La primera vez
que intenté la evocación de un poeta para un medio periodístico, fue allá por
julio de 1982 y el evocado, Miguel D. Etchebarne. ¿Por qué?
Porque su libro “Campo de Buenos Aires”
había ganado mis afectos.
Con Etchebarne
pasa un hecho curioso; hay una “militancia” distinta a la de los otros poetas
que abordan “el gauchesco”. Él es un académico; ha egresado con Medalla de
Honor, de la Facultad
de Filosofía y Letras, y como tal, en carácter de profesor ejerce en distintos
niveles de la enseñanza, incluido el universitario. Pero… su crianza en el
medio rural lo ha marcado; su permanencia en él hasta el inicio de los estudios
secundarios le ha infundido vibraciones telúricas; el contacto con personajes
cuasi gauchos le ha mostrado otro modo de vida, una filosofía, un
encadenamiento de usos y costumbres que lo ha deslumbrado. Por todo esto y no
por otra cosa es que su primer esbozo poético se titula “Destino Gaucho”. Por
todo esto también que ya escritor con libros publicados, se lo puede adscribir
dentro de lo que León Benarós llamó “La Generación Del
40” , al
grupo que se identificaba con “el adentrismo”, aquellos “poetas que reflejan el amor a la tierra y al paisaje nativo en un tono
de emoción casi sofrenada, evidenciando una poesía de raigambre nacional”.
Si hay un hombre
a quien no se puede poner en duda su saber criollo, ese fue Don Justo P. Sáenz
(h), y éste, en su novela “Los Crotos”, le hace decir al personaje central,
Felipe Ubiedo, mientras lo ubica leyendo versos: “…esos magníficos poemas de Etchebarne (…) ¡Qué hombre que dominaba y
sentía la campaña porteña!”.
Como poeta
gaucho no adhiere al uso lingüístico del modo gaucho; “escribe en el correcto modo del hablar argentino, y de ese difícil
desafío sale airoso, quedando muy bien parado en razón de un verso de nivel
poético, matizado de acertadas y precisas descripciones de lugares, personajes,
tareas y costumbres propias del hombre de la campaña bonaerense. Y sabemos que
si a veces resulta difícil hacer creíble el verso criollo en la expresión
campera, más aún lo es, al intentarlo en lenguaje culto, ya que la idea
principal puede quedar a mitad de camino -en lo que a realismo de escena se
refiere-, con la utilización de correctas expresiones gramaticales. Lograr el
fin deseado, es precisamente condición de gran poeta. ¡Y Etchebarne lo logra!”.
Normalmente,
quienes enfocan “lo gaucho” desde el estilo llamado “nativista”, escriben desde
afuera, como observadores, describiendo lo que contemplan, no comprometiéndose
con la acción ni la primera persona; y aunque pueden escribir buenos versos, no
logran “sonar” auténticos. ¡Sí lo consigue Etchebarne!, quien a pesar de su
estilo culto, resulta verdaderamente campero, de allí la aceptación entre el
paisanaje. ¡Qué mérito!
BIOGRAFÍA
……………………………
“Nací el 29 de enero de 1915 en
Tigre, donde también han nacido mi padre y mi madre. Cuando tenía un año ellos
se radicaron en el campo, cumpliendo un lejano anhelo. Así, pues, levantaron
casa y plantaron monte cerca de la estación San Eladio, del Ferrocarril Central
Gran Buenos Aires, partido de Mercedes. Allí corrieron los primeros años de mi
infancia, solo en el invierno, hasta que mi hermana, que fue siempre el mejor
de mis amigos, pudo compartir mis juegos. En verano, casi siempre teníamos la
compañía de los primos. De todo aquello evoco, en ráfagas, algunos
acontecimientos. Uno, muy vivo, el de la tarde en que mi madre se rompió u
brazo y tuvieron que llevarla a Mercedes, de noche y con malos
caminos, en una volanta tirada
por cuatro caballos. Recuerdo que nos quedamos acongojados y
que un peón viejo que nos cuidaba nos hizo unos sables de madera. Le agradezco,
a través del tiempo, el consuelo.
Cuando tenía siete años, dejamos San
Eladio para instalarnos en el partido de Magdalena, zona de campos largos,
donde todavía se salva el paisano frente a la soledad y lejanía. Allí comienza, desde la llegada, la época
más dichosa de mi infancia. Vivimos en una casa grande, oculta en un monte
de plantas añosas. El campo, quebrado y virgen, estaba cruzado de arroyos que
corrían mansamente en verano y se desbordaban de invierno. Aún los veo platear
a lo lejos, después de las lluvias.
Allí tuve un perro negro cuyo nombre
siempre evocamos en nuestras charlas, un rifle del 9 y un petizo colorado, que
todavía vive, gordo y bichoco, pero aún con mañas.
De ahí datan, también, mis primeros
recuerdos literarios. El primero, de “Los Caranchos de La Florida ”, de Benito Lynch,
que oí leer en voz alta; después el de “Amalia”, de José Mármol, que leí por mi
cuenta, a los nueve años. Mi madre me enseñó las primeras letras y me
transmitió su amor por la naturaleza. Mi padre, su afición por el campo; los
dos, el cariño intenso por las cosas, por su presente, y su historia.
Más tarde tuvimos una maestra
particular y exámenes de fin de año en Buenos Aires. Aquellos viajes influían
notablemente en mi espíritu. Sentía en la ciudad una sensación de angustia. La
gente me desconcertaba con su seguridad y rapidez para todo. Aún me ocurre algo
de eso. Me ha quedado para siempre el ritmo tranquilo y sosegado del campo.
Nunca olvidaré las personas que
pasaron por mi casa. Ellos fueron mis amigos y mis maestros en cosas de campo y
hasta en filosofía de la vida: Juan Paniagua, Heriberto Bello, Aristóbulo
Velásquez, Florencio Dorado, tantos otros. Los tengo presente a todos, con sus
rostros serios o taimados. Más que a ninguno al que creció conmigo, Juan
Chiclana, de recuerdo y amistad imborrables. Junto a ellos aprendí a mirar el
campo, a conocer sus trabajos y sus secretos; el nombre de cada yuyo, los pelos
de los caballos, las gracias de las comparaciones. También a sufrir callado y a
conformarse con lo que venga.
A los 12 años (1927) ingresé como
pupilo en el Colegio Euskal-Echea, de Llavallol. Al principio sufrí lo
indecible, pero, poco a poco me fue absorbiendo el ambiente. El dolor se
repetía todos los años al final de las vacaciones que, sin excepción, pasé en
el campo. En ese colegio cursé el quinto y sexto grado y todo el bachillerato.
Allí también se despertó mi vocación poética. Lo primero que escribí fue un
largo poema gauchesco en cuartetas, Destino
Gaucho, que corría de mano en mano,
subrepticiamente, en las horas de estudio. Mis lecturas, en general, eran
malas: los libros que encontraba en la biblioteca y algunas novelas que
entraban de contrabando. Me salvaba en los poetas: clásicos castellanos y
algunos románticos franceses.
Tuve un profesor de literatura, el
padre Bernardino de Estella, que me dio buenos consejos, que no siempre
aproveché. Ningún compañero de vocación literaria, pero sí excelentes amigos.
Finalizados los estudios
secundarios, partí para el campo. Mi familia se había instalado nuevamente en
San Eladio. Esta época está fijada en el poema así llamado que apareció en “Región de Soledad”. Allí estudié,
malamente, el ingreso a la
Facultad de Derecho, completamente absorbido por la poesía.
Escribía mucho y muy mal. Me daba cuentan de ello, de la falsedad de los temas,
del mal empleo de las palabras, del desconocimiento del idioma. Aprobé el
ingreso a la Facultad
mencionada, pero me resultaron muy penosos los estudios jurídicos, que abandoné
en 1936, para pasar a la
Facultad de Filosofía y Letras, donde me gradué en 1942.
De ese tiempo conservo algunos
buenos recuerdos. Mi reconocimiento de estudiante se detiene en los nombres de
Carmelo M. Bonet y José María Monner Sans.
Desde 1936 he estado poco en el
campo. Incorporada mi vida a la ciudad, me acostumbré a quererla y
comprenderla. Para ella será seguramente, la segunda parte de mi canto.
Mi primer libro, “Poema de Arroyo y Alma”, apareció a
fines de 1937. lo había escrito de un tirón en San Eladio durante las vacaciones
de julio. El poema se quedó en el propósito por precipitado y entusiasta. Pero
tuvo el mérito de indicarme el rumbo del pasado, donde después se ha gestado
toda mi obra.
En 1941, “El Arroyo Perdido” señala una época de transición, de búsqueda, de
afán de síntesis. Así como en el primer libro pudo haber
influido un poco el Bernárdez de El Buque, en éste tal vez, haya ocurrido otro
tanto con el Molinari de Elegía de las Altas Torres. En el fondo no fue más que
postura. Entonces, yo ya sabía que mi mensaje era distinto al de todos
Por fin, en 1943, “Región de Soledad” reúne bajo su título
unos cuantos poemas donde mi voz se aclaraba.
No he pertenecido a ningún cenáculo
literario, a ninguna agrupación de poetas jóvenes, ni he colaborado en ninguna
de sus revistas. Mi primera colaboración apareció en La Prensa (…). Desde entonces
sigo publicando regularmente en ese diario.
Con “Lejanía” (1945) se cierra el ciclo de los recuerdos de la
infancia. Sin prisa, y ya al margen de ciertas inquietudes, dejo en él todo lo
auténtico que quedó en mi alma. Y después será lo que la vida quiera.”
…………………………………..
Al informe del
propio autor, que podemos fechar hacia fines de 1945 o principios de 1946,
debemos agregar entre sus títulos: “La
Pampa ” (antología, 1946), “Soliloquio” (1947), “Campo de
Buenos Aires” (1948), “Juan Nadie – vida y muerte de un compadre” (1954) y “La
influencia del arrabal en la poesía argentina culta” (ensayo, 1955).
Con respecto a
los juicios de valor que él agregó a cada libro, decimos nosotros con respecto
de su “Campo de Buenos Aires”, que es su libro más criollo, más paisano; en él
brilla con luz propia en la pintura, la descripción, los detalles, de la vida
de la campaña bonaerense que vislumbró y conoció en los años de permanencia en la Estancia “Martín Chico”,
de Verónica, entonces partido de Magdalena. Dicha obra, lo pone en lo más alto
de la poesía gauchesca del siglo 20, esa… que aún está esperando al académico, al
investigador que la estudie, la desmenuce y
ponga en el sitial que le corresponde en la literatura argentina.
Casi con
seguridad es por éste libro, que cuando el hoy inexistente Instituto de
Literatura bonaerense comenzó el ambicioso proyecto de publicar obras
vinculando a un poeta con un “pago” o región, se le encargó a Ángel Mazzei la
realización de la obra “Etchebarne y La Magdalena ”, cuaderno que lleva el número 11 en
esa invalorable colección.
En lo que hace
a distinciones, su libro “Lejanía” recibió el Premio Municipal de Poesía del
año 1945, y a su vez la SADE
lo consideró uno de los 10 mejores del año; y a su vez “Juan Nadie” mereció el
Tercer Premio Nacional de Poesía por el trienio 1953/6.
Además de las
colaboraciones a La Prensa ,
también lo hizo con el diario La
Nación donde publicó las columnas tituladas “Librería de
Viejo”, en la que aparecieron artículos como “La Estancia en la
literatura”, “Indios, fortines y malones”, “Benito Lynch y la reiteración de un
desencuentro”, y “Antología de los Barrios” donde contaba historias como “La
ciudad emancipadora”, entre muchos más.
También sabemos
que hacia 1953, para Editorial Alpe, dirigía la “Colección Porteña”.
Miguel
Etchebarne estaba casado con la misionera Dora Pastoriza, como él,
egresada de la Facultad
de filosofía y Letras de la UBA ;
escritora ella también, especializada en literatura infantil y narración oral,
aunque en nuestra biblioteca tenemos un libro suyo titulado “Elementos
Románticos en las Novelas de Ricardo Güiraldes” (ensayo, 1967). Era el
domicilio familiar: Arenales 2620, en Buenos Aires.
Su muerte
aconteció a los 58 años edad, el sábado 6/10/1973, en la provincia de Buenos
Aires. Nos hemos tomado el trabajo de revisar los avisos fúnebres y crónicas
necrológicas publicadas entonces en los medios de la época, y para nuestra
sorpresa, la información se repite como calcada, sin brindar datos sobre el
deceso, como si hacia todos lados se hubiese distribuido una gacetilla
informativa. De allí se desprende que sus restos fueron velados a las 10.30 de
horas en Marcos Paz, recibiendo sepultura en el Cementerio de dicha localidad el
domingo 7.
Por algo será
que al evocar al poeta en una nota titulada “Recuerdo de los versos de
Etchebarne”, publicada en el prestigioso “La Nueva Provincia ” el 29/01/1981,
Roque R. Aragón cierra su texto diciendo: “Algún día habrá que hablar del desgraciado
final que tuvo”. Ya han transcurrido 39 años y en la averiguación
andamos.
Y “Juan Nadie –
vida y muerte de un compadre”, es su único libro que ha sido reeditado. Dicho
motivo valió un acto homenaje en la Biblioteca Nacional ,
en el que expusieron Félix Luna, León Benarós y Antonio Requeni. A posteriori,
en los comentarios de Clarín, Hilda Guerra escribió: “Alguna vez dijo Borges que Juan Nadie era la epopeya de un Martín
Fierro de suburbio. Lo que Hernández había hecho para el gaucho, Etchebarne lo
hizo para el compadre al mostrar su vida y muerte.”. Hay una perfección
poética en esos versos que hace encantadora la lectura.
En el ambiente
de la gauchería, fue la voz de Alberto Merlo quien con “Mensual de campo” y
“Capataz de tropa” lo acercó a los fogones donde los degustó el paisanaje.
Grande ese Miguel
Domingo Etchebarne tan identificado con mis pagos. ¡Un poeta mayúsculo!
(Publicado en Revista "El Tradicional" Nº 108, de 11/2012)
Este hombre ha sido un poeta excepcional, con un manejo admirable del lenguaje!!!
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo!
ResponderEliminarExcelente Carlos, gracias por hacer estas investigaciones !!!
ResponderEliminarGracias por visita el sitio. Etchebarne es un grande, sin duda.
ResponderEliminarSensacional
ResponderEliminarMuchas gracias
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