miércoles, 21 de noviembre de 2018

PONCHO DE CUERO (resumen radial)


La primera vez que escuché mentar al “poncho de cuero”, ocurrió hace 30 años, cuando un verso de Aldo Crubellier con dicho título, se adjudicaba el 2do. premio (compartido) en un certamen; por supuesto que me hizo pensar, ya que Aldo es un hombre aficionado a leer y informarse acabadamente.
Muchos años después, en abril de 2015, en el Encuentro de Sogueros de Cañuelas, me encuentro con Abel González y Graciela Rosso, y allí en su puesto, Abel me dice que preste atención en un poncho casi blanco o blanco crema, que se estaba exhibiendo en un perchero. Me acerco para apreciarlo mejor, y al tocarlo advierto que no era de tela, y que su textura parecía gamuza. Entonces Abel me cuenta que era una réplica exacta, en tamaño y peso, del poncho de Justo José de Urquiza que se encuentra en el Museo Histórico Nacional, y que el mismo, creación de Graciela Rosso, estaba confeccionado con un cuero de yeguarizo, perfectamente descarnado y sobado en extremo, con las cuatro puntas redondeadas; los bordes con flecos, listas y boca del poncho, fueron confeccionados en seda de color rojo y adheridos al cuero.
Después de apreciar soberbia pilcha, comencé a buscar información sobre la misma, y encontré que tal pieza fue donada al citado Museo, por Cipriano de Urquiza, hijo del general, el 29/08/1904. Se encuentra registrado bajo ficha N° 2964, donde se especifica que sus medidas son 1.47 por 1.89 mts., describiéndoselo como de “gamuza blanca”, a lo que reiteramos que Abel González aclaró que era cuero de yeguarizo, y la similitud se da por el gran trabajo del sobado.
El historiador Juan José Cresto, que escribió sobre ponchos históricos que se encuentran a resguardo de distintas instituciones nacionales, sobre el que nos ocupa, describe que su textura es “espesa y probablemente muy abrigado”.
Habiendo sido el nuestro un país de innegable conformación ecuestre, habiéndose logrado la existencia del gaucho como un notable pastor ecuestre, y habiéndose vivido por lo tanto una etapa socio-cultural bien definida como “edad del cuero”, no es de extrañar entonces, que el cuero le brindase la materia prima para cantidad de pilchas; y del mismo modo que se confeccionó el calzado con el cuero del yeguarizo -las mentadas botas de potro-, del mismo modo supo utilizar este cuero también para confeccionar su poncho.
Aún hoy se suele decir entre nuestros paisanos cuando tienen que cuerear un caballo, que “le van a sacar el poncho”; cuando en años ya lejanos escuché esa expresión, no se me dio por asociarla a la tan característica pilcha criolla, pero ahora recapacito y pienso, que implica una tradición oral, aunque se haya perdido la conciencia de su práctica usual.
Continuando con la búsqueda, llegamos al libro “Campos de Afuera”, del muy campero y conocedor Don Aaron Esevich, quien supo poblar campos en el oeste bonaerense y en los del entonces lindero Territorio Nacional de La Pampa, en tiempos que eran abiertos, sin alambrar.
  En esas páginas nos habla de un resero apodado “Paraguay” de quien dice que “…gastaba poncho de cuero de vaca yaguané, por lo que aparecía listado, alegre.” Por lo dicho, ese poncho conservaba el pelo. Luego Esevich aclara sobre el particular: “A caballo y emponchado, el resero se semejaba más a un toldo pampa que a cosa ninguna. Sus piernas, al asomar debajo de la panza del caballo, acompañaban el tranco alegre del pingo lidiado con maestría. Miguelito ayudó a descarnar y macetear aquel poncho, hasta darle textura liviana y suave.”
Pero no es todo. El infalible José Hernández, en la 10° estrofa del Canto 12 de la primera parte del “Martín Fierro” publicado en 1872, expresa: “Y cuando sin trapo alguno / nos haiga el tiempo dejao- / yo le pediré emprestao / el cuero a cualquiera lobo- / y hago un poncho, si lo sobo, / mejor que poncho engomao.”
Descartado el cánido “lobo”, ya que no tuvo existencia en nuestra geografía ni integró sus faunas, nos queda recurrir, al “lobo de mar”, y cuando muchos puedan pensar “en nuestra campaña no existían”, debemos recordar que Hernández pasó en la zona de la actual Mar del Plata, unos diez años, de niño y adolescentes, y allí conoció las “loberías” existentes sobre la costa del mar, y cuando en 1881 publicó su “Instrucción del Estanciero”, le dedicó a tales “lobos” un capítulo, enfocado en la importancia de su explotación, con el aprovechamiento del aceite y su cuero. Y agregó: “Los gauchos, que en todas partes son parecidos en eso de acometer empresas audaces, hacen escaleras de lazos y se descuelgan de las barrancas, a matarlos. (…) Allí mismo se beneficia la grasa y se preparan los cueros que se exportan enseguida para Inglaterra, donde son muy estimados. En Londres, las señoras y señoritas adornan sus trajes con pieles de lobo, y hacen chaquetillas y muchas otras cosas. Tiene un valor considerable.”
Alfredo Taullard, experto en ponchos, en su libro “Tejidos y Ponchos Indígenas de América”, dijo: “…lo fabricaban los mismo gauchos con el cuero de potro cuidadosamente sobado, hasta dejarlo flexible como una gamuza…” y agrega “se llevaba de bajera en el recado, para tenerlo a mano cuando las circunstancias lo requirieran.”
Por último, parece ser que en Uruguay su uso se extendió hasta bien entrado el Siglo XX, cuando por acá, ya ni noticias se tenían de él.
La Plata, 21/11/2018


(Se ilustró con las décimas de "Poncho de Cuero" de Aldo Crubellier, que se pueden leer en el blog "Poesía Gauchesca y Nativista")

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