miércoles, 31 de enero de 2018

LUIS DOMINGO BERHO (Charla 1)


AM 1520 Radio Chascomús – Audición “CAMPO AFUERA”
Micro Nº 29 – 31/01/2018

Antes de salir “campo afuera” pa’ poder tender la vista mirando lejos, dende’l banco chueco en el que estoy sentao, vamos a ver si le arrimamos unas “astillas” al “Fogón de los Poetas”.

Hemos de abocarnos ahora, a un poetas que resultó de los más importantes de la segunda mitad del Siglo 20, fundamentalmente en las décadas del 70 y 80, y pongo ese límite porque falleció al despuntar los ’90.
Su nombre: Don Luis Domingo Berho. Vino a la vida el 4 de agosto de 1925, y según reza un Decreto de la Municipalidad de Lobería, que lo homenajea: “Nació en San Manuel, partido de Lobería, y se crió en el Cerro la Guitarra…”.
Fueron sus padres María Rochford y Juan Berho (de origen vasco, este), tocándole ser el menor de doce hermanos. Poco o nada conoció a su padre que murió tempranamente.
Ante el fallecimiento de su padre, las riendas en la vida de la chacra familiar las tomó su hermano mayor, y en un momento dado cuando manifestó sus deseos de estudiar (sabemos que por lo menos curso hasta el 4to. Grado en la Escuela N° 6 de Lobería), aquel planteó que lo que allí hacía falta era trabajar. Así las cosas, a eso de los 14 años, un día que la familia se acercó al pueblo en busca de provisiones, vaya a saber con qué excusa “quedó solo en las casas”, y al regresar aquella una vez con concluida la razón del viaje, se encontró con la novedad que Luis Domingo… “había cuadrao el mono”… y ya no estaba en la chacra.
Y nunca más en la vida volvería a ese sitio.
Hicimos la cita en la “jerga crotil”, porque por algunos años abrazó la vida de los “linyes”, y fue “croto” de los que viajaban gratis en tren. Entonces era fácil encontrar el pique o la changa en los trabajos de cosecha, dando para estar todo el año con algún cobre en “el bolsico”, ya sea con la cosecha fina, o bien con la gruesa, y esa vida le daba suficiente libertad y la posibilidad de elegir al ocasional patrón.
En este rumbo, supo acercarse y prestarle oído a los “crotos socialistas y anarquistas”, quienes le enseñaron la importancia de la lectura y lo orientaron en la misma.
Parece que tras aquella huida apurada buscando poner distancia con las decisiones y el rigor de su hermano, se estableció por San Miguel del Monte, y es muy probable que para entonces ya borroneara sus primeros versos, porque hay algunos indicios como que entre los 13 y 15 años acoyaró sus primeras rimas.
En una muy interesante nota que le hiciera el periodista Rubén Benitez y que “La Nueva Provincia” de Bahía Blanca diera a luz el 18/11/1990, no sabemos por qué, da una referencia distinta en cuanto a la que recuerda la familia sobre el alejamiento. Dice: “A los 17 años me fui de mi casa y anduve por ahí de linyera. Entonces le llamaban crotos. Y me encontré con uno que puso en mis manos un libro que aún yo no podía comprender: ”.
Esta pintura inicial de su rica vida, la cerramos ahora con la lectura de su poesía: “Mañanita sureña" (cuyos versos se pueden leer en el blog "Antología del verso campero"

martes, 30 de enero de 2018

PRILIDIANO PUEYRREDÓN... PARA QUE MÁS!

Autorretrato

Si a veces encaramos asuntos de pintores no es que seamos expertos del tema, sino, simplemente porque nos interesa. Para los que andamos en el tradicionalismo con ganas de aprender, la pintura costumbrista conforma un capítulo más que importante, por lo que frecuentemente nos remitimos a ella. Pero también es bueno reconocer, que no es mucha la gente de la “gauchería” que recurre a dicho tema.
En los pintores que desarrollaron su tarea creativa durante el Siglo 19 recabamos frecuentemente aspectos que tiene que ver con indumentarias, caballos, ensilladas, viviendas y todo aquello que nos ayude a conocer el pasado con más precisión. Hasta la aparición y difusión de la fotografía, es la pintura la que puede brindarnos esa información, la que debemos complementar con las descripciones literarias generalmente encaradas por “los viajeros” que dejaron relatos.
Entre aquellos “fundadores” de la pintura argentina, es paso obligado revisar lo creado por Prilidiano Pueyrredón, artista que se detuvo en los detalles para recrear obras que hablan del costumbrismo pampeano.
Como ocurría en Europa, donde los servicios de los pintores se solicitaban a efectos de retratar a monarcas, miembros de las cortes y la nobleza, en estas “tierras nuevas” también los pintores eran solicitados como retratistas, y estaban aquellos que daban vía a libre a sus aspiraciones artísticas, en sus momentos sin compromisos, y entre estos estuvo Prilidiano quien se dedicó a reflejar el paisaje pampeano y las escenas costumbristas.
Daría la impresión que su “pampa” es la próxima a “la aldea” de Buenos Aires; no podemos olvidar que el campo feraz estaba allí nomás, al alcance de la mano. Digo esto porque en sus cuadros el ombú es número puesto, y éste -más allá de aquello que “la pampa tiene el ombú”-, no existía cuando uno se adentraba en los “campos de pa’juera”.
Sus obras costumbristas son complejas, muchos elementos las integran, los hay estáticos como también personajes en acción; sus horizontes son bajos y sus cielos profundos, generalmente límpidos, como que entonces eran así o bien los idealizó el artista. Y en ese medio, en ese paisaje tan nuestro, las escenas costumbristas suenan creíbles, a tal punto que no podemos decir “son mudos testimonios que hablan”, sino que son testimonios vivos que ¡realmente! hablan. Y que los curiosos de hoy solemos consultar para, mano a mano, tener certezas de lo que por otro lado, nos llegó como tradición, por la oralidad.
En el corral
Si bien fue un gran retratista formado a la europea, puede que su “debilidad” estaba en el paisaje, y como en el paisaje de su tiempo el campo se orlaba de gauchos, le resultó lo más natural insertarlos en “sus paisajes”, gestando escenas costumbristas de alto valor histórico.
Sin embargo, Pagano, que debe ser sin duda quien supo ponerlo en valor, expresa que Pueyrredón “es quien es por sus retratos” por “ser un definidor de psicologías individuales”. Si bien se ignora dónde y con quien pudo haber estudiado, ya que estamos con su más aplicado comentarista, su sagaz observación le hace presumir que su formación fue francesa, más precisamente “parisina”.
Pintó a la acuarela, al oleo y la aguada, sobre papel, lienzo y tabla. Nada le fue ajeno y a todo supo sacarle buen provecho.
Desgraciadamente en su tiempo no fue justamente reconocido y el valor de sus obras era escaso: no era un pintor cotizado, pero si requerido por toda la sociedad.
Por suerte el Museo Nacional de Bellas Artes se engalana con un cúmulo de sus obras. Unos tres lustros atrás, algunos coleccionistas privados se desprendieron de sus originales, y así fue que en Casa Naón dos de sus obras marcaron verdaderos records establecidos en la moneda estadounidense: “Los Capataces” U$S 515.660 y “Apartando en el Corral” (obra de 62 x 81) U$S 551.532, en ese momento record nacional de pintura argentina.
De su obra que es muy profusa, podemos citar los óleos “Un Alto en el Campo” (75.5 x 166.5); “El Rodeo” (76 x 166); “Un Alto en la Pulpería” (pequeño óleo de 25 x 34 sobre tabla); “El Baño” (sobre tela 101 x 126) -famosa obra por lo controvertido del tema, en su época-; las acuarelas “Un Domingo en los Alrededores de San Isidro” (una variación más limitada, de “Un Alto en el Campo”); “La Montonera”; “Paisaje de la Costa de San Isidro”; “Paisaje de Brasil”.
Del retrato, el aspecto que más lo destacó en su tiempo, imposible no resaltar el magnífico de Manuelita Rosas, óleo sobre tela de importantes medidas: 199 x 166, pintado en 1851; tres años antes había realizado el de su padre, lo que nos demuestra que a muy temprana edad para esta materia, 25 años, se afirmaba con soltura en un campo arto difícil. Según afirmación de Pagano, la obra sobre su padre fue “vivida y sentida con el espíritu puesto en máxima tensión”, y dicho cuadro ocupaba “un sitio de honor” en su taller, lugar habitual de reuniones y tertulias.
Capataz y peón de campo
Otros retratos notables: Coronel Álvaro Barros, Sra. Julia Sagasta de Quirno, Trinidad Saravia de Huergo, José Gerónimo de Iraola, entre muchos más.
Prilidiano integró aquellas familias que tienen que ver con los fundadores de la Patria, y así decimos porque nació en el hogar formado por María Calixta Tellechea Caviedes y don Juan Martín de Pueyrredón, el mismo que fuera Director Supremo de las Provincias Unidas; nació entonces en Buenos Aires el 24/01/1823, siendo bautizado el 7/02 en la Basílica de Ntra. Sra. de la Merced por el Padre Domingo Caviedes, recibiendo con el padrinazgo Manuel Martín García y Damiana Concepción Caviedes, el de Prilidiano -tal como mandaba el santoral de la fecha- como único nombre.
Viene a cuento referir su nombre, porque supo firmar sus cuadros como “P.P.”, iniciales de su nombre y apellido, pero otras veces utilizó “P.P.P”, trilogía que dio lugar a supuestos “Pedro” o “Pablo” inexistentes en su partida bautismal, y que solo habría respondido a una personal broma. Por otro lado son varios los personajes del Siglo 19 con una inicial adosada a su nombre cuyo real significado se ignora: José “S” Álvarez, Leandro “N” Alem, Pedro “B” Palacios…
Parte de su infancia y toda su adolescencia tuvo un desarrollo itinerante: Brasil, Francia, España, hasta que en 1854, después de algunas estadas temporarias en Buenos Aires, se radica definitivamente en su país.
Cuando la familia está radicada en Francia, cursa allí estudios en la Escuela Politécnica de París que otros denominan Escuela Central de París, donde se gradúa como ingeniero.
Realizó trabajos propios de su profesión, entre los cuales -por curioso hoy- podemos citar el proyecto de la entonces llamada “Quinta Azcuénaga”, la que es desde 1918, la Quinta de Olivos, residencia presidencial.
Joven aún, como que solo tenía 47 años, un 3/11/1870 se apagó el existir del soberbio artista que fue Prilidiano Pueyrredón, de quién ese estudioso del arte que es Gutiérrez Zaldivar, ha sentenciado que fue “…la personalidad más relevante del arte de los argentinos durante el Siglo 19”.
Recorriendo la estancia
Por suerte gran parte de su vasta obra se encuentra en el Museo Nacional de Bellas Artes, con lo que podemos decir que se conserva a buen recaudo ese valioso patrimonio artístico  e histórico por su significado, sobre todo en los paisajes con escenas rurales, que para el estudioso y crítico Roberto Amigo señala: “cuyo fin ha sido advertir que la nación moderna posee en el mundo rural el reservorio de una imaginada identidad argentina”.
En su homenaje, el día 3/11 se ha establecido el “Día del Artista Argentino”.
La Plata, 4 de septiembre de 2016

 Bibliografía Básica

Pagano, José León – Prilidiano Pueyrredón (Academia Nacional de Bellas Artes, 1945)
Payró, Julio E. – Pintores de la Argentina 1810-1900 (EUDEBA 1962)
Diario La Nación – Récord Nacional para una pintura argentina en Naón (2/07/1999)
Diario La Nación – Remates – Arte – J.C. Naón & Cía S.A. (11/07/1999)
La Nación Revista – El Baño, por Rosa Ma. Ravera (27/07/2003)
Revista El Federal – Cazador de imágenes, por Ariel Cukierkorn (25/10/2007)
Museo Nacional de Bellas Artes Colección – Arte Siglo XIX. Parte 2 (Clarín, 2010)
Gutiérrez Zaldivar, Ignacio – Prilidiano Pueyrredón (revista, sin datos)
www.genealogiafamiliar.net

(Publicado en la pagina WEB de "El Tradicional" en 11/2016)

domingo, 28 de enero de 2018

POSTILLÓN DE GALERA


LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 57 – 28/01/2018
Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.

Diez/once programas atrás, nos referíamos a “la galera”, y en el transcurso del relato mencionamos a “los postillones”, y hoy habremos de dedicarles el espacio a ellos. Pero antes aprovechamos para una aclaración. Para la designación de los carruajes usados para el transporte de personas se suelen usar indistintamente las voces “galera”, “diligencia” y “mensajerías”, y al respecto hemos encontrado una explicación de Don Justo P. Sáenz (h), que dice: “los coches de postas, recibieron el nombre diligencia en Uruguay, galera en la provincia de Buenos Aires, y mensajerías en el resto del país”.
Yendo a lo que hoy nos ocupa, la palabra la recibimos de España, donde los postillones eran los mozos de posta que colaboraban con los carruajes y con el traslado de la correspondencia, y aunque allí hasta tenían uniforme para cumplir con sus funciones, poco o por mejor decir, nada de esos atavíos quedó por acá. Allí se lo define como: “El que va a caballo montado en una caballería de las delanteras del tiro del carruaje”. Y en realidad casi lo mismo siguió siendo entres nosotros, aunque en un medió más rústico.
No sabemos por qué, pero ninguno de los diccionarios existentes sobre voces criollas, analiza o define el uso de la palabra, pero igual, estamos en condiciones de aportar algo.
En la atada de los citados vehículos de transporte de pasajeros, iba, puede decirse que un mínimo de dos postillones, llegando el caso dado lo difícil del camino, de poder ser cuatro. Tenemos presentes dos fotos, una hacia 1870 en descampados de lo que es hoy provincia de La Pampa,  y otra muy difundida de “la Galera de Dávila”, donde se ve nítidamente -en ambos casos- tres postillones con sus arreadores en alto.
Tito Saubidet al hablar de la “galera” dice que “La dirigía el mayoral y dos o más postillones que conducían las cuartas delanteras.”
Cuando el viaje venía tranquilo, nos cuenta Horacio Lencina en una reseña que escribió para La Capital de Rosario en 5/1955, “Un cielito de amor se turnaba en las voces de los postillones”, pero cuando las inclemencias del tiempo o lo difícil de la huella lo exigían, ese canto se trocaba en rotundas voces azuzando a los animales de los tiros, acompañado esto por el chasquear de los látigos procurando no aflojar el ritmo de la marcha.
Althaparro, uno de esos serios autores a los que siempre recurrimos, al respecto nos cuenta que dada la señal de arrancar el viaje “El conductor con el látigo y los postillones con sus arreadores, peinaban los caballos manteniéndolos listos (…) El agudo toque de clarín a modo de despedida, los gritos de los postillones, el sonar de sus arreadores… se iban perdiendo hasta dejar de oírse, recobrando la posta su calma habitual.”
Don Nicanor Magnanini, que allá por las décadas de 1880 y 1890 viajó habitualmente en dichos transportes por sus pagos de Juárez, describe a estos hombres y su tarea llamándolos “cuarteadores”, y relata que “Adelante, tirando con cincha iban dos ‘cuartiadores’, uno delante del otro, llevando ambos un caballo a la par que también cinchaba, manejado por una especie de rienda corta. / ¡Nada los arredraba!  Jamás los detenían las inclemencias del tiempo… / Conversando con ellos les he preguntado acerca del peligro de una rodada: -Yo ya he rodado en unas cuantas ocasiones; pero he andao bien, señor… Voy siempre atento mirando las orejas del mancarrón, cosa que’n cuanto trompiece, si echa pa’tras las orejas, abro las piernas y salgo parao echándome a un lao pa’ que no me agarren loj mancarrones… eso sí sería fiero…”.
Cuando en el 2007, ya restaurada “la Galera de Dávila” (cuyo nombre correcto era “Mensajería la Central”), fue atada para hacer un viaje evocativo de los hechos 70 años atrás, al llegar a la Plaza de Lavalle, se le acercó para el saludo un paisano de 94 años, llamado Heriberto Rooney, que en su mocedad había sido “cuarteador” o sea “postillón” de esa galera. Esto que lo cuenta Horacio Ortiz en Rincón Gaucho de La Nación, me trae al recuerdo, que hace bastante, mi suegro Leoncio Pino, nacido en Dolores allá por el 18, supo contarme que de muchachito chico había sido postillón de dicha galera.
Al respecto se cuenta que cuando Serafín Dávila compró la “Mensajería la Central”, incluía la operación al postillón  apodado “Ánima Negra”, que no era otro que el Pedro Lucero, al que el poeta Ismael Dozo le dedicara el poema que ya pasamos a leer: (Se encuentra en el blog "Poesía Gauchesca y Nativista"

jueves, 25 de enero de 2018

COSQUÍN '68


AM 1520 Radio Chascomús – Audición “CAMPO AFUERA”
Micro Nº 28 – 24/01/2018

Antes de salir “campo afuera” pa’ poder tender la vista mirando lejos, dende’l banco chueco en el que estoy sentao, vamos a ver si le arrimamos unas “astillas” al “Fogón de los Poetas”.

El pasado 20/01 se cumplieron 50 años, de que minutos antes de las 24, con 15 años, subía, como miembro de la Delegación Oficial de la Provincia de Buenos Aires, al escenario de la Plaza Próspero Molina, de Cosquín, bajando un rato más tarde, ya 21/01, con 16 años, la edad mínima exigida para poder concursar.
Claro que aquellos eran otros tiempos, y aquel… otro Cosquín. No existían los “pre”, y todas (o casi todas) las provincias se encontraban representadas por una delegación que se constituía más o menos “a dedo”. Las mismas se alojaban en casas de familia, y por turnos, se asistía para almorzar y cenar, a otra casa establecida para ese efecto.
A la que nos tacaba asistir también lo hacía un joven cantor pampeano, Juancito Quevedo (quien poco después viajó a España y allí se radicó), y como en esos días era su cumpleaños, allí se lo festejó, participando de la reunión -por amigo suyo-  José Larralde, quien se había consagrado el año anterior.
Aquel año fue revelación “el soldadito cantor”, Rosendo Arias, a quien veíamos con su uniforme de servicio, y si mal no recuerdo fue consagración Víctor Heredia quien era muy aplaudido interpretando su zamba “Para Cobrar Altura”; otros dos jóvenes de entonces a los que les fue muy bien eran, Roberto Rimoldi Fraga y “El Chino” Martínez, a quien una noche, el público llevó en andas.
Nuestra “delegación” se armó por iniciativa de un grupo, que un tiempo antes, se había desprendido del conjunto “Cruz del Sur”, elenco que representaba a la platense Peña Pucara, mientras que yo integraba (y lo seguí haciendo hasta fines de 1976) la Agrupación Nativista “El Alero”, como decidor y malambista.
Hoy a la distancia rememoro que cabeza de aquella iniciativa fue Carlos Attemberg, quien al año siguiente sería Campeón Nacional de Malambo en el Festival de Laborde, también en Córdoba, pero entonces ya lo hacíamos como “Agrupación Pampa”, conjunto que fundamos a poco de regresar de Cosquín, sobre la base de aquella delegación.
Volviendo al principio, era la nuestra una representación “corta”, pues era solamente de diez personas. Ya que varios no andan más las huellas terrenas, los nombro a todos para evocarlos. Parejas de  baile: Carlos Attemberg-Angelina Bustos; José Carrizo-Susana Grilli; y Susana Argañaráz con quien esto cuenta; en canto y guitarra Francisco Chamorro, y en guitarra base, Jorge Suárez. Bastonero, Amancio Molina, y boyerito, su hijo Pablo.
Esta circunstancia hizo que solo pudiéramos sumar puntos en las categorías: pareja solista y conjunto de danza, malambo solista, decidor/cuentista, y solista de canto y guitarra, lo que a nivel delegación nos quitaba cualquier posibilidad de figuración ya que carecíamos de conjunto vocal, duo, conjunto de malambo, solista instrumental, solista vocal femenina, y algo más…
Pero no nos fue tan mal ya que Chamorro, nuestro solista de canto y guitarra se alzó con el Camin Cosquín (primer surero en recibir tal distinción), y con el conjunto de danzas tuvimos que disputar una final con el de la Delegación de Chaco, que finalmente se impuso, curiosamente bailando un chamamé coreografiado, representando aquel característico cuadro de Molina Campos, referido a el casamiento. Por nuestra parte, pusimos el mayor esmero al bailar una “media caña”.
La inexperiencia también jugó su parte, y no asistimos con nuestro delegado a la reunión en la que el jurado daba opinión sobre lo actuado. Esto lo supimos el último día, cuando proliferaban los abrazos y despedidas con quienes nos habían acogido familiarmente, y con colegas de otras delegaciones; y así fue que el “decidor” de La Pampa, contó que en esa reunión que no asistimos, el Jurado había explicado que el único participante “decidor” que había cumplido con el reglamento había sido el de Buenos Aires… pero eso… ya era historia.
 Y a decir verdad, cierto que podría habernos ido mucho  mejor, como que al formarse el grupo allá por septiembre de 1967, lo integraba Raúl Dadona, a mi entender, el mejor “decidor” que pisó La Plata y su zona de influencia; no por nada fue el presentador de “La Vizcachera” de El Chango Nieto por espacio de 20 años. Por cuestiones que escaparon a mis pocos años, casi a último momento Dadona desistió de embarcarse en el proyecto, y al tener que salir a buscar un reemplazante, más allá de la edad, decidieron que sea yo el que interpretara “Los Medinas” de D. Omar J. Menvielle. Pero no tengo dudas, que de haber estado Dadona en el escenario, otro “Camin” hubiese tenido por destino Buenos Aires.
Para mis 16 años de entonces ya era mucho premio haber estado en el escenario, compitiendo en el mismo rubro en que 3 años antes se había consagrado Landriscina; el mismo al que en esas noches subieron Eduardo Falú, Atahualpa Yupanqui, El Chúcaro, Mercedes….
Nunca más volví a esa Plaza ni pisé ese escenario, pero guardo en mis recuerdos, como preciado trofeo, imágenes de aquellos gratos momentos… y también “la contentesa” (como diría mi abuelo), de saber que he seguido siempre y firme, el mismo trillo gaucho.

domingo, 21 de enero de 2018

BAILES

LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 56 – 21/01/2018
Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.
En nuestra campaña, allá en las épocas del gaucho, los bailes no eran como actualmente que son de ambiente pueblero; difícilmente la gente de campo participaba en una reunión de ese tipo cuando las ‘fiestas mayas’ o ‘las patronales’, muchas veces en la Casa Municipal. Muy por el contrario, la reunión bailable se daba en algún galpón de la estancia, en alguno de sus puestos, o en un rancho de las orillas del pueblo.
En aquellos viejos tiempos (siglo 19 estamos hablando), la música en nuestra campaña y en esos bailes, estaba dada por una o dos guitarras. Punto y aparte.
En una vieja “Caras y Caretas” de principio del siglo pasado, alguien que se escuda tras el seudónimo de “Mataco”, describe lo que llama “Los Bailes de mi Pago”, y comienza diciendo: “El mulato Arroyo, antiguo sargento del regimiento de Blandengues, está de fiesta; su rancho, el más blanqueadito de las orillas, ha sufrido las transformaciones del caso: el dormitorio será la sala de baile. (…) Del piso, previamente regado, se levanta un vaho húmedo, impregnado de suave olor a tierra mojada. (…) El baile comienza; las dos guitarras dejan oír las primeras notas de una pieza y su acompañamiento (…) una habanera se preludia…”.
Don Pedro Risso se ha floreado relatándonos “El Cumpleaños del Patrón”, de allí rescatamos la pintura del ambiente: “Y allí cerca, en un galpón / adornao como una sala / el ‘Chueco’ Damián Ayala / con Calendario Cisneros / parecían dos jilgueros / cantando en el mismo tala”.
Más adelante, hacia final del siglo 19 y comienzos del 20, se sumó algún acordionista, producto sin duda de la adaptación de inmigrantes que se acriollaron.
Otro autor que se esconde tras un nombre ficticio, en este caso “Maturrango”, escribe en 12/1900, en la revista uruguaya “El Fogón”, una colaboración que data en Mar del Plata bajo el título de “Baile Campero”. De allí extraemos aspectos de las indumentarias: “Las muchachas también habían echado el resto; la plancha y el almidón no descansaron para volver los vestidos de percal, duros y sonadores. // Las batas cortas, sin ballenas ni corsé, dibujaban talles cuadrados y cadera anchas, y sus peinados con un flequillo cantor con dos ondas sobre la frente, con un rosquete de trenzas atrás, estaban adornados con cintas chillonas.
El patio estaba lleno; chambergos aludos bien requintados, mantas llenas de flecos, bombachas negras, pañuelos de seda de colores, chiripás, botas, botines elásticos y alpargatas se distinguían en la semi-oscuridad…”. Y comienza el baile con una polka sin variaciones.
Los hombres bailan de sombrero puesto, y si es invierno hasta sin sacarse el poncho. Varios han apuntado esta observación, pero ahora lo estamos tomando de Don Nicanor Magnanini, autor de “El Gaucho Surero de la Provincia de Buenos Aires”, que a la manera Ambrosio Althaparro, cuenta lo que vio en su pago y en su época. Por ejemplo lo del baile ofrecido en lo de Doña Gregoria Chaparro de Carrizo, arrendataria de una estanzuela dentro de la Estancia “Ana Luisa” de sus padres, en el partido de Juárez, y allá por 1895 – 1900. Nos cuenta: En el rancho usado como dormitorio en la vida diaria, se bailaba. Habían sacado las camas y las cómodas dejando simplemente junto a las paredes, los baúles, sillas y bancos traídos de la cocina. // Una mesa arrimada a la pared opuesta a la puerta de entrada servía para mantener en ella, tal vez a guisa de protección, una imagen de Cristo alumbrado con velas de sebo. En torno al cromo del Cristo, detrás y a los costados, estaban colocadas descansando en la mesa y la pared, las dagas, los cuchillos y facones de los concurrentes. Espontáneamente, al entrar habían entregado sus armas a la dueña de casa, en señal de respeto y de sumisión. Cristo y la dueña de casa quedaban de custodios. Era la usanza ética…”.
Quizás por la importancia de la casa, aunque no muy afinada, se contaba con una orquesta criolla de “dos guitarras, dos acordeones, un arpa, un violín y una flauta (…) (donde) todos (los músicos) mantenían sus sombreros con las alas echadas sobre los ojos…”, producto del baile en el ambiente flotaba el polvo, a pesar de que una comedida, palangana al brazo, cada vez que la ocasión se lo permitía, iba regando a mano suelta, el suelo de tierra natural. Cuenta don Nicanor, que para el ritmo campero “los pasitos eran cortos, como titubeantes, iguales para todos los bailes…”. Que así eran los bailes de’nantes, y sino, volvamos a Pedro Risso:
“El patrón y la patrona / sin que hiciera falta un ruego / bailaron, rompiendo el fuego, / cuanto arrancó la acordiona. / La muchachada gauchona / dentró a buscar compañera, / y como haciendo escalera / en la cordial tremolina / yo me florié con mi china / ‘pasuquiando una ranchera”.

Ilustramos con unas décimas de Cirilo Bustamente, que titulara “Bailes de Ayer” (se pueden leer en el blog "Antología del Verso Campero")

miércoles, 17 de enero de 2018

PEDRO RISSO (Charla 4)

AM 1520 Radio Chascomús – Audición “CAMPO AFUERA”
Micro Nº 27 – 17/01/2018

Antes de salir “campo afuera” pa’ poder tender la vista mirando lejos, dende’l banco chueco en el que estoy sentao, vamos a ver si le arrimamos unas “astillas” al “Fogón de los Poetas”.

Hablábamos en el encuentro pasado de desfiles y sortijas, por eso viene a cuento recordar las pilchas con que ensillaba Pedro, que no eran moco’e pavo pa’ poder entreverarse a la gente de Avellaneda con la que se reunía compartiendo tradiciones.
Tras su muerte las mismas fueron compradas por el Sr. Debiaggi, dueño de la “Empresa de Transportes DADA S.A.” -casualmente de Avellaneda-, para su hijo Gustavo; esto lo podemos contar pues don Julio Secundino Cabezas, en su libro “Recostao en la Tranquera” de 1980, publica dos fotos, que aunque no muy nítidas, permiten ver un pingo ensillado con esas prendas, y a su entonces jovencísimo dueño Gustavo (estamos hablando de 37 años atrás).
Cabezas, que no lo conoció a Risso, al conocer sus gauchas pilchas le escribió un verso que tituló “Tu Apero Está En Buenas Manos”, el que remata diciendo: “Vi su emprendao el domingo / -me lo imaginé al paisano- / y entre un golpetear de manos / pude escuchar este grito: / Qué en paz descanses Pedrito, / ¡tu apero está en buenas manos!”.
Por la segunda mitad 1966, cediendo a presiones de familiares y amigos, y quizás… como dice su prologuista Etulain: “cuando seguramente advirtió que la hora del trance final se le aproximaba”, comenzó a seleccionar a su criterio los mejores versos con la intención de darle forma a un libro, y a principio de febrero de 1967 se los hizo llegar a al citado Osmildo Etulain, pero la muerte lo sorprendió el 11/02/1967, con jóvenes 51 años.
Ante esta situación, familiares y amigos reunieron sus versos dispersos, y compiladas 116 composiciones, ordenadas y revisadas por Etulain, se dieron a la tarea de ver como concretar la publicación. Fue así que arreglada la impresión en los Talleres Gráficos Cadel SCA, ubicados en Sarandí, los amigos organizaron una suscripción popular, cuyo aporte era el valor de un ejemplar, financiándose así una edición de solo 500 ejemplares que vio la luz en el mes de octubre de ese año ’67, con registro de su esposa, Alicia A. T. de Risso, bajo el título que el propio autor eligiera: “De Mi Marca”, que se distribuyó exclusivamente entre aquellos que habían aportado el valor de uno, dos o tres ejemplares. Motivo éste que explica por qué, nunca estuvo a la venta, y también por qué, es tan difícil en la actualidad encontrar un ejemplar.
El mismo lleva en tapa el motivo de una marca que auna las dos letras de su nombre, la “P” y la “R”, y en pag. 6 una obra de Marenco que alude a su tema “¡Qué Ocurrencia!”.
Cerramos con una reflexión de su amigo Etulain: “El libro en sí constituye un canto permanente al hombre de campo argentino de la llanura pampeana, de quien exalta sus virtudes, relata sus costumbres y describe además de su idiosincrasia, con lujo de detalle (…) la indumentaria y las prendas todas de sus aperos y herramientas, de los que tuvo que valerse en el medio en que le tocó actuar, para trabajar, luchar y divertirse”.

Ilustramos con “Los Diez Hermanos Rosales”. (dichas décimas se pueden leer en el blog "Antología del Verso Campero")

domingo, 14 de enero de 2018

FOGÓN

LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 55 – 14/01/2018
Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.

Indudablemente es una de las palabras más usada en el ambiente rural, y no por antigua ha caído en desuso, y a más es considerada como genuinamente criolla, ¿quién lo duda? Pero bueno… nos equivocamos: cierto que es muy antigua, tanto!, que deriva de la voz latina “focus”, que representa al “fuego”. Y éste, el fuego, ha sido esencial para el desarrollo de la especie humana. Allá en el origen de la historia de los tiempos en que ya el hombre estaba presente, lo conoció, se asombró y también se asustó, a través de fenómenos naturales: erupciones volcánicas, rayos, incendios.
El hombre lo comenzó a aprovechar aún antes de saber encenderlo, tomándolo de algún fenómeno natural, y procuró conservarlo, alimentándolo, para que no se le extinga. Luego aprenderá a golpear dos piedras para provocar una chispa, y también a frotar dos madera secas, y obtenido el fuego quizás su primer uso fue el de iluminar, y recién luego el de cocinar.
Cuando el conquistador llegó a estos lares, también sabían usarlo los naturales. Lo que aquel aportó -el español- fue esta denominación de “fogón” que hoy nos convoca. Fundamentalmente designa al fuego de leña que se hace en el suelo y a la intemperie, y esto así dicho, lo reconoce la Real Academia Española como cuarta acepción de la palabra, definiéndola como “americanismo”.
En las largas marchas de las tropas de carretas atravesando la geografía patria de norte a sur y este a oeste, se armaba un “fogón” cada vez que se hacía un alto en el camino; en él se calentaba el agua para el mate, se cocían los alimentos, y servía como sitio de reunión.
Lo mismo ocurría cuando en la pampa sin alambrar, en ‘campos de pa´juera’ se comenzaba poblar una nueva estancia: se llegaba con la tropa de hacienda al sitio elegido para formar querencia, se plantaba un palo o un poste de fierro para que sirva de rascadero, y en su defecto, si se podía, se ubicaba una gran piedra de sal para ser lamida por los animales, mientras que distante de allí, otros paisanos, en el sitió más protegido que encontraban, armaban un gran “fogón” que sería permanente, y en sus alrededores se establecían los hombres que estaban en esa campaña. Ese sería “el real”, el asentamiento principal, hasta que llegase alguna tropa de carretas con los elementos necesarios para alzar los ranchos.
Establecida la estancia y edificada las poblaciones, un rancho sería ‘la matera’ o ‘la cocina’, y ahora “el fogón”, ocupante de la parte central de esa construcción, ya no estará bajo el cielo, sino: bajo techo, y así será la sede habitual para la reunión de compañeros de trabajo y de amigos junto al fuego, rueda de paisanos que sin altivez capatacea el mate, y en la que taya el silencio cuando está listo el charrusco.
En aquellas yerras de antaño, que duraban una semana, lo primero que se armaba era el “fogón” en el que se calentarían “los fierros”, el que sería responsabilidad de un hombre que se llamaba “fogonero”
Y aún hoy, ese fuego que encendemos en el lugar en que se está trabajando, para asar una tira de asado, o el mismo que se arma cuando vamos a una fiesta criolla, o porque andamos en una marcha a caballo, ese, sigue siendo el mismo “fogón” de antaño.
Valga la opinión de alguien que lo conoció mejor que uno, Lucio Mansilla, que en su “Excursión a los Ranqueles” dijo: “El fogón argentino no es como el fogón de otras naciones: es un fogón especial. Es la tribuna democrática de nuestro ejército. Es la delicia del pobre soldado después de la fatiga. Alrededor de sus resplandores desaparecen las jerarquías militares. Jefes superiores y oficiales subalternos, conversan fraternalmente y ríen a sus anchas”.
Y ese Artemio Arán que tantas veces hemos citado, lo definió: “Es abierto libro de leyenda, que en llamaradas rojizas puntualizó referencias que ofrenda la tradición”.

Ilustramos con la inspiración de Don Pedro C. De María, justamente titulada “El Fogón” (los versos se pueden leer en el blog "Antología del Verso Campero")

miércoles, 10 de enero de 2018

PEDRO RISSO (Charla 3)

AM 1520 Radio Chascomús – Audición “CAMPO AFUERA”
Micro Nº 26 – 10/01/2018

Antes de salir “campo afuera” pa’ poder tender la vista mirando lejos, dende’l banco chueco en el que estoy sentao, vamos a ver si le arrimamos unas “astillas” al “Fogón de los Poetas”.
Dijimos en la primera charla que en 1937 Pedro Risso, de jóvenes 21 años, se acercó oficialmente al Círculo Tradicional “Leales y Pampeanos”, asociándose a la institución, la que a modo de patriarcal caudillo gaucho era presidida por Don Agustín Castelli; por entonces las manifestaciones ecuestres más que nada se limitaban a los desfiles para las fechas patrias y las patronales del pago, y a las corridas de sortija, y mientras que los primeros eran en alguna avenida céntrica de la ciudad, las segundas solían realizarse en un lugar que se conocía como “Monte del Inglés”, lugar al que describen como un “hermoso campo (…) situado en Villa Ite, en las calles Agüero y Chascomús”, y citamos esto por la coincidencia con la ciudad desde donde estamos emitiendo: Chascomús justamente.
Para tener hoy en cuenta: a quienes pagando los $5 que salía la inscripción se aprontaban a participar de la sortija, se les exigía que “cada corredor debe estar trajeado a la antigua usanza”, y de las mismas solía participar nuestro poeta, al que le hemos comprobado que alguna sortija ensartaba, y es así que le registramos un décimo premio (consistente en un freno) en 1937 y un noveno dos años después, pero con seguridad deben haber existido muchos más.
En cuanto a los versos, que ya explicamos firmaba como “El Zurdo Nicasio”, solía contrapuntear en las páginas de la revista, con “El Chueco Maidana”, y cuando éstas tenidas se ponían picante, apaciguando los ánimos, terciaba “El Pampa Filemón”, siendo estos dos últimos Emilio Frattini y Rodolfo Nicanor Kruzich.
Según éste último, realmente mientras duraron dichos cruces, no sabía ninguno quien se escondía tras cada seudónimo. Y así debe haber sido, porque al pie del verso titulado “Tropiando”, publicado en 7/1947, el Director de la revista expresa: “Para El Zurdo Nicasio: sobre su “retobo” deseo hablar con Ud., llámeme…”, y seis meses después al pie del verso “De Vuelta y Media”, volvía a sentenciar: “Para ‘El Pampa Filemón’: deseamos nos haga llegar su verdadero nombre y domicilio, si desea luego seguir con el seudónimo, será mantenido en secreto”.
Indudablemente un sabroso condimento con el que Risso y los otros poetas aderezaban los versos que estaban muy vinculados a la Institución y a la gente que la frecuentaba.
A título personal mi juicio sentencia que le sobraba a “Pedrito” materia prima para dirimir con cualquiera que quisiera toparlo desafiándolo en décimas fogoneras, a pesar de lo cual no deja de ser un buen ejercicio ese de contrapuntear con distintos contendores.

Lo mostramos entonces, con uno de los versos de esas tenidas, uno que le dedicara al “Pampa Filemón” y que titulara “Sin Rayeros” y es de mayo de 1948.
(El verso se puede leer en el blog "Antología del Verso Campero")

domingo, 7 de enero de 2018

CADENA

LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 54 – 07/01/2018
Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.
La cadena. Recordará el oyente, que un año atrás, en la charla N° 4 al hablar del “palenque”, y luego en la N° 35 al referirnos a la “tranquera”, vino a colación citar a “la cadena”, como que hubo “palenques” de estancia construidos con gruesas cadenas marineras, y que también, según lo refrenda por 1881 don José Hernández, “tranqueras” de cadena, en aquellas entradas de estancias que daban a los caminos principales (los caminos reales), con lo cual queda acreditado su uso como muy antiguo en la vida diaria de nuestra campaña porteña.
Trataremos ahora de brindar otra información, otros datos.
Según el diccionario, la “cadena es una serie de muchos eslabones entrelazados entre sí, normalmente metálicos, que sirve principalmente para atar o sujetar”.
Dicho de otra manera, el eslabón es cada uno de los anillos o elementos que forman la cadena.
En la vida gaucha puede que no haya tenido muchos más usos que los dos recién apuntados, a los que le podemos agregar un tercero, como ser la cadena -más vale fina-, utilizada a veces en los pozos de agua de brocal, para subir y bajar el balde mediante el uso de una roldana.
Pero con la proliferación de las chacras y el desarrollo de la agricultura, la vida de campo a partir del 900 fue sufriendo un cambio considerable, y a la antes exclusiva vida pastoril, se le fue sumando el trabajo del arado, de las rastras y cosechadoras, y la cadena comenzó a tener una presencia más visible.
Suele de ser de cadena la barbada de un freno, también está presente en los yugüillos que aseguran la pechera, en los tiros de un carro prendida a los balancines, y muchas veces en el cierre de una tranquera de alambre, y también reemplazando a la aldaba en una buena tranquera, donde solía quedar el candado como ñudo de un pañuelo, en la cadena que se usaba de cierre.
Suele estar entreverada al habla coloquial, como cuando alguien dice “a un amor hecho cadena prendimos los corazones”, queriendo significar un amor fuerte, indestructible, o  como dijo el poeta Pedro Risso con el mismo significado pero referido a la amistad: "Sos cadena de eslabones, / pareja y sin una falla; / y un amigo de tu laya / no se encuentra a dos tirones".
Hablar de la cadena me trae un recuerdo personal, cuando allá 1961/62, después de una muy fuerte tormenta que se desató un anochecer, nos encontramos al amanecer siguiente  con el monte muy raleado, con muchas acacias en el suelo, cuyos troncos, después de desgajados, con una fuerte y largada cadena, a la asidera del recado y con el servicial zaino “Ciruja”, fui sacando uno por uno hasta una orilla, los que después en un aserraderos se transformaron en tablas que se volvieron tranqueras.
Agustín López, el poeta con raíces en el Pago de Alsina, partido de Baradero, le escribió a la cadena, los versos que vienen a continuación. "La Cadena" de Agustín López.
(Se puede leer en el blog: "Poesía Gauchesca y Nativista")

miércoles, 3 de enero de 2018

PEDRO RISSO (Charla 2)

AM 1520 Radio Chascomús – Audición “CAMPO AFUERA”
Micro Nº 25 – 03/01/2018

Antes de salir “campo afuera” pa’ poder tender la vista mirando lejos, dende’l banco chueco en el que estoy sentao, vamos a ver si le arrimamos unas “astillas” al “Fogón de los Poetas”.
En aquella emblemática revista “La Carreta” no solo publicaban verso los ya citados Emilio Frattini y Roberto Roncayoli, sino también los poetas: Florentino Hernández, Amadeo Desiderato, Rodolfo Nicanor Kruzich, Domingo Ghiozzi, Juan Oscar Shedden, Domingo Arietti, Francisco Asla, Bartolomé Rodolfo Aprile, entre muchos otros, varios de ellos ya con libros publicados (Frattini, Hernández, Desiderato, Aprile…), pero donde Risso, modesto, pero pisando con todo el ancho’e su pata, comenzó a marcar un rumbo al que se mantuvo fiel hasta el último suspiro: representar el ser y el hacer del paisano de vieja raigambre porteña, el hombre bonaerense, de un modo diferente a todos los del grupo presentado, que lo emparentaba nítidamente a “Charrúa” y Menvielle.
“La mayoría de sus versos en décimas perfectas, no eran otra cosa que el notable fruto de su experiencia coaligada a una prodigiosa imaginación. Algunos de sus versos eran muy claros y suaves, cual si fueran agua pura y cristalina de un manantial serrano, desparramaban una dulce sensación de placer y frescura incomparable.
Otros eran simples y recios cual si quisieran demostrar toda la grandeza de la pampa o si no la selvática ferocidad de nuestros montes. Pero en todos estaba latente la profunda,  expresión de nuestra paisanada, tan sencilla, simple y espontánea.”, tal lo expresado sobre él por alguien que no se identifica, en las páginas de Revista “La Carreta”.
Su amigo Osmildo Etulain, opinó que a través de su poesía ha mostrado un “gran orgullo por lo que siente y canta”, y que siempre lo ha hecho “al estilo de casi todos los petas sureños, que por serlo aman la grandiosidad pampeana con esa fuerza y bravura que es necesario tener para ser actor de tan imponente escenario”.
Por nuestra parte, en el libro “Cinco Poetas Gauchos” hemos escrito: “Don Pedro no fue un poeta de cenáculos literarios, ¡para nada! Fue sí, ¡una genuina expresión de la reunión de gente criolla en la matera, en las grandes cocinas de las estancias, en el fogón!
Expresión netamente campera, donde el predomino del tema lo tiene la vida cotidiana del hombre de la campaña; sus tareas, sus costumbres, su hogar, pilchas, paisajes, diversiones, y hasta las cosas más pequeñas que hacen a su forma de vida.
Y aquí lo que marca su estilo: el lenguaje exacto y fiel de los hombres de la campaña bonaerense con sus giros y expresiones, (que) reflejan la verdad de un reservorio de pureza que fue ¡y es!, el habla del hombre rural”.

Y como siempre lo hacemos, mostramos algo de lo dicho a través de un verso con un contenido muy sencillo, pero que sirve para mostrar la condición de ser buen paisano: “Una Gauchada”.
(Las décimas se pueden leer en el blog "Antología del Verso Campero")