miércoles, 17 de agosto de 2011

"EL MIRADOR" DE ESPINEL



A raíz del artículo “Ejerciendo la Memoria” aparecido en la edición Nº 85, el lector Carlos Oscar Preisz se dirigió a Correo de Lectores identificado con la nota por estar vinculado a la zona epicentro de mis evocaciones; aprovecho entonces, para que sume otros conocimientos, en recomendarle la lectura de “El Llamador y los Diz”, que vio la luz en el Nº 76 de El Tradicional. Pero lo curioso viene a cuento de que por sus dichos parece ser el actual poseedor del lugar en el que de alguna manera me crié y alimente mis gustos por la cultura gaucha: “Los Ombúes”.
Dice en el cierre de su misiva: “Por el medio de mi campo cruza un arroyo que viene de la zona de Arditi y cuyos antiguos dueños era la familia de apellido Espinel. Por esos pagos de la Magdalena vivió Don Juan Manuel de Rosas, encontrándose un caserón con mirador a las orillas del Arroyo Zapata.”
Y lo dicho me da pié para relatar esta historia, como que soy Espinel por parte de madre.
Primero digamos que según la historia, Rosas pasó allí su niñez y adolescencia, haciéndose práctico en la administración de estancias, en campos de sus mayores sitos desde Atalaya hasta la Cañada de Arregui, aunque se ignore el sitio en que se emplazaban las poblaciones de la estancia, que no es, por supuesto, ese “caserón con mirador”. Me consta que hasta los años ’70, su presencia era aún latente, al punto de haber escuchado decir que en esta casa paraba, en esta silla se sentó, este lugar lo usaba como posta, etc.

“EL MIRADOR”

Ahora ubiquemos al lector en la zona. Situémonos en la Ruta 11 (antes llamado “camino de la costa”, y más atrás “camino real”, como que se estima que fue el rumbo que tomó Garay, cuando después de refundar Buenos Aires se encaminó al sur llegando hasta la altura de la actual Mar del Plata). El km. 25, es -aproximadamente- la mitad de camino entre las ciudades de La Plata y Magdalena; a esta altura cruza el arroyo “Zapata” y también una calle vecinal que a la izquierda nos lleva al Río de la Plata, Paraje “Punta Blanca”, y a la derecha al Paraje “San Martín”.
Paralela a la banda sur de esta calle pero no lindera, se extendía la lonja de “El Mirador” de Espinel, con el extremo Este sobre las playas de “Punta Blanca”, y el extremo Oeste, la zona más alta, con el casco, hacia el Paraje “San Martín”; a su vez, el “camino real” cortaba en dos al predio.
Esta estanzuela fue habida por Don Miguel Espinel en varias compras de fracciones que llevó a cabo de la siguiente manera: en 03/1855 a los hermanos Ramírez; en 07/1860 y 12/1860 al gobierno de la provincia, y en 12/1860 y 04/1867 a Juan Rodríguez, con lo que totalizó 1004 has.
Este Miguel -hijo del “canario” Tomás Espinel (1798/1844) y Paula Vera-, el 26/02/1846 se había casado con Feliciana Dadín (hija de José Dadín y Francisca Villanueba), ambos vecinos de la Magdalena, de cuya unión nacieron once hijos, a saber: Eliseo (falleció al año), Miguel, Feliciano, Damián, Demetrio, Pablo, Julián, Tomás, Martina, Carmen y Ana.
La población principal respondía a un modelo de casco con azotea y mirador, clásico y muy difundido en las estancias del área pampeana, cuya importancia en cuanto a estructura aún puede apreciarse en las ruinas que muestran las fotos.
El casco y un lote como de media manzana, se encontraban encerrados por un zanjeado, y todo el conjunto se ubica en una vuelta del arroyo “Zapata” -en ese sector su cauce es encajonado-, un típico “rincón” de los que tantas veces se citan en las estancias de antaño.
Mis primeras visiones del lugar se remontan al primer lustro de los años 60, pero refería mi padre, que siendo muy gurí, y cuando se podía acceder a la azotea y existía la escalera caracol por la que se llegaba al mirador, me había llevado a lo más alto, desde donde, en días de buena visibilidad, alcanzaban a verse las torres de la Catedral platense.
Fallecido el matrimonio Espinel-Dadín, al producirse el acto sucesorio, por escritura testamentaria del 8/03/1890, el casco, con un pequeño potrero de 37 has. le correspondió en condominio a los hijos: Miguel, Feliciano, Pablo, Carmen y Ana.

LA ESCUELA – EL CAPATAZ
Ya desde diez años antes del acto sucesorio (aproximadamente 1880), el casco no estaba ocupado por miembros de la familia, y esto es un misterio irresuelto.
Por entonces ocupaba el mismo Don Carlos Gatti, maestro de origen italiano, que allí ejercía la docencia, izando la bandera nacional en un mástil improvisado en la azotea.
Al mudarse el maestro Gatti a un edificio construido para escuela, fuera de las tierras de “El Mirador”, el casco fue facilitado para su uso a Don Eustaquio Canale y su familia; este hombre tenía por oficio el de carrero.
Anecdóticamente, agregamos que en vida de Don Miguel, fue capataz del establecimiento Don Justo Cabezas (o Cabeza), casado con Maximinia Rodríguez, quien tenía una hija llamada Carmen Rodriguez, privada de la visión; era éste un hombre muy campero pero también muy mentado por sus “soberanos bolazos”, entre los que se atribuía aquella historia del pelo gateado: “En los bañados de la costa andaba un bagual bayo de imponente estampa, de clin y cola entera, con matetes de abrojos; un día se lo topó en un limpión del pajonal, y rápido como un rayo armó el trenzado y en un apronte del montado hizo el tiro, y cuando la armada caía justa sobre la cabeza, una agachada del entero hizo errar al lazo que se ciñó de firme en la porra, y al disparar el bayo le arrancó una lonja como de dos dedos de ancho del copete a la cola. Lo grande es que a partir de entonces todas las crías que dio tenían como seña esa raya oscura que dividía el lomo.”
LEYENDA
Los Espinel tenían bóveda en el Cementerio de Magdalena; muy niño la conocí acompañando a mis mayores, y ya entonces en esta primaba el estado de abandono y deterioro.
Entre 1965 y 1970 -no guardo precisión de la fecha-, un intendente municipal propuso a mi abuelo Desiderio (Tata), que si la familia se hacía cargo de restaurarla, el municipio la reconocería como monumento, pues era entonces una de las construcciones más antiguAs en pie; caso contrario se procedería a su demolición para hacer uso de la tierra.
Ante esa situación pedí a Tata que gestionara conservar la placa de mármol blanco que se encontraba al frente de la construcción; hechas las averiguaciones, la respuesta fue que pensaban conservarla como pieza de un museo que se estaba formando, y que entonces se ubicó en dependencias linderas a las oficinas del Telégrafo, allí mismo donde Doña Carmen Aránzolo enseñaba a tejer en telar. Ante ese fin superior preferí quedase allí como vivo testimonio de la historia regional. Dice la misma: “Aquí descansan los restos de Dn TOMAS ESPINEL (natural de las Islas Canarias) Fallecido el 3 de Agosto de 1844 a la edad de 46 años. Sus hijos le dedican este homenaje”. A fines de 1970 o principios de 1971, la Revista “Gente” hizo un relevamiento periodístico sobre la Ruta 11, que fue publicado en la edición Nº 289 del 4/02/1971 bajo el título “El Desconocido Camino de la Costa – Una ruta que llega a Mar del Plata”, sin firma de autor.
En el transcurso de la misma se pone en boca de mi abuelo Desiderio Espinel, inexactitudes y falacias, cuando el texto expresa: “Ese mirador era parte del casco de nuestra estancia; mi abuelo (Miguel), un canario que quiso mucho a estas tierras, hizo patria a su manera y cuando murió quiso que lo enterraran vestido de gaucho; después la familia se desmembró y yo quedé solo. Todo acabó: los ladrones de la noche entraron al panteón de mi abuelo y le robaron el apero y la plata. Ahora hay apenas telarañas...”.
Pero lo cierto del caso, es que la mañana que una periodista y un fotógrafo llegaron a “Los Ombúes”, Tata estaba terminando el tambo, y... paisano tioco, se negó a atenderlos y a dejarse fotografiar. La “vendedora” historia del robo de las prendas, ¡jamás! fue referida por mis mayores... ¡y eso que fui un “Juan preguntón” dende chiquito...!
Sí puedo certificar sobre la muerte de Don Tomás, ya que el acta del libro parroquial cuya copia está en mi archivo, expresa: “En 4 de Agº de 1844 yo el Cura Vº di sepultura al cadaver de Tomás Espinel natural de Canarias Viudo de Paula Vera edad cuarenta y cinco años confeso y le puse la Sta. Uncion selehicieron funerales cantados con Misa de cuerpo presente y también veinte Misas rezadas, Doy fe. José Ant.º Perez” (ortografía y redacción original).

REFLEXIÓN FINAL

Resulta llamativo que habiendo sido el Viejo Pago de la Magdalena cuna y escenario de extensísimas y pioneras estancias, se tenga presente en la memoria popular, esta mínima y casi anónima estanzuela situada en la región norte del actual partido. Es muy posible, que la existencia de un importante casco transformado en tapera, y sin uso por parte de sus propietarios desde antes de 1880, ayudara a tejer fantasías.
Valga entonces decir que aquel Miguel Espinel que lo constituyera fue mi tatarabuelo, de quien tengo el honor de conservar su “fino” calzoncillo cribado, y que en “Los Ombúes”, retazo de campo de aquella estanzuela, tuve la dicha de enamorarme del criollismo, y como afectuosamente solía decirme Don Juan Carlos Diz (“El Indio” Diz), de “jugar a los gauchos”.
La Plata, 23 de Septiembre de 2008

(Publicado en el N° 88 de Revista "El Tradicional")


(2/07/2012) A quienes se interesen por este artículo, los invito a visitar el blog "poeta gaucho", donde he cargado la versión poética de esta historia.

lunes, 15 de agosto de 2011

2007: ¡AÑO DURO PARA LAS LETRAS GAUCHAS!

Año difícil el 2007, especialmente duro para “las letras gauchas” que en un período de ocho meses ha visto apagarse la vida de media docena de escritores costumbristas de peso; cierto es que en la vida solo una cosa tenemos segura, y cierto que casi todos estos escritores andaban transitando la octava década, pero... parece mucho que “la vida” haya querido arrear con la existencia de ellos prácticamente en un abrir y cerrar de ojos, como se dice.
Fui muy amigo de uno de ellos, pero curiosamente tuve trato con todos, como que con todos intercambié material y a todos supe solicitarle información que me era de utilidad.

JULIO DOMÍNGUEZ (El Bardino) – Falleció en Santa Rosa, La Pampa, el 10/10/2007, a la edad de 75 años, como que había nacido en el oeste pampeano, en Algarrobo del Águila -Dpto. de Chical-có-, el 20/12/1933, en el hogar integrado por Anita Alcaraz y Canuto Domínguez.
El paisaje y la identificación con la vida campera en que se desenvolvía, lo llevaron a que a temprana edad (15 años) comenzara a borronear sus primeros versos, recordando siempre que en la Esc. 220 de su pago natal, “una fría tarde del mes de mayo... un joven que ejercía la docencia... puso por primera vez, ante mis ojos asombrados de niño... un papel escrito. Y me dijo; –Esto es un poema”. Fue el maestro Fernández quien le acercó un poema de Porfirio Zappa, y allí su vida cambió el sentido. El célebre poeta correntino le puso norte a su rumbo.
Es posible que haya sido el primer poeta que reflejó con autenticidad y simpleza, la vida rural del oeste pampeano, donde se enseñorean las bardas, esas de las que deriva la nominación con que se hizo conocido: “El Bardino”; Julio Domínguez “El Bardino”.
Supo con su canto encontrar el hilo conductor que lo vinculó a su pueblo, por eso sus poesías y su canto se afincaron con calidez “en casi todas las escuelas hogares donde los niños cantan sus temas conducidos por la maestra de música; en los coros de la tercera edad, coro Municipal, coros juveniles...”.
Publicó: “Canto al bardino” -folleto-; “La nieta de un rastreador” -plaqueta-; “Tríptico para el oeste” -folleto-; “Comarca – poemas” (1987); “Rastro bardino - canciones” (1989); “Milongas Bayas”; “A orillas de Santa Rosa”; “Tierra de mi voz”; “Canto bardino”; “Guitarra marca Tango” (2005); y “No tan cuentos”; y entre sus grabaciones citamos “el que se crea cantor”, cassete editado por el sello Fusión en 1997.
Entre sus importantes logros figuran el 2º Premio Provincial de Poesía, Municipalidad de Santa Rosa, 1977, y 2º Premio Nacional Poesía del Grupo IQUITO, Mendoza –1981, habiendo sido también fundador y presidente de la Peña Folklórica “Rincón Nativo”, de la cooperativa de trabajo artístico (COARTE), y de la Asociación Pampeana de Escritores (APE).
Cada vez que suene “Milonga baya” -entre otros temas- Julio Domínguez mostrará que está vivo.

CARLOS ADOLFO CASTELLO LURO (Cacho) – Nació en Puán el 12/08/1928, orgulloso de sus raíces de criollos de pura cepa, y allí formó su hogar junto a Nora Zanetti, convirtiéndose con el tiempo en padre y abuelo.
Argentino hasta el tuétano, reflejó su sentir e inquietudes a través de la poesía criolla, el ensayo y la investigación histórica. Hombre de formación autodidacta, era tan exigente para con los cultores del género como para con sí mismo.
Si bien su nombre recorrió camino de la mano de sus composiciones poéticas, fundamentalmente de ese “Pelajes Entreverao” que lo hermanara a D. Atahualpa Yupanqui, no llegó a publicar un compendio de sus poesías; sí publicó en el rubro novela, donde hacia 1996 dio a conocer “Los pocos y los muchos”, en la que -con conocimientos de primera mano- relata acabadamente las vicisitudes de la vida agraria de los años 40, aproximadamente.
Como nada de lo que tenga que ver con la cultura le era ajeno, ejerció el periodismo, habiendo publicado al despuntar los años 70, un periódico quincenal que denominó “La Voz de Puán”.
Supo en vida del reconocimiento, como que en 1969 recibió “La Flor de Cardo” de parte de la “Fiesta de las Llanuras” de Cnel. Dorrego; en 1986 estuvo ternado para el “Premio Payador” de LS 11 Radio Provincia de Bs. As., y en 1998 recibió la “Distinción Trayectoria” de la Asociación Argentina de Escritores Tradicionalistas.
Ocupó la función publica en su pueblo natal donde ejerció como Director de Cultura.
Afectado de neumonía se había trasladado para su tratamiento a la ciudad de Bahía Blanca, donde complicaciones de su salud devinieron en problemas cardiovasculares, falleciendo en la madrugada del 2 de julio a la edad de 79 años. Sus restos fueron trasladados y descansan en el Cementerio de su ciudad natal.

JOSÉ ADOLFO GAILLARDOU (El Indio Apachaca) – Con la desaparición de “Apachaca” se fue el último de los recitadores de una época de oro del espectáculo criollo, en la que supo compartir, como él mismo evocaba, con Fernando Ochoa, Juan Ramón Luna, Claudio Martínez Paiva, Boris Elkin, Salvador Riesse, Porfirio Zappa y Arsenio Cavilla Sinclair, entre otros.
En las letras fue poeta, novelista, ensayista, historiador, autor teatral, y en las tablas recitador, actor, director, y hombre de radio y también de televisión, habiéndose iniciado en el quehacer artístico en el año 1943.
Por 1949 dio a conocer su primer trabajo literario, “Médanos y Estrellas”, con el que recibió el 1º Premio Municipalidad de Bahía Blanca; auspicioso debut el de “Apachaca”. Y hacia fines de la década del 90 apareció la reedición de la novela “Pampa de furias”, que en su primera edición en 1955 obtuviera el 1º Premio Ministerio de Asuntos Sociales de La Pampa. En el medio se escalonan otros nueve títulos, varios de ellos con importantes distinciones, entre las que se destaca la Faja de Honor de SADE de 1986 a su obra “Serás la Patria – poemas del desierto”.
Marcaron época y estilo “La Toldería de Apachaca”, audición que desarrollara en Radio Belgrano, y el microprograma “Los Grandes Olvidados” sobre el origen de los nombres de las calles de la Capital, artistas, fundadores de pueblos, escritores, etc., que concretó de 1978 a 1984 por Canal 9, por el que recibiera el “Santa Clara de Asís”, “Premio Argentores” y “Premio Honor al Mérito” del Club Leones de Haedo y del Rotary Club de San Cristóbal.
De la mano de su arte y en su larga vida transhumante, recorrió el país, Bolivia, también el Uruguay donde en Montevideo residió varios años, lo mismo que España donde también estuvo radicado.
Había nacido el 20/03/1926 en De Bary, pequeño pueblo del Ptdo. de Pellegrini en cuya ciudad cabecera fue asentado, pero a los pocos meses sus padres se trasladaron a la localidad de Conhelo, La Pampa, donde sus abuelos maternos tenían chacra, y donde pasó su niñez.
Tenía 87 años cuando el 2 de julio se cortó su respiración en la casa de Hurlingham en donde hace tiempo se había radicado. Apachaca, “El Indio Sin Tierra”, remontó vuelo a las estrellas, donde será propietario de una parcela en “el olimpo” de los escritores nativos.

RAFAEL DARIO CAPDEVILA –Al despuntar agosto de 1926, nació en Tapalqué donde transcurrió toda su vida, y desde donde edificó, línea a línea, hoja a hoja, una valiosísima obra en la que sobresale su labor de investigador.
Quizás heredó de su padre, D. Ramón R. Capdevila, su pasión por descifrar el pasado, ya que éste escribió la historia de Tapalqué, y como él (hacedor y director del semanario “El Deber”) ejerció el periodismo. Por eso en la década del 60 lo encontramos colaborando con interesantes notas históricas en los capitalinos “La Prensa” y “La Nación”. También colaboró asiduamente con “El Popular” de Olavarría, “El Tiempo” de Azul, “El Norte” de San Nicolás, Rev. “Claves en Diagonal” de La Plata, y por supuesto con “La Palabra” de Tapalqué.
Su obra publicada en libros y folletos comprende numerosos títulos, habiendo llegado a la edición maduro ya, al sobrepasar los 40 años de edad. Su primer libro -hoy pieza de suma rareza- fue “El Nombre, El Pago y La Frontera de Martín Fierro” (1967); a éste le siguieron “Noticias biográficas del Tnte. Cnel. D. Agustín Noguera” (1969), “Los tordillos 'itatianos' de 'Mascarilla' López” (1970), “El sacrificio de Serapio Rosas” (1971), “Gauchos célebres: José Luis Molina – Juan Moreira” (1972), “Pedro Rosas y Belgrano – el hijo del General” (1973), “El hombre de los tres apelativos” (1974), “Tapalqué en la Revolución de 1874” (1974), “El carretero de la libertad” (1974), “El presunto cacique Tapalqué” (1974), “Tapalqué Nuevo y los orígenes de Olavarría” (1976), “Cuentos del caminante” (1985), “Las cruces del general” -novela- (1991), “Regreso al Paraíso” -recuerdos- (1993) y “El Habla Paisana”-investigación lingüística- (2004).
No encaró con su literatura temas sencillos ni remanidos; investigaciones medulosas debió realizar para concretar algunos de sus libros. Por ejemplo, ubicó en espacio físico y tiempo el desarrollo del Martín Fierro; abordó la vida de personajes nombrados como leyenda, para repatriarlos al mundo real con sus virtudes y defectos, como ha sido el caso de Moreira y el controvertido Gaucho Molina. La vida del hijo de Belgrano casi era un tabú histórico hasta que decidió echar luz sobre ese asunto; y su última obra, es un manual lingüístico que le demandó, fácil, 40 años de apuntar voces y asignarles significados y fundamento.
No hace mucho había decidido desprenderse de la imprenta que en 1917 fundara su padre, y desde la que salieran casi todos sus libros con un sello que lo identifica <“Ediciones Patria” impresas en talleres “El Deber”>. Apuntaba a volcar esos ingresos en la concreción de obras que ya tenía prácticamente concebidas, como sus “Memorias”.
Casado con Delia Sacco, se prolongó en dos hijos: Ruth (también escritora) y Sergio.
Sorpresivamente y próximo a cumplir 81 años falleció en su pueblo querido, el sábado 28/07/2007.

VÍCTOR ABEL GIMÉNEZ (Vasco) – A los 85 años, y tras arrastrar en los últimos tiempos problemas de salud que lo habían marginado de toda actividad social, falleció el 30 de septiembre en Mar del Plata, su ciudad adoptiva donde se había radicado a los 21 años
Nacido en Cnel. Vidal, en el matrimonio conformado por Victorina M. Rípodas y Luis S. Giménez, vino a la vida el 09/01/1922, y tuvo en su tío Alejo Rípodas -hermano de su madre- el maestro que lo encaminó en el gusto por las expresiones del acervo telúrico.
Si bien fue uno de los poetas más prolíficos y difundidos de la segunda mitad del Siglo 20, como que más de 100 composiciones suyas recibieron registros fonográficos y hay en SADAIC unos 250 temas registrados, no había llegado a editar libro alguno, hasta que en 09/06, a impulsos de Nydia Vázquez, su esposa, apareció “Yuyos”, compendio de 49 poemas inéditos que el autor había escrito y ordenado en tiempos en que, desvinculado de compromisos laborales y de toda actividad radial y festivalera, se estableció en su finca “La Lomita”, en su añorado “Arbolito”, denominación primigenia de su pueblo natal.
Tras su fallecimiento, ya como póstuma, aparece su segunda obra, “Mirando Lejos”, páginas éstas que contienen varias de las composiciones que calaron hondo en el gusto popular, como “El Mulato Guevara”, “Del tiempo de la maroma”, “El Pampa Rosendo”, “Mi amigo... Froilán Maidana”, “Un peón... Segundo Molina”, “Cosas que pasan”, etc.
Fue libretistas de las audiciones “Las Alegres Fiestas Gauchas” y “Surcos Estelares” del recordado Miguel Franco, con quien trabajó para llevar adelante los festivales de jineteadas más convocantes de la décadas del 60/70.
En Mar del Plata y durante 20 años ininterrumpidos, condujo su audición “Buenos Días, Señor Día”, un clásico en su zona. Otros espacios fueron “Folklore junto al mar”, “Folklore de cuatro rumbos” y “Motivos musicales argentinos”.
En televisión creó y puso en el aire “Mangrullo 10” (Canal 10), “Rastrillando” (Canal 8) y “Encuentro Criollo” por el porteño Canal 11.
Sus orígenes de recitador (en su mocedad se presentaba como “El Chasqui”), se vieron reverdecidos y estimulados cuando a mediados de los 90 grabó, con temas de su autoría “Muy buenas y con licencia”.
En sencilla e íntima ceremonia sus restos recibieron sepultura en el cementerio de su pueblo natal.

ROBERTO COPPARI – Lo traté por espacio de casi 40 años, aproximadamente desde 1968, llegando a retribuirme con un trato amistoso y familiar.
Había nacido en Oncativo, Córdoba, el 1º/05/1924, hijo de Cesira Negozi y Juan Coppari -ambos italianos-; al año su madre se radica en Casilda, Santa Fe, llevándolo con ella, pero cinco años después al fallecer ésta, y tras algunas idas y venidas, se suma a la familia de la hermana mayor -Josefa- tamberos de la Estancia “El Mirador”.
Allí, aportará su trabajo niño como “apoyador” y también “boyero”; y aunque impedido de ir a la escuela por trabajo y distancia, de la mano de los suyos aprenderá los rudimentos de las letras y los números.
“Muchachito chico”, boyereando en el campo hilvanará la primera cuarteta, como aquella que a falta de papel y lápiz escribió con un trozo de alambre sobre la tabla de una tranquera.
A los 18 años, tras una visita a familiares residentes en La Plata, decide radicarse en la capital provinciana, donde se conchabará como panadero, oficio al que dedicará su vida hasta la jubilación.
Decimista impecable, reafirmará en sus versos el amor a la Patria, la admiración por el gaucho y el respeto por el aborigen, tríptico éste, que será una constante en su obra, obra que arranca en 1950 con su “Humilde gurí primero / de mi vida de paisano...” que tituló “Rescoldo de tradición”, al que le siguen: “Sueños Cimarrones – versos gauchescos” (1972); “Por la Patria y por lo Nuestro – versos gauchescos” (1972); “Patria Adentro – versos gauchescos” (1982); “Con los pies sobre mi tierra – versos gauchescos” (1985); “¡Siempre mi Patria! – versos gauchescos” (1997); “El Pasquín de un Patriotero – cartas y notas” (1997); “Sin mudar los sentimientos” (prosa, 2000); “Juan Sin Tiempo – relato en versos sobre hitos históricos” (2001); “Sin aflojar todavía – versos gauchescos” (2003); “¡Güena Suerte! Patria Mía – versos gauchescos” (2005), y “Juan Sin Tiempo – 2º parte” (2007).
Hacedor de instituciones, participó en 1948 de la fundación de la “Agrupación Nativista El Alero” y de la Escuela de Danzas Tradicionales “José Hernández”; más adelante, fines de los ’70, fundará la “Agrupación Tradicionalista El Tala” de Villa Elisa, y coronará su labor en este rubro con la creación, en 1984, de la Asociación Argentina de Escritores Tradicionalistas, su sueño máximo, institución a la que presidió en varios períodos, y para la que construyó el local que es su sede.
Participó también en 1985 de la creación de “Pa’l Gauchaje” Revista Mensual de Temática Costumbrista, y en 1997 pergeñó el boletín Informativo de la AAET, aún vigente.
Hombre dado a la vida familiar y de franca bonhomía, ¡jamás! pensó he hizo tradicionalismo en beneficio propio. Un objetivo superior de cultura nacional guiaba sus actos.
En la tarde del domingo 26 de agosto falleció en la Clínica Mosconi, de Berisso, donde estaba internado. Tenía 83 años. Sus cenizas se custodian en la AAET.
La Plata, 24 de Noviembre de 2007



(Publicado en el Nº 84 de Revista "El Tradicional")

DON MARIO ANIBAL LÓPEZ OSORNIO ¡Ta Que Hombre Gaucho el Dientero!




“Mi mejor amigo, un libro”, según los testimonios, era una frase frecuentemente pronunciada por un hombre que legó a la argentinidad, una amplia e importantísima obra literaria, que abarca diversos aspectos, por uno de los cuales se la puede considerar, si bien no única, sí pionera.
Su nombre: Mario Aníbal del Carmen López Osornio, quien si bien con acierto es considerado un hijo de Chascomús, había nacido en Buenos Aires, en el hogar de Dalmira Bordeu y Silverio López de Osornio, un 6 de septiembre de 1898, entroncando por línea paterna con el célebre Don Clemente López Osornio, aquel que en tiempos lejanos se aventuró a poblar en tierras por las que aún señoraban los naturales del suelo, en cuyas lides murió; y por rama materna su ascendencia lo vincula a Don Vicente Casco, criollo de origen paraguayo, y nombre muy íntimamente vinculado a Chascomús desde las primeras décadas del Siglo 19, también como poblador de estancias.
Huérfano de padre antes de los dos años, su madre, junto a sus nueve hijos se radicó en la casa paterna de Chascomús, el inmenso solar frente a la Plaza Independencia que es actualmente sede del Instituto Historiográfico.
Cursados los estudios primarios en su ciudad, realizó los secundarios en Dolores y Buenos Aires, donde posteriormente obtuvo la graduación en odontología, y ya con el título bajo el brazo retornó al pago de sus mayores, sitio donde elaboró una amplia obra repartida en diecinueve títulos publicados, heterogénea en los aspectos literarios (cuento, novela –histórica y de ficción-, teatro, investigación, recopilación, ensayo...), pero homogénea al comprobarse que desde cada uno de sus trabajos apuntó al rescate de la cultura popular, esa que suele dar la identidad de un pueblo pero pasa desapercibida para los cenáculos.
Sus tres primeras obras lo convierten en un caso casi único y pionero, como que de su observación nacen “Trenzas Gauchas” (1934), “El Cuarto de las Sogas” (1935) y “Al Tranco” (1938), tres libros que encierran los mil y un secretos de los trabajos en cuero -tema nunca desarrollado hasta entonces-, como ser: trenzas, botones, nudos, revestidos, sortijas, pasadores, costuras, remates, ingeriduras y ataduras; explicando con la palabra escrita y una adecuada representación gráfica, todas o casi todas las variantes, ya que el oficio de soguero es trabajo de creación, y entonces de esas privilegiadas manos artesanas continúan naciendo variantes y nuevos trabajos. Sin lugar a dudas, la tarea emprendida por el autor es de un valor incalculable, y si bien puede reconocerse algún esbozo anterior, es íntegramente suyo el mérito de haber difundido los secretos de los trabajos en cuero en forma amplia, ya que siempre la enseñanza había estado limitada a la transmisión ‘maestro-aprendiz’. A tal punto la importancia de estos libros, que en la actualidad son muchos los buenos sogueros que han consultado o consultan esas sabias páginas.
El éxito de estas obras hizo que reunidas en un solo volumen, se reeditaran en 1943 bajo el genérico título de “Trenzas Gauchas”, libro que ha superado las seis ediciones.
Su debut como autor es acompañado por el éxito, como que sus libros sobre trenzas y otros trabajos en sogas recibieron el “Premio Regional de la Comisión de Cultura” en 1936 y 1939, y no sería éste su único lauro literario, como que repite el mismo en el año 1940, esta vez con “Monografía sobre el lazo”, libro publicado el año anterior.
En el terreno del cuento dos son las obras publicadas: “Albardones” (1937) de muy buena acogida, y “Cuentos de Ayer” (1949); en el campo de la investigación, a más de la monografía ya mencionada, escribió “Las Boleadoras” (1941), “Esgrima Criolla” (1942) y “Viviendas en la Pampa” (1944), obras en las que intenta desentrañar los secretos de los temas tratados. En la novelística si bien son cuatro los trabajos editados, podemos hacer dos subgrupos: la novela costumbrista, con “Punta de Rieles” (1946) y “Amansados” (1951 - póstumo), y la biografía novelada, con “Un Poblador de Monsalvo” (1939), en la que trata la vida de Don
Vicente Casco, y “Don Clemente López (El Abuelo de Rosas)” (1950), sobre Don Clemente López de Osornio.
Encara el aspecto arqueológico con “Paraderos Querandíes” (1942) y el histórico con “Fundación del Pueblo de General Lamadrid” (folleto -1942); en dramas, “Mamaitá” (1941) y “Teatro de Títeres” (1942).
Y hemos dejado para el final la tarea de recopilación que refleja en “Oro Nativo” (1944) y “Habla Gauchesca” (1945).
El primero está dividido en tres partes: diversiones, poesía popular y antología del payador; y el segundo es en realidad una conferencia que pronunciara en oportunidad de ser invitado a disertar por la Asociación del Profesorado con el auspicio de la Asociación Argentina de Estudios Lingüísticos; sin dudas es un estudio de filología (ciencia del lenguaje), sobre la forma de expresión de nuestro hombre de campo, obra fundamental para aquellos que pretenden escribir reflejando el modo gaucho.
López Osornio, más allá de desempeñarse en los quehaceres de su profesión, ocupó también cargos públicos, como que en 1929 fue designado Juez de Paz; por dos veces integra el Consejo Escolar de Chascomús -la primera de ellas en 1928- e incluso lo preside; fue Cónsul de Primera Clase en el Ministerio de Relaciones Exteriores, época ésta en la que reúne información sobre las Islas Malvinas, con cuyo material proyectaba un libro que no llegó a publicar.
Colaboró con la Comisión Pro Centenario de la Revolución de los Libres del Sur y con la fundación del Museo Pampeano del que fue su primer secretario, como también fue director de la Biblioteca Popular “Sarmiento” desde 1937 hasta su fallecimiento.
Fue socio y/o colaborador de la Asociación Argentina de Estudios Históricos, del Dpto. de Folklore del Inst. de Cooperación Universitaria de Buenos Aires, del Inst. de Historia, Lingüística y Folklore de la Universidad de Tucumán, de la Asociación Folklórica Argentina... y esto no es todo.
Casado con Delia Pereyra, conformó un hogar con tres hijos: Mario Sila, César Silverio y Sergio Aníbal.
Recién sumaba 52 años cuando el 12 de septiembre de 1950, el corazón se le empacó sin darle explicaciones... justo a él, que tantas cosas recopiló tratando de explicarlas para que no las trague el olvido, y aún hoy, dos libros al menos permanecen inéditos: “De Tierra Pampa”, segunda parte de “Oro Nativo” y el ya citado sobre las Malvinas.
Con los pies firmes sobre el pago chico, y hurgando en la memoria del término, vivió sembrando aportes para mejorar el cimiento del pago grande que es la Patria.
A 110 años de su natalicio y 58 de su muerte valga la evocación.
¡Gracias, muchas gracias Don Mario López Osornio!
La Plata, 20 de Julio de 2008



(Publicado en Revista de Mis Pagos Nº 35)

jueves, 11 de agosto de 2011

OSIRIS RODRÍGUEZ CASTILLOS: Emblema Oriental

Una década atrás -exactamente el 10 de octubre de 1996- se apagaba en Montevideo (R.O.U.) la luz creadora de uno de los poetas emblemáticos de la segunda mitad del Siglo 20: Osiris Rodríguez Castillos. Tenía 71 años como que había nacido en la Capital uruguaya el 21 de julio de 1925 (“en una noche de tormenta a eso de las 3 y pico de la madrugada, según mi madre me contó”), criándose -a partir de los 2 ó 3 años- en Sarandi del Yí (agua chica, en guaraní), “pueblo ganadero del departamento de Durazno”... “justo en el centro de la Banda Oriental, un poco al sur del Río Negro”. Su madre, María Belén Castillos, era nativa de Paysandú (“los Castillos Muños son criollos viejos. El primer Muñoz vino con Pedro de Mendoza. Primitivamente se escribía con ‘h’ y ‘l’, Castilhos. Lo castellanizó mi abuelo Loreto que se casó con Dámasa Muñoz”), y su padre, Genuino Rodríguez Castro (“hombre muy campero, muy criollo” y de fina cultura) de Tacuarembó; ambos departamentos con mucha tradición gauchesca que el artista heredó en su sangre.
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Recuerdo que hacia mitad de los años 60, Carlitos Galván era el encargado en los escenarios de mi pago, de emocionarnos con las desventuras del “Malevo”. Muy lindo lo decía.
Aficionado yo también a los versos, ansiaba esa letra, pero... como el mismo poeta le contó a Rodolfo Ghezzi, quien a su vez lo recordó en páginas que escribiera para el Nº 7 de “De Mis Pagos”: “Nunca logré editar en Buenos Aires. La gente se iba a Montevideo a buscar mis libros y discos”.
Adolescente de apenas 16 años, con renovados ímpetus por lo folclórico y tradicional después de haber participado como decidor en el 8º Festival de Cosquín, pasaba unos días en Mar del Plata, cuando cual no sería mi sorpresa y alegría al descubrir en la batea de una disquería, un larga duración titulado “Osiris Rodríguez Castillos – Poemas y Canciones Orientales”, editado por el sello Antar en 1962.
De allí, con paciencia y cuidado, copié el romance que tanto buscaba, como también las letras de “Serenata” y “Talita del Pedregal”.
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Vida singular la de Osiris, no solo en lo artístico sino en su dimensión humana, esa que por su nombre lo eleva a “juez de las almas”, o a aquella otra función más terrena, como la de ser “el que enseña la agricultura a los hombres”. Se crió y educó en un hogar de gente de campo, en una casa pueblerina y modesta, de antigua construcción -ex comisaría-, porque ellos, los Rodríguez Castillos eran gente humilde, y a pesar de haber sido sus mayores “fuertes estancieros de Paysandú, Tacuarembó y Río Grande do Sul”, de todo aquello solo conoció las mentas y una marca de herrar hacienda “como símbolo de años de opulencia”. Hizo los estudios primarios en la escuela de las chacras de su Sarandí del Yí, escuela que, ¡vaya coincidencia!, se llamaba “Elías Regules”; de aquellos años de estudios iniciales datan sus primeros escarceos con los versos, y si uno piensa que es su primera composición -como le refirió a R. Ghezzi- “Canción para mi río”, es toda una premonición de lo que vendría, que hay que ser muy poeta, siendo un niño, para decir: “El río, rumbo que canta, / fue mi maestro primero; / junto a su espejo viajero / creció indígena mi planta...” Inicia estudios secundarios en Florida y los continúa en Montevideo, hasta que en 4º año puede más “el hombre de tierra adentro” que en si era, y abandonando todo gana la frontera norte de su país, último refugio del gauchaje. Vivirá allí “dos años casi enteramente de a caballo, sin dormir nunca en una cama”. ¿Su oficio...?: contrabandista de caballos. Singular coincidencia con el otro gran poeta oriental, Wenceslao Varela, que durante diez años anduvo en lo mismo, pero en la frontera argentino-uruguaya.
Su particular visión de la vida queda reflejada en este testimonio: “Trabajé en la ciudad y en el campo. He vagado por toda mi tierra y por la Argentina y por Río Grande do Sul. No sé cuántas veces crucé con mi caballo sobre la frontera norte... ni cuántas veces crucé en canoa el Delta del Paraná... Mi principal oficio ha sido presenciar la vida... Me gusta el mundo; es algo que se está haciendo todos los días; anduve muchos años curioseando cómo lo hacen... y ahora estoy preparado para ayudarlo a hacer”. ----------0o0---------

Al despuntar los ’70 teníamos con mi padre para ensillar -entre otros pingos-, un lindo animalito, al que bastante criollo lo delataba su estampa. Era overo, anca rosilla, pero me gustaba verlo “overo rosao” como el de “Los dos fletes” que escribiera Osiris, y del que dice: “Es el overo rosao. / Es la aurora de mi empeño. / Sol recién nacido en sangre / sobre el albor de los cielos, / si no lo ensillo al clarear / se me hace que no amanezco.”
¡Qué conjunción de vida hace el poeta con esos dos caballos! “Overo azulejo” el otro: “sobretarde de mis años / con nubarrones de invierno”, dice. Y hay que ser muy poeta para escribir así.
¡Cuánto que influyó Osiris para que al “Llamador” lo vea cada vez más “overo rosao”!
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Fue de todo un poco Rodríguez Castillos: músico (piano y guitarra), poeta, cantor, ensayista, luthier, artesano, cuentista, soguero, decidor, y en los últimos años de su vida, investigador en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional.
Pero también fue aventurero y andador, recorrió Argentina, sur del Brasil, Estados Unidos, España... “curioseando como hacen el mundo”.
“Quería ser un poeta popular, no de Biblioteca...”
, y por cierto que lo logró, sin que esto, ‘lo popular’, haga mella en su calidad. Vale recordar lo que afirmara Emilio C. Tacconi en 1955, en la primera edición de su “Grillo Nochero” (llegó a nueve ediciones): “Alta poesía. Fragante, carnosa y jugosa. Con olor, color y sabor a campo”. Y califica luego al autor “de noble enjundia lírica; recio, viril, entero (...) elástico, fluido, vehemente y apasionado, fervoroso y cálido. Y emotivo, y tierno y humano”. Luego razona el prologuista que aquella guitarra primitiva que pasó de rapsoda en rapsoda, de prestigio en prestigio “habría de llegar a las manos gauchísimas de Yamandú Rodríguez... (conteniendo) un nidal de luceros empollando voces de calandrias. El viejo león la entrega así, encintada y gloriosa, al cachorro que ya enseña su afilada garra”. ---------0o0---------

Mucho y todo interesante podría escribirse, pero excede el espacio de una nota. Y aquel que todo lo tuvo en condiciones artísticas, ni casa tuvo en su tierra, viviendo sus últimos días en una pensión montevideana. No digo que olvidado, pero sí sin ocupar el sitial que merecía, murió pobre, en la misma ciudad que lo viera nacer.
Una última reflexión: somos muchos los que desde un escenario, un fogón o una grabación lo hemos ‘matado’ al “Malevo”, pero algunos lo han ‘matado mal, feo’. Hay que escucharlo al poeta y comprender la intensidad de su dolor para decirlo como se debe.

¡Qué poeta ese Rodríguez Castillos! Si señor, ¡qué pedazo de poeta!

La Plata, 28 de octubre de 2006
(Nota publica en Revista De Mis Pagos - Nº 27)