Hijo de madre paraguaya (1) y padre
entrerriano (médico), nació porteño -por Larrea y Arenales-, el 13 de julio de
1914, y falleció en su domicilio de calle Anchorena, el 17 de junio de 1996,
próximo a cumplir 82 años.
Desde
niño conoció la vida rural que lo encantó hasta el apasionamiento, en la
estancia de su abuelo Manuel Marenco, en Concordia, Entre Ríos.
Estudió
en la Escuela Argentina Modelo, en la que, cuando cursaba 5º año del
Bachillerato, recibió una severa advertencia del Rector, al comprobar que todos
sus cuadernos, carpetas y apuntes, estaban “adornados” con incontables
“dibujitos”, pero circunstancialmente enterado el Profesor Alejo González
Garaño, tras observar esos trabajos, junto con “Amigos del Arte” le organizó su
primera exposición. Corría 1933.
Desde
aquella a la última montada en el Salón de las Artes de Casa de Gobierno en
1995, 28 serían las exposiciones que lo tendrían en el centro de la escena.
Ilustró
incontables libros y publicó carpeta sobre temas específicos, por ejemplo: El
“Martín Fierro” de Hernández, para Cultural Argentina; “Una Excursión a los
Indios Ranqueles”, de Mansilla; “El Fausto”, de Del Campo; “El Evangelio
Criollo”, del R. P. Anzi; “Cancha Larga”, de Acevedo Díaz (h); “El Gaucho Floro
Corrales”, de Monty Luro; “Décimas Gauchas” de C. del Campo; “La Lanza Rota” y
“Alarido”, de Schoo Lastra; “El Padentrano”, de Esevich; “Equitación Gaucha” y
“Blas Cabrera”, de J. P. Sáenz (h); “Evolución Histórica de los Uniformes
Militares Argentinos”; “Estancia Vieja”; “Gauchos”; etc., etc.
Jamás
tomó apuntes, y pintó exclusivamente en su casa -de bombacha y alpargatas, como
se sentía cómodo-, con la particularidad de que aunque escribía como diestro,
toda su obra pictórica la realizó con la mano izquierda.
En
1991 le contó a Ignacio Xurxo: “...luego
de aguantar muchas veces el tirón de un pial, ya cincuentón, un amigo me
convenció de que mejor era cuidar mis manos para poder seguir pintando lo que
amaba.”
Casado con Ernestina García Villamil, formaron
un hogar con cuatro hijos: Patricio E., Lucrecia, Mercedes y María Ernestina.
Sus
restos descansan en el Cementerio “Parque Memorial”.
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El texto que
antecede hace la apertura de mi libro de versos camperos “Travesiando”,
compuesto de treinta y ocho (38) composiciones
inspiradas -en interpretación libre-, en otras tantas obras de Don Cacho Marenco, trabajo en el que
intentaba rendirle un homenaje, a más de demostrarle mi admiración por su
invalorable obra gaucha.
El próximo 13 de
Julio, se estará cumpliendo el Centenario de su natalicio, y no hemos querido
dejar que la fecha pase como al descuido.
Aportando datos
a lo dicho al inicio, aclaramos que fue su madre Lidia Lezona de Almagro
(descendiente directa del adelantado Juan de Almagro), y su padre el doctor Don
Ergasto Marenco.
Su obra, más
allá de los bastidores de los cuadros, está reflejada en cantidad de diarios,
revista y libros, siendo un tesoro invalorable, en el que los que gustamos de
adentrarnos en lo criollo, tratamos de desbrozar nuestra ignorancia,
consultando tan curiosa como particular pinacoteca, de la que podemos decir que
Revista El Caballo (2), es un
reservorio importantísimo para hurgar en busca del conocimiento.
Supo contar:
“Nunca fui patrón, no tuve campo, (…).
Quise ser actor antes que espectador y aprendí todo lo que se podía aprender.
Me hice bien de a caballo (…)”. “Si fui mal estudiante fue por lo mucho que me
tiraba el campo. Antes de pintarlo necesité internarme en él, aprender a
amarlo. Lo que importa nunca se ve desde la ruta, hay que andar y andar, porque
el premio vale”.
Nos contó su
esposa que siempre tuvo amigos que lo superaban largamente en años, la mayoría
de ellos, gente de campo, con los que se aventuraba en la vida de la estancia,
tratando siempre de asimilarse a la existencia y tarea del peón.
Con respecto a
este tema de las edades, ella misma nos refirió lo gracioso de la foto de su
despedida de soltero, pues era el único joven del grupo.
Ocho fueron los
años del noviazgo, al cabo de los cuales se casó con Ernestina, quien sería la compañera
de toda la vida y madre de sus cuatro hijos.
De formación
prácticamente autodidacta, se expresó con lápiz, plumín y pincel, y en tinta
china, acuarela y oleo, dominando acabadamente todas las expresiones.
No frecuentó el
ambiente de pintores, y podría asegurarse que de ese medio solo estuvo
relacionado con Alberto Güiraldes y Florencio Molina Campos, de quien puede
afirmarse fue amigo.
Y hablando de
amigos, disfrutó de la amistad de D. Justo P. Sáenz (h), lo que lo llevó a ser
un participe habitual de “la reunión de los viernes” en casa de “Justito”,
célebres aún por la calidad de los que allí se reunían: investigadores,
historiadores, poetas, escritores, plásticos, antropólogos, cantores… por qué
no decirlo: gente criolla, amante de las tradiciones gauchas.
Quienes tengan la
oportunidad de hojear las páginas de la ya citada “El Caballo”, encontrarán, a
mas de sus múltiples tapas, dibujos y láminas, columnas con su firma, en las
que abordaba comentarios sobre determinados libros que entendía valiosos, pero
así mismo hallarán interesantes artículos firmados por “Cruz Gutiérrez”, y
cualquiera deducirá, otro colaborador de la revista; pues no, ese tal Cruz, era
también Eleodoro Marenco que así encaretaba
su necesidad de escritor.
La acabada
aplicación de su arte le exigió ser observador y buen oyente, lo que le sirvió
no solo en la pintura, ya que al estilo de los antiguos narradores de fogón,
supo cautivar y despertar la atención de quienes escuchaban sus relatos. Así
rememoran quienes lo trataron.
Hoy hay en la
Ciudad de Buenos Aires, más precisamente en “la república de Mataderos”, un
sitio que lo recuerda: La Plazoleta “Eleodoro Marenco”, sita entre la calles
Monte, Irupé, Cosquín y Amancay, que fuera inaugurada el 11/11/2008 y en cuya
concreción, mas allá de la intervención del Gobierno de la Ciudad, mucho
tuvieron que ver, a más de un grupo de dilectos amigos, sus nietos Guillermo y
Francisco Madero Marenco. Reza la placa alusiva “Pintor de la Patria y de la
Historia”.
Respetado y
admirado, Don Eleodoro no pasó de
gusto por esta vida, valga de ejemplo su autodefinición: “No soy más argentino que nadie, pero tampoco menos que ninguno”.
Claro que
quisiéramos que esté acá, reviviendo con su arte nuestras viriles tradiciones…
pero la vida es así: nos presta un cacho de tiempo, y a interés usurario se lo
cobra. No obstante, siempre estará entre nosotros, en las mateadas, en los
desfiles, en el fogón de una jineteada, en una rueda de payadores, en un remate
feria, en las exposiciones de otros pintores… ¿Por qué? Porque su nombre será
mención constante en los que buceando en el pasado, miramos para adelante, alta
la frente, sabiéndonos argentinos.
¿Sabe una cosa
maestro…? ¡En amistad de amigo, se lo digo!
La Plata,
15/05/2014
(1)
Dato erróneo;
luego de publicado el libro, me fue corregido por el nieto Guillermo Madero
Marenco, quien me brindó los nombres de los padres.
(2)
Publicación
Oficial de la Dirección Gral. de Remonta y Veterinaria
Publicado en Revista El Federal - El Tradicional Nº 469
Argentino por parte de madre y padre. Marenco por parte de padre y Lezona Almagro por parte de madre
ResponderEliminarNadie duda su 100 x 100 de argentinidad.
ResponderEliminarLa llamada (1) aclaraba el error.