo, dominando acabadamente todas las expresiones.
No frecuentó el ambiente de pintores, y podría asegurarse que de ese medio solo estuvo relacionado con Alberto Güiraldes y Florencio Molina Campos, de quien puede afirmarse fue amigo.
Y hablando de amigos, disfrutó de la amistad de D. Justo P. Sáenz (h), lo que lo llevó a ser un participe habitual de “la reunión de los viernes” en casa de “Justito”, célebres aún por la calidad de los que allí se reunían: investigadores, historiadores, poetas, escritores, plásticos, antropólogos, cantores… por qué no decirlo: gente criolla, amante de las tradiciones gauchas.
Quienes tengan la oportunidad de hojear las páginas de la ya citada “El Caballo”, encontrarán, a mas de sus múltiples tapas, dibujos y láminas, columnas con su firma, en las que abordaba comentarios sobre determinados libros que entendía valiosos, pero así mismo hallarán interesantes artículos firmados por “Cruz Gutiérrez”, y cualquiera deducirá, otro colaborador de la revista; pues no, ese tal Cruz, era también Eleodoro Marenco que así encaretaba su necesidad de escritor.
La acabada aplicación de su arte le exigió ser observador y buen oyente, lo que le sirvió no solo en la pintura, ya que al estilo de los antiguos narradores de fogón, supo cautivar y despertar la atención de quienes escuchaban sus relatos. Así rememoran quienes lo trataron.
Hoy hay en la Ciudad de Buenos Aires, más precisamente en “la república de Mataderos”, un sitio que lo recuerda: La Plazoleta “Eleodoro Marenco”, sita entre la calles Monte, Irupé, Cosquín y Amancay, que fuera inaugurada el 11/11/2008 y en cuya concreción, mas allá de la intervención del Gobierno de la Ciudad, mucho tuvieron que ver, a más de un grupo de dilectos amigos, sus nietos Guillermo y Francisco Madero Marenco. Reza la placa alusiva “Pintor de la Patria y de la Historia”.
Respetado y admirado, Don Eleodoro no pasó de gusto por esta vida, valga de ejemplo su autodefinición: “No soy más argentino que nadie, pero tampoco menos  que ninguno”.
Claro que quisiéramos que esté acá, reviviendo con su arte nuestras viriles tradiciones… pero la vida es así: nos presta un cacho de tiempo, y a interés usurario se lo cobra. No obstante, siempre estará entre nosotros, en las mateadas, en los desfiles, en el fogón de una jineteada, en una rueda de payadores, en un remate feria, en las exposiciones de otros pintores… ¿Por qué? Porque su nombre será mención constante en los que buceando en el pasado, miramos para adelante, alta la frente, sabiéndonos argentinos.
¿Sabe una cosa maestro…? ¡En amistad de amigo, se lo digo!

La Plata, 15/05/2014

(1)     Dato erróneo; luego de publicado el libro, me fue corregido por el nieto Guillermo Madero Marenco, quien me brindó los nombres de los padres.

(2)    Publicación Oficial de la Dirección Gral. de Remonta y Veterinaria

Publicado en Revista El Federal - El Tradicional Nº 469

JUAN CARLOS BARES "El Indio"

LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
                                                                                                           Micro Nº 166 –19/07/2014

Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si hablamos de “Poetas Criollos… y otras yerbas”.

JUAN CARLOS BARES (“El Indio Bares)
ROU 1959

Nació el 11/03/1930, en Cerros de San Juan 
-Rosario- Dpto. de Colonia, R.O.U., siendo hijo de María Bares, una empleada doméstica que tuvo otros diez (10) hijos, que como “panaderos” aventados a su suerte, se desparramaron por la vida; algunos -con buena suerte-, recalaron en familias que pudieron darle comodidad y estudio; otros -como “El Indio”-, debieron arreglarse entre “el canariaje pobre” como alguna vez contó, aclarando nosotros que dicha palabra deriva de la denominación de “canarios” dada a los nativos de Colonia.
Desde los 6 años debió ganarse la vida, y así fue boyero, y pocos años después, se entreveró a los troperos que del campo arreaban hacienda a las poblaciones. Y andando en esas cuestiones, como ya admiraba a los payadores -sobre todo a los hermanos Callejas, a quienes escuchaba improvisar- comenzó a enredar sus primeros versos, aunque los improvisaba para si mismo.
La pobreza y la necesidad de sobrevivir, le impidieron tener instrucción escolar, hasta que ya adolescente, en Montevideo y en horario nocturno, algunos estudios hizo.
Fue en Juan Lacaze cuando teniendo unos 15 años, hizo sus primeras improvisaciones en público, pero como su verdadero debut, consideraba la tenida de contrapunto que con Julio Gallegos sostuvo en un boliche del pueblo de Libertad, en el Dpto. de San José.
En el año 1948 hizo su primera incursión por la Argentina, más precisamente cruzando a Entre Ríos, pero en la primera mitad de la década del ’60 se estableció definitivamente en nuestro país, donde junto a su mujer Marta conformó el hogar en el que nacieron Patricia y Carlos, estableciéndose en la zona de Empalme San Vicente -después Alejandro Korn-, donde creó su espacio que llamó “Las Tolderías del Indio Bares”.
Decía que la poesía necesitaba de la metáfora para lucir como tal, y él se expresaba con la metáfora a flor de labios, en la conversación coloquial o en el verso repentista en el escenario o el fogón.

Si bien la mayor parte de su producción se encuentra inédita con solo algunas publicaciones en revistas del medio, en el año 1980, sin pie de imprenta que lo identifique, apareció un pequeño volumen titulado “Mano a Mano y Entre Hermanos” que reúne 14 versos de su autoría y otros 8 de Wenceslao Varela, poeta al que Bares mucho admiraba y con quien se encontraba directamente vinculado.

A la edad de 69, falleció en el Hospital Ramón Carrillo de la ciudad de San Vicente, el 23/06/1999.

martes, 12 de agosto de 2014

SAÚL HUENCHUL

LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 41 – 21/01/2012

Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si hablamos de “Poetas Criollos… y otras yerbas”.

SAÚL HUENCHUL.  Hijo de Isabel Gatica y Ponciano Huenchul, nació el 25/01/1947, en campos
                                   fiscales de las márgenes del Río Colorado, entre “La Japonesa” y “Pichi-Mahuida”. Su padre descendía de mapuches de la cordillera, pero también un  abuelo -Arce de apellido-, era de origen español.
Puede decirse que heredó de su padre el gusto por la guitarra y el oficio de domador, de ahí que supo contar que “desde chico me gustaba andar sancochando como rastriando pumas y jabalises  dañinos…”.
Tenía 16 años, cuando montando un rabicano, con el overo de pilchero del cabresto, -como narra en el verso-, dejó el pago y se adentró hacia el sur inmenso, en alto la consigna paterna: “El hombre siempre debe ganarse el sustento honradamente…”.
Se formó escuchando a los payadores en “Amanecer Argentino”, y así, un día se animó a borronear sus propias letras, y aunque después descubriera que tenían ‘manqueras’, le abrieron la puerta al sueño de poeta. Y así, también le hizo un dentre al canto repentista.
Allá por 1975, se hace 25 leguas para allegarse a “Colonia Juliá y Echarren” -R. Negro-, a escuchar de cerca y poder estrecharles la mano a José Curbelo y Waldemar Lagos. Casi allí decide dedicarse al canto alterno; viaja a Buenos Aires y participa del “Rincón de los Payadores” por Radio Argentina, donde además, escucha atentamente los consejos de Curbelo. Ya decidido, en 1978 participa en un certamen de payadores en Rafael Calzada obteniendo el 2º puesto, reafirmando sus condiciones en otro certamen, este más importante, en 1985, en “La Montonera” de Ensenada”, donde repite el premio y queda ya definitivamente inserto en el panorama payadoril, y como corolario graba en Estudio Gismondi de La Plata, su primera producción: “Sin Pulir…” – Saul Huenchul, payador patagónico”. Este y el folleto de 12 págs. “Estancia La Nicolasa”, fueron su plataforma de lanzamiento.
Conocedor de todas las tareas ecuestres al estilo de la “patria vieja”, como que se hizo en las inmensidades patagónicas, sus versos -un claro reflejo de esa vida-, calan hondo en el sentir y el gusto de la paisanada, que los escucha y busca afanosos.
Hoy, son incontables las grabaciones que ha realizado, siempre con letras de su autoría, en las que a veces, más allá de lo campero, enarbola el canto social.
Actualmente reside en Tandil, donde tiene su hogar junto a la buena cantora María Eva Cardozo y los hijos de ambos: Floreano y Nazaria.
Oscar Lanusse, quien desde el ‘85 le abrió las puertas de su espacio, lo definió: “…siempre me cautivó por la temática, mezcla de nostalgia y rebeldía de su raza sometida. Sus temas son sencillos como su persona, pero con una llegada directa a la sensibilidad del hombre de campo; claro, en su expresión no hay mentiras, y nuestro paisano lo palpa y se identifica con él”.