lunes, 20 de mayo de 2013

EJERCIENDO LA MEMORIA

Cuando uno se ha pasado la vida como sin darse cuenta siempre vinculado a los quehaceres de la cultura criolla, ya con cincuenta y tantos en la maleta (que quizás no sean muchos, pero en rigor no son pocos), puede volver la cabeza, que aunque no haya dejado tras de si una huella (virtud ésta, solamente propia de los que mucho  y bien, hacen), ha de observar aquellos momentos y asuntos que han  quedado en la retina y en la memoria, de allí que no esté malo evocarlos, como que son aquellas cosas que “no me las contaron ni las leí”, y no se hace entonces otra cosa que ejercer la memoria.
Versos criollos, bailes nativos, malambos, peñas y guitarreadas, cuadreras, sortijas, desfiles, jineteadas, marchas a caballo, dormir a campo, yerras, apartes... se escalonan y se entreveran, desde los años de la primera infancia y durante la adolescencia. Esa vida “cuasi campera” tuvo por epicentro la zona norte del partido de Magdalena, parajes “Arroyo Zapata”, “Punta Blanca” (sobre la costa del Río de la Plata), “El Pino”, Bavio...
No sé por qué misterio guardo imágenes desde años muy tiernos, como los versos de “Charrúa” a los 4 años y al petiso zaino “El Perico”, por el mismo tiempo. De allí en adelante arranco.
Gente criolla mis mayores con viejo arraigo en la zona, asistían gustosos a las fiestas criollas que se organizaban a beneficio de la escuela o de la sala de primeros auxilios (que no eran tantas al año como hay hoy); las mismas se promocionaban con bastante antelación en pequeños volantes (tamaño media hoja A4 con expresión actual), que perforados en una de las esquinas superiores se colgaban de un clavo o un gancho, en los sitios de mayor asistencia de gente: el boliche, el almacén, el remate feria, la firma consignataria, etc.
Resultaba común que los paisanos entonces se convidaran “para la domada” en tal o cual campo (1). Puede sonarle mal a los tradicionalistas, pero aunque gente de campo, sabedora de la diferencia, así le decían, y no “jineteada” como nos esforzamos hoy.
Al despuntar los años 60 los reservados más renombrados en la zona, eran “El Vale Cuatro” de Don Tomás Lértora (“El Vasco Chanfle”) y “El Refaloso” de Domingo Amondarain; ambos estarían después, en alguna jineteada con la caballada de Orlando Gargiulo. “El Negro” Rey daba seguridad en el palenque, y fue “el soltador oficial” de “El Vale Cuatro” mientras lo tuvo “Chanfle”.
La muchachada que entonces montaba no eran deportistas, sino todos peones, mensuales y otros trabajadores de campos del vecindario. Las montas habituales: de las clinas o en pelo, y con la grupa; no existía “la campana” y duraban el largo de la bellaqueada. Los apadrinadores trabajaban de lejos, dejando hacer...
En la zona se había afincado Juan Carlos Diz (“El Indio” Diz), el primer bonaerense Campeón de Jineteada, en Córdoba en 1950, pero no llegué a verlo jinetear, sí trabajar en el campo o jurar. El más afamado de los jinetes lugareños debe haber sido el clinero “Chichín” Jorge Gómez de Saravia, y con grupa Carlitos Llarías, hombre de boina blanca; también llegaban “El Gringo” Valente y Romerito, ambos de La Plata, a veces el chascomusero Rodolfo Barrios, los Andrada, Lorenzo “Quiroga” Estebanés, Francesena (de Atalaya), entre otros.
Nadie enriendaba con guante, ni se usaban muñequeras, musleras y ningún tipo de venda elástica.
La indumentaria más común: bombacha y camisa -algunos, corralera-; de calzado, botas fuertes, alpargatas y zapatillas corraleras; faja, y en el mejor de los casos tirador escamado con monedas de níquel; para cubrirse, sombrero tipo chambergo, algunas boinas negras (sin vuelo!!), y unos cuantos gorra con visera, se nombraban “jockey” y estuvo muy difundida en los años 50/60.
Fue moda también un sombrero muy aludo y copa chata, que se me antoja uruguayo y así usaba José Souza, y que iba bien requintado, tal como lo sigue usando el ya citado “Chichín”.
Nadie andaba de chaleco, y si alguno lo usaba era tejido y de confección casera; recuerdo en este punto a Luisito Gómez, siempre muy prolijo en su modesto atuendo, a quien en su ensillada caracterizaban los grandes estribos de suela llamados “sureros”. Era domador este hombre. También domador y que sacaba caballos de muy buena rienda, era el “Pampa” Gutiérrez, tambero en “El Estribo”; como no era muy fuerte pa’l basto, a veces el primero y segundo galope lo daba su sobrino “Chiquito” y sino Carlitos Bidondo.
En cuanto al pañuelo, salvo algún paisano añoso (D. Pablo Gonzáles, Raúl Smith, Ángel Cardozo, Don Silva), nadie lo usaba tendido, y primaban los blancos y colorados, y algún que otro negro. El trabapañuelo no se conocía.
En cuanto al calzado agrego que solo uno que otro jinete usaba  botas de potro, y estas eran cortas. Siempre recuerdo cuando en el ‘58 Julio Secundino Cabezas llegó a una jineteada en casa de mis mayores y pidió permiso para sortear un par de blancas y “altas” botas de potro de su confección.
En materia ponchos abundaban las distintas gamas del marrón, desde algún “bayito” hasta alguno “tostao”; si alguien alardeaba de uno de valor era un poncho de vicuña, como tenía un tío abuelo. Ponchos pampas (2) solo se veían en alguna fiesta o desfile grande, portado por algún “tradicionalista” -D. Santiago Rocca o el ya citado D. Pablo-, y no por gente del común.
La mayoría de las instituciones se llamaban “fortines”: “Fortín La Totora”, “Fortín El Cencerro”, “Fortín Gaucho Berissense”, “Fortín Atalaya”, “Fortín Chascomús”, “Fortín Dolores”, etc., y esto era producto de que esos centros nacieron, a partir de l940,  al influjo de la Federación Gaucha Bonaerense, institución que se encargó de difundir la idea del tradicionalismo gaucho y echar las bases de un movimiento organizado.
En cuestión de ensillada, el lujo mayor pasaba por algún juego de pasadores, con cabezada de plata en los bastos, redondos y de carona; chapeados se veían en algún desfile. Los más ensillaban recado corto de matras y mandil recortado; ¡ni mentas del lomillo!
En el arreglo del caballo estaba muy difundida la cola corta, inclusive desmarlada; pelada a tijera ranillas, quijada y orejas.
Solo un paisano recuerdo que llegó a hacerse cargo de un campo por Punta Blanca, con la tropilla por delante. Arce era su apellido.
En la puerta de un corral volcaba el lazo con lujo “El Inglés” Piñeyro.
En la corrida de sortija se mezclaban los que pasaban “a la antigua”, sentados en el recado, con aquellos que se paraban en los estribos. Allí andaban los hermanos Navamuel (Yito y Pocholo), “Pampa” Llarías, Villarreal, Mario Salas, y los Cerato, por dar unos ejemplos.
Cuando se armaba algún fogón y había quien pulsara una guitarra, se “champurreaba” por milonga “una letra de muchos pies”, como se decía a aquellos relatos de muchas estrofas; “El Indio” Diz solía decir versos, como por ejemplo, “Los Medina”.
Como artista trashumante que era, solía caer Don Fermín Villalba, el último payador analfabeto (a quien no faltaba los que lo llamaban “Cocoliche”).
Por entonces, en cuestión de “sonido”, lo único que había era un furgón con un rústico amplificador con una o dos bocinas, y quien hacía uso del micrófono se limitaba a anunciar los nombres del caballo y el jinete; no recuerdo que se relatase la monta. En alguna fiesta chica ni eso había.
Me salgo de mi ámbito para citar una jineteada grande que movió el ambiente y allí fue la familia con el abuelo “Tata” a la cabeza: en el primer lustro de los 60 bajó a La Plata Don Arturo Dualde con sus famosos “Lomos de Acero” y su gente de trabajo; la jineteada se llevó a cabo en el predio en que hoy se levanta el Estadio de la Ciudad, y como al fondo de esos terrenos la Federación Gaucha disponía de unos galpones para sus reuniones, supongo que debe haber sido quien organizó. Se juntó mucha gente.
Recuerdo en algún desfile por las patronales algún criollo que vestía de negro chiripa y corralera, con chambergo sobre blanca vincha, ensillando con bastos redondos, estilo éste con fuerte influencia del teatro criollo que encarnó Pepe Podestá. Hoy diríamos que hay varias incongruencias.
Y ya que nombro el teatro, recuerdo que se escuchaba mucho los radioteatros que expresaban dramas camperos, así estaba la compañía de Héctor Bates o la de Audón López, que después salían por los pueblos presentándose en carpa en aquellos sitios que no había una sala. Una oportunidad fuimos al Teatro Coliseo a ver la escenificación de una de esas audiciones.
En las madrugadas la radio estaba clavada en “Amanecer Argentino” y al atardecer se sintonizaba “Un Alto en la Huella”.
Así entonces, en gruesos trazos, dejo estos recuerdos de fines de los años 50 y los 60; esto no tiene por que haber sido igual en todos lados ya que el costumbrismo varía según los pagos o zonas. En fin... salvando las distancias, parafraseando a Althaparro, y dispensen la comparancia, así vi las costumbres paisanas “en mi pago y en mi tiempo”.
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Colofón A veces los mismos que andamos en el tradicionalismo hacemos una cosa buena y enseguida le adosamos la contrapartida. Por ejemplo: se rescató el uso del chaleco, pero ahora se los confecciona en todo tipo de cuero, cosa que antaño no se usaba; se rescató el uso de la boina, pero se ha ido exagerando tanto su tamaño que algunas ya son como sartén de estancia. La bombacha se ha enangostado al extremo, que hoy, un pantalón dentro de la caña de la bota no se advierte. Han aparecido unos sombreros de cuero a los que nada tienen que envidiarle los muchachos de “Bonanza”, desconozco que tienen de gaucho. Hoy la guarda pampa anda en la cinta de los sombreros, los pañuelos, aplicada en la bombacha, camisa y corralera, en la alpargata, y convengamos que ese uso nada tiene de tradicional, como tampoco los chalecos tejidos que tanto se han difundido, con una guarda a cada lado.
Se ha rescatado el uso del pañuelo tendido, y eso está bueno.
Pero... hay cambios que me preocupan, por como desvirtúan lo simple y esencial del ayer...
La Plata, 26 de enero de 2008

(1)     En 1953, la Revista El Caballo reprodujo el programa de una fiesta en la Sociedad Sportiva (Palermo, Bs. As.), en 1909, que rezaba: “Doma de Potros – gran concurso por eliminación”
(2)     En una próxima nota intentaré abordar este tema. 

(Publicado en El Tradicional Nº 85)

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