miércoles, 23 de noviembre de 2011

¿CHASQUI o CHASQUE? Una Cuestión de Regionalismos

Para quienes hemos hecho del tradicionalismo un estudio continuo y permanente de los disímiles aspectos que hacen a la cultura nativa -esa que tiene en el gaucho el epicentro de sus sucesos-, es cosa sabida que la amplitud y diversidad de nuestra geografía Patria, ha brindado la posibilidad para que un mismo hecho se designe de distinto modo en lugares distantes (p. ej. el artesano del cuero es “soguero” en la región pampa y “guasquero” en el litoral); o que una misma pilcha adquiera formas distintas de un lugar a otro por las necesidades del terreno (p. ej. el liso recado de la llanura, y el de alto arzón trasero del hombre cordillerano; o el estribo abierto del primero, y el de embocadura cubierta del segundo); o que una misma danza asuma variables vaivenes de acuerdo a la zona en que se la practique (p. ej. el malambo rítmico y vivaz en un paisano del norte, se transforma en silente y cadencioso cuando lo interpreta uno de la llanura).
Y a esta dicotomía, que podríamos seguir enumerando en extensa lista, centralizaremos para el presente, en el sonido fonético de la palabra que designó desde antiguo en nuestro amplio territorio, al portador de mensajes, concretamente nos referimos a las voces “Chasqui” y “Chasque”, haciendo hincapié que en la amplia región del litoral y la llanura ha sido la segunda expresión la más difundida y utilizada por el pueblo.
No hay dudas que la expresión “chasque”, tiene su origen en la palabra “chasqui” de la lengua quichua, donde con dicha voz se designaba al individuo que llevaba mensajes, desplazándose a pie, quien después de cierto tramo entregaba el mensaje a otro correo en una verdadera carrera de postas, cubriendo así, con rapidez, grandes distancias, y constituyendo el más importante sistema de correspondencia en el vasto territorio del imperio incaico. Esto en cuanto al significado de la voz.
Respecto de su grafía y fonética, dice don Domingo Bravo en su libro “El Quichua en el Martín Fierro” (1968), que el quichua peruano lo registra como chaski y los quichuas ecuatorianos y santiagueño como chasqui, y de la misma manera lo registra el Diccionario de la Real Academia, dándola como “voz propia del Perú”.
Por otra parte, hemos comprobado que cualquier diccionario enciclopédico de uso familiar, contiene las dos expresiones “chasqui” y “chasque”, bajo la denominación de “americanismo”, refiriendo en la primera, la definición de “mensajero”.
Ahora bien, el “Diccionario de Argentinismos” de Diego Abad de Santillán, aclara: “Chasque: m. Del quichua chasqui, correo, mensajero. ‘Chasque’ es la forma castellanizada y la más corriente en el litoral. Durante las luchas de la independencia se aplicó este nombre al jinete encargado de llevar comunicaciones urgentes. Generalizado su uso, se empleó en la vida civil y especialmente en la rural, para designar a toda persona que llevaba un mensaje, a caballo, reemplazando en el uso a lo que se decía ‘un propio’. Por extensión suele usarse también la voz en la acepción de mensaje: ‘me mandas un chasque’, por decir una esquela, unas líneas, un mensaje.”
Volviendo al quichua recordemos, que su área de dispersión dentro de las fronteras de nuestro país, se extendió por las actuales provincias de Jujuy, Salta, Tucumán, Catamarca, La Rioja, Córdoba y Santiago del Estero, y que unas cuantas voces pasaron a engrosar el habla de los argentinos siendo en la actualidad de uso corriente, como p. ej.: cancha, chacra, chaucha, china, pucho, pampa.
Ahora bien, algunas voces quichuas que se incorporaron al uso diario, sufrieron un inconsciente proceso de ‘castellanización’ más que nada, por razones de comodidad fonética, y si bien no quizás de un modo uniforme en todo el país, si al menos en algunas regiones. En este punto, y ante cualquier eventualidad, damos por sentado el reconocimiento de distintas regiones, visibles desde ya por la propiedad de usos y costumbres característicos.
Brevemente fundamentaremos lo anterior, recurriendo a la cita de una docena de testimonios, principalmente del Siglo XIX, y a algunos autores a los que no se podrá tildar de ‘ligeros folcloristas’ creadores de infundados neologismos.
Intentaremos llevar los ejemplos con un mediano orden cronológico.

1º) Principiaremos por Jorge B. Rivera, quien en su libro “La Primitiva Literatura Gauchesca” (1968), recoge a página 67, las quintillas de José Prego de Oliver -estimadas de 1798-, y en ellas, más precisamente en la número 17, expresa: “O que despachase un chasque”. Página seguida, al desarrollar notas explicativas del texto, dice al respecto que: “Chasque era el jinete que recorría grandes distancias como correo, llevando cartas, pliegos, gacetas y partes militares”; como se aprecia, no trae a colación la expresión con fonética quichua.
2º) Alvaro M. Martínez en página 30 de su “San Carlos de Bolivar” (1966), al transcribir textos del diario de viaje que durante la expedición a las Salinas Grandes llevara el Cnel. Pedro Andrés García, refiere éste que el 3 de noviembre de 1810: “Enseguida llegaron varios enviados de los caciques de Salinas, manifestando que Lincon había despachado chasques a todos los caciques de la comarca,...”
3º) En un folleto en verso fechado en 1825, anónimo, y que recoge Félix Weinberg en página 107 del libro “Trayectoria de la Poesía Gauchesca” (1977), se puede leer como nota introductoria que hizo su desconocido autor: “Graciosa y divertida conversación que tuvo Chano con el señor Ramón Contreras, en la que detalla el primero las batallas de Lima y Alto Perú, como asimismo las de la Banda Oriental, habiendo estado cerca de ambos gobiernos con el carácter de comisionado y ahora acaba de llegar de chasque del Sarandi”.
4º) De la correspondencia cursada por el Brigadier Estanislao López, traemos a colación la carta que en mayo de 1835 remitiera a Juan Manuel de Rosas, con motivo de desvirtuar las sospechas que pretendían vincularlo a la tragedia de Barranca Yaco: “Ninguna relación había tenido yo con don Pancho Reinafé que mereciese la pena de ocuparse de una correspondencia, y ella es que, poco antes y después de la desgracia del general Quiroga, ese hombre me mandó un diluvio de chasques seguidos, y casi todos ellos tan sin asunto que ni contestación exigían.”
El historiador Antonio Zinny en su libro “Historia de los Gobernadores de las Provincias Argentinas” hace alusión a dicha carta, que vuelve a reproducir Félix Luna en la página 126 de “Estanislao López”, libro integrante de una colección que dirigiera para Editorial Planeta.
5º) El 29 de marzo de 1841, el Cnel. Pedro Rosas y Belgrano escribe: “Más como con fecha 13 del corriente se les entregaron y marcharon los chasques enviados por el Cacique Painé con la primer remesa de dos mil cabezas que S.E. les había ofrecido”; tres veces más repite en la misma carta la voz en cuestión, y resulta una palabra bastante usada en su correspondencia oficial. Esto se puede apreciar leyendo “Pedro Rosas y Belgrano, el hijo del General” (1973), de Rafael Darío Capdevila.
6º) Continuamos refiriendo que el muy versado en temas rurales don Juan Manuel de Rosas -dejemos a un lado la política-, en la muy minuciosa “Administración de Estancias y Demás Establecimientos de la Campaña de Buenos Aires” (1856), al referirse al cuidado del yeguarizo, dice: “Los caballos que deje un chasque deben atarse en lugar seguro...”.
7º) Don Justo P. Sáenz (h), quizás uno de los más interesantes estudiosos de lo gaucho que vio el pasado siglo, en el mes de agosto de 1954, publicó en la Revista Raza Criollo, bajo el título de “El caso del Chasque Acosta”, la transcripción de una nota periodística sin firma, aparecida en el diario “El Nacional” del 4 de julio de1856, en la que se relatan las peripecias de un intento de colonización a siete leguas de Bahía Blanca, la que en su segundo párrafo reza: “No hace aún un mes que los indios han muerto y cautivado cuatro hombres que salieron de aquí, de chasques para Buenos Aires y en que iba el pobre moreno Acosta a quien dicen que han muerto tomando prisionero a los otros. Este Acosta fue el primer chasque que...”
El texto continúa narrando los sucesos, pero al hacer Sáenz una interrupción para clarificar el tema, acude a Alfredo Ebelot (1839/1920), quien sobre el particular expresó en su libro “La Pampa” (1890): “No todos los chasques mueren degollados. Algunos perecen de sed.”
8º) En el diario “La Tribuna” del 26 de noviembre de1861, con motivo de la Batalla de Cañada de Gómez, se publica una carta donde se lee: “Hay muchos jefes y oficiales muertos y prisioneros y si ocurres al Ministro, él podría mostrarte la gran lista que por este mismo chasque le remiten...”; la misiva está fecha en Rosario, tres días antes, y va dirigida de Ricardo a Mariano. Se encuentra citada en un artículo del ya aludido Sáenz publicado en La Nación en agosto de 1966.
9º) Don José Hernández, en su siempre potable “Martín Fierro”, utiliza una vez la voz de marras, poniéndola en boca del Sargento Cruz, más precisamente en el Canto X (verso 1795, estrofa 19), cuando relatando sus penurias, canta: “A cada rato de chasque / me hacía dir a gran distancia.”
10º) En el diario La Prensa, con fecha 27 de abril y 4 de mayo de 1883, aparecen las noticias que brinda un corresponsal, con motivo de algunas zozobras vividas en el interior porteño, y así en la primera se lee “...desprendiendo chasques a las poblaciones en busca de baqueanos...”, e informa la restante: “No me detuve en Trenque-Lauquen a hacer chasques para pedir baqueanos...” tal cual lo hemos apreciado en el libro “Estancias Viejas” (Cap. XIX), de Don Carlos Antonio Moncaut.
11º) Don Martiniano Leguizamón, erudito entrerriano en cuestiones de cultura nativa, incluye en su libro “Recuerdos de la Tierra” (1896), un memorioso trabajo en el que evoca la figura y personalidad de un mensajero que conoció de niño; y a pesar de iniciar el primer párrafo diciendo “Fue tal vez el último representante en mi tierra de aquellos ágiles correístas que los Incas tenían apostados hasta en los más alejados confines de su vasto imperio...”, no le tiembla la mano al momento de bautizar su escrito y lo titula “El Chasque”.
12º) Por último, abordemos el libro de mayor difusión entre los curioso del costumbrismo, me refiero a “Vocabulario y Refranero Criollo” (1945), de Tito Saubidet, y allí registra su autor las dos formas de la expresión, apareciendo primero por una cuestión alfabética chasque definida como “Del quichua chasqui. Correo de urgencia y de a caballo”, luego “chasqui” referenciando a chasque para encontrar el significado. ¿Queda claro cual era la voz más usada para este investigador?
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Creemos con lo expuesto, haber fundamentado lo suficiente la difusión de la expresión de origen quichua, castellanizada a chasque en la amplitud de las regiones litoral y pampeana; pero como las comunidades no se atan ni obligan a los dictados de una gramática o academia, dejamos abierta la posibilidad de que haya quienes la puedan pronunciar en el sonido original, sobre todo teniendo en cuenta la gran inmigración interna del noroeste hacia la pampa.
Por último, intentando un broche para cierre de este breve comentario, digamos que dentro de la variedad de rebenques que reconoce la usanza gaucha, existe uno de cabo hueco, utilizado como lugar de resguardo y seguro ocultamiento para el transporte de mensajes secretos o muy reservados; a los mismos se los reconoce, se los clasifica y se los exhibe en los museos como “Rebenque Chasquero”, lo que de por si hace derivar la expresión de la voz chasque, pues de derivar de “chasqui” la denominación hubiese sido “Rebenque Chasquiro”; ¿...o me equivoco?
La Plata, 19 de Julio de 1996

Nota: tómese por bibliografía los títulos mencionados en el texto.



(Publicado en el Nº 72 de "El Tradicional")

martes, 22 de noviembre de 2011

LA AUTENTICIDAD DEL "MATE DE GUAMPA"

Cuando se habla de usos, costumbres y cuestiones tradicionales, existe la posibilidad de disentir, ya que los mismos varían según la región y a veces, según “el pago” dentro de una misma región, y fundamentalmente porque no se atan a reglamentación alguna y sólo responden a una expresión de vida, como manifestación de una determinada cultura.
Y en los encuentros con amigos gustadores de los temas criollos, a la vera de un fogón o en la mesa acogedora en torno de la vuelta del mate, común es surjan opiniones sobre algunas dicotomías como, ¿qué es lo correcto?: ¿chasqui o chasque?, ¿surero o sureño?, ¿doma o jineteada?, ¿corrida o carrera de sortija?, entre otros muchos temas.
Y así, en algún, momento se planteó la duda sobre la autenticidad o no, del mate de guampa.
Personalmente nunca dude de su existencia, en virtud de que desde las más primitivas comunidades que jalonan la evolución del hombre, se ha enarbolado el uso del hueso y cornamenta de los animales que le brindaban la subsistencia, tanto en la construcción de armas como en la de utensillos de primera necesidad.
Muchos de los usos y costumbres que hoy reconocemos como nuestros o nativos, vinieron con el conquistador español y en esta tierra se amoldaron, se adoptaron a una nueva cultura en formación, tomando identidad propia.
Pero ante la falta de peso de mi opinión, recurro a la palabra de Rafael Jijena Sánchez, para copiar textualmente su expresión: “El arte de trabajar el cuerno nos vino de España, heredera a su vez, como toda Europa, de la milenaria artesanía del hueso, del asta y del marfil, ya conocida y lograda por los egipcios; la misma que, entre los gentiles, labra los ‘cuernos de la abundancia’, los vasos de asta llamados ritones y adquiere en la Edad Media máxima dignidad y suntuosidad en el olifante de los nobles y guerreros...”. Aclaremos aquí que por olifante se entiende “pequeño cuerno de marfil de los caballeros”.
A tal punto está definido el uso del cuerno en la Edad Media, que a los artesanos especializados en su trabajo se los conocía como “cornuarios”, o sea, que tenían una denominación que los distinguía de otros oficios.
En consecuencia, tan antigua artesanía, junto con el conquistador llegó a América, donde por cierto, por decirlo de alguna manera: se acriollo, como que criollos fueron los hijos de españoles nacidos en estas tierras.
Ampliamente conocida resulta la actividad evangelizadora de los jesuitas, de tal magnitud y con tanta organización, que llegó a convertirse en un poder imposible de no ser tenido en cuenta o ignorado por el poder central. Las Reducciones lograron su autoabastecimiento, en base a que los religiosos instruyeron y formaron a los guaraníes en los distintos oficios.
Por eso, de la mano del Padre Sánchez Labrador se puede decir que hacia fines del Siglo XVII (centuria del 1600-1699), entre otras importantes ‘oficinas’ de las Reducciones Guaraníticas, funcionaba la de cucha apohava o sea la de ‘artesanos en cuerno’. “Hacen peines, cucharas, cajas de tabaco, vasos de varias formas y los que llaman mates. Tienen un modo de bruñir el cuerno, que parece un vidrio en lo transparente y terso”.Lo antes dicho certifica de alguna manera la antigüedad del uso del mate de guampa entre nosotros, con un valor agregado, como es el de mostrar su existencia y por ende su uso, en la región en que el fruto de la lagenaria vulgaris -la célebre calabacita que recibe el nombre de la infusión- no resulta difícil de conseguir.
Puede afirmarse que en las ciudades coloniales y posteriores, predominó el uso de las calabazas, ya sea en su forma más simple o bien ornamentadas con plata, como también los mates íntegramente de ese metal, de porcelana o madera; pero en las zonas rurales y en determinados oficios camperos, tayó la calabaza (en sus diversas formas: perita, galleta, poro) y también anduvo misturando su presencia el mate de aspa o mate de guampa.
Decimos “aspa” en lugar del español asta que significa cuerno, ya que la primera fue voz más difundida en la campaña y así se denominó a las distintas piezas confeccionadas en material corneo, por ejemplo: cuchillo cabo de aspa, estribos de aspa, cuchara de aspa.
Esta expresión sería de origen quechua y de allí su difusión.
Puede asegurarse que “aspa” y “guampa” funcionan como sinónimos para denominar los elementos antes citados.
El recipiente en sí es un trozo de cuerno, al que se le cierra el extremo mayor con una tapa de madera, quedando el lado opuesto de menor diámetro, como boca.
Conocido es el uso de las grandes guampas utilizadas para transportar agua o alguna bebida espirituosa; estos recipientes que se portaban colgados en la cabecera del recado o bien terciados a la espalda, recibían el nombre de “chifle” y solían ir acompañados de otro recipiente más pequeño, construido del mismo material, al que se denominaba “vaso de aspa o guampa”, en el litoral y cuenca del Plata, y “chambao” en el norte; al respecto, Lisandro Segovia, en su “Diccionario de Argentinismos” (1911) dice que el mismo “sirve de vaso y para algún otro uso”.Entre estos podemos apuntar que “...la aloja, fermento de algarroba se tomaba en guampas-vaso de asta de buey...” (El País de la Selva, Ricardo Rojas), o que en el viejo Paraguay era “El tereré, cebado en largas guampas...” (Carlos Zubizarreta, Estampas Paraguayas), y agrega Assunçao que en su Uruguay natal también se lo usó “para tomar té de yuyos con bombilla”.
Inclusive su uso estuvo asimilado en las tribus pampeanas, como lo describe Mansilla en su muy difundido “Una Excursión a los Indios Ranqueles”, cuando hablando de la pobreza de estos, refiere: “No tienen jarros, unos cuernos de buey los suplen. (...) Una caldera no falta jamás, porque hay que calentar agua para el mate.”.Sobre este particular, el muy informado Federico Oberti, en el Cap. XXII de su encomiable “Historia y Folklore del Mate”, titulado “Plateros y Mates Pampas”, dice: “En lo tocante al mate como recipiente para beber la infusión, nuestros indios cuando lograban en obsequio algunos tercios de yerba, disponían de ella en toscos recipientes de asta, y las bombillas nunca pasaban de piezas de latón estañado.”.Claramente se ve por lo hasta aquí expuesto, que el práctico utensillo de aspa estaba ampliamente difundido en nuestro suelo patrio, como en países vecinos, a los que podemos sumar Chile, donde el vaso o jarro confeccionado con un trozo de cuerno vacuno, al que se obtura con un taco de madera la sección de menor diámetro -que sirve así de base-, se conoce con el nombre de “guámparo”, y si bien no se lo usaba de mate, demuestra el uso de la guampa para la construcción de algún rústico utensillo de la vajilla criolla.
Si bien como afirma D. Granada en su libro “Antiguas y Nuevas Supersticiones del Río de la Plata”, “el vaso de asta” fue muy usado en la época colonial, las referencias tradicionales nos lo trae muy ligado a la vida de los troperos y reseros -¡oficio gaucho entre los gauchos!-, a punto de darle su nombre a determinado tipo de este utensillo, y así nos llega como “vaso de tropero y/o resero” (según la zona), con el uso indistinto de jarro para tomar agua o mate para entonarse con unos amargos.
A este “mate de guampa” también se lo llamó “medio chifle” en el litoral mesopotámico y en la región bonaerense.
Pero volviendo a las referencias citadas en el párrafo anterior, el mercedino Enrique Rapela describe: “Los reseros, pobres de solemnidad casi siempre, llevaban su mate, hecho de “guampa” con cintura y boca de metal sujeto al cinto”; Francisco Scutellá, el estudioso de las cuestiones materas, dice algo parecido, como que “el mate del arriero pobre (...) por lo general estos son de asta” y agrega una variante en la forma de portarlo: “y mediante una cadenita o tiento el paisano lo llevaba pendiendo del fiador”.En una descripción sobre los quehaceres de “El Tropero”, hace mas de 50 años contaba Fernán Silva Valdés: “Sabemos que el gaucho llevaba su cama en el propio apero, pero el tropero tenía que llevar algo más aún; y entre ese algo más se destacaba la calderita o pava para el agua del mate, colgada en la cincha. En las maletas, además de alguna muda de ropa, el mate y un poco de yerba.
El mate a veces era un vaso de guampa, que llevaba colgado de un lado de la cabezada del lomillo o silla de montar, y entonces le servía a la vez para tomar agua de a caballo al vadear los arroyos”.
Fácil es sacar como conclusión, que lo resistente de su material lo hizo preferido entre hombres abocados a cumplir rudas tareas, donde no faltaban pechazos, paleteadas, furiosas atropelladas y hasta, por qué no...?, alguna rodada, de las que un mate de guampa tenía mayores posibilidades de salir indemne que una calabacita o una galleta.
Para no dejar dudas, vale evocar al investigador Assunçao cuando explicando sobre el jarrito de guampa o vaso, dice: “Un cuerno cortado cortón (12 a 15 cm. de largo) con el extremo más ancho cerrado con una tapa de madera (...) en nuestro medio se usó, principalmente, como mate...”El mismo autor, referenciando el escrito “Guampas, cuernos, aspas, astas. Todo Lo mismo”, de su coterráneo Roberto Bouton, transcribe: “La guampa en el campo se usa y se presta para innumerables usos (...) serruchada y con un fondo postizo de madera de ceibo o sauce mimbre (se la emplea), como vaso y hasta como mate.”En varios de los libros aludidos en este artículo, los autores acompañaron sus dichos con fotos o ilustraciones y así observamos los que dibujara el propio Rapela, o los dos vasos de tropero y un mate de guampa que Federico Reilly pintara para el libro de Assunçao; Tito Saubidet -autor al que no hemos mencionado- en la página 239 de su “Vocabulario y Refranero Criollo” muestra dos ejemplos de ‘mate de resero’, ambos de guampa, uno, con cadena para sujetar al cinto. Francisco Scutellá y Federico Oberti ilustraron con fotografías, y así se ven dos ‘mates de guampa’en el libro del primero, y por lo menos tres dentro de una vitrina en el del segundo, pertenecientes a sus propias colecciones.
El segundo de los autores antes nombrado, en la página 269 de su ya citado libro, Cap. XVI titulado “Cuadro Sipnótico del Mate”, menciona 23 tipos de materiales utilizados en la confección de mates, y allí aparece incluido el asta.
Dentro de esos materiales, hay varios llamados incurables, como por ejemplo: la plata, el vidrio, la loza, la cerámica. Pero no es el caso de la guampa, ya que debidamente descascarada por dentro y bien lavada, cargado el recipiente con yerba usada, la que se irá reemplazando a lo largo de varios días, ayudará a que su contextura quede impregnada con el sabor de la yerba, y así puede considerárselo “curado”.
De intención ha quedado para una cita final el entrerriano D. Amaro Villanueva, a propósito de que fue él quien publicó en 1938 el primer libro dedicado al mate.
De la recopilación de sus escritos sobre el tema que editara Félix Coluccio, extraemos algunos párrafos de la página titulada “Mate de Asta”, en el Capítulo “Los Mates”.
Dice Villanueva: “Este es un sustituto criollo y de origen evidentemente pampeano (...) el mate de asta es hermano del jarro de cuerno o guámparo y del chifle...
La invención fue original y proporcionó al pastor trashumante un recipiente durable, aunque no del todo apto para el fin a que se lo destinaba, pues aún cuando se lo usara para tomar mate dulce, la curvatura natural del asta dificulta la movilidad de la bombilla y, en el caso de cebar amargo, la forma tubular no favorece el ajuste de la cebadura.
Peores cosas y mucho más grave pasaba el gaucho, no obstante, para mostrarse delicado ante detalles de una creación que le permitía, al menos, satisfacer su indeclinable afición a yerbear”.
Nótense curiosas objeciones ‘técnicas’, pero ninguna referida a la condición de incurable, que alguna vez escuchamos con sorpresa.
De mi propia experiencia aporto lo visto y vivido cuando “muchachito chico”, como decía mi abuelo.
Mi padre, que era dado y habilidoso para las artesanías criollas, había confeccionado uno con un trozo de guampa más vale chico, mate que usamos habitualmente por mucho tiempo, hasta que un mal golpe lo fisuró. Por el colorido del aspa podría decir que era aquel un mate ‘overo’. En su reemplazo había preparado otro de mayor tamaño, de un solo color (‘lobuno’, se me antoja), al que le faltó cerrarle el fondo con un taco de madera, por eso allí quedó inconcluso..., aunque esa es otra historia, pero ahora hago una pausa porque me voy a tomar unos amargos en el mate’e guampa que me regaló mi ahijada.

Bibliografía PrincipalSilva Valdés, Fernán – Temas del Folklore. El Tropero – La Prensa, 16/03/1947
Mansilla, Lucio V. – Una Excursión a los Indios Ranqueles (11/1949)
Jijena Sánchez, Rafael - El Chifle y El Chambao (12/1955)
Terrera, Guillermo A. – El Caballo Criollo en la Tradición Argentina (5/1970)
Saubidet, Tito - Vocabulario y Refranero Criollo (9/1975)
Abad de Santillán, Diego - Diccionario de argentinismos (1976)
Rapela, Enrique – Conozcamos lo Nuestro (12/1977)
Oberti, Federico- Historia y Folklore del Mate (1/1979)
Assunçao, Fernando – Pilchas Criollas (8/1979)
Scutellá, Francisco – El Mate – Bebida Nacional (1989)
Urnissa, Tito – Al Tranquito por la Güeya (6/1989)
Villanueva, Amaro –El Mate: el arte de cebar y su lenguaje (1993)
Devincensi, Roberto M. – El estribo arequero (1999)


(Publicado en el Nº 71 de "El Tradicional")

miércoles, 14 de septiembre de 2011

A 100 años del nacimiento de FERNANDO OCHOA


Fernando César Ochoa (“Goyo Godoy”), nació en La Plata el 29/11/1905 y fue bautizado en la Iglesia San Ponciano, pese a lo cual gustaba decir “Yo nací en uno de los caminos de la Patria. Y vivo para cantarla...”, y al decir de un cronista: “en parte tenía razón: nació en La Plata, vivió en Zárate y en Gualeguaychú, después recaló en Buenos Aires, pero nunca durante mucho tiempo seguido. Necesitaba viajar y pudo hacerlo por casi toda América, Europa y Asia”.
Fueron sus padres, María Luisa Escandón y Ernesto Gerónimo Ochoa, estando domiciliados cuando su nacimiento, en calle 5 Nº 1524.
Luego de abandonar los estudios, trabajó en una estancia, donde aprendió todos los secretos de la vida y los oficios rurales.
En la época de oro del Teatro “El Nacional”, fue partiquino, integrando el elenco de Blanca Podestá, y luego actor del circo criollo.
Fue primer actor de la compañía de Eva Franco, con quien estrenó obras como “Joven, viuda y estanciera” y “Cruza”, del entrerriano Martínez Payva.
Puede afirmarse que hacia los 26 años, comenzó a transitar “su” tiempo, impulsado quizá, por el autor mencionado más arriba.
También interpretó de Alberto Vacarezza, obras como “Allá va el resero Luna” y “Lo que le pasó a Reynoso”.
El teatro y el cine (1948), supieron de su versión de “Juan Moreira”, siendo dirigido en la pantalla por Luis Moglia Barth.
También interpretó para el cine, títulos como “Noches de Buenos Aires, “Así es el tango” y “Cruza”; su apostura y éxito, hizo que en algunas publicidades se anunciase como “el Valentino argentino”.
Hacia 1960, encarnaba por el viejo Canal 7, en la versión original de Hugo Mac Dougall, el personaje del Padre Brochero, en la obra “El Cura Gaucho”.
La radio no fue ajena a su labor, y apuntaló su popularidad, sobre todo en el recitado y la interpretación de un personaje que varias generaciones recuerdan: “Don Bildigerno”, viejito embustero y de certera comicidad pueblerina, cerrando su ciclo cinematográfico precisamente con “Don Bildigerno en Pago Milagro”.
Frecuentó la amistad de poetas y hombres de teatro como Claudio Martínez Payva, Atilio Supparo y Yamandú Rodríguez, como así también, del concertista de guitarra Abel Fleury a quien conoció en 1933, brindándole su apoyo en el medio capitalino, gesto que éste retribuyó dedicándole su “Estilo Pampeano”.
El sábado 23 de marzo de 1974, mientras viajaba por la Ruta 8 hacia San Luis, para cumplir con un compromiso artístico, en horas de la madrugada y en jurisdicción de Capitán Sarmiento, volcó el auto que lo conducía, falleciendo en el accidente.
Su talento se vio expresado en las letras gauchas y populares, quedando su nombre escondido tras el seudónimo de “Goyo Godoy”, incursionando en la poesía con temas como “Volvamos a ser novios”, “La Gran Aldea” y “Te vas milonga” (este con música de A. Fleury); y en teatro, para el que escribió obras como “Cuatro Rumbos” que musicalizara Yupanqui.

Fuentes: Diccionario Teatral del Río de la Plata, de Livio Foppa
“Abel Fleury”, de Gaspar Astarita
La Nación, 24/03/1974

(Publicado en "Revista De Mis Pagos" Nº 22)

ALBERTO, EL OTRO GÜIRALDES


Continuamos con ésta, la temática del número anterior.
Como tantas veces pasa con la memoria de los argentinos, un aniversario vinculado a un puntal de la actividad terruñera ha vuelto a pasar desapercibido. Para ser puntual, en ningún medio se recordó que el pasado mes de febrero se cumplieron 40 años del fallecimiento del artista plástico que quizá debió cargar con un apellido de mucha prosapia, concretamente: Alberto Güiraldes.
Demás está decir que era primo de Ricardo. Sobre el particular viene a cuento transcribir una cita de éste último en carta particular de 1926 a un amigo: “Los Güiraldes que Usted ha conocido son dos primos como hermanos míos, linderos en afecto y en mis pagos”. Por supuesto que uno de los “dos” era Alberto.Mutua admiración existía entre ambos, al punto que siendo el promisorio pintor un joven de sólo 18 años (1915), le ilustró “Los Cuentos de Muerte y Sangre” y tres años más tarde haría lo propio con la novela corta “Un Idilio de Estación” o “Rosaura”.
Pero vayamos por el principio.
En el seno de una familia de antigua raigambre criolla, el 17 de febrero de 1897 nacía en Capital Federal, en el hogar formado por Florencia Maderos y Carlos María Güiraldes, el niño que estaría llamado a marcar un estilo en la plástica de raíz nativa: Alberto Güiraldes, a tal punto que el crítico Pagano escribió, “No significa poco haber hallado un lenguaje propio, en plena conformidad con el contenido de la obra”.Tras los estudios de rigor ingresó en la Escuela de Arquitectura, de la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, donde cursaría hasta 4º año.
En cuanto al dibujo (y la plástica en general), arte en que se inició muy joven, su formación era netamente autodidacta. Por eso dijo el entendido Burnet-Merlín: “Se hizo solo, observando, analizando, deduciendo. Pero por sobre todo, volcando con el trazo todo ese amor que sintió siempre por la llanura y su hijo dilecto: el caballo”.Si bien como ya se ha dicho, pintó desde muy joven, la “consagración pictórica -informa su íntimo amigo Justo P. Saenz (h)- recién se consumó en 1927 cuando (...) pudo ofrecer en París una exposición de motivos criollos”, en la Galería Charles Auguste Girard, que obtuvo auspiciosos juicios de la crítica escrita especializada.
Es que con su especial estilo Güiraldes traslada con veracidad al cartón o la tela, lo que en el ambiente observa. Pero leamos a Pagano: “¿Qué dibuja o pinta Güiraldes?. El paisaje de nuestro campo, su morador y el pingo que lo complementan. Son composiciones dinámicas: domas, jineteadas, corcovos, momentos en una vibración de gaucho y corcel; y son tropillas, juegos de taba, arreos, zambas, pechadas, tiros de lazo, la vida de nuestra pampa, en fin, en la múltiple y varia definición de sus usos y caracteres”.Sin duda que su gran obra fue ser el ilustrador de “Don Segundo Sombra”, tarea que tuvo el pleno apoyo de Ricardo, quien inclusive descartó de plano una propuesta del editor que pretendía hacer un concurso para seleccionar el artista que ilustre la obra; pero su autor -que alcanzó a conocer 17 acuarelas y dibujos-, se inclinó por su primo y dijo: “Alberto está haciendo muy buenas cosas. Sino él que tan bien conoce nuestros propios paisanos del pago, nadie sabe ni puede interpretar con justeza mis Cisneros o Valerios, etc.”
Y cuando en 1929, Adelina del Carril, viuda y custodia de la obra del escritor, decidió hacer una lujosa edición de dicha obra, aplicando para ello el importe íntegro del Premio Nacional de Literatura con que se distinguiera a la misma, encargó la edición al prestigioso “maestro editor” A. A. M. Stols, de Maestrich, Holanda, y es Alberto el ilustrador indicado.
Resultará ésta la llamada edición del libro grande o, al decir de Alberto G. Lecot: “la más notable edición”.Pero no fue ésta la única obra que se engalanara con su aporte, y así podemos citar la hoy curiosa y rara edición del “Martín Fierro” en inglés, según versión de Walter Owen; o la que del mismo libro realizará entre nosotros Editorial Peuser en 10/1958 con un estudio crítico de Angel Battistessa; como así también la muy reconocida de los “Romances del Río Seco” y “El Payador”, ambas de Lugones; o “Memorias de un portón de Estancia” de E. Wernike, por citar algunos títulos.
También ilustró artículos en La Prensa, La Nación y Caras y Caretas, en estos dos últimos medios, especialmente trabajos de Saenz (h), quien no olvidó retratarlo diciendo que “Su temperamento siempre fue alegre, jovial, franco y tranquilo”, para rematar afirmando, “Pocos hombres he conocido yo más profundamente buenos”.El ya citado artista y crítico Burnet-Merlín nos observa una particularidad de su estilo: “Güiraldes eludía enfrentar el caballo, es decir, captarlo de frente. El sostenía que toda la belleza del animal estaba en su perfil. Y sin vueltas ni temores emprendía la tarea de trasladarlo al papel”.A la exposición ya citada en París, podemos agregar las que efectuara en Amigos del Arte y Galería Müller, ambas de Capital Federal. Obras de su creación integran los patrimonios de museos tales como el Nacional de Bellas Artes, Colonial e Histórico de Luján, Eduardo Sívori, el Museo de Bellas Artes bonaerense, y el gauchesco de San Antonio de Areco, donde una sala lo evoca.
Apartándonos de los aspectos plásticos, digamos que era un hombre muy campero, amplio conocedor de oficios, tareas, usos y costumbres, y en la rueda del fogón, un aplicado cantor y guitarrero, decidor de estilos y milongas; tomando una cita que Saenz (h) deja como al pasar, debe haber sido aficionado a las rimas criollas ya que transcribe tres versos de un compuesto que le atribuye, y dicen: “Y pa’ todos los paisanos / que los considero hermanos / porque con ellos me crié”. Quizás algún lector más informado nos aclare sobre el particular.
Recién cumplidos los 64 años, falleció en Buenos Aires. Corría, como ya dijimos, 1961.
La Plata, 9 de marzo de 2001
Bibliografía:

- Revista “El Caballo”, nros. 106 (1952), 129 (1954) y 201 (1961)
- Gran Enciclopedia Argentina, de Diego Abad de Santillán
- El Gaucho – Reseña Fotográfica 1860/1930, de Paladino Jiménez (1971)
- Carpeta “Alberto Güiraldes, óleos y dibujos”, Editorial Ricardo Güiraldes (1976)
- Quién es Quién en la Argentina
- El arte de los Argentinos, de J. L. Pagano (1981)

(Publicado en Revista "De Mis Pagos" Nº 15)

miércoles, 17 de agosto de 2011

"EL MIRADOR" DE ESPINEL



A raíz del artículo “Ejerciendo la Memoria” aparecido en la edición Nº 85, el lector Carlos Oscar Preisz se dirigió a Correo de Lectores identificado con la nota por estar vinculado a la zona epicentro de mis evocaciones; aprovecho entonces, para que sume otros conocimientos, en recomendarle la lectura de “El Llamador y los Diz”, que vio la luz en el Nº 76 de El Tradicional. Pero lo curioso viene a cuento de que por sus dichos parece ser el actual poseedor del lugar en el que de alguna manera me crié y alimente mis gustos por la cultura gaucha: “Los Ombúes”.
Dice en el cierre de su misiva: “Por el medio de mi campo cruza un arroyo que viene de la zona de Arditi y cuyos antiguos dueños era la familia de apellido Espinel. Por esos pagos de la Magdalena vivió Don Juan Manuel de Rosas, encontrándose un caserón con mirador a las orillas del Arroyo Zapata.”
Y lo dicho me da pié para relatar esta historia, como que soy Espinel por parte de madre.
Primero digamos que según la historia, Rosas pasó allí su niñez y adolescencia, haciéndose práctico en la administración de estancias, en campos de sus mayores sitos desde Atalaya hasta la Cañada de Arregui, aunque se ignore el sitio en que se emplazaban las poblaciones de la estancia, que no es, por supuesto, ese “caserón con mirador”. Me consta que hasta los años ’70, su presencia era aún latente, al punto de haber escuchado decir que en esta casa paraba, en esta silla se sentó, este lugar lo usaba como posta, etc.

“EL MIRADOR”

Ahora ubiquemos al lector en la zona. Situémonos en la Ruta 11 (antes llamado “camino de la costa”, y más atrás “camino real”, como que se estima que fue el rumbo que tomó Garay, cuando después de refundar Buenos Aires se encaminó al sur llegando hasta la altura de la actual Mar del Plata). El km. 25, es -aproximadamente- la mitad de camino entre las ciudades de La Plata y Magdalena; a esta altura cruza el arroyo “Zapata” y también una calle vecinal que a la izquierda nos lleva al Río de la Plata, Paraje “Punta Blanca”, y a la derecha al Paraje “San Martín”.
Paralela a la banda sur de esta calle pero no lindera, se extendía la lonja de “El Mirador” de Espinel, con el extremo Este sobre las playas de “Punta Blanca”, y el extremo Oeste, la zona más alta, con el casco, hacia el Paraje “San Martín”; a su vez, el “camino real” cortaba en dos al predio.
Esta estanzuela fue habida por Don Miguel Espinel en varias compras de fracciones que llevó a cabo de la siguiente manera: en 03/1855 a los hermanos Ramírez; en 07/1860 y 12/1860 al gobierno de la provincia, y en 12/1860 y 04/1867 a Juan Rodríguez, con lo que totalizó 1004 has.
Este Miguel -hijo del “canario” Tomás Espinel (1798/1844) y Paula Vera-, el 26/02/1846 se había casado con Feliciana Dadín (hija de José Dadín y Francisca Villanueba), ambos vecinos de la Magdalena, de cuya unión nacieron once hijos, a saber: Eliseo (falleció al año), Miguel, Feliciano, Damián, Demetrio, Pablo, Julián, Tomás, Martina, Carmen y Ana.
La población principal respondía a un modelo de casco con azotea y mirador, clásico y muy difundido en las estancias del área pampeana, cuya importancia en cuanto a estructura aún puede apreciarse en las ruinas que muestran las fotos.
El casco y un lote como de media manzana, se encontraban encerrados por un zanjeado, y todo el conjunto se ubica en una vuelta del arroyo “Zapata” -en ese sector su cauce es encajonado-, un típico “rincón” de los que tantas veces se citan en las estancias de antaño.
Mis primeras visiones del lugar se remontan al primer lustro de los años 60, pero refería mi padre, que siendo muy gurí, y cuando se podía acceder a la azotea y existía la escalera caracol por la que se llegaba al mirador, me había llevado a lo más alto, desde donde, en días de buena visibilidad, alcanzaban a verse las torres de la Catedral platense.
Fallecido el matrimonio Espinel-Dadín, al producirse el acto sucesorio, por escritura testamentaria del 8/03/1890, el casco, con un pequeño potrero de 37 has. le correspondió en condominio a los hijos: Miguel, Feliciano, Pablo, Carmen y Ana.

LA ESCUELA – EL CAPATAZ
Ya desde diez años antes del acto sucesorio (aproximadamente 1880), el casco no estaba ocupado por miembros de la familia, y esto es un misterio irresuelto.
Por entonces ocupaba el mismo Don Carlos Gatti, maestro de origen italiano, que allí ejercía la docencia, izando la bandera nacional en un mástil improvisado en la azotea.
Al mudarse el maestro Gatti a un edificio construido para escuela, fuera de las tierras de “El Mirador”, el casco fue facilitado para su uso a Don Eustaquio Canale y su familia; este hombre tenía por oficio el de carrero.
Anecdóticamente, agregamos que en vida de Don Miguel, fue capataz del establecimiento Don Justo Cabezas (o Cabeza), casado con Maximinia Rodríguez, quien tenía una hija llamada Carmen Rodriguez, privada de la visión; era éste un hombre muy campero pero también muy mentado por sus “soberanos bolazos”, entre los que se atribuía aquella historia del pelo gateado: “En los bañados de la costa andaba un bagual bayo de imponente estampa, de clin y cola entera, con matetes de abrojos; un día se lo topó en un limpión del pajonal, y rápido como un rayo armó el trenzado y en un apronte del montado hizo el tiro, y cuando la armada caía justa sobre la cabeza, una agachada del entero hizo errar al lazo que se ciñó de firme en la porra, y al disparar el bayo le arrancó una lonja como de dos dedos de ancho del copete a la cola. Lo grande es que a partir de entonces todas las crías que dio tenían como seña esa raya oscura que dividía el lomo.”
LEYENDA
Los Espinel tenían bóveda en el Cementerio de Magdalena; muy niño la conocí acompañando a mis mayores, y ya entonces en esta primaba el estado de abandono y deterioro.
Entre 1965 y 1970 -no guardo precisión de la fecha-, un intendente municipal propuso a mi abuelo Desiderio (Tata), que si la familia se hacía cargo de restaurarla, el municipio la reconocería como monumento, pues era entonces una de las construcciones más antiguAs en pie; caso contrario se procedería a su demolición para hacer uso de la tierra.
Ante esa situación pedí a Tata que gestionara conservar la placa de mármol blanco que se encontraba al frente de la construcción; hechas las averiguaciones, la respuesta fue que pensaban conservarla como pieza de un museo que se estaba formando, y que entonces se ubicó en dependencias linderas a las oficinas del Telégrafo, allí mismo donde Doña Carmen Aránzolo enseñaba a tejer en telar. Ante ese fin superior preferí quedase allí como vivo testimonio de la historia regional. Dice la misma: “Aquí descansan los restos de Dn TOMAS ESPINEL (natural de las Islas Canarias) Fallecido el 3 de Agosto de 1844 a la edad de 46 años. Sus hijos le dedican este homenaje”. A fines de 1970 o principios de 1971, la Revista “Gente” hizo un relevamiento periodístico sobre la Ruta 11, que fue publicado en la edición Nº 289 del 4/02/1971 bajo el título “El Desconocido Camino de la Costa – Una ruta que llega a Mar del Plata”, sin firma de autor.
En el transcurso de la misma se pone en boca de mi abuelo Desiderio Espinel, inexactitudes y falacias, cuando el texto expresa: “Ese mirador era parte del casco de nuestra estancia; mi abuelo (Miguel), un canario que quiso mucho a estas tierras, hizo patria a su manera y cuando murió quiso que lo enterraran vestido de gaucho; después la familia se desmembró y yo quedé solo. Todo acabó: los ladrones de la noche entraron al panteón de mi abuelo y le robaron el apero y la plata. Ahora hay apenas telarañas...”.
Pero lo cierto del caso, es que la mañana que una periodista y un fotógrafo llegaron a “Los Ombúes”, Tata estaba terminando el tambo, y... paisano tioco, se negó a atenderlos y a dejarse fotografiar. La “vendedora” historia del robo de las prendas, ¡jamás! fue referida por mis mayores... ¡y eso que fui un “Juan preguntón” dende chiquito...!
Sí puedo certificar sobre la muerte de Don Tomás, ya que el acta del libro parroquial cuya copia está en mi archivo, expresa: “En 4 de Agº de 1844 yo el Cura Vº di sepultura al cadaver de Tomás Espinel natural de Canarias Viudo de Paula Vera edad cuarenta y cinco años confeso y le puse la Sta. Uncion selehicieron funerales cantados con Misa de cuerpo presente y también veinte Misas rezadas, Doy fe. José Ant.º Perez” (ortografía y redacción original).

REFLEXIÓN FINAL

Resulta llamativo que habiendo sido el Viejo Pago de la Magdalena cuna y escenario de extensísimas y pioneras estancias, se tenga presente en la memoria popular, esta mínima y casi anónima estanzuela situada en la región norte del actual partido. Es muy posible, que la existencia de un importante casco transformado en tapera, y sin uso por parte de sus propietarios desde antes de 1880, ayudara a tejer fantasías.
Valga entonces decir que aquel Miguel Espinel que lo constituyera fue mi tatarabuelo, de quien tengo el honor de conservar su “fino” calzoncillo cribado, y que en “Los Ombúes”, retazo de campo de aquella estanzuela, tuve la dicha de enamorarme del criollismo, y como afectuosamente solía decirme Don Juan Carlos Diz (“El Indio” Diz), de “jugar a los gauchos”.
La Plata, 23 de Septiembre de 2008

(Publicado en el N° 88 de Revista "El Tradicional")


(2/07/2012) A quienes se interesen por este artículo, los invito a visitar el blog "poeta gaucho", donde he cargado la versión poética de esta historia.

lunes, 15 de agosto de 2011

2007: ¡AÑO DURO PARA LAS LETRAS GAUCHAS!

Año difícil el 2007, especialmente duro para “las letras gauchas” que en un período de ocho meses ha visto apagarse la vida de media docena de escritores costumbristas de peso; cierto es que en la vida solo una cosa tenemos segura, y cierto que casi todos estos escritores andaban transitando la octava década, pero... parece mucho que “la vida” haya querido arrear con la existencia de ellos prácticamente en un abrir y cerrar de ojos, como se dice.
Fui muy amigo de uno de ellos, pero curiosamente tuve trato con todos, como que con todos intercambié material y a todos supe solicitarle información que me era de utilidad.

JULIO DOMÍNGUEZ (El Bardino) – Falleció en Santa Rosa, La Pampa, el 10/10/2007, a la edad de 75 años, como que había nacido en el oeste pampeano, en Algarrobo del Águila -Dpto. de Chical-có-, el 20/12/1933, en el hogar integrado por Anita Alcaraz y Canuto Domínguez.
El paisaje y la identificación con la vida campera en que se desenvolvía, lo llevaron a que a temprana edad (15 años) comenzara a borronear sus primeros versos, recordando siempre que en la Esc. 220 de su pago natal, “una fría tarde del mes de mayo... un joven que ejercía la docencia... puso por primera vez, ante mis ojos asombrados de niño... un papel escrito. Y me dijo; –Esto es un poema”. Fue el maestro Fernández quien le acercó un poema de Porfirio Zappa, y allí su vida cambió el sentido. El célebre poeta correntino le puso norte a su rumbo.
Es posible que haya sido el primer poeta que reflejó con autenticidad y simpleza, la vida rural del oeste pampeano, donde se enseñorean las bardas, esas de las que deriva la nominación con que se hizo conocido: “El Bardino”; Julio Domínguez “El Bardino”.
Supo con su canto encontrar el hilo conductor que lo vinculó a su pueblo, por eso sus poesías y su canto se afincaron con calidez “en casi todas las escuelas hogares donde los niños cantan sus temas conducidos por la maestra de música; en los coros de la tercera edad, coro Municipal, coros juveniles...”.
Publicó: “Canto al bardino” -folleto-; “La nieta de un rastreador” -plaqueta-; “Tríptico para el oeste” -folleto-; “Comarca – poemas” (1987); “Rastro bardino - canciones” (1989); “Milongas Bayas”; “A orillas de Santa Rosa”; “Tierra de mi voz”; “Canto bardino”; “Guitarra marca Tango” (2005); y “No tan cuentos”; y entre sus grabaciones citamos “el que se crea cantor”, cassete editado por el sello Fusión en 1997.
Entre sus importantes logros figuran el 2º Premio Provincial de Poesía, Municipalidad de Santa Rosa, 1977, y 2º Premio Nacional Poesía del Grupo IQUITO, Mendoza –1981, habiendo sido también fundador y presidente de la Peña Folklórica “Rincón Nativo”, de la cooperativa de trabajo artístico (COARTE), y de la Asociación Pampeana de Escritores (APE).
Cada vez que suene “Milonga baya” -entre otros temas- Julio Domínguez mostrará que está vivo.

CARLOS ADOLFO CASTELLO LURO (Cacho) – Nació en Puán el 12/08/1928, orgulloso de sus raíces de criollos de pura cepa, y allí formó su hogar junto a Nora Zanetti, convirtiéndose con el tiempo en padre y abuelo.
Argentino hasta el tuétano, reflejó su sentir e inquietudes a través de la poesía criolla, el ensayo y la investigación histórica. Hombre de formación autodidacta, era tan exigente para con los cultores del género como para con sí mismo.
Si bien su nombre recorrió camino de la mano de sus composiciones poéticas, fundamentalmente de ese “Pelajes Entreverao” que lo hermanara a D. Atahualpa Yupanqui, no llegó a publicar un compendio de sus poesías; sí publicó en el rubro novela, donde hacia 1996 dio a conocer “Los pocos y los muchos”, en la que -con conocimientos de primera mano- relata acabadamente las vicisitudes de la vida agraria de los años 40, aproximadamente.
Como nada de lo que tenga que ver con la cultura le era ajeno, ejerció el periodismo, habiendo publicado al despuntar los años 70, un periódico quincenal que denominó “La Voz de Puán”.
Supo en vida del reconocimiento, como que en 1969 recibió “La Flor de Cardo” de parte de la “Fiesta de las Llanuras” de Cnel. Dorrego; en 1986 estuvo ternado para el “Premio Payador” de LS 11 Radio Provincia de Bs. As., y en 1998 recibió la “Distinción Trayectoria” de la Asociación Argentina de Escritores Tradicionalistas.
Ocupó la función publica en su pueblo natal donde ejerció como Director de Cultura.
Afectado de neumonía se había trasladado para su tratamiento a la ciudad de Bahía Blanca, donde complicaciones de su salud devinieron en problemas cardiovasculares, falleciendo en la madrugada del 2 de julio a la edad de 79 años. Sus restos fueron trasladados y descansan en el Cementerio de su ciudad natal.

JOSÉ ADOLFO GAILLARDOU (El Indio Apachaca) – Con la desaparición de “Apachaca” se fue el último de los recitadores de una época de oro del espectáculo criollo, en la que supo compartir, como él mismo evocaba, con Fernando Ochoa, Juan Ramón Luna, Claudio Martínez Paiva, Boris Elkin, Salvador Riesse, Porfirio Zappa y Arsenio Cavilla Sinclair, entre otros.
En las letras fue poeta, novelista, ensayista, historiador, autor teatral, y en las tablas recitador, actor, director, y hombre de radio y también de televisión, habiéndose iniciado en el quehacer artístico en el año 1943.
Por 1949 dio a conocer su primer trabajo literario, “Médanos y Estrellas”, con el que recibió el 1º Premio Municipalidad de Bahía Blanca; auspicioso debut el de “Apachaca”. Y hacia fines de la década del 90 apareció la reedición de la novela “Pampa de furias”, que en su primera edición en 1955 obtuviera el 1º Premio Ministerio de Asuntos Sociales de La Pampa. En el medio se escalonan otros nueve títulos, varios de ellos con importantes distinciones, entre las que se destaca la Faja de Honor de SADE de 1986 a su obra “Serás la Patria – poemas del desierto”.
Marcaron época y estilo “La Toldería de Apachaca”, audición que desarrollara en Radio Belgrano, y el microprograma “Los Grandes Olvidados” sobre el origen de los nombres de las calles de la Capital, artistas, fundadores de pueblos, escritores, etc., que concretó de 1978 a 1984 por Canal 9, por el que recibiera el “Santa Clara de Asís”, “Premio Argentores” y “Premio Honor al Mérito” del Club Leones de Haedo y del Rotary Club de San Cristóbal.
De la mano de su arte y en su larga vida transhumante, recorrió el país, Bolivia, también el Uruguay donde en Montevideo residió varios años, lo mismo que España donde también estuvo radicado.
Había nacido el 20/03/1926 en De Bary, pequeño pueblo del Ptdo. de Pellegrini en cuya ciudad cabecera fue asentado, pero a los pocos meses sus padres se trasladaron a la localidad de Conhelo, La Pampa, donde sus abuelos maternos tenían chacra, y donde pasó su niñez.
Tenía 87 años cuando el 2 de julio se cortó su respiración en la casa de Hurlingham en donde hace tiempo se había radicado. Apachaca, “El Indio Sin Tierra”, remontó vuelo a las estrellas, donde será propietario de una parcela en “el olimpo” de los escritores nativos.

RAFAEL DARIO CAPDEVILA –Al despuntar agosto de 1926, nació en Tapalqué donde transcurrió toda su vida, y desde donde edificó, línea a línea, hoja a hoja, una valiosísima obra en la que sobresale su labor de investigador.
Quizás heredó de su padre, D. Ramón R. Capdevila, su pasión por descifrar el pasado, ya que éste escribió la historia de Tapalqué, y como él (hacedor y director del semanario “El Deber”) ejerció el periodismo. Por eso en la década del 60 lo encontramos colaborando con interesantes notas históricas en los capitalinos “La Prensa” y “La Nación”. También colaboró asiduamente con “El Popular” de Olavarría, “El Tiempo” de Azul, “El Norte” de San Nicolás, Rev. “Claves en Diagonal” de La Plata, y por supuesto con “La Palabra” de Tapalqué.
Su obra publicada en libros y folletos comprende numerosos títulos, habiendo llegado a la edición maduro ya, al sobrepasar los 40 años de edad. Su primer libro -hoy pieza de suma rareza- fue “El Nombre, El Pago y La Frontera de Martín Fierro” (1967); a éste le siguieron “Noticias biográficas del Tnte. Cnel. D. Agustín Noguera” (1969), “Los tordillos 'itatianos' de 'Mascarilla' López” (1970), “El sacrificio de Serapio Rosas” (1971), “Gauchos célebres: José Luis Molina – Juan Moreira” (1972), “Pedro Rosas y Belgrano – el hijo del General” (1973), “El hombre de los tres apelativos” (1974), “Tapalqué en la Revolución de 1874” (1974), “El carretero de la libertad” (1974), “El presunto cacique Tapalqué” (1974), “Tapalqué Nuevo y los orígenes de Olavarría” (1976), “Cuentos del caminante” (1985), “Las cruces del general” -novela- (1991), “Regreso al Paraíso” -recuerdos- (1993) y “El Habla Paisana”-investigación lingüística- (2004).
No encaró con su literatura temas sencillos ni remanidos; investigaciones medulosas debió realizar para concretar algunos de sus libros. Por ejemplo, ubicó en espacio físico y tiempo el desarrollo del Martín Fierro; abordó la vida de personajes nombrados como leyenda, para repatriarlos al mundo real con sus virtudes y defectos, como ha sido el caso de Moreira y el controvertido Gaucho Molina. La vida del hijo de Belgrano casi era un tabú histórico hasta que decidió echar luz sobre ese asunto; y su última obra, es un manual lingüístico que le demandó, fácil, 40 años de apuntar voces y asignarles significados y fundamento.
No hace mucho había decidido desprenderse de la imprenta que en 1917 fundara su padre, y desde la que salieran casi todos sus libros con un sello que lo identifica <“Ediciones Patria” impresas en talleres “El Deber”>. Apuntaba a volcar esos ingresos en la concreción de obras que ya tenía prácticamente concebidas, como sus “Memorias”.
Casado con Delia Sacco, se prolongó en dos hijos: Ruth (también escritora) y Sergio.
Sorpresivamente y próximo a cumplir 81 años falleció en su pueblo querido, el sábado 28/07/2007.

VÍCTOR ABEL GIMÉNEZ (Vasco) – A los 85 años, y tras arrastrar en los últimos tiempos problemas de salud que lo habían marginado de toda actividad social, falleció el 30 de septiembre en Mar del Plata, su ciudad adoptiva donde se había radicado a los 21 años
Nacido en Cnel. Vidal, en el matrimonio conformado por Victorina M. Rípodas y Luis S. Giménez, vino a la vida el 09/01/1922, y tuvo en su tío Alejo Rípodas -hermano de su madre- el maestro que lo encaminó en el gusto por las expresiones del acervo telúrico.
Si bien fue uno de los poetas más prolíficos y difundidos de la segunda mitad del Siglo 20, como que más de 100 composiciones suyas recibieron registros fonográficos y hay en SADAIC unos 250 temas registrados, no había llegado a editar libro alguno, hasta que en 09/06, a impulsos de Nydia Vázquez, su esposa, apareció “Yuyos”, compendio de 49 poemas inéditos que el autor había escrito y ordenado en tiempos en que, desvinculado de compromisos laborales y de toda actividad radial y festivalera, se estableció en su finca “La Lomita”, en su añorado “Arbolito”, denominación primigenia de su pueblo natal.
Tras su fallecimiento, ya como póstuma, aparece su segunda obra, “Mirando Lejos”, páginas éstas que contienen varias de las composiciones que calaron hondo en el gusto popular, como “El Mulato Guevara”, “Del tiempo de la maroma”, “El Pampa Rosendo”, “Mi amigo... Froilán Maidana”, “Un peón... Segundo Molina”, “Cosas que pasan”, etc.
Fue libretistas de las audiciones “Las Alegres Fiestas Gauchas” y “Surcos Estelares” del recordado Miguel Franco, con quien trabajó para llevar adelante los festivales de jineteadas más convocantes de la décadas del 60/70.
En Mar del Plata y durante 20 años ininterrumpidos, condujo su audición “Buenos Días, Señor Día”, un clásico en su zona. Otros espacios fueron “Folklore junto al mar”, “Folklore de cuatro rumbos” y “Motivos musicales argentinos”.
En televisión creó y puso en el aire “Mangrullo 10” (Canal 10), “Rastrillando” (Canal 8) y “Encuentro Criollo” por el porteño Canal 11.
Sus orígenes de recitador (en su mocedad se presentaba como “El Chasqui”), se vieron reverdecidos y estimulados cuando a mediados de los 90 grabó, con temas de su autoría “Muy buenas y con licencia”.
En sencilla e íntima ceremonia sus restos recibieron sepultura en el cementerio de su pueblo natal.

ROBERTO COPPARI – Lo traté por espacio de casi 40 años, aproximadamente desde 1968, llegando a retribuirme con un trato amistoso y familiar.
Había nacido en Oncativo, Córdoba, el 1º/05/1924, hijo de Cesira Negozi y Juan Coppari -ambos italianos-; al año su madre se radica en Casilda, Santa Fe, llevándolo con ella, pero cinco años después al fallecer ésta, y tras algunas idas y venidas, se suma a la familia de la hermana mayor -Josefa- tamberos de la Estancia “El Mirador”.
Allí, aportará su trabajo niño como “apoyador” y también “boyero”; y aunque impedido de ir a la escuela por trabajo y distancia, de la mano de los suyos aprenderá los rudimentos de las letras y los números.
“Muchachito chico”, boyereando en el campo hilvanará la primera cuarteta, como aquella que a falta de papel y lápiz escribió con un trozo de alambre sobre la tabla de una tranquera.
A los 18 años, tras una visita a familiares residentes en La Plata, decide radicarse en la capital provinciana, donde se conchabará como panadero, oficio al que dedicará su vida hasta la jubilación.
Decimista impecable, reafirmará en sus versos el amor a la Patria, la admiración por el gaucho y el respeto por el aborigen, tríptico éste, que será una constante en su obra, obra que arranca en 1950 con su “Humilde gurí primero / de mi vida de paisano...” que tituló “Rescoldo de tradición”, al que le siguen: “Sueños Cimarrones – versos gauchescos” (1972); “Por la Patria y por lo Nuestro – versos gauchescos” (1972); “Patria Adentro – versos gauchescos” (1982); “Con los pies sobre mi tierra – versos gauchescos” (1985); “¡Siempre mi Patria! – versos gauchescos” (1997); “El Pasquín de un Patriotero – cartas y notas” (1997); “Sin mudar los sentimientos” (prosa, 2000); “Juan Sin Tiempo – relato en versos sobre hitos históricos” (2001); “Sin aflojar todavía – versos gauchescos” (2003); “¡Güena Suerte! Patria Mía – versos gauchescos” (2005), y “Juan Sin Tiempo – 2º parte” (2007).
Hacedor de instituciones, participó en 1948 de la fundación de la “Agrupación Nativista El Alero” y de la Escuela de Danzas Tradicionales “José Hernández”; más adelante, fines de los ’70, fundará la “Agrupación Tradicionalista El Tala” de Villa Elisa, y coronará su labor en este rubro con la creación, en 1984, de la Asociación Argentina de Escritores Tradicionalistas, su sueño máximo, institución a la que presidió en varios períodos, y para la que construyó el local que es su sede.
Participó también en 1985 de la creación de “Pa’l Gauchaje” Revista Mensual de Temática Costumbrista, y en 1997 pergeñó el boletín Informativo de la AAET, aún vigente.
Hombre dado a la vida familiar y de franca bonhomía, ¡jamás! pensó he hizo tradicionalismo en beneficio propio. Un objetivo superior de cultura nacional guiaba sus actos.
En la tarde del domingo 26 de agosto falleció en la Clínica Mosconi, de Berisso, donde estaba internado. Tenía 83 años. Sus cenizas se custodian en la AAET.
La Plata, 24 de Noviembre de 2007



(Publicado en el Nº 84 de Revista "El Tradicional")

DON MARIO ANIBAL LÓPEZ OSORNIO ¡Ta Que Hombre Gaucho el Dientero!




“Mi mejor amigo, un libro”, según los testimonios, era una frase frecuentemente pronunciada por un hombre que legó a la argentinidad, una amplia e importantísima obra literaria, que abarca diversos aspectos, por uno de los cuales se la puede considerar, si bien no única, sí pionera.
Su nombre: Mario Aníbal del Carmen López Osornio, quien si bien con acierto es considerado un hijo de Chascomús, había nacido en Buenos Aires, en el hogar de Dalmira Bordeu y Silverio López de Osornio, un 6 de septiembre de 1898, entroncando por línea paterna con el célebre Don Clemente López Osornio, aquel que en tiempos lejanos se aventuró a poblar en tierras por las que aún señoraban los naturales del suelo, en cuyas lides murió; y por rama materna su ascendencia lo vincula a Don Vicente Casco, criollo de origen paraguayo, y nombre muy íntimamente vinculado a Chascomús desde las primeras décadas del Siglo 19, también como poblador de estancias.
Huérfano de padre antes de los dos años, su madre, junto a sus nueve hijos se radicó en la casa paterna de Chascomús, el inmenso solar frente a la Plaza Independencia que es actualmente sede del Instituto Historiográfico.
Cursados los estudios primarios en su ciudad, realizó los secundarios en Dolores y Buenos Aires, donde posteriormente obtuvo la graduación en odontología, y ya con el título bajo el brazo retornó al pago de sus mayores, sitio donde elaboró una amplia obra repartida en diecinueve títulos publicados, heterogénea en los aspectos literarios (cuento, novela –histórica y de ficción-, teatro, investigación, recopilación, ensayo...), pero homogénea al comprobarse que desde cada uno de sus trabajos apuntó al rescate de la cultura popular, esa que suele dar la identidad de un pueblo pero pasa desapercibida para los cenáculos.
Sus tres primeras obras lo convierten en un caso casi único y pionero, como que de su observación nacen “Trenzas Gauchas” (1934), “El Cuarto de las Sogas” (1935) y “Al Tranco” (1938), tres libros que encierran los mil y un secretos de los trabajos en cuero -tema nunca desarrollado hasta entonces-, como ser: trenzas, botones, nudos, revestidos, sortijas, pasadores, costuras, remates, ingeriduras y ataduras; explicando con la palabra escrita y una adecuada representación gráfica, todas o casi todas las variantes, ya que el oficio de soguero es trabajo de creación, y entonces de esas privilegiadas manos artesanas continúan naciendo variantes y nuevos trabajos. Sin lugar a dudas, la tarea emprendida por el autor es de un valor incalculable, y si bien puede reconocerse algún esbozo anterior, es íntegramente suyo el mérito de haber difundido los secretos de los trabajos en cuero en forma amplia, ya que siempre la enseñanza había estado limitada a la transmisión ‘maestro-aprendiz’. A tal punto la importancia de estos libros, que en la actualidad son muchos los buenos sogueros que han consultado o consultan esas sabias páginas.
El éxito de estas obras hizo que reunidas en un solo volumen, se reeditaran en 1943 bajo el genérico título de “Trenzas Gauchas”, libro que ha superado las seis ediciones.
Su debut como autor es acompañado por el éxito, como que sus libros sobre trenzas y otros trabajos en sogas recibieron el “Premio Regional de la Comisión de Cultura” en 1936 y 1939, y no sería éste su único lauro literario, como que repite el mismo en el año 1940, esta vez con “Monografía sobre el lazo”, libro publicado el año anterior.
En el terreno del cuento dos son las obras publicadas: “Albardones” (1937) de muy buena acogida, y “Cuentos de Ayer” (1949); en el campo de la investigación, a más de la monografía ya mencionada, escribió “Las Boleadoras” (1941), “Esgrima Criolla” (1942) y “Viviendas en la Pampa” (1944), obras en las que intenta desentrañar los secretos de los temas tratados. En la novelística si bien son cuatro los trabajos editados, podemos hacer dos subgrupos: la novela costumbrista, con “Punta de Rieles” (1946) y “Amansados” (1951 - póstumo), y la biografía novelada, con “Un Poblador de Monsalvo” (1939), en la que trata la vida de Don
Vicente Casco, y “Don Clemente López (El Abuelo de Rosas)” (1950), sobre Don Clemente López de Osornio.
Encara el aspecto arqueológico con “Paraderos Querandíes” (1942) y el histórico con “Fundación del Pueblo de General Lamadrid” (folleto -1942); en dramas, “Mamaitá” (1941) y “Teatro de Títeres” (1942).
Y hemos dejado para el final la tarea de recopilación que refleja en “Oro Nativo” (1944) y “Habla Gauchesca” (1945).
El primero está dividido en tres partes: diversiones, poesía popular y antología del payador; y el segundo es en realidad una conferencia que pronunciara en oportunidad de ser invitado a disertar por la Asociación del Profesorado con el auspicio de la Asociación Argentina de Estudios Lingüísticos; sin dudas es un estudio de filología (ciencia del lenguaje), sobre la forma de expresión de nuestro hombre de campo, obra fundamental para aquellos que pretenden escribir reflejando el modo gaucho.
López Osornio, más allá de desempeñarse en los quehaceres de su profesión, ocupó también cargos públicos, como que en 1929 fue designado Juez de Paz; por dos veces integra el Consejo Escolar de Chascomús -la primera de ellas en 1928- e incluso lo preside; fue Cónsul de Primera Clase en el Ministerio de Relaciones Exteriores, época ésta en la que reúne información sobre las Islas Malvinas, con cuyo material proyectaba un libro que no llegó a publicar.
Colaboró con la Comisión Pro Centenario de la Revolución de los Libres del Sur y con la fundación del Museo Pampeano del que fue su primer secretario, como también fue director de la Biblioteca Popular “Sarmiento” desde 1937 hasta su fallecimiento.
Fue socio y/o colaborador de la Asociación Argentina de Estudios Históricos, del Dpto. de Folklore del Inst. de Cooperación Universitaria de Buenos Aires, del Inst. de Historia, Lingüística y Folklore de la Universidad de Tucumán, de la Asociación Folklórica Argentina... y esto no es todo.
Casado con Delia Pereyra, conformó un hogar con tres hijos: Mario Sila, César Silverio y Sergio Aníbal.
Recién sumaba 52 años cuando el 12 de septiembre de 1950, el corazón se le empacó sin darle explicaciones... justo a él, que tantas cosas recopiló tratando de explicarlas para que no las trague el olvido, y aún hoy, dos libros al menos permanecen inéditos: “De Tierra Pampa”, segunda parte de “Oro Nativo” y el ya citado sobre las Malvinas.
Con los pies firmes sobre el pago chico, y hurgando en la memoria del término, vivió sembrando aportes para mejorar el cimiento del pago grande que es la Patria.
A 110 años de su natalicio y 58 de su muerte valga la evocación.
¡Gracias, muchas gracias Don Mario López Osornio!
La Plata, 20 de Julio de 2008



(Publicado en Revista de Mis Pagos Nº 35)

jueves, 11 de agosto de 2011

OSIRIS RODRÍGUEZ CASTILLOS: Emblema Oriental

Una década atrás -exactamente el 10 de octubre de 1996- se apagaba en Montevideo (R.O.U.) la luz creadora de uno de los poetas emblemáticos de la segunda mitad del Siglo 20: Osiris Rodríguez Castillos. Tenía 71 años como que había nacido en la Capital uruguaya el 21 de julio de 1925 (“en una noche de tormenta a eso de las 3 y pico de la madrugada, según mi madre me contó”), criándose -a partir de los 2 ó 3 años- en Sarandi del Yí (agua chica, en guaraní), “pueblo ganadero del departamento de Durazno”... “justo en el centro de la Banda Oriental, un poco al sur del Río Negro”. Su madre, María Belén Castillos, era nativa de Paysandú (“los Castillos Muños son criollos viejos. El primer Muñoz vino con Pedro de Mendoza. Primitivamente se escribía con ‘h’ y ‘l’, Castilhos. Lo castellanizó mi abuelo Loreto que se casó con Dámasa Muñoz”), y su padre, Genuino Rodríguez Castro (“hombre muy campero, muy criollo” y de fina cultura) de Tacuarembó; ambos departamentos con mucha tradición gauchesca que el artista heredó en su sangre.
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Recuerdo que hacia mitad de los años 60, Carlitos Galván era el encargado en los escenarios de mi pago, de emocionarnos con las desventuras del “Malevo”. Muy lindo lo decía.
Aficionado yo también a los versos, ansiaba esa letra, pero... como el mismo poeta le contó a Rodolfo Ghezzi, quien a su vez lo recordó en páginas que escribiera para el Nº 7 de “De Mis Pagos”: “Nunca logré editar en Buenos Aires. La gente se iba a Montevideo a buscar mis libros y discos”.
Adolescente de apenas 16 años, con renovados ímpetus por lo folclórico y tradicional después de haber participado como decidor en el 8º Festival de Cosquín, pasaba unos días en Mar del Plata, cuando cual no sería mi sorpresa y alegría al descubrir en la batea de una disquería, un larga duración titulado “Osiris Rodríguez Castillos – Poemas y Canciones Orientales”, editado por el sello Antar en 1962.
De allí, con paciencia y cuidado, copié el romance que tanto buscaba, como también las letras de “Serenata” y “Talita del Pedregal”.
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Vida singular la de Osiris, no solo en lo artístico sino en su dimensión humana, esa que por su nombre lo eleva a “juez de las almas”, o a aquella otra función más terrena, como la de ser “el que enseña la agricultura a los hombres”. Se crió y educó en un hogar de gente de campo, en una casa pueblerina y modesta, de antigua construcción -ex comisaría-, porque ellos, los Rodríguez Castillos eran gente humilde, y a pesar de haber sido sus mayores “fuertes estancieros de Paysandú, Tacuarembó y Río Grande do Sul”, de todo aquello solo conoció las mentas y una marca de herrar hacienda “como símbolo de años de opulencia”. Hizo los estudios primarios en la escuela de las chacras de su Sarandí del Yí, escuela que, ¡vaya coincidencia!, se llamaba “Elías Regules”; de aquellos años de estudios iniciales datan sus primeros escarceos con los versos, y si uno piensa que es su primera composición -como le refirió a R. Ghezzi- “Canción para mi río”, es toda una premonición de lo que vendría, que hay que ser muy poeta, siendo un niño, para decir: “El río, rumbo que canta, / fue mi maestro primero; / junto a su espejo viajero / creció indígena mi planta...” Inicia estudios secundarios en Florida y los continúa en Montevideo, hasta que en 4º año puede más “el hombre de tierra adentro” que en si era, y abandonando todo gana la frontera norte de su país, último refugio del gauchaje. Vivirá allí “dos años casi enteramente de a caballo, sin dormir nunca en una cama”. ¿Su oficio...?: contrabandista de caballos. Singular coincidencia con el otro gran poeta oriental, Wenceslao Varela, que durante diez años anduvo en lo mismo, pero en la frontera argentino-uruguaya.
Su particular visión de la vida queda reflejada en este testimonio: “Trabajé en la ciudad y en el campo. He vagado por toda mi tierra y por la Argentina y por Río Grande do Sul. No sé cuántas veces crucé con mi caballo sobre la frontera norte... ni cuántas veces crucé en canoa el Delta del Paraná... Mi principal oficio ha sido presenciar la vida... Me gusta el mundo; es algo que se está haciendo todos los días; anduve muchos años curioseando cómo lo hacen... y ahora estoy preparado para ayudarlo a hacer”. ----------0o0---------

Al despuntar los ’70 teníamos con mi padre para ensillar -entre otros pingos-, un lindo animalito, al que bastante criollo lo delataba su estampa. Era overo, anca rosilla, pero me gustaba verlo “overo rosao” como el de “Los dos fletes” que escribiera Osiris, y del que dice: “Es el overo rosao. / Es la aurora de mi empeño. / Sol recién nacido en sangre / sobre el albor de los cielos, / si no lo ensillo al clarear / se me hace que no amanezco.”
¡Qué conjunción de vida hace el poeta con esos dos caballos! “Overo azulejo” el otro: “sobretarde de mis años / con nubarrones de invierno”, dice. Y hay que ser muy poeta para escribir así.
¡Cuánto que influyó Osiris para que al “Llamador” lo vea cada vez más “overo rosao”!
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Fue de todo un poco Rodríguez Castillos: músico (piano y guitarra), poeta, cantor, ensayista, luthier, artesano, cuentista, soguero, decidor, y en los últimos años de su vida, investigador en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional.
Pero también fue aventurero y andador, recorrió Argentina, sur del Brasil, Estados Unidos, España... “curioseando como hacen el mundo”.
“Quería ser un poeta popular, no de Biblioteca...”
, y por cierto que lo logró, sin que esto, ‘lo popular’, haga mella en su calidad. Vale recordar lo que afirmara Emilio C. Tacconi en 1955, en la primera edición de su “Grillo Nochero” (llegó a nueve ediciones): “Alta poesía. Fragante, carnosa y jugosa. Con olor, color y sabor a campo”. Y califica luego al autor “de noble enjundia lírica; recio, viril, entero (...) elástico, fluido, vehemente y apasionado, fervoroso y cálido. Y emotivo, y tierno y humano”. Luego razona el prologuista que aquella guitarra primitiva que pasó de rapsoda en rapsoda, de prestigio en prestigio “habría de llegar a las manos gauchísimas de Yamandú Rodríguez... (conteniendo) un nidal de luceros empollando voces de calandrias. El viejo león la entrega así, encintada y gloriosa, al cachorro que ya enseña su afilada garra”. ---------0o0---------

Mucho y todo interesante podría escribirse, pero excede el espacio de una nota. Y aquel que todo lo tuvo en condiciones artísticas, ni casa tuvo en su tierra, viviendo sus últimos días en una pensión montevideana. No digo que olvidado, pero sí sin ocupar el sitial que merecía, murió pobre, en la misma ciudad que lo viera nacer.
Una última reflexión: somos muchos los que desde un escenario, un fogón o una grabación lo hemos ‘matado’ al “Malevo”, pero algunos lo han ‘matado mal, feo’. Hay que escucharlo al poeta y comprender la intensidad de su dolor para decirlo como se debe.

¡Qué poeta ese Rodríguez Castillos! Si señor, ¡qué pedazo de poeta!

La Plata, 28 de octubre de 2006
(Nota publica en Revista De Mis Pagos - Nº 27)

jueves, 19 de mayo de 2011

LITERARIAS VIVENCIAS VASCAS

I

Siempre ha sido la literatura el fluido canal que me ha permitido vivenciar los más variados hechos, desde aquellos versos que me leía mi padre en los hoy lejanos años en que aún no había concurrido a la escuela, pasando por las historietas en que he podido vibrar al conjuro de batallas, expediciones y montoneras, y también los textos de geografía con los que he podido soñar con navegar majestuosos ríos, cruzar intrincadas selvas y ascender inconmensurables montañas.
La literatura -en sus distintas expresiones-, todo el tiempo la literatura presente en la cotidianidad de mi vida.
Y así el conocimiento de personajes vascos, y el contacto con autores de libros y artículos, de esa misma ascendencia.
Abocado -puede decirse: desde niño-, a la literatura terruñera (esa, que nos vincula con “nuestras cosas”), supe por los textos de la bonhomía de los inmigrantes de ese origen, que después verifiqué en el andar diario.
Siempre me asombraron (y más aún en la infancia), los viajes aquellos del descubrimiento de América, como los inmediatamente posteriores; similar admiración me produjo la primera fundación de aquella Santa María del Buen Ayre, hoy Ciudad Autónoma de Buenos Aires, llevada a cabo por aquel desafortunado "andaluz" que fue el Primer Adelantado Don Pedro de Mendoza. Pero mayor atracción ejerció sobre mí la acción decisiva y definitiva del vizcaíno Juan de Garay, quizás influido por la circunstancia que fue él, el primer “blanco” que holló y sentó con sus bautismos topográficos, la génesis del que orgullosamente reconozco como mi Pago: La Magdalena.
Así fue que hace casi 30 años, el pergeñar el libro que titulé “Dos Evocaciones a un Pago: La Magdalena”, escribí de Garay cuando inició su expedición a las tierras del Sur:

“¡Ah Vasco, que decisión / la que tomaste aquel día!
Demuestra tu valentía / y también tu tozudez:
¡mirá que adentrarse, pues, / al sur de esta tierra mía!
……………..
Aquel Vasco… ¡Juan Garay! / te “descubrió ¡Madalena!”

Y ya que estamos, vale la pena recordar que “mi” Ciudad, La Plata, se encuentra asentada en tierras que formaron parte de aquellos primeros repartos de “suertes de estancias” que hiciera aquel conquistador.

II

En el largo camino del verso gaucho que llevo recorrido, unos cuantos han sido los poetas de ascendencia vasca que han nutrido mis lecturas. El más “antiguo” de ellos, Bernardo de Echevarría (1805? / 1866), quien fuera coronel en época de Rosas, y que nos dejó en 1851, al modo del oriental Hidalgo, su diálogo “El Paisano Justo Calandria, en conversación con Perico Benteveo,…”.
Cambiando de siglo, un notable hombre de la cultura y la opinión política, se inicia en la literatura con una larga composición en verso al estilo gauchesco, que tituló “El Paso de Los Libres”; su nombre: Arturo Jauretche (1915 / 1974). Corría entonces 1934 y Jorge Luis Borges se animó con el prólogo.
En ese Siglo 20 le cupo a Miguel D. Etchebarne (1915 / 1973), ser uno de los hombres destacados de la literatura nacional; miembro de la llamada “Generación del 40”, puede decirse que es el único académico que encaró la temática costumbrista desde adentro y con autoridad, con conocimiento pleno de la idiosincrasia rural; “Campo de Buenos Aires” (1948), es una acaba muestra de lo que digo.
Dio la tierra cordobesa un prolífico autor de temas nativistas llamado Julio Díaz Usandivaras (1888 / 1962); con su revista “Nativa” -que se editó por espacio de aproximadamente 40 años- marcó un camino, que alfombró con los muchos poemas de libros como “La flor de mi campo” (1926), “Garúa” (1931), “Talar” (1935), entre otros; fue considerado por los años cuarenta como uno de los mejores decimistas del país.
“Romance de Lucero Albornoz” es una obra en verso que vio la luz por Editorial Kraft en 1954, fruto autoral del Ing. Roberto Gorostiaga (1893 / 1966); libro sabroso y de bien rimadas estrofas que invita a su lectura.
Dentro del universo de escritores con ascendencia vasca, Don Luis Domingo Berho es una “estrella” importante. Nacido en San Manuel, Lobería, en 1925, falleció en San Justo en septiembre de 1992. Hombre conocido, renombrado y respetado, para el ambiente rural fue “el poeta de la chacra” o “el poeta chacarero”. Publicó bastante en su vida, aunque no todo lo que hubiese deseado. Su primer libro, “Cortando Campo”, data de 1954, y su última obra, “De mi galpón”, apareció póstumamente en 1999; a ésta me une la grata particularidad -al menos para mi-, de que el prólogo me pertenece, en cumplimiento de un ofrecimiento que el autor había realizado en sus últimos días.
En una composición titulada “Cosas del Tambo”, y habiendo sido ésta una actividad en la se destacó la comunidad vasca, dice el poeta:

“Un apellido importao / que puede ser Errecalde
y entre la espuma de un balde / dos chorros que se han clavao. (…)”

Don Luis fue un personaje que transitó su senda por la vida, de forma inimitable, dejando como testimonio de su existencia solamente las rimas de sus versos.
En la última década de la pasada centuria me vinculé a las creaciones poéticas del “Basko” Alvaro Istueta Landajo (1938). Gran poeta (a pesar de su estatura), es éste hombre hecho a la vida rural por campos de General Belgrano, un genuino narrador de los cotidianos sucesos de un ámbito que hace a la “Patria Vieja”. Sus libros “Pa’l que guste” (1988) y “Porfiando” (1998), son reflejos de sus vivencias, y no charlas de cocina.

III

En el terreno de la prosa, la obra de Pedro Inchauspe (1896 / 1957), resulta ser un reservorio de útil consulta cada vez que surgen dudas; su amplia y nutritiva producción encierra títulos como “Voces y Costumbres del Campo Argentino” (1942), “Diccionario del Martín Fierro” (1955), “La Tradición y el Gaucho” (1956), “Reivindicación del Gaucho” (1968), entre otros muchos.
También se destaca por mérito propio “De Mi Pago y De Mi Tiempo” (1944), única obra que publicara Don Ambrosio Juan Althaparro (1875 / 1955), aunque no desconocemos la existencia de “Señuelo”, revista de la que fuera editor y director y que hoy se ha transformado en material de colección. Don Ambrosio es un precioso relator de aquellos usos de los que fue auténtico testigo, en los finales del Siglo 19 y las primeras cuatro décadas del 20.
Casualmente, en el libro “Los Vascos en la Argentina” que publicara la Fundación Vasco Argentina “Juan de Garay” en el año 2000, en un artículo titulado “Tres Vascos Olvidado de Máxima Importancia en Nuestro Folklore”, el recordado historiador de City Bell, Don Carlos Antonio Moncaut, se encarga de trazar semblanzas sobre Althaparro, Berho y Lángara, autor éste último que no cito en mis “vivencias” porque no lo he leído.

Epílogo
Ante las experiencias de vida que otros podrán exponer, sobre todo aquellos descendientes directos de vascos o los que pudieron visitar el País Vasco, éstas mis “literarias vivencias”, no dejan de ser una anécdota menor, pero cierta; la misma que -de alguna manera- me permite sentirme cerca de un pueblo y una comunidad que admiro y aprecio.
La heterogénea “cofradía” de escritores con sangre vasca que antecede, conviven fraternalmente en los estantes de mi biblioteca, sirviéndome de nutriente sustancioso para mis afanes de continuar recreando en el papel escrito, distintas situaciones y aconteceres del pasado de nuestra rica y asombrosa campaña rural, esa, en la que aguerridos y apasionados vascos pusieron de abono su invalorable cuota de sangre y sudor.



(Publicado en Revista El Tradicional Nº 96)

martes, 10 de mayo de 2011

Despedida a LIDIA HAYDÉE PALACIOS



Audición "Canto en Azul y Blanco" – En el espacio de su micro, el sábado 11/12/10 a las 8 hs.

No es esta la voz habitual a la hora 8 de los días sábados, pero… como se sabe y se ha dicho, Lidia Haydée Palacios no está más entre nosotros… en forma física, digamos, porque sabemos que espiritualmente por siempre ha de rondar la mesa de “Canto en Azul y Blanco”
No hace mucho, decía ella que Antonio Lavinia la había acercado con motivo de una de las gauchadas por el Hospital de Niños, hace ya 16 años.
Su figura pequeñita y esmirriada, su voz fresca y aniñada se han tomado una licencia… sin pedir permiso…
Casi seguro que su última aparición pública fue en el Círculo Marchigiano de Oliden con motivo de los 30 años de Oscar Lanusse en el micrófono, el pasado domingo 28 de noviembre, y un mes antes, el 26 de octubre fue su última conferencia: “¿Dónde están los ideales de Mayo?, en la casa que ella integraba, la Asociación Argentina de Escritores Tradicionalistas.
La vida es así, o mejor dicho, nada en la vida es completo, porque este es el defecto de la vida: la tenemos prestada, y un día, uno cualquiera, impensado, nos piden la devolvamos.
A mediados de noviembre dedicó éste “su” espacio, a mi último libro “Diccionario Biográfico de Escritores Costumbristas Platenses”, y para no extenderme en demasía, cierro ésta evocativa despedida leyendo la página que allí le dedique junto a otros 87 escritores del medio.

PALACIOS, Lidia Haydée.
Nació en Ensenada, el 26/06/1928, donde cursó sus estudios primarios y secundarios.
Se inició en la actividad literaria en la niñez, al punto que a los once años su poesía “Caminito de mi Escuela” obtuvo un Primer Premio y publicación en la Revista de Instrucción Primaria de la Provincia de Buenos. Aires.
Su primer libro, “Evasión”, apareció en 1953, al que le sucedieron otros dieciocho, todos publicados con motivo de haber sido premiados, o con el auspicio de entidades oficiales.
Ejerció activamente la docencia y el periodismo, éste en medios como “La Opinión”, “El Argentino”, “El Plata” y “El Día”; asimismo, en las décadas del 50 y 60 se desempeñó en Radio Provincia, donde, entre otras actividades, fue libretista y realizó ciclos, destacándose “Música y Poesía de Argentina”.
Desde mayo de 1994 y sin interrupción, desarrolla los días sábados un microprograma dentro de la audición “Canto en Azul y Blanco”, de Radio Universidad de la UNLP, con comentarios evocativos a poetas, escritores, pintores e instituciones, vinculados a la actividad tradicionalista.
Entre sus muchos galardones citemos el Premio en Poesía Municipalidad de La Plata (1960), id. Municipalidad de Ensenada (1980), Faja de Honor de la SEP (1978), Estatuilla Santa Clara de Asís (1980), Premio Distinción Trayectoria (1998), Premio Cóndor de Fuego (1999), Mujer del Año (2002), Ciudadana Ilustre de La Plata (2004), e igualmente de Ensenada (2007).
Como dramaturgo, escribió 4 obras de teatro habiéndose estrenado “El Crucificado” en el Teatro Argentino, en 1957, y mereciendo la obra “El Pesebre” larga representación por diversos elencos.
Ha integrado diversas instituciones como La Peña de las Bellas Artes, El Fortín de la Tradición Argentina, SEP, SADE, Instituto Almafuertiano, Instituto Belgraniano, AAET, entre otras.
Alguna de sus publicaciones son: “Límite de la rosa” (poesía, 1960), “Trigo Infante” (poesía, 1978), “Argentina Mariana” (1980), “Poemario Ensenadense” (1980), “El escudo de la familia Belgrano” (ensayo, 1999).”
Descompensada su salud, fue internada el día 2/11 en el Hospital Italiano de La Plata, sin poder recuperarse, falleciendo el viernes 10 a las 20 hs. aproximadamente, a los 82 años de edad.

lunes, 28 de marzo de 2011

CÉSAR CORTE CARRILLO: ¡Estampa de Patriarca!


Y parecería ser que los jujeños tuvieran predilección por Tolosa. César Corte Carrillo nació en Jujuy el 9 de noviembre de 1922; de larga prosapia provinciana, como que un ancestro suyo ya andaba por Salta a fines del S. 15. Su padre, el Prof. Manuel Florencio Corte, fue rector del Colegio Nacional, Presidente del Consejo General de Educación y también vicegobernador de Jujuy.

Tras cumplir el bachillerato y cuando solo tenía 19 años, César, viajó a La Plata para realizar el Doctorado en Ciencias Naturales, carrera que abandonó casi al final, no así a la capital provinciana que adoptó definitivamente.

En la bohemia universitaria se vincula al movimiento literario de entonces -generación del 40-, despuntando sus inquietudes en cuentos y poemas, que incentivado por Carlos Albarracín Sarmiento, acercará al El Día y aparecerán en la sección “Prosa y Verso”, y con el tiempo, también en la Revista de la UNLP, revista “Nativa” de Díaz Usandivaras, diarios Nueva Provincia de Bahía Blanca, El Tribuno de Salta, La Prensa y La Nación de Capital, y revista Autoclub, entre otros medios.

Ya a su llegada -1941- participa junto a otros inquietos coterráneos de la fundación del Centro Universitario Jujeño, el que les ayudará, con música y canciones terruñeras a sentirse cerca del pago, y un lustro después forma parte de la creación del Conjunto “Achalay”, muy reconocido en el incipiente movimiento folclórico de entonces.

Laboralmente fue funcionario de la Administración Pública provincial, jubilándose como Director de Relaciones Públicas del Ministerio de Obras Públicas. De entonces supo contarle al Dr. Horacio Castillo: “Como funcionario batí un record: en los años 60 fui secretario privado de cinco ministros, a entera satisfacción”.

Solo se alejó de La Plata por un tiempo y por razones laborales, en la década del ‘70, cuando fue designado Director del Archivo General de la Provincia de Jujuy.

En 1961 aparece su primer libro “Jujuy en la Memoria” editado por el Ministerio de Gobierno de su provincia natal; en 1982, para el Centenario de La Plata, da a la prensa “Extravíos y Hallazgos” (libro que mereció la Faja de Honor de SEP), y en 1983 el Instituto de Historia del Notariado le publica la conferencia “El Primer Funcionario Residente en La Plata, Escribano Carlos A. Fajardo”. Permanecen inéditos: “Obra Bifronte” (prosa y poesía), “Evocaciones y Relatos” y “Aproximaciones al ensayo”. Composiciones suyas como “Canto a Jujuy”, “Nativo”, “Para una pastora”, “Romance de Aparecidos” o “Carnaval Quebradero”, nos hablan de su claro, puro y cálido decir provinciano.

Casado con Sofía Victoria de Urquiza, a principios de la década del 50 se afincó y para siempre, en Tolosa (Avda. 13 y 525); el matrimonio se prolongó en una hija, María Victoria.

Será difícil de olvidar su presencia en los actos literario, en muestras pictóricas y en los tradicionales homenajes al Éxodo Jujeño, donde era figura infaltable y donde muchas veces fue orador de palabra larga, como que se sabía cuando empezaba pero era complicado calcularle el final.

Recuerdan “veteranos” del centro platense, su sereno paso por la Avenida 7, de cuidada “chiva” cana y tocado de bastón en los últimos tiempos; era la suya una estampa patriarcal.

A los 84 años, el 3 de agosto de 2007, falleció en La Plata.

(Publicado en el Diario El Día, Suplemento Nuestra Zona)

miércoles, 23 de marzo de 2011

La descarnada pureza del KOLLA MERCADO


Había nacido 80 años atrás en “la Tacita de Plata”, Jujuy, y todos o casi todos lo identificaban con Abrapampa, pero nacer-nacer, había nacido en la propia capital provinciana. Claro que desde pocos días después y por espacio de tres lustros vivirá en Abrapampa, junto a su abuela materna que lo crió, lugar también en el que cursará los primeros grados escolares.

Sí, estamos hablando de José María Mercado, “El Kolla” Mercado o simplemente “El Kolla” como se lo conocía en La Plata y en los diversos ámbitos por los que paseó su rica expresión cultural.

Hace prácticamente un año (se cumplirá el próximo 5 de marzo), jugó con la inaudita ocurrencia de irse, y aún sufrimos la consecuencia de su ausencia física.

Eligió volver a “la querencia” y después de recargar “las vistas” a más no poder, se echó a dormir el sueño largo en el barrio “tilcareño” de Pueblo Nuevo, en casa de sus amigos Titina y el Indio Gaspar, donde había recalado junto a su familia, buscando el paisaje y el afecto de los suyos.

Se revolucionó Jujuy con su decisión postrera de volver al pago; se inspiraron los poetas y se iluminaron músicos y cantores, que en un desfile continuo e interminable, durante días, le pusieron a las expresiones nativas la emoción más pura para emponchar al maestro, con el sentimiento del aprecio, admiración y respeto, irremplazable abrigo para el viaje final; y del mismo modo lo acompañaron en el inicio del mismo, a quena y charango, guitarra y caja, con coplas y bailecitos… como a él le gustaba.

Por entonces los diarios lugareños El Pregón y El Tribuno -entre otros-, día a día informaron sobre el Kolla y las continuas y emocionadas -y emocionantes- expresiones artísticas de amigos y admiradores.

Por propia decisión fue “platense y tolosano”. A la ciudad llegó hacia 1955, después de dejarse seducir por un comprovinciano que había vuelto al pago de vacaciones y le pintó la vida y el ambiente universitario de entonces. Y él, que ejercía en la puna el difícil oficio de maestro de escuela, temiéndole a la soledad y …el alcohol, acarició la quimera de estudiar agronomía, en cuyos claustros comenzó a cursar. Pero… la vida no es solo sueños y para vivir entra a jugar la economía, y el obligado trabajo lo llevó a abandonar la carrera y retomar la docencia.

Humilde y silencioso, cauto y sentencioso, a fuerza de pureza fue ganándose un lugar en el ambiente local, compartiendo y aprendiendo con “Los Cumpas del Tafí”, Domingo Mercado, “Los Changos del Xibi-Xibi”, Sumacay, Francisco Chamorro y otros, todos cultores terruñeros en tiempo de sus inicios, y como él “forasteros” en la capital bonaerense.

A partir del 60, todos los años volvió a su pago, ya para el carnaval, al principio, ya para el Tantanakuy, después.

Poeta y compositor, de su pluma e instrumento brotaron temas que adoptó su pueblo y conoció el mundo, como “Clavelito tilcareño”, “El aguilareño”, “Linda pumamarqueñita”, “La zamba del Huancar”, “Por el camino a Pirquitas, y el que sus mismos comprovincianos y colegas consideran ‘un himno’: “Soy de la Puna”. Que por algo el músico y amigo Gustavo Patiño, dijo: “El Kolla es un pilar de la música de la región -y agregó- nunca fue un artista célebre, pero sí un músico querido y respetado…”.

A nivel local son incontables los jóvenes que de su mano conocieron y se iniciaron en el acervo musical, y para explicarlo baste decir de su fructífera carrera docente en la Escuela de Danzas Tradicionales “José Hernández”.

Casualmente, hacia 1997, por gestión de Marta Arrola y su espacio radial “La Gente y sus Duendes”, se le tributó un homenaje en el salón Bernardino Rivadavia, y allí, Roberto Lindon Colombo, su amigo y director de la Escuela citada, refirió: “De pícara mirada / y labios peligrosos, / de manos presurosas / pa’ la feliz gauchada. / No hay escuela, hospital, / peña o puerta que se abra / que no haya vibrado / con tu magia y palabra”, a decir verdad, una poética postal del Kolla.

Y como corolario, repetimos lo que Horacio Castillo escribió en su “Quien es Quien” de El Día en 1996, al expresar que era “el espíritu de la puna entre los tilos platenses”.

Mi Anécdota

El 19/12/2009, debía presentarme en un acto la Delegación Municipal de Tolosa, más el mismo se suspendió sin aviso, enterándome al llegar al lugar; a los pocos minutos, acompañado por su hijo Ernesto -ya estaba enfermo-, llegó el Kolla. Charlamos un rato, y viendo que allí no pasaba nada, me dice: “¿Tenés algo que hacer…? ¿Vamos a casa a tomar una cerveza?”. Y ese día, yo que nunca lo había visitado, viví dos maravillosas horas escuchándolo. Tenía como una imperiosa necesidad de contar y mostrar cosas. Nunca fue más oportuna la suspensión de un acto.

Testigo de este encuentro, además de sus hijos varones, es el músico Servando Giménez. Posteriormente, días antes de emprender el viaje a Jujuy, sabiendo que me encontraba preparando un Diccionario Biográfico, me llamó para brindarme alguna información de primera mano.

Gracias Kollita por tu rico aporte a la cultura!

(Publicado en el diario El Día, Suplemento Nuestra Zona)