jueves, 27 de diciembre de 2018

ELÍAS CARPENA - A 30 Años de su Adiós


Casi 30 años atrás, el 2 de noviembre de 1988, a los 90 años de edad se despedía de esta vida terrena, el postrer gran escritor criollo que retrató los últimos retazos de campo de la hoy ya totalmente poblada geografía de la Ciudad de Buenos Aires: bajos y bañados de Floresta y Villa Lugano, Mataderos y curso del Arroyo Cildañez. Su nombre?: Elías Carpena.

(Hacia fines de la primera década del siglo pasado, sus andanzas por aquellos ásperos campos bajos solían extenderse hacia Matanza, Tapiales y Laferrere, ya en territorio de la provincia).
Este notable escritor costumbrista nació en la bonaerense ciudad de Junín, el 23 de diciembre de 1897, y prácticamente desde niño mostró afición y habilidad para la composición de versos -en lo que fue alentado por su maestro de 5to grado, el escritor Julio R. Barcos-, como así también para la poesía oral propia de los payadores.
Respecto de lo último, él mismo evoca de esos años: .
Corre 1911 cuando se publican sus primeros versos, y solo suma 13 años, todo un personaje precoz, porque no escribe cosas de niños, sino más bien de hombres de campo; también la por entonces muy conocida y difundida revista “Pampa Argentina” lo acoge en sus páginas, desde las que se gana un lugarcito entre los poetas paisanos; hemos chequeado que por ejemplo durante 1916, prácticamente aparece un verso suyo por mes. De entonces data la amistad que trenzara con dos payadores de los muy reconocidos de aquellos tiempos: José Betinotti y Ambrosio Ríos, quienes lo apoyan en su gusto y afición por el canto repentista.
Apenas una década y moneditas después de aquella primera incursión, aparece su libro primigenio; tiene 23 años, y como haciendo juego con la temprana aparición de sus poesías, lo titula “Matinales”, hoy por hoy, una curiosidad de coleccionista.
En aquellas andanzas de muchachito chico, de preadolescente, por aquellos campos bajos y bañados, conoció de primera mano los últimos escarceos de una vida gaucha que iba siendo relegada, desplazada hacia el sur y el oeste, zonas más abiertas del territorio provincial, pero próximas a la urbe capital. Entonces supo de la vida de los reseros que por allí transitaban con rumbo a los corrales del Mercado de Hacienda; intimó con ellos en las paradas que hacían antes de encarar la marcha de la última jornada. Y como conoció a éstos, tampoco pudo abstraerse de intimar con la cara opuesta de estos paisanos trabajadores, o sea, los cuatreros, hombres también camperos, habilidosos para las tareas de a caballo, pero abocados a vivir trabajando menos; y como muchas veces el producto de sus ilícitos eran yeguarizos, el cercano fin de estos estaba en “el tacho”, precariedad de frigorífico clandestino, donde se faenaban; y también conoció y supo de las minucias de ese ambiente fronterizo, al que por bien pintar en sus relatos y narraciones, colaboró para que queden registradas en la historia de la vida cotidiana, porque sin un descriptivo narrador como él lo fue, esos sucesos se hubiesen perdido en el fárrago de un avance civilizador que iba a su paso, destruyendo y sepultando el cercano ayer.
A modo de “memorias” supo contar: “Mantuve a pesar de mi edad, pues era muchacho, prieta amistad con los cuatreros, más que con otros, con Diego Montenegro, con quien cambiaba décimas de mi artificio para su novia y estilos en la guitarra, por relatos de sus aventuras, siempre extraordinarias.”
Sus cuatro primeros libros fueron de poesía, recién el quinto es de cuentos, donde comienza a volcar en la narración todas esas historias que reseros y cuatreros le fueron aportando a su curiosidad de muchachito inquieto, interesado en conocer los pormenores de aquella vida rural y vigorosa que tanto lo atraía.
“El Doradillo” se tituló aquel libro que apareció con el sello de Editorial Claridad en 1949, y le resultó consagratorio, como que mereció el Premio Nacional de Literatura. El mismo Carpena confesó que tres de los cuentos son “biografía valedera”, y el resto, todos inspirados en hechos y sucesos reales, que les fueron narrados por personajes que conoció y frecuentó.
Por si alguien quisiese poner en duda el poder retentivo de su memoria para guardar el suceso y luego, años después, recrearlo, viene  a cuento recordar que en la necrológica que publicara La Nación, se destaca que era “Poseedor de virtudes innatas, con una memoria prodigiosa y un agudo sentido observador…”.
A dicha obra la elogió Ángel Mazzei cuando escribió: “Carpena posee con firmeza natural la condición del estilo necesario para el cuento. Todo su lenguaje tiende a lo conciso, a lo resuelto, a lo nervioso. De allí surgen la sensación de movimiento, la vitalidad plena y palpitante del ambiente que evoca y de los personajes que anima”. Está en él “…el deseo profundo de quien quiere mostrar un mundo vivo en toda su claridad, su pujanza, su auténtica presencia”.
Toda su obra transita por los carriles de la poesía, el cuento, la novela, el ensayo y la incursión periodística; de esta última podemos decir que a partir de 1928 comenzó a colaborar con el Suplemento Literario de “La Nación”, vinculo que se extendió por largos años. Otros medios gráficos en los que se expresó fueron: “El Monitor de la Educación Común”, las revistas “El Caballo”, “Cooperación Libre”, “Bancarios del Provincia”, “Martín Fierro”, y diario “Clarín”.
En 1958 presenta una obra a un concurso del Ministerio de Educación de la provincia, la que es distinguida con una “Mención Especial” e inmediatamente publicada en la Ciudad de La Plata; su título: “Romances del Pago de la Matanza”. Se ha escapado un poco al sur de su ambiente habitual, aunque paisajísticamente, casi nada difería por entonces. Antes de la aparición del libro, alguien que solo firma “E.J.M.”, en La Nación del 19/01 de ese año, cierra una crítica literaria, con expresiones muy afines para quien se ha expresado en versos emparentados con el gauchesco: “Un bello conjunto, por cierto, de pasiones, gestos nobles y abyectos, trenzados con el deleite de un soguero que hace trabajo ‘pluma’ con los tientos de una tosca lonja de potranca a los que, antes, ha sabido sacar con pericia y desvirar con buen pulso…”, que así le parecen los romances que cuentan historias de ese pago vinculado a la primera hora de la primigenia ciudad que fundara Mendoza, a cuyo sitio mandara a su hermano -el Capitán Diego- a escarmentar a los naturales, quienes presentaron tan dura pelea que desde entonces se le llamó “Matanza”, por la cantidad de muertos. En este libro se ha dicho que alcanzó el máximo nivel lírico de su obra.
Opinión tan paisana para juzgar una obra, solo podía ser dada -de ese modo y esa comparación- por un hombre muy conocedor de la vida campera, y gracias al prolífico y probado autor Luis Ricardo Furlan nos desasnamos que esa sigla “E.J.M”, escondía nada más y nada menos que al notable Miguel D. Etchebarne.
El año 1967, con el apoyo del Fondo Nacional de la Artes, da a conocer “Ese Negro Es un Hombre”, libro de cuentos, que -como ya hemos dicho antes al hablar de “El Doradillo” y vale para otros-, se basa en sucesos reales ficcionados por él, sobre los que Mazzei sentenció: “…todas las paginas son episodios que él ha visto, ha admirado o ha vivido en las dimensiones exactas de su ser.”
La propia Editorial Troquel, responsable de la publicación, enmarca la obra en “…los bañados de Flores, extendidos a Villa Lugano, barrios recién amanecidos, región en que la vida urbana no ha asentado finalmente su planta. Tierra trágica la de Floresta Sur, tierra bravía, con sus hombres hechos a la vida bárbara, a la vida terriblemente maleva.” Como dijimos al principio: los últimos vestigios de la vida campera en el ámbito de la Capital Federal.
Allí vuelve a destacarse “…su firmeza narrativa, la aptitud para situar los ambientes que conoce con precisión dominadora, la energía y vivacidad de su sistema expresivo y el caudal de conocimientos que se vuelcan sin insistencia abrumadora.”
El recordado Instituto de Literatura de la Provincia, de corta pero productiva vida, le dedicó en su colección “Cuadernos”, el volumen número 10, desarrollado por el ya citado Luis Ricardo Furlan con el título de “Elías Carpena y el Pago de la Matanza”, demostrando con esto el peso que en su obra tuvieron los “Romances del Pago de la Matanza”: decidió más esta circunstancia que toda su otra obra donde respira el sur de la ciudad porteña.
En la página 83 y bajo el título de “Nace un Escritor”, Furlan nos trae dos referencias importantísima, a la vez que, inmejorables anécdotas: es muchachito chico cuando el Dr. Alejandro Herosa -director del cuerpo de taquígrafos de la Cámara de Diputados-, lo invita junto a su hermano mayor, a la sobremesa de un almuerzo para halagar con su música y canto a los amigos convocados. Uno de estos, delgado y de abundante barba ennegrecida, después de escucharlos exclama: “-¿De quién son estas canciones…?”, y el hermano de Elías responde “-Son de mi hermanito. Él hace la música y los versos”, a lo que el curioso sentenció “-¡Hay en esas canciones labor de poeta!”, y ahí mismo lo aconsejó para que abandonara ese rubro, se abocara a la lectura y se inclinara a la poesía culta. ¿Quién era aquel flaco barbado? Pues ¡nada menos que Horacio Quiroga!
El otro caso sucedió en la redacción de “La Nación” un día que Carpena relataba aventuras de cuatreros; presente y escuchando estaba Alberto Gerchunoff, el de “Los Gauchos Judíos”, quién le sentenció: “Mire: esto que está contándonos no es para que lo diga en anécdotas, sino para que escriba las actividades de esta gente en cuentos y hasta en novelas. Hágalo, Carpena, y pronto!”. Y Carpena, que jamás había pensado en hacer literatura con  esos suceso, a los pocos días le acercó a Gerchunoff e lcuento “El tacho y el cuatrero Diego Real”; ávidamente lo leyó aquel y exclamó: “He conseguido que un exquisito poeta tome los temas más populares y construya un brillante cuento. Carpena, esta rama de la literatura no existía; usted es el único que puede realizarla. Continúe”.
En rápido repaso, enumeramos todas (o casi todas) sus obras, no menos de veinticinco, por orden de aparición: “Matinales – poesía” (1922), “Rumbo – poesía” (1926), “El Romance de Federico y otros poemas de verso breve” (1935), “El Romancero de Don Pedro Echagüe” (1936), “El doradillo – cuentos” (1949), “Enrique Davinson, el inglés del bañado – novela” (1953), “El cuatrero Montenegro – cuentos” (1955), “Romances del Pago de la Matanza” (1958), “Floridas Márgenes – poesía” (1960), “Defensa de Estanislao del Campo y del caballo overo rosado – ensayo” (1961), “Barrios Vírgenes: escenas de Floresta y Villa Lugano 1911/1914” (1961), “Las soledades de los poetas líricos – ensayo” (1963), “El caballo overo rosado en las dos acepciones de parejero – ensayo” (1965), “Ese Negro es un Hombre – cuentos” (1967), “La Creación Literaria - conferencia” (1967), “Romancero del Cnel. Dorrego” (1970), “Chicos Cazadores – novela” (1970), “Los trotadores – cuentos” (1973), “El Adefesio de las Tierras Hondas” (1979), “El Potrillo Corinto y otros Cuentos” (1980), “Tiempo de mi niñez – novela” (1980), “Cuentos de Reseros” (1981), “Las Aventuras del Potrillo Alazán – cuentos” (1982), “Fortín Matanza – escenas de una villa” (ca.1986), “Mientras se Arman las Nubes por el Río y otros cuentos” (1997).
Siempre es bueno saber cómo es el escritor para poder consolidar la imagen que de él nos transmite la obra, y Furlan en su estudio ya citado nos da una clara referencia: nos habla de su sinceridad: “Esta virtud no lo es solamente literaria, sino integral. El escritor y el hombre se manifiestan en la unidad y así vive sus trabajos y sus días con invariable gozo en la entrega. / El hombre sereno, cordial, dialogador y comunicativo es, en la instancia del sentimiento creador, un lírico en soledad.”
Por su parte Juan Carlos Merlo, acotó: “…hombre bueno y alegre, de palabra amable y dicharachera, con sus relatos del viejo Buenos, siempre a flor de labios”.
En sus más de 70 años de escritor, su obra mereció muchos reconocimientos, algunos muy destacados, como por ejemplo: Premio Municipal de Poesía 1936 (Ciudad de Buenos Aires), Premio Comisión Nacional de Cultura 1949, Mención Especial Ministerio de Educación Pcia. de Buenos Aires 1958, Faja de Honor SADE 1958, Primer Premio Consejo del Escritor -poesía- 1960, Premio Fondo Nacional de las Artes 1967, Premio Konex 1984, entre varios más.
Pero a pesar de la vasta obra y los muchos premios, los escritores suelen vivir de otras cuestiones, y así resulta que Carpena, allá por 1929 trabajó en Biblioteca Nacional, y luego por muchos años fue empleado de la Escuela Normal Mariano Acosta de Capital.
Fue miembro de varias comisiones de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), y el 14/08/1980 fue incorporado como Miembro de Número, a la Academia Argentina de Letras.
A los 90 años de edad murió en Buenos Aires el 2/11/1988, descansando sus restos en el Cementerio de Flores, encargándose de las palabras de despedida en nombre de la Academia, el notable jujeño Jorge Calvetti.
Tenemos por seguro que supo vivir -por lo menos por su adolescencia- en Villa Lugano, en calle Escalada al 2400.
Reiteramos que con Elías Carpena se fue el último cantor, el último pintor de aquellos restos de “pampa porteña”, en la que él agudizó la visión “de la profundidad del gaucho y de los seres que lo sobreviven”, donde -siempre al decir de Mazzei- “No se sabe si es la ciudad que reclama su añoranza de campo o si es el campo que ansía porfiadamente internarse en la ciudad para luchar por la reivindicación de su territorio perdido”. Siempre con el modo expresivo de “una lengua coloquial, gráfica y nítida, (…) con Algunas palabras (que) dan a su prosa un sabor antiguo”.
Repasar los libros de este autor, es disponerse a disfrutar de la lectura.
La Plata, 17 de Junio de 2018

BIBLIOGRAFÍA BÁSICA

-Revista “Pampa Argentina”. 10 ejemplares años 1915/16.
-“El Doradillo”,  Editorial Claridad, 1949. Informe del propio autor.
-“Elías Carpena”, por Ángel Mazzei, en “El Cuatrero Montenegro”, Editorial Ciorda y Rodríguez, 1955.
-“El Romancero de un Pago”, por E.J.M. (Miguel D. Etchebarne). La Nación del 19/01/1958.
-“Elías Carpena”, por Ángel Mazzei. Editorial Cultural Argentina, 1961.
-“Ese Negro es un Hombre”, informe de Editorial Troquel (sin firma), 1967.
-“Introducción”, por Ángel Mazzei, en “Chicos Cazadores”, Editorial Huemul, 1970
-“Elías Carpena y el Pago de la Matanza”, por Luis Ricardo Furlan. Cuadernos del Instituto de Literatura, Vol. 10, 1971.
-“Testimonio Preliminar”, por Elías Carpena, en “Cuentos de Reseros”. Editorial Plus Ultra, 1981.
-“Elías Carpena falleció ayer en esta ciudad”, La Nación 3/11/1988 (sin firma).

(Publicado en Revista Digital "De Mis Pagos" N° 66 - 10-11/2018)

lunes, 24 de diciembre de 2018

Saludo Fin de Año 2018


El 18 es puro achaque
y el 19 se alista
que ya está pidiendo pista
sacudiendo el almanaque;
¡dejen nomás que se atraque
que lo habremos de domar!,
pero aura quiero brindar
(aunque’n verdá, poco bebo),
por Navidá y Año Nuevo
¡y que Dios venga’lumbrar!
                                 (22/12/2018)
Afectuosamente,
                              Carlos

domingo, 23 de diciembre de 2018

ESTANCIA


LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 98 – 23/12/2018
Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.

ESTANCIA
La voz o palabra “estancia” viene de muy antiguo en los decires de nuestra campaña, y nos fue traída por el conquistador. Allá por los lejanos años anteriores al nacimiento de la Patria, cada vez que aquellos plantaban los ‘sueños’ de un nuevo pueblo, en las vecindades de lo que sería el mismo, distribuían “suertes de chacras”, lotes que como máximo llegaban a las 500 ha. que estaban destinados a ser los sitios “de pan llevar” -como se decía-, o sea los que debían producir para contribuir al abasto de la población. Después de las chacras, ya más alejadas de la traza del pueblo, se hacía el reparto de las “suertes de estancias”, que estaban destinadas a la producción ganadera, que andando los tiempos serían “estancias vacunas” o “estancias ovejeras”, aunque no faltaron las que encararon ambas crías, a lo que había que agregar la cría de mulares y yeguarizos. En éstas la agricultura se limitaba a un cuadro de maíz y algo de zapallo, nada en forma intensiva.
Parece ser que la primera vez que se habla de “estancia” fue por 1514 y esto quedó documentado en el “Repartimiento de la Isla Española”, información que nos brinda el español Diego Abad de Santillán. “La Española” fue la primera tierra del “nuevo mundo” que pisó Colón, y donde erigió el conquistador el primer asentamiento de origen europeo. Es la isla que hoy comparten Haití y República Dominicana.
En nuestra campaña pampeana y en las vecindades del Río de la Plata, es a partir de 1581 que se establecen las “suertes de estancia”, casi 70 años después que la cita de Centro América.
Lo curioso es que en origen la palabra “estancia” se refiere a ‘estadía’ o ‘lugar de estar’, p. ej.: “Durante su estancia en Las Acacias, Juan, aprovechó para reponer su salud”. De allí que para el Diccionario de la Real Academia, la primera definición apunta a la “habitación o sala de una casa”.
Volviendo a estas campañas nuestras, aquellas primeras “suertes de estancia” que se otorgaban -mayoritariamente- como pago por servicios prestados, en tierras que eran propiedad del Rey (por lo tanto ‘realengas’), solían tener media legua de ancho (sobre las costas del Plata) por dos leguas de fondo; traducido a números: 2500 x 10000 mts., o sea una superficie de 2500 has. (se toma como medida de la legua criolla: 5000 mts.).
Los conocidos vocabularios contemporáneos, quizás por obvio, casi ni se ocupan de tal voz, pero por suerte el primer intento de diccionario criollo compilado allá por 1879, y que diera a conocer en 2006 la Academia Argentina de Letras, sí lo hace, y afirma: “Hacienda de campo cuya área de terreno no baja generalmente de media legua de frente por una y media de fondo (agregamos nosotros: unas 1870 ha.), destinada a la cría de ganado…”.
En 1890, Daniel Granada, en su “Vocabulario Rioplatense Razonado” también recogió el vocablo, explicando entre otras cosas: “Cuando se dice en general establecimiento de campo, se entiende que lo es de ganadería, ó sea estancia, por ser los de esta clase los que predominan en la campaña (…)”.
En la llanura pampeana ya en la centuria de 1700 las “estancias” habían adquirido dimensiones descomunales, pudiendo hablarse de extensiones de 100 mil, 150 mil o 200 mil has.
En el lenguaje habitual diario, la palabra “estancia” también designaba y designa a la casa principal, instalaciones para peones, matera, galpones, y todo tipo de construcción en derredor levantada, y en aquellos campos grandes, ir de un puesto al casco del establecimiento era ir a la  “estancia”.
Lo que en nuestra campaña se llamó “estancia”, en el oeste de EE.UU. se denominó “rancho”, en México “hacienda” y en Brasil “fazenda”.
Si bien la palabra sigue siendo de uso habitual, ha sufrido alguna devaluación, ya que hoy a campos no muy grandes se los llama “estancia”, e inclusive, a algún casco bien conservado con algún parque que lo rodeé se lo llama “estancia” y allí se realiza ‘turismo rural’ o ‘de estancias’.
(Las décimas de "La Estancia" de Miguel Etchebarne se pueden leer en el blog "Poesía Gauchesca y Nativista")

domingo, 16 de diciembre de 2018

JINETE


LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 97 – 16/12/2018
Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.

Para cualquiera de las muchas culturas ecuestres desparramadas en el mundo, decir “jinete  es nombrar a una persona que anda a caballo, o quien monta uno en una carrera, o en cualquier otro deporte; en cambio entre nosotros, sobre todo en los tiempos de la Patria Vieja, cuando en la estancia cimarrona se enseñoraba el gaucho, decir “jinete” donde todo el mundo, desde los niños hasta los viejos eran de a caballo, era referirse a quien era muy destacado sobre el lomo de los yeguarizos. En aquellos años en que no existían fiestas de destrezas criollas, era una fiesta en sí, cuando un domador agarraba en una estancia una tropilla de 13 o 15 potros para hacerlos caballos, y la primera acción era, con recado completo, montarlos uno por uno para desfogarle todas sus ansias libertarias, y esa labor la realizaba con un ayudante, y hasta solo muchas veces. Ese era un gaucho “jinete” y domador, ya que después de aguantarle todos los corcovos, debía volverlo manso y de andar.
En su Fausto (publicado allá por 1866), Estanislao del Campo utiliza la palabra en aumentativo como dándole mayor importancia al ser “jinete”, y dice: “Mozo jinetazo ¡ahijuna! / como creo que no hay otro,…”; también Hernández usaría la expresión en su Martín Fierro, cuando el personaje recordando años idos evoca: “¡Ah tiempos! – Si era un orgullo / ver ginetiar un paisano-”. En ambos casos se usa la voz en forma destacada, con admiración, que ser buen “jinete”, era cosa que despertaba respeto, y justamente admiración.
Tito Saubidet que publicara allá por 1943 ese ya famoso “Vocabulario y Refranero Criollo”, no se juega mucho ni es muy claro en la definición, ya que solo dice: “Hombre muy diestro en la equitación”, pero Don Ambrosio Althaparro, que por la misma época editara “De Mi Pago y de Mi Tiempo” arriesga que “jinete” es “El que es capaz de soportar los corcovos del potro sin ser desmontado”.
Andando el tiempo -que nunca se detiene-, y más o menos en la primera década del Siglo 20, comienzan a organizarse en la ya pujante Capital Buenos Aires, “concursos de doma”, que eran en realidad espectáculos de “jineteadas”, para los cuales se convocaban de importantes estancias del país, a sus hombres más de a caballo, más “jinetes”, para que midieran capacidades y valores, teniendo allí origen esto tan común hoy, aunque todavía no ha recibido el reconocimiento de deporte, que es el espectáculo de destrezas criollas, donde son número central las “jineteadas”.
Hoy, hablar de “jinete”, es referirse a ese hombre que ha hecho una actividad deportiva del hecho de aguantarle los corcovos a un bellaco, y donde resulta que hablar de un “jinete” es referirse a un profesional del mundo de los ruedos de jineteadas.
Recordando a un mentado “jinete”, “Chichín” Gómez de Saravia, ilustramos poéticamente con las décimas de “Jinetazo”, que me pertenece. 
(Se puede leer en el blog "Poeta Gaucho")

domingo, 9 de diciembre de 2018

FONDA


LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 96 – 09/12/2018
Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.

Allá por la centuria del 1800, a medida que las poblaciones de nuestra campaña pampeana se iban consolidando y creciendo, lo mismo que en aquellas que aparecían a lo largo de los pujantes tendidos ferroviarios que en las últimas dos décadas de ese siglo comenzaron a crecer -por lo general en las inmediaciones de la estación del lugar o sobre la calle principal-, siempre se encontraba una “fonda”, que cumplía el doble rol de ‘casa de comida y casa de hospedaje’.
Que la voz “fonda” tenía difusión, lo deja entrever el “Martín Fierro”, ya que en su texto se cita, y aunque no en su función específica, sí como referencia de un lugar muy oloroso o maloliente. Dicen los versos: “…y una cosa tan jedionda / sentí yo, que ni en la fonda / he visto tal jedentina”. Esto alude que en dichas casa de comida, por una circunstancia de mala ventilación, flotaba permanentemente el aroma de las fritangas y guisados que se ofrecían a los comensales.
Para el Diccionario Español oficial, es un “establecimiento público, de categoría inferior a la del hotel, o de tipo más antiguo, donde se da hospedaje y se sirven comidas”. Puede agregarse que en aquellas latitudes, donde la utilización de dicha voz viene de muchos siglos atrás, se dice también que una “fonda” es similar a una posada.
Entre nosotros, Don Rafael Darío Capdevila la definió como la: “Casa donde se comía y muchas veces también se daba alojamiento. Existían en todos los pueblos de campaña, y muchas quedaron en el recuerdo”.
Yendo al origen del vocablo, hay quienes suponen que deriva de la voz árabe/hispana ‘fondac’, y que ésta proviene de la voz árabe ‘fundoq o fúndac”.
El levantamiento del ferrocarril en gran parte de la provincia de Buenos Aires, originó que muchos de aquellos pujantes pueblos nacidos en torno a la estación ferroviaria, se transformaran poco a poco, en pueblos fantasmas, del mismo modo que al dejar de llegar los viajantes de comercios,  los compradores de granos, los vendedores ambulantes, las “fondas” fueron perdiendo su necesidad de ser, y como el candil que se consume en su propia grasa, se les fue apagando la vida ataperando las edificaciones, viviendo más que nada hoy, en el recuerdo de quienes las conocieron en plena actividad.
Del poeta Darío Lemos, que supo cantarle, traemos las rimas de: “La Fonda”. (Se puede leer en el blog "Poesía Gauchesca y Nativista")