domingo, 30 de octubre de 2016

EL PRESENTE DE LA LITERATURA GAUCHA

Si bien, cuando se habla del gaucho, la gente del común asocia con un hombre de bombacha, botas, sombrero, tirador, etc., de a caballo, las expresiones de la cultura gaucha gestadas en su entorno, son muchas y variadas, por ejemplo: las danzas, la soguería, el canto, las pilchas del hombre y la mujer, las de ensillar, las comidas, el tejido en telar, la construcción de la vivienda, la platería… Y esto permite que donde no puede entrar el hombre de a caballo para manifestar la tradición, si puede hacerlo alguna de estas manifestaciones.
No obstante se debe tener en cuenta, ¡y muy presente!, que “el gaucho” existió porque tuvo el caballo, porque fue un pastor ecuestre; de no haberlo tenido, de haber sido un pastor de a pie, muy otro habría sido su nombre y otra seguramente su historia.
Si algún día, por “h o por b”, las entidades defensoras de los animales nos privan de la participación del caballo en nuestras cuestiones criollas, muy cuesta arriba se nos hará a los tradicionalistas mantener alta la bandera de las tradiciones.
He omitido de ex profeso, en las citas anteriores, la mención de la literatura costumbrista o gaucha, porque sobre este punto habremos de hacer hincapié de ahora en más.
Aunque más no sea, quien más quien menos, sabe que existe un libro al que simplificando llamamos “Martín Fierro”, y por él, de que existe un genero denominado “poesía gauchesca”. A esta expresión podemos atribuirle la misma edad que tiene la Patria. Y agregarle una curiosidad: a pesar que el gaucho era analfabeto (lo que no quiere decir ‘ignorante’), su poesía oral sirvió para gestar un género. Claro que muchos se preguntarán ¿cómo?, ¿por qué?
Pues ocurrió que aquellos hombres del pueblo, con dominio de la escritura, “copiaron” su forma de expresarse -sobre todo su lenguaje-, para transmitir las novedades importante de los acontecimientos (estamos en el nacimiento de la Patria), de un modo que asegurasen la llegada real al pueblo, como si fuese uno de ellos propiamente el que lo está contando.
Presentado el género, vale aclarar que es exclusivamente poético. La prosa, llámese cuento, novela, ensayo, es impropia del gaucho, salvo que tomemos como referencia, al narrador oral del fogón, que por cierto, sí tiene algún valor.
Personalmente llamo a la prosa: propia del “gauchesco tardío”; entre nosotros los primeros escarceos asoman, por ejemplo: con Eduardo Gutiérrez en “Juan Moreira”, con Eugenio Cambaceres en “Sin Rumbo”, pero necesitará de Güiraldes y el “Segundo Sombra” para cobrar entidad netamente definida.
¿Por qué del “gauchesco tardío”?, porque las obras citadas son de 1880, 1885 y 1926, respectivamente, y la desaparición del “gaucho real”, comienza su apurada declinación y transformación social a partir de 1880 (puede tomarse al año como un tanto arbitrario, pero vale a modo de ejemplo).
En estas creaciones literarias ya no interviene en forma directa el gaucho propiamente, sino que son hombres cultos, citadinos, pero muchas veces con experiencias o raíces familiares en la vida rural, los que comienzan a desarrollar en el cuento o la novela, sucesos y aventuras en las que el gaucho y sucesos histórico-políticos de su tiempo, forman la trama principal. Tómese como ejemplo, “A Punta de Lanza” de Carlos Molina Massey, en 1924 o “Cancha Larga” de Acevedo Díaz, en 1939.
Pues bien, vamos ahora a lo que me interesa plantear.
Hacia 1913, al crearse la cátedra de Literatura Argentina en la Facultad de Filosofía y Letras, de la Universidad Nacional de Buenos Aires, y ponerse la misma bajo la conducción rectora de Ricardo Rojas, éste remarcó los estudios y análisis que había hecho, en bibliotecas públicas y privadas, y archivos y repositorios varios, sobre las obras gestadas durante el Siglo 19, y cuando más adelante -a partir de 1917- publica su historia de “La Literatura Argentina – Ensayo filosófico sobre la evolución de la cultura en el Plata”, comienza la reseña dedicando uno de los cuatro tomos de su rico trabajo al quehacer gauchesco, denominándolo justamente: “Los Gauchescos”, con lo cual, viene a poner en un nivel de real jerarquía a una expresión literaria que si bien había sido bien recibida y consagrada por el pueblo-pueblo, no había ocurrido lo mismo en los niveles llamados “cultos”. Téngase presente que para que el “Martín Fierro” fuera recibido con honores, debieron transcurrir más de tres décadas desde su aparición en 1872, y necesitar de un inspirado Leopoldo Lugones para que en varias conferencias brindadas en el Teatro Odeón de la Capital Nacional, colocara a la obra en el sitial que actualmente ocupa. Corría 1913.
Qué pasó luego…? nada, en líneas generales. Es como si oficialmente se hubiese decretado la muerte del género; algo así como que después del “Martín Fierro” en verso, y “Don Segundo” en prosa, el género dejara de existir.
Pero… por suerte, no fue así!!
De la misma manera que “el gaucho real”, poco a poco trocó en el paisano u hombre campero que la mayoría hemos conocido a lo largo del pasado Siglo, la poesía, fundamentalmente la poesía que es la más directamente vinculada al gaucho, también sufrió su adaptación; cambio que en una síntesis podemos reflejar así: En el Siglo 19, con la gesta de la Patria nace la expresión literaria que después se llamará “gauchesca”. A las formas estróficas heredadas del español, se les dio contenido con “el habla gaucha”. En el Siglo 20, desaparecidos el gaucho y los asuntos que le dieron tema (guerra de la independencia, luchas intestinas, montoneras, el desierto, vida de frontera), sufre cambios: canta ahora a las cuestiones diarias, el pingo, la doma, las pilchas, el rodeo, la tropa, la mujer, el rancho, etc., y es este modo el que da cuerpo a una nueva forma que me animo a denominar , la que mantiene la particularidad del lenguaje como elemento definitorio y de personalidad.
Y pongo énfasis en esto, porque el lenguaje es rasgo fundamental para la existencia del genero, están allí los genes de su identidad, la gran particularidad de una forma expresiva que se fundó sobre las formas literarias heredadas del conquistador, que venían ya del Medievo español.
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Hago acá una pausa para hacer una aclaración en la que suelo ser reiterativo en mis charlas: Si bien reconocemos como aceptada la definición de “gauchescos” dada por Rojas, para referirse a los autores y a sus obras, en honor a la verdad, nada de lo que tuvo el gaucho, fue denominado por él como “gauchesco”: ni su sombrero era gauchesco, ni tampoco lo era su recado, ni su poncho, ni su rancho, ni lo que cantaba como tampoco los sucesos de su vida.
Acá coincidimos con dos entrerrianos -Amaro Villanueva y Fermín Chávez-, que estudiaron el tema y separadamente, sacaron como conclusión que lo correcto sería denominar a esta forma expresiva como “al modo gaucho”, opinión con la que decididamente coincidimos, aunque también reconocemos que a esta altura es un tanto inoportuno cambiarle el nombre a algo que se ha llamado así por más de un siglo, pero creo oportunos informar y dar a conocer una opinión que entendemos acertada.
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En esta etapa ya en el Siglo 20, con la formación escolar más difundida, por lo menos con el conocimiento básico de la escritura, ya que a partir de dicha centuria era más habitual llegar al segundo o tercer grado en el ámbito rural, comienzan a aparecer los versos escritos por los propios hombres del ambiente rural o íntimamente ligados a él. En el Siglo anterior la creación propia del gaucho había sido oral, sin registro en papel. Ahora ya lo puede volcar en un cuaderno y a veces llega a las páginas de un periódico.
Anecdóticamente digo lo del cuaderno, porque los mismos recopiladores lo han apuntado, ya que inclusive había personas, que no sabían componer un verso, pero que volcaban en un cuaderno todos los versos que llegaban a sus oídos. Poseo en mi archivo personal, uno de aquellos de tapa de hule color negro, en el que un paisano, al tocarle el servicio militar allá por la década de 1920, copió una cantidad de composiciones, con la triste carencia de no haberle agregado a cada cual, quien se lo dictó o de donde lo tomó, ya que la gran mayoría son desconocidas y carecen de información, estando descartado las haya escrito él. Este paisano se llamó José Tirado, y toda su vida transcurrió en el sur del partido de La Plata, justo sobre el deslinde con el de Magdalena.
Entre el “Martín Fierro” -dando este nombre como señal de una época- y la conformación de lo que llamo el “verso campero”, hay un período de transición, en el que se nota una fuerte influencia de las representaciones teatrales a través del circo criollo, con obras montadas sobre dramas por el estilo de “Juan Moreira”, donde el gaucho bueno enfrentado al funcionario o al policía corrupto (expresión universal del bien y el mal), arreglan cuentas, por lo general, en un duelo criollo. Pues bien, esta circunstancia inunda los versos de entonces, con gauchos matreros, hombres peleadores que hacen un credo de sus habilidades en la esgrima criolla, pero que como corolario: hablan mal del gaucho si este fue un ser social que tuvo a tal como su forma de vida.
Bien puedo afirmar que lo que denomino “poesía campera”, comienza a manifestarse con registro gráfico en la década del ’30, a través de “Charrúa” o sea Gualberto Gregorio Márquez, de quien vale la pena aclarar que de uruguayo solo tiene el nacimiento y el seudónimo, ya que desde la infancia vivió en el país, y se expresó contundentemente como un paisano bonaerense; ahí nomás lo podemos sumar a Pedro Boloqui y Enrique Uzal –ambos publicando en 1940-, Omar Javier Menvielle con su primer trabajo “Albúm Criollo” por 1942, y a partir de allí se encadenan los poetas que podemos enrolar en este estilo,  el sanjavierino Julio Migno (1944), Miguel Domingo Etchebarne (1948), Roberto Coppari (1950), Luis Domingo Berho (1954), Julio Secundino Cabezas (1959), Pedro Risso (1967), Rafael Bueno (1968), y a partir de acá la lista se hace muy nutrida.
En la prosa -cuento y novela-, el Siglo 20 ha sido muy prolífico con representantes por todas las provincias del país, y acá podemos aclarar que cantidad es igual a calidad; plumas brillantes se han lucido en la narración de ambiente gaucho, por eso a los ya citados Carlos Molina Masssey y Eduardo Acevedo Díaz (bonaerenses de Las Flores y Dolores, respectivamente), podemos agregar al platense Benito Lynch -quizás el más reconocido de todos, ya que alguno de sus textos se difundió como material de estudio junto al “Segundo Sombra”), a Juan Carlos Dávalos en Salta, Juan Draghi Lucero en Mendoza, Jesús Liberato Tobares en San Luis, Luis Franco en Catamarca, Juan Pablo Echagüe en San Juan, Zapata Gollan, Mateo Booz y Luis Gudiño Kramer en Santa Fe, Guillermo A. Terrera y García Colodrero en Córdoba, Elías Carpena y Fernando Gilardi como los últimos relatores de ambiente de campo en territorio de la actual Ciudad de Buenos Aires, Asencio Abeijón y Don Elías Chucair por la Patagonia, Velmiro Ayala Gauna y Ernesto Ezquer Zelaya por Corrientes, Martiniano Leguizamón, Fray Mocho y David Kraiselburd en Entre Ríos,  Fausto Burgos por Tucumán; por Buenos Aires: Ana Sampool de Herrera en la Mercedes bonaerense, Ñusta de Piorno con sus cuentos de “Pañuelo de Yerbas” por Trenque Lauquen, Mario Aníbal López Osornio de Chascomús, los dos Guillermos de apellido inglés, Hudson y House (este último  autor de “El último perro” interpretado en cine por Hugo del Carril), Aaron Esevich, y el notabilísimo y por mi admirado Don Justo P. Sáez (h).
Y está es una nómina armada a vuelo de pájaro, sin entrar a revisar los volúmenes de la biblioteca.
Hoy por hoy, la novela criolla está prácticamente sin cultores, no así el cuento, donde podemos citar a Ricardo Ríos Ortíz, Ernesto Mario Iseas (Cholo), Facundo Gómez Romero, Miguel López Breard y Jorge Barraco con libros editados, y otros como Raúl De Genaro, Nicolás Luna, Rigoberto Cardoso o Néstor Enzo Mori, aún inéditos.
A diferencia de la prosa, la cofradía de los poetas es numerosa, quizás… porque es la forma expresiva más próxima al hombre campero, como en los inicios lo estuvo al gaucho, y acá debemos darle la derecha a la tecnología, pues ésta ha simplificado y por ende ha permitido llegar a la publicación de un modo más accesibles.
Actualmente, en el presente de este joven Siglo 21, vienen pisando fuerte manteniendo al tope el verso de raíz gaucha, hombres como: Julio Héctor Mariano, hoy en La Plata, Carlos Loray por Cañuelas, Ricardo “Tito” Urnissa en Las Flores, Guillermo Villaverde en Ensenada, Héctor del Valle por Avellaneda, Juan Carlos Pirali, Pablo Gallastegui y Roberto Morete por Dolores, Felipe Olivera Moreno y Pacho Esperón en Gral. Madariaga, Horacio Otero y Omar Moreno Palacios por Chascomús,  Agustín López en Lomas de Zamora, El Paisano Mireya en Dudignac, Alberto Zárate y Arnoldo Daniele por Luján, Juan Carlos Artigas en Trenque Lauquen, Luis Balbo y Néstor Enzo Mori en Cañuelas, Carlos Daniel Líneas en La Plata, Ángel Feliciano Mele por Maipú, Omar Italiano en Ayacucho, etc. etc.
A esta muy incompleta lista se debe agregar a todos los payadores, ya que a más del verso repentista cultivan el verso escrito, y solo a modo de ejemplo cito a José Curbelo, Aldo Crubellier, Jorge Socodatto, David Tockar, Saúl Huenchul, Luis Genaro, y siguen los demás.

CONCLUSIÓN
Hoy,  en este septiembre de 2015, tenemos al alcance de la mano el Centenario de la publicación de “Los Gauchescos” de Ricardo Rojas, en 1917, cuando -como ya explicamos- ubicó en un espacio de importancia a la expresión gauchesca.
Falta pues ahora, que aparezca el “Rojas” de estos tiempos para que haga el adeudado estudio pertinente sobre todo lo ocurrido y escrito en el Siglo 20. Demostrativo por otro lado, de que el género, aunque no se lo quiera ver, ¡está vigente! y con muchos cultores en actividad.
Los estudios que hay, son parciales, abordando solo algún aspecto o determinados escritores; las antologías son decididamente incompletas, aunque es válido aclarar, que resulta muy complicado arreglar el tema de derechos de autor de escritores que han fallecido, y con otros que están vivos,  los antólogos se encuentran con el problema de ¿qué ofrecer?, ya que en las librerías de hoy, y en esto también hay que ser claro, “el gauchesco” -salvo los clásicos-, circula muy poco, ya que lo más va por el rubro “librería de viejo”.
Y a esta carencia agrego otra, que aunque no tenga que ver con “El Presente de la Literatura Gaucha”, sería, entiendo, de un valor sumo para nuestra cultura criolla: creo necesaria la creación de una “Academia del Habla Criolla”, que recoja, analice, estudie, compile, todas las voces que tiene que ver con el gauchesco o el criollismo de todo el país, pues si bien existen muchos emprendimientos personales desde el de Francisco Javier Muñiz y el de Daniel Granada, pasando por todos los compendios de voces provincianas, y los trabajos de Tito Saubidet y Rafael Capdevila, llegando hasta los novísimos diccionarios de voces argentinas de la Academia Argentina de Letras, sería bueno sumarlos a todos para tener un consenso, y a veces, a una misma palabra usada en distintas zonas del país, con todas sus definiciones ordenadas. Lo que propongo, creo que excede la realidad de la Academia que existe, es algo más específico, por el estilo de lo que es en la práctica la Academia del Lunfardo.
Digamos que es una “ambición del espíritu”.
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Y como en esencia me siento un poeta, que a veces incursiona por otros senderos de la escritura, para quedar bien  con ese alter-ego poeta, cierro con una décima:

“Congreso de Tradición:
Gaucho, Usos y Costumbres”,
quiera Dios, tu luz alumbre
a mi bendita Nación;
los pueblos que olvidan, son
veletas que’l viento agita
y mi Patria necesita
-pueden tener por seguro-
por el bien de su futuro
¡saber que’l gaucho palpita!

La Plata, 11 de Septiembre de 2015

(Publicado en El Tradicional N° 138)

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