I
Siempre ha sido la literatura el fluido canal que me ha permitido vivenciar los más variados hechos, desde aquellos versos que me leía mi padre en los hoy lejanos años en que aún no había concurrido a la escuela, pasando por las historietas en que he podido vibrar al conjuro de batallas, expediciones y montoneras, y también los textos de geografía con los que he podido soñar con navegar majestuosos ríos, cruzar intrincadas selvas y ascender inconmensurables montañas.
La literatura -en sus distintas expresiones-, todo el tiempo la literatura presente en la cotidianidad de mi vida.
Y así el conocimiento de personajes vascos, y el contacto con autores de libros y artículos, de esa misma ascendencia.
Abocado -puede decirse: desde niño-, a la literatura terruñera (esa, que nos vincula con “nuestras cosas”), supe por los textos de la bonhomía de los inmigrantes de ese origen, que después verifiqué en el andar diario.
Siempre me asombraron (y más aún en la infancia), los viajes aquellos del descubrimiento de América, como los inmediatamente posteriores; similar admiración me produjo la primera fundación de aquella Santa María del Buen Ayre, hoy Ciudad Autónoma de Buenos Aires, llevada a cabo por aquel desafortunado "andaluz" que fue el Primer Adelantado Don Pedro de Mendoza. Pero mayor atracción ejerció sobre mí la acción decisiva y definitiva del vizcaíno Juan de Garay, quizás influido por la circunstancia que fue él, el primer “blanco” que holló y sentó con sus bautismos topográficos, la génesis del que orgullosamente reconozco como mi Pago: La Magdalena.
Así fue que hace casi 30 años, el pergeñar el libro que titulé “Dos Evocaciones a un Pago: La Magdalena”, escribí de Garay cuando inició su expedición a las tierras del Sur:
“¡Ah Vasco, que decisión / la que tomaste aquel día!
Demuestra tu valentía / y también tu tozudez:
¡mirá que adentrarse, pues, / al sur de esta tierra mía!
……………..
Aquel Vasco… ¡Juan Garay! / te “descubrió ¡Madalena!”
Y ya que estamos, vale la pena recordar que “mi” Ciudad, La Plata, se encuentra asentada en tierras que formaron parte de aquellos primeros repartos de “suertes de estancias” que hiciera aquel conquistador.
II
En el largo camino del verso gaucho que llevo recorrido, unos cuantos han sido los poetas de ascendencia vasca que han nutrido mis lecturas. El más “antiguo” de ellos, Bernardo de Echevarría (1805? / 1866), quien fuera coronel en época de Rosas, y que nos dejó en 1851, al modo del oriental Hidalgo, su diálogo “El Paisano Justo Calandria, en conversación con Perico Benteveo,…”.
Cambiando de siglo, un notable hombre de la cultura y la opinión política, se inicia en la literatura con una larga composición en verso al estilo gauchesco, que tituló “El Paso de Los Libres”; su nombre: Arturo Jauretche (1915 / 1974). Corría entonces 1934 y Jorge Luis Borges se animó con el prólogo.
En ese Siglo 20 le cupo a Miguel D. Etchebarne (1915 / 1973), ser uno de los hombres destacados de la literatura nacional; miembro de la llamada “Generación del 40”, puede decirse que es el único académico que encaró la temática costumbrista desde adentro y con autoridad, con conocimiento pleno de la idiosincrasia rural; “Campo de Buenos Aires” (1948), es una acaba muestra de lo que digo.
Dio la tierra cordobesa un prolífico autor de temas nativistas llamado Julio Díaz Usandivaras (1888 / 1962); con su revista “Nativa” -que se editó por espacio de aproximadamente 40 años- marcó un camino, que alfombró con los muchos poemas de libros como “La flor de mi campo” (1926), “Garúa” (1931), “Talar” (1935), entre otros; fue considerado por los años cuarenta como uno de los mejores decimistas del país.
“Romance de Lucero Albornoz” es una obra en verso que vio la luz por Editorial Kraft en 1954, fruto autoral del Ing. Roberto Gorostiaga (1893 / 1966); libro sabroso y de bien rimadas estrofas que invita a su lectura.
Dentro del universo de escritores con ascendencia vasca, Don Luis Domingo Berho es una “estrella” importante. Nacido en San Manuel, Lobería, en 1925, falleció en San Justo en septiembre de 1992. Hombre conocido, renombrado y respetado, para el ambiente rural fue “el poeta de la chacra” o “el poeta chacarero”. Publicó bastante en su vida, aunque no todo lo que hubiese deseado. Su primer libro, “Cortando Campo”, data de 1954, y su última obra, “De mi galpón”, apareció póstumamente en 1999; a ésta me une la grata particularidad -al menos para mi-, de que el prólogo me pertenece, en cumplimiento de un ofrecimiento que el autor había realizado en sus últimos días.
En una composición titulada “Cosas del Tambo”, y habiendo sido ésta una actividad en la se destacó la comunidad vasca, dice el poeta:
“Un apellido importao / que puede ser Errecalde
y entre la espuma de un balde / dos chorros que se han clavao. (…)”
Don Luis fue un personaje que transitó su senda por la vida, de forma inimitable, dejando como testimonio de su existencia solamente las rimas de sus versos.
En la última década de la pasada centuria me vinculé a las creaciones poéticas del “Basko” Alvaro Istueta Landajo (1938). Gran poeta (a pesar de su estatura), es éste hombre hecho a la vida rural por campos de General Belgrano, un genuino narrador de los cotidianos sucesos de un ámbito que hace a la “Patria Vieja”. Sus libros “Pa’l que guste” (1988) y “Porfiando” (1998), son reflejos de sus vivencias, y no charlas de cocina.
III
En el terreno de la prosa, la obra de Pedro Inchauspe (1896 / 1957), resulta ser un reservorio de útil consulta cada vez que surgen dudas; su amplia y nutritiva producción encierra títulos como “Voces y Costumbres del Campo Argentino” (1942), “Diccionario del Martín Fierro” (1955), “La Tradición y el Gaucho” (1956), “Reivindicación del Gaucho” (1968), entre otros muchos.
También se destaca por mérito propio “De Mi Pago y De Mi Tiempo” (1944), única obra que publicara Don Ambrosio Juan Althaparro (1875 / 1955), aunque no desconocemos la existencia de “Señuelo”, revista de la que fuera editor y director y que hoy se ha transformado en material de colección. Don Ambrosio es un precioso relator de aquellos usos de los que fue auténtico testigo, en los finales del Siglo 19 y las primeras cuatro décadas del 20.
Casualmente, en el libro “Los Vascos en la Argentina” que publicara la Fundación Vasco Argentina “Juan de Garay” en el año 2000, en un artículo titulado “Tres Vascos Olvidado de Máxima Importancia en Nuestro Folklore”, el recordado historiador de City Bell, Don Carlos Antonio Moncaut, se encarga de trazar semblanzas sobre Althaparro, Berho y Lángara, autor éste último que no cito en mis “vivencias” porque no lo he leído.
Epílogo
Ante las experiencias de vida que otros podrán exponer, sobre todo aquellos descendientes directos de vascos o los que pudieron visitar el País Vasco, éstas mis “literarias vivencias”, no dejan de ser una anécdota menor, pero cierta; la misma que -de alguna manera- me permite sentirme cerca de un pueblo y una comunidad que admiro y aprecio.
La heterogénea “cofradía” de escritores con sangre vasca que antecede, conviven fraternalmente en los estantes de mi biblioteca, sirviéndome de nutriente sustancioso para mis afanes de continuar recreando en el papel escrito, distintas situaciones y aconteceres del pasado de nuestra rica y asombrosa campaña rural, esa, en la que aguerridos y apasionados vascos pusieron de abono su invalorable cuota de sangre y sudor.
(Publicado en Revista El Tradicional Nº 96)
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