domingo, 20 de mayo de 2012

APUNTES SOBRE EL PAYADOR


Payador es decir memoria. Canto primigenio. Aedo universal que encontró en América campo fecundo para reproducirse, y en la cuenca del Plata el sitio ideal para agaucharse.
Siempre estuvo donde tuvo que estar: en el despertar de un mayo auspicioso, en el júbilo de un julio de ensueños, en las expediciones de un ejército ilusionado, en el fragor de los preclaros provincianos; en todos los sucesos que justificaran su presencia.
Desde aquellos anónimos sin nombre para la historia, hasta el Gabino que le fijara un rumbo; y de él a los exponentes de estos primeros escarceos del Siglo XXI, mucho tiempo ha transcurrido, y mucho han cambiado las cosas con el tiempo. Pero lo que no cambió es la vigencia del canto payador. Canto que con las intermitencias propias de la vida, siempre ha estado y es de suponer que siempre estará, porque ni la globalización ni las comunicaciones del ciber-espacio podrán quitarle a su expresión la impronta repentista que es el encanto de ese arte, sorprendente ejercicio de mentes ágiles capaces de cantar con forma, métrica y rima, sobre los temas más dispares y en los más variados ritmos.
Y como que los payadores son hombres, lógico es que algunos de los estuvieron ayer hoy no estén; que así se forma el sedimento de la vida, cantera inagotable capaz de generar depósitos notables con la memoria de los que se han marchado pero han dejado la sustancia de su estro.
Valga entonces evocar a Rodolfo Lemble (1947 / 2003), aquel cantor de Maipú, Madariaga y Ayacucho, que radicado en La Plata volcó todo su impulso hacia el canto repentista convirtiéndose en un referente de seriedad y profesionalismo en eso de izar la enseña del canto payador como un emblema de identidad genuino y blasón criollo. Supo Rodolfo cruzar guitarra con todos los argentinos y muchos orientales, y su hombría de bien se reflejó airosa en su decir sencillamente paisano y auténticamente repentista.
Y vuele también la pluma del recuerdo por la memoria de Víctor Nicolás Di Santo (1941 / 2005), el hombre identificado con su Ciudad de Boulogne (San Isidro), de la que salió hacia los cuatros rumbos cancioneros con un mensaje payador, y a la que siempre regresó por ser querencia.
La preocupación de Di Santo por los orígenes de su arte y sus intérpretes, devino en el historiador que investigó minuciosamente, documentando con fundamento los distintos sucesos del arte que amaba.
Por Rodolfo y Víctor que hoy no están, vibrarán las guitarras hermanas y trinarán las gargantas de los que siguen estando, alzando los versos que en el momento dicte la mente respondiendo a la consigna: repentista e improvisado es el verso.
Sirvan los “Encuentros” para refrescar los sueños, para reverdecer las esperanzas, para decir “como ayer, hoy estamos y mañana estaremos. ¡Es promesa!”

(Publicado en el programa del “2do Encuentro de Payadores Rioplatenses”, 21/08/2005)

sábado, 5 de mayo de 2012

ANA BEKER - La Amazona de las Américas - A 30 Años del Adiós


Entre 1925 y 1928, Aimé Félix Tschiffely -con “Gato” y “Mancha” -, abrió el camino, marcó el rumbo, pero sobre todo demostró que se podía cabalgar las Américas de punta a punta.
A la fecha varios son los jinetes que han cumplido exitosamente el difícil desafío, inclusive ampliando el periplo ecuestre, pero que entre ellos hubo una mujer, poco se sabe. Y como casualmente en este diciembre del Año del Bicentenario se cumplen tres décadas de su desaparición, veintiséis años después de cumplida su marcha americana, es que queremos recordarla.
Casi todo lo que de ella sabemos proviene del libro que publicara a su regreso triunfal en 1954, y ¡por suerte que lo hizo!, porque de no haber sido así probablemente ignoraríamos su hazaña.
Ocurrió que al iniciar la marcha lo hizo con el público apoyo de Eva Perón y el reconocimiento oficial del gobierno, y como aproximadamente al año de su retorno el gobierno fue derrocado y todo lo de esa época se transformó poco menos que en mala palabra, la hazaña de Beker fue ganada por el desconocimiento y el olvido.
Pero… ¿quién era esta valiente mujer?
Bonaerense de Lobería, nació en 1921 en un hogar campesino, con padres de origen letón; luego la familia se afincó en Algarrobo, partido de Villarino, donde se crió en una existencia chacarera.
Enamorada de los caballos y el recorrer distancias, su primera “travesura” fue una marcha de 1400 kms., desde La Pampa hasta Luján, en un doradillo llamado “Clavel” la que concretó en diecinueve días. Luego, en dos caballos que le hiciera facilitar el Presidente Ortiz (“Zorzal”, un overo azulejo, y “Ranchero”, un doradillo), recorrió durante diez meses, la geografía del mapa patrio, denominado entonces de “las catorce provincias”, acabando el mismo en 1942.
Alentada, aunque no conforme con lo hecho, y pretendiendo emular a sus predecesores Tschiffely y Soulé, se propuso unir Buenos Aires, con Otawa, en Canadá.
Al respecto, cuenta Santiago Ferrari, que tras asistir Ana a escuchar una charla del jinete suizo, al finalizar la misma se le acercó a saludarlo y le dijo: “Yo voy a hacer el mismo viaje que nos ha contado usted”. Entonces Tschiffely, la miró asombrado, sonriendo, sin saber que decir. “Sí -insistió ella-. Yo voy a ir a caballo, como ha ido usted, a la América del Norte. Y más lejos que usted. Iré a Canadá. Me llamo Ana Beker”. Tschiffely se puso serio y se limitó a contestar: “Me parece muy bien. Pero no pase por el altiplano”.
No es necesario aclarar que nuestra heroína no le hizo caso, aunque valga que evocar que no le fue fácil.
Como ya hemos dicho el espaldarazo de Eva Perón le permitió concretar -a la edad de 29 años- su sueño, y así el 1° de octubre de 1950, desde la Plaza del Congreso, daba la puntada inicial de su largo periplo. Sus dos compañeros, ambos alazanes y de siete años, eran “Príncipe” (que además era ‘malacara’) y “Churrito”. Al primero se lo había obsequiado Manuel Andrada, al otro Pedro Mack, y eran ambos caballos de polo.
Cuarenta y cuatro meses duró su travesía; cuarenta y cuatro meses difíciles, duros, azarosos, en los que debió vencer adversidades, repechar desamparos, superar indiferencias; visitó primeros mandatarios, convivió con aborígenes, fue retenida por grupos insurgentes, y sufrió robos y asaltos.
Distintas circunstancias hicieron que se viera obligada a utilizar en su andar una media docena de caballos, encontrándose acompañada de “Furia” y “Chiquito”, cuando el 6 de julio de 1954 desmontó frente a la Embajada Argentina, en la ciudad canadiense que se había fijado como meta. Tres años y ocho meses le había insumido la marcha.
Valga aclarar que montaba en esos dos guapos pingos de 1951, cuando cruzara por Perú. “Chiquito” era un alazán ‘maneado de atrás’ (de 4 años y medios, al momento de recibirlo), y le fue entregado por el Ministro de Guerra por orden presidencial. “Furia” era un zaino con estrella en la frente, y le fue obsequiado por la Guardia Civil y Policía.
El 27 de septiembre de 1954, con el viaje costeado por la Presidencia de la Nación, en el barco “Río Tercero” arribó al puerto de Buenos Aires junto a sus dos fieles compañeros, siendo recibida por “una cantidad regular de gente”, tal lo acotado por el ya citado Ferrari. Entre ellos un grupo de jinetes encabezados por su inseparable amiga Virginia Salusoglia, conformaron una recepción emocionante.
Con los años sufrió una internación en el hospital Español de Lomas de Zamora, hasta que tiempo después fue trasladada a Bahía Blanca donde residían algunos hermanos, y donde finalmente falleció en un instituto geriátrico, el 17 de diciembre de 1980 a la edad de 59 años.
Hace algunos años la Biblioteca Municipal de Lobería llevaba el nombre de “Ana Beker”; esperamos que siga así.
Y digamos por último, que el año de su fallecimiento, según información periodística de Esther Serruya, la Cámara de Diputados de la Nación sancionó un proyecto de resolución para acuñar una moneda de plata y un diploma para honrarla. No sabemos si esa distinción llegó a tiempo”.
Bien vale, entendemos, evocar a modo de tributarle honores, a esta criolla argentina que le demostró a los hombre y al mundo, que los imposibles no existen cuando existen voluntad, tesón y sacrificio.
La Plata, 17 de octubre de 2010

Fuentes: su libro “Amazona de las América” (ediciones La Isla, 1/1957); “Ana Beker, amazona continental” por Santiago Ferrari (Revista El Caballo, 11/1954); “Ana Beker no merece el olvido” por Esther Beatriz Serruya (Diario La Nueva Provincia, ¿/1981); “Ana Beker amazona de las américas” por Carlos R. Risso (Diario El Día, 24/12/1998).   

(Publicado en el Nº 98 de Revista "El Tradicional")

VÍCTOR ABEL GIMÉNEZ - Haciendo un poco de Patria: "Yuyos"

Hace 60 años contraían enlace en Mar del Plata, Nydia Leila Vázquez y Víctor Abel Giménez, y fieles a aquellos mandatos de “juntos para toda la vida” y “lo que el Señor unió, no separé el hombre”, han llegado al presente, juntos y unidos.
Y como desde hace ya varios meses él se encuentra atravesando un delicado cuadro de salud, ella ha tomado en sus manos la responsabilidad de concretar el paso que al esposo le faltaba.
¿Qué de qué hablamos? Que a los 84 años de edad, el célebre “Vasco”  de las gaucherías, Víctor Abel Giménez, arribó a la edición de su esperado primer libro: “Yuyos”. Corría septiembre de 2006.
Y si bien la obra había sido presentada en la Feria del Libro de Mar del Plata, Fiesta Nacional del Gaucho (Gral. Madariaga) y en “Escuela, Campo y Foklore” (Tandil), poco y nada se sabía por C.F. y zonas vecinas. Yamandú Villafán y Benito Aranda, en sus audiciones, habían dado el grito de alerta.
“Yuyos”, como canta el autor al comenzar a desandar el poemario, tiene un destino: “Sin saber, también, / por qué, ni cómo, / han nacido estos versos / en mi vida, / es por eso, no más, / que yo los llamo: yuyos, / color de mi esperanza, / pa’ vos, tierra querida.”
El autor -que nació en “La Rinconada”, Cnel. Vidal (antiguo ‘Arbolito’) el 9/01/1922 en el hogar formado por Victorina Martina Rípodas y Luis Santos Giménez- vivió desde los 21 años en la “Perla del Atlántico”, hasta que en el año 1990, desprendido ya de obligaciones laborales y radiales, decidió regresar a la zona rural de su pago natal, su “Arbolito” querido, más precisamente al campo “La Lomita”, para sentir de cerca las vibraciones telúricas, para insertarse en el ambiente campero, para ver y pisar -cotidianamente- esos yuyos que “visten de color, todo el paisaje” y que “han nacido, tal vez / como al descuido, / sin  una mano gaucha / que los plante.”.
            Y allí, en esa etapa de su vida nació el libro, al que dan cuerpo y alma 49 composiciones, divididas en tres secciones: “Yuyos Cercanos” (Al Perro, Pajarito de la Patria,  Rancho, Fogón, Molino de la Tapera, El Estilo, etc.), “Yuyos Lejanos” ( Coplas del que se ausenta, Guitarrero, A mi Manta Baya, Zamba Tucumana, De Mis Cerros, etc.), y “Yuyos de la Patria Toda (Canto a la Patria, Pericón, Zamba, Romance de la López Pereyra, Chacarera, Cueca Cuyana, La Cifra, El Chamamé, etc.). Obras inéditas, nuevas, que el autor pergeñó pensando en “su libro primogénito”, y que como se vislumbra en esos títulos alude a composiciones que recorren el territorio nacional, y que, como nos confía su siempre eficiente colaboradora Perla Carlino, escribió tecleando su vieja máquina Remington.
Bien podría “El Vasco” haber llegado hace tiempo a la publicación de un libro, pero... sistemáticamente se había venido negando, hasta que, después de haber grabado “Muy Buenas y Con Licencia” para el sello Cristal Music, quizás comenzó a pensar en hacerlo, sobretodo ante la constante insistencia de sus más allegados.
Giménez es uno de los autores más cantado por los intérpretes del canciónero folclórico, y no solo los sureros, que él supo pasear de la mano de su musa inspiradora, por todos los rincones del país, siendo más de 100 los títulos grabados entre los que a modo de ejemplo podemos citar: “Se quema el rancho” (ranchera), “El poncho de Dorrego” (zamba), “Por las trincheras”, “Romance del vidalero” (zamba), “Correntino hasta morir”, y “Entrerriano y de a caballo” (chamarrita).
             Pero ha sido quizás en la temática pampeana donde más ha trascendido con títulos como “De la huella larga”, “Llenar de coplas el campo”, “Antes supimos tener”, “Los blancos de Villegas”, “Este oficio de cantor”, “El Mulato Guevara”, “Las Meyizas”, “Pulpería La Colorada”, “Soy de Arbolito” o “Milico muerto”; y poemas como “Un peón... segundo Molina”, “Cosas que pasa”, “El Pampa Rosendo”, “Un perro muerto... nomás”, “Del tiempo de la maroma” y “Lonja y guitarra”, estos dos últimos interpretados por Miguel Franco, y acá viene a cuento recordar que fue libretistas de sus recordados programas “Las alegres fiestas gauchas” y “Surcos estelares”, y que formó parte del equipo que llevó adelantes aquellas multitudinarias fiestas de canto y jineteada de los años 60/70, que también originaran un disco larga duración que interpretaban Alberto Merlo, Víctor Velásquez. Argentino Luna y Los Indios Tacunao, con todos temas de “El Vasco”, como “Reservado” (cifra), “Pa’ la gente de trabajo” (milonga), “Apadrinador”, “Jinete” (milonga), “Espuela” (estilo), “Jineteada” (milonga), “Palenque” (cifra), “Sentencias para el jinete” (poema), entre otros temas.
               El Vasco Giménez ha sido hombre de escenario, radio y televisión, patriarca en Mar del Plata en estas lides, donde se recuerdan “Folklore junto al mar”, “Folklore de cuatro rumbos”, “Motivos musicales argentinos”, “Buenos Días, Señor día (20 años consecutivos en el aire por LU 6); “Patria adentro y campo afuera”, “Muy buenas y con licencia”(LU 22 Radio Tandil); y “Mangrullo 10” (Canal 10) y “Rastrillando” (Canal 8); como así también “Encuentro Criollo”, por el capitalino Canal 11.
             Toda esa actividad se ha visto distinguida por importantísimos premios, como “Martín Fierro” de Aptra, “Santa Clara de Asís”, “Cruz de Plata Esquiú”, “El Payador” (Radio Provincia), “Distinción Trayectoria” (AAET), “Llave de Oro” (Radio Popular de Lugo, España), y no son todos...
               Anduvo muchas huellas del país animando festivales: Fiesta Nacional del Trigo y Festival de Doma y Folklore de Jesús María (ambas en Córdoba); Fiesta de la Ganadería (Victorica, La Pampa), “A Lonja y Guitarra” (Cañuelas, Lobos, Pehuajó, Balcarce), “Fiesta Nacional del Gaucho (Gral. Madariaga), “Fiesta de la Papa (Cdte. N. Otamendi), “Fiesta de las Tropillas” (Lobería), por citar las más conocidas, hasta que animando la “Primera Fiesta Nacional de la Esquila”, en Río Mayo, Chubut, en 1986, se sintió cansado de recorrer distancias, y dijo adiós a esa actividad que lo tenía como un destacado.
           Ha pasado mucho tiempo desde que aquel niño de escuela primaria que escribía las composiciones... ¡en verso!; de aquel muchachito que cantó tangos y que integró el conjunto vocal “Tierra Querida”, y de aquel recitador que se presentaba como “El Chasqui”. Toda esto hoy se corona con las páginas de un libro, libro que hubiese puesto muy contento a su tío Alejo Rípodas, aquel que a más de ser su amigo supo inculcarle el amor por lo nuestro.
                Hay un nuevo libro y no es un libro más. Y en esto hay que reconocer y resaltar la actitud de Nydia, el empuje y el empeño, cuando, sin saber nada de cómo editar un libro, se propuso concluir lo que el “Vasco” había iniciado y la salud le impedía terminar, agregándole su toque femenino con muchas de las viñetas a tinta china que dibujaba para ilustrar las páginas que conformaban las carpetas del esposo poeta, y que ahora engalanan el libro.
                “Defender la Identidad Nacional ha sido el lema permanente de Víctor Abel Giménez, y algo de eso trasuntan los versos finales de “Vertical”: “Por más que’l canto de afuera / quiera en tierra mandar / y apuntalen a otras voces / los gringos con un platal... / siempre el recuerdo del gaucho / será lo tradicional / y seguirá nuestra copla / cantando a la libertad... // El canto de nuestra tierra / nació pa’ ser vertical.”
                   Siempre han de estar los yuyos, porque nunca se entregan, perseveran, y retoñan. Y  así ha de ser este libro, eterno reflejo de un buen argentino.
                                                                          La Plata, 30 de junio de 2007
(Publicado en el Nº 30 de revista "De Mis Pagos")

Don FELIX COLUCCIO - El Gran Folclorólogo


Sobre el cierre del número anterior informábamos del fallecimiento de Don Félix Coluccio, acaecido el 4 de agosto, a la edad de 93 años.
Digamos de él que había nacido en la ciudad Buenos Aires el 23/08/1911, dedicando su larga vida, apasionadamente, al estudio del folclore argentino y latinoamericano.
Maestro, profesor de geografía y de educación física, de su amistad con el consagrado estudioso Augusto Raúl Cortazar –quien le sentenció “te voy a pasar el veneno del folklore”-, devino su dedicación al estudio y la investigación folclórica que vislumbró cuando dictaba Geografía Humana.
Hace ya mucho, corría 1948, sorprendió al mundillo de la investigación con la publicación de los dos volúmenes de su “Diccionario Folklórico Argentino”, al que continuó mejorando y ampliando a lo largo del tiempo, llegando en la actualidad a las diez ediciones.
Sus tareas de campo lo llevaron a los rincones más apartados y recónditos de Argentina y naciones hermanas como Bolivia, Uruguay, Paraguay, Chile y Méjico; a lomo de caballo o de mula, a veces a pie, otras en vehículos de Gendarmería, y también en algún transporte facilitado por un lugareño, llegó para mimetizarse con la comunidad o el rancho que visitaba, despojado de los apuros y urgencias de la vida ciudadana, con la paciencia y la observación necesaria, hasta poder escuchar tras varios días, naturalmente y sin presiones, el relato o las referencias en cuya búsqueda había ido.
Su encomiable dedicación fructificó en cuantiosos libros –más de cincuenta-, de los que a modo de ejemplo además del ya nombrado citamos: “Diccionario de Voces y Expresiones Argentinas”, “Diccionario Folklórico de la Flora y la Fauna de América”, “Diccionario de Creencias y Supersticiones Argentinas y Americanas”, “Diccionario de Juegos Infantiles Latinoamericanos”, “Fiestas y Celebraciones de la República Argentinay  “Presencia del Diablo en la Tradicional Oral de Iberoamérica”.
De las muchas distinciones obtenidas por su trabajo, no podemos dejar de mencionar la Faja de Honor de SADE nacional en 1953; la declaración de Ciudadano Emérito de la Cultura Argentina por parte del gobierno nacional en 1999; el homenaje en 2002, de la Academia Argentina de Letras, por considerarlo “decano de los folklorólogos de nuestro país y uno de los más respetados del continente”  atento también a su permanente “vocación de servicio”; la declaración de Académico Honoris Causa por la Academia Porteña del Lunfardo, en octubre de 2003, y el Premio Konex de Platino otorgado en noviembre de 2004.
Ocupo altos cargos e integró destacadas instituciones, por ejemplo fue Subsecretario de Cultura de la Nación en 1974/75, Director del Fondo Nacional de las Artes en dos períodos, primero en 1973/74 y luego de 1984 a 1991; fue Miembro de la Academia Nacional de Geografía y también de la Academia Nacional del Tango. Y lo enumerado no es todo.
Su particular forma de ver e interpretar el saber folclórico y el acervo tradicional lo diferencio y enfrentó con otras concepciones de estudio, incluso con la del creador de la ciencia folclórica, Willams J. Thoms.
En nota de Sánchez Zinny, en “La Nación”, éste dice: “Don Félix no ve en el folklore algo del pasado: interpreta sus formas cristalizadas como simples momentos de cosas que luego siguieron evolucionando. Con socarrón respeto se ríe por lo bajo de esas limitaciones de que ya no hay más gauchos o compadritos, o lo que fuese. ‘Están acá, somos nosotros, sólo que como no podemos ser en todo como antaño, en ciertos aspectos somos distintos’”. Y remató en otra ocasión respecto de la existencia del gaucho que “el mundo cambia y el hombre con él”. Y agrega Zinny, “a su juicio, el gaucho no murió ni se extinguió: transfigurado se hizo paisano, se hizo peón, se hizo chacarero, emigró a la ciudad y ahí fue obrero y compadrito y comerciante, y estudió, y somos nosotros, gauchos verdaderos y cabales, aunque no nos demos cuenta”.
Por supuesto que se puede discrepar con su interpretación del suceso, lo que no se puede es dejar de reconocer su total dedicación a la investigación y la honestidad al expresar su convencimiento.
Falleció en su ciudad natal diecinueve días antes de cumplir 94 años. Sus restos fueron depositados en el Cementerio de la Chacarita.
Es de desear que sus hijos -Marta, Susana, Amalia y Jorge-íntimos conocedores y partícipes de sus métodos investigativos, den continuidad a su notable labor en bien del propio conocimiento.
La Platas, 23 de octubre de 2005
(Publicado en el Boletín de la AAET en 12/2005)

EL GAUCHO PAMPEANO NO ENSILLA EN YEGUA


            Antes que los libros tuve los ejemplos de la vida, y en ellos, los de mis mayores.
La suerte de haber crecido con una fuerte vinculación al medio rural, me permitió saber ciertas cosas que después volví a encontrar en la lectura.
Jamás en esos años de la infancia y adolescencia (décadas del 50/60) vi un paisano que ensillara en yegua para “dominguera”, cumplir con una visita o concurrir a alguna fiesta. Si lo vi en las tareas del diario chacaneo: arrimar la majada al coral de las casas, apartar el tambo, tirar de algún rastrín a la cincha, etc.
Por supuesto que el lugar propio y reconocido de la yegua  han sido las varas de un sulky o un carro, y así también la digna tarea de “madrina”, como asimismo la más sufrida función en los pisaderos de barro en los hornos de ladrillo.
Lo antes dicho no quita que siempre haya habido alguna que por su ligereza y condiciones, se cuidase como “parejera”. En mi familia la hubo, era picaza y se aprontaba lindo en tiros cortos.
Dándoseme por repasar la colección de la Revista “El Chasque Surero”, encontré en el número 8 del 6/95, el refrán referido a que “El hombre que anda en yegua no sirve para testigo”, con su respectiva explicación, brindada nada menos que por Rodolfo Ramos en base a lo que le narrara D. Máximo Aguirre (¡pavada de notables!), donde se remonta el origen del mismo a la península ibérica, y se explica que en la Edad Media, los varones de la nobleza, al cumplir la mayoría de edad eran ordenados caballeros, lo que recién entonces les permitía montar en caballo macho y entero, posibilidad negada al pueblo vulgar (la plebe); éste, tan solo podía montar en yegua.
Casualmente Don Justo P. Sáenz (h) en su consistente “Equitación Gaucha”, comenta “que el prejuicio existente entre los caballeros ibéricos del s. XV, que los hacía considerar altamente deshonroso el montar en yegua, es otra de las viejas costumbres españolas que ha perdurado en nuestras campañas”.
Lo cierto es que me recordó conversaciones al respecto, de esas que a menudo se suelen dar entre los que nos consideramos entusiastas de preservar nuestras tradiciones. Y así vino a mi memoria un multitudinario desfile en La Plata, en 1981/1982 (ambos muy concurridos), cuando crucé cordiales palabras con un paisano salteño quien se asombraba que de la gente de estos lares ninguno ensillaba en yegua, cosa que él en su pago hacía frecuentemente. Lo mismo un amigo bonaerense (que casualmente frecuenta mucho el movimiento tradicionalista de Salta y Jujuy), quien no solo no tiene inconveniente en hacerlo sino que lo entiende correcto.
Al correr de los ejemplares, encuentro la clara nota del Dr. Carlos Lunardi incluida en el número 23 del 9/96, a propósito de una presentación ocurrida en el predio de la Rural de Palermo en la exposición de ese año, donde en el concurso de recados hubo quienes se presentaron ensillando yeguas “en una frívola actitud antitradicionalista” y violando inclusive el Reglamento del 63° Concurso de Caballos de Silla, acota el articulista.
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Nadie dice que sea mejor ensillar un macho castrado (al que habitualmente denominamos “caballo”), que una yegua, pero ocurre que si nos decimos tradicionalistas y queremos conservar el acervo de nuestros mayores, debemos ensillar caballos; si hacemos lo contrario estamos provocando una variación del hecho tradicional, y éstas (las tradiciones), casualmente no surgen por generación espontánea o porque un grupo de personas nos propongamos variarlas. Para ser tales necesitan de la amalgama del tiempo y la aceptación de la comunidad donde el suceso se produce.
Por supuesto que no faltará quien diga “yo conocí…” o, “mi abuelo nombraba a fulano que ensillaba en yegua…”, pero sépase entonces que siempre existe la excepción a la regla, y que el hecho tradicional se sustenta en generalidades y no en sucesos aislados.
Como bien opina Lunardi, la costumbre es propia de la “región pampeana”, y es indudable que permitió acentuar dicho perfil la impresionante cantidad de manadas que antaño poblaban la llanura -aseverado por cronistas de época-, lo que facilitó elegir a lujo y antojo. Y ya que hablamos de “cronistas”, valga una breve cita: Alejandro Gillespie, en “Observaciones Coleccionadas en Buenos Aires y el Interior de la República”, que apuntó hacia 1806 y publicó doce años después, cuenta: “Las yeguas del país rara vez se ensillan o se dispone de ellas, sino que se conservan para cría y fines agrícolas”.
Aportando un dato curioso, un caso antológico del uso de yeguas como animal de silla lo da el ya citado Sáenz, cuando en su novela “Los Crotos” (recomendable lectura) ubica a uno de estos (un personaje secundario que jugará un importante papel cuando el desenlace), movilizándose con una tropilla de yeguas. Recordemos también que era “un croto”.
Por otro lado, Guillermo House, escritor que no es moco é pavo, en su obra “La Tierra de Todos”,  en  una muy campera forma expresiva hace decir a un personaje que sigue una huella: “-Tiene razón,  amigo -sonrió Garay-. Ya se lo digo en dos palabras. Vide que era mujer porque el rastro’e los pieses descalzos era chiquito y junto a los talones no había marca’e rodaja. No podían ser pieses de niño (pongo por caso) ya que asentaban juerte en el suelo, con peso’e persona mayor. Y, levantándose terminó: -Ahura, dígame, pa’ que no se vaya con las ganas… ¿Vido usté alguna vez un gaucho que muente en yegua?
…………
Por mi parte no puedo ni debo ocultar que en mi niñez me hice -más o menos- de a caballo en una petiza doradilla llamada “La Guitarra”, y que luego ensillaba una yegua malacara de nombre “La Ñata”; pero la primera vez que con mi padre salí para un desfile del Día de la Tradición, en La Plata, ensillaba un hijo de la segunda, un zaino que me será inolvidable, al que habíamos bautizado “El Ciruja”.
La Plata, 19 de Febrero de 2010
(Levemente aumentada y modificada con respecto a la primera versión publicada en 2001)

Nota publicada por: "Periódico El Resero" Nº 9   ( 8/2001); Revista "Campo Afuera" Nº 1 (1/2002); Revista "Manos Artesanas" Nº 1 (5/2004), y Revista "El Tradicional" Nº  94 (3/2010)