domingo, 25 de noviembre de 2018

PORRÓN


LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 94– 25/11/2018
Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.

PORRÓN
En la campaña vieja, decir “porrón” y decir ginebra, era como decir la misma cosa, ya que el “porrón” era el recipiente que contenía a la famosa bebida de origen holandés que tanto se difundió entre nosotros, y a la que se aficionó el hombre de campo, como para templar el cuerpo antes de encarar la larga jornada diaria.
El Diccionario Español lo define como “Vasija de barro de vientre abultado para agua”, pero para nosotros es más clara la explicación que vuelca Tito Saubidet, cuando dice “Botella grande de barro vidriado en que solía venir de Europa la ginebra”, y lo termina de aclarar Francisco Castro cuando en su “Vocabulario y Frases del Martín Fierro” redondea que el “porrón” es un: envase de barro cocido, de cuello muy corto, con una pequeña asa, de un litro de capacidad. La ginebra se vendía en porrones”.
En España, el “porrón” está considerado como “invento nacional”, disputándose su origen entre Cataluña, Aragón y Valencia, y la Real Academia de la lengua agrega que su origen podría ser “gascón”.
Allá por el 1700 y en España, se denominaba “porrón” a una “vasija de tierra que ordinariamente se usa para traer y tener agua”, por eso es fácil colegir que su uso se repartió tanto en ser un recipiente para beber agua como vino.
En el libro “La Pulpería, mojón civilizador”, su autor León Bouché, cuenta que antiguamente, en la peruana ciudad de Lima se usaba para contener bebidas,  a manera del “porrón”, una calabaza, uso que también se extendió a esta región del Río de la Plata, y de allí que por su procedencia de Lima, en nuestra campaña, el gaucho con su gracia particular la llamaba “limeta”, definición que también se extendió a los “porrones” que venía de Europa con ginebra.
En ambas formas se encuentra referido en el “Martín Fierro”, porque Hernández, como genuino referente del pueblo, lo llamó como lo hacía el hombre del común en una pulpería, boliche o un fogón. Es así que en una ocasión dice:
“Estaban en la carpeta
empinando una limeta
el Gefe y el Juez de Paz”,
 y en otro pasaje explica
“Y un golpe le acomodé
con el porrón de giñebra”.
Si bien en estos tiempos, aunque la ginebra sigue teniendo aceptación, no circulan los “porrones” de barro, pero las actuales botellas de vidrio recuerdan su forma.
Lo evocamos ahora poéticamente con los versos que le dedicara el poeta Darío Lemos. (Se pueden leer en el blog "Poesía Gauchesca y Nativista")

miércoles, 21 de noviembre de 2018

PONCHO DE CUERO (resumen radial)


La primera vez que escuché mentar al “poncho de cuero”, ocurrió hace 30 años, cuando un verso de Aldo Crubellier con dicho título, se adjudicaba el 2do. premio (compartido) en un certamen; por supuesto que me hizo pensar, ya que Aldo es un hombre aficionado a leer y informarse acabadamente.
Muchos años después, en abril de 2015, en el Encuentro de Sogueros de Cañuelas, me encuentro con Abel González y Graciela Rosso, y allí en su puesto, Abel me dice que preste atención en un poncho casi blanco o blanco crema, que se estaba exhibiendo en un perchero. Me acerco para apreciarlo mejor, y al tocarlo advierto que no era de tela, y que su textura parecía gamuza. Entonces Abel me cuenta que era una réplica exacta, en tamaño y peso, del poncho de Justo José de Urquiza que se encuentra en el Museo Histórico Nacional, y que el mismo, creación de Graciela Rosso, estaba confeccionado con un cuero de yeguarizo, perfectamente descarnado y sobado en extremo, con las cuatro puntas redondeadas; los bordes con flecos, listas y boca del poncho, fueron confeccionados en seda de color rojo y adheridos al cuero.
Después de apreciar soberbia pilcha, comencé a buscar información sobre la misma, y encontré que tal pieza fue donada al citado Museo, por Cipriano de Urquiza, hijo del general, el 29/08/1904. Se encuentra registrado bajo ficha N° 2964, donde se especifica que sus medidas son 1.47 por 1.89 mts., describiéndoselo como de “gamuza blanca”, a lo que reiteramos que Abel González aclaró que era cuero de yeguarizo, y la similitud se da por el gran trabajo del sobado.
El historiador Juan José Cresto, que escribió sobre ponchos históricos que se encuentran a resguardo de distintas instituciones nacionales, sobre el que nos ocupa, describe que su textura es “espesa y probablemente muy abrigado”.
Habiendo sido el nuestro un país de innegable conformación ecuestre, habiéndose logrado la existencia del gaucho como un notable pastor ecuestre, y habiéndose vivido por lo tanto una etapa socio-cultural bien definida como “edad del cuero”, no es de extrañar entonces, que el cuero le brindase la materia prima para cantidad de pilchas; y del mismo modo que se confeccionó el calzado con el cuero del yeguarizo -las mentadas botas de potro-, del mismo modo supo utilizar este cuero también para confeccionar su poncho.
Aún hoy se suele decir entre nuestros paisanos cuando tienen que cuerear un caballo, que “le van a sacar el poncho”; cuando en años ya lejanos escuché esa expresión, no se me dio por asociarla a la tan característica pilcha criolla, pero ahora recapacito y pienso, que implica una tradición oral, aunque se haya perdido la conciencia de su práctica usual.
Continuando con la búsqueda, llegamos al libro “Campos de Afuera”, del muy campero y conocedor Don Aaron Esevich, quien supo poblar campos en el oeste bonaerense y en los del entonces lindero Territorio Nacional de La Pampa, en tiempos que eran abiertos, sin alambrar.
  En esas páginas nos habla de un resero apodado “Paraguay” de quien dice que “…gastaba poncho de cuero de vaca yaguané, por lo que aparecía listado, alegre.” Por lo dicho, ese poncho conservaba el pelo. Luego Esevich aclara sobre el particular: “A caballo y emponchado, el resero se semejaba más a un toldo pampa que a cosa ninguna. Sus piernas, al asomar debajo de la panza del caballo, acompañaban el tranco alegre del pingo lidiado con maestría. Miguelito ayudó a descarnar y macetear aquel poncho, hasta darle textura liviana y suave.”
Pero no es todo. El infalible José Hernández, en la 10° estrofa del Canto 12 de la primera parte del “Martín Fierro” publicado en 1872, expresa: “Y cuando sin trapo alguno / nos haiga el tiempo dejao- / yo le pediré emprestao / el cuero a cualquiera lobo- / y hago un poncho, si lo sobo, / mejor que poncho engomao.”
Descartado el cánido “lobo”, ya que no tuvo existencia en nuestra geografía ni integró sus faunas, nos queda recurrir, al “lobo de mar”, y cuando muchos puedan pensar “en nuestra campaña no existían”, debemos recordar que Hernández pasó en la zona de la actual Mar del Plata, unos diez años, de niño y adolescentes, y allí conoció las “loberías” existentes sobre la costa del mar, y cuando en 1881 publicó su “Instrucción del Estanciero”, le dedicó a tales “lobos” un capítulo, enfocado en la importancia de su explotación, con el aprovechamiento del aceite y su cuero. Y agregó: “Los gauchos, que en todas partes son parecidos en eso de acometer empresas audaces, hacen escaleras de lazos y se descuelgan de las barrancas, a matarlos. (…) Allí mismo se beneficia la grasa y se preparan los cueros que se exportan enseguida para Inglaterra, donde son muy estimados. En Londres, las señoras y señoritas adornan sus trajes con pieles de lobo, y hacen chaquetillas y muchas otras cosas. Tiene un valor considerable.”
Alfredo Taullard, experto en ponchos, en su libro “Tejidos y Ponchos Indígenas de América”, dijo: “…lo fabricaban los mismo gauchos con el cuero de potro cuidadosamente sobado, hasta dejarlo flexible como una gamuza…” y agrega “se llevaba de bajera en el recado, para tenerlo a mano cuando las circunstancias lo requirieran.”
Por último, parece ser que en Uruguay su uso se extendió hasta bien entrado el Siglo XX, cuando por acá, ya ni noticias se tenían de él.
La Plata, 21/11/2018


(Se ilustró con las décimas de "Poncho de Cuero" de Aldo Crubellier, que se pueden leer en el blog "Poesía Gauchesca y Nativista")

domingo, 11 de noviembre de 2018

COCINA ECONÓMICA


LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 93– 11/11/2018
Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.
Hacia fines del Siglo 19 (centuria del 1800), el tradicional rancho de barro y paja gana cierto confort, cuando en la cocina -el lugar de ‘estar’ de sus ocupantes-, comienza a reemplazarse el “fogón” armado en el suelo, en el centro del espacio, por la “cocina económica”.
A partir de la instalación de ésta, dicho ambiente deja de ser un lugar tapizado de humo y hollín, a la vez que gana cierto orden y comodidad para las tareas hogareñas. Hasta entonces el “fogón” era el sitio de reunión y donde cocinar; de una cadena pendiente de la cumbrera con un gancho en la punta se colgaba una olla sobre las brasas, o una pava grande para tener a mano agua caliente; en el redondel del “fogón” se clavaba un asador, como también se acomodaban las trebes para apoyar sobre ellas otros utensilios. Pues bien: todo eso comenzó a cambiar con la llegada de la “cocina económica”.
Ésta ya había aparecido en Europa en los últimos años de la centuria del 1700, provocando la misma revolución que en nuestros ranchos. Y el nombre de “económica” le viene de que por su construcción, permitía un mayor aprovechamiento de la leña, provocando inclusive un menor consumo de la misma y un máximo de aprovechamiento del calor que producía, de allí entonces que resultaba “económica”.
Ofrecían sobre la plancha superior, la posibilidad de 2 o 3 hornallas, según fuese su tamaño, y al centro y al frente, un espacio cerrado con una puerta rebatible, el horno, lo que permitió a las amas de casa un mayor desarrollo de las artes culinarias. Sobre uno de sus laterales, algunas cocinas tenían un depósito de agua, caliente siempre, lista para cualquier uso, como ser cebar mate, reemplazando a aquella pava que se colgaba del gancho de la cadena. Por otro lado, el caño de la chimenea -que tenía un corte con una chapa horizontal que servía para regular el tiraje, cuidando el consumo de la leña-, actuaba como irradiador de calor en el ambiente.
En nuestra campaña una marca de estas cocinas se transformó en sinónimo de “cocina económica”, pues con solo decir “la istilar o una istilar”, estaba todo dicho y claro.
Istilar era el apellido de un inmigrante francés que había nacido en 1867 y arribó al país a los 10 años de edad, en 1878. Radicado en Tres Arroyos se caracterizó por ser un hombre progresista y emprendedor, creador de un emporio industrial que llevaba su nombre, y que entre otros muchos productos fabricó las famosas cocinas económicas “Istilar”… que hasta hoy se siguen nombrando. Falleció en la ciudad de su radicación, en 1934, a la edad de 67 años.
(Se ilustró con "Peona Corazón de Fierro" de Darío Lemos, que se puede leer en el blog "Antología de Versos Camperos")