martes, 25 de noviembre de 2014

DON CARLOS ANTONIO MONCAUT - Mis Impresiones de un Trato Amistoso

Junto a Don Carlos Moncaut,
20/04/1997
Hace ya cinco lustros, el 22/12/2008, fallecía en la Ciudad de La Plata, Don Carlos Antonio Moncaut; tenía 81 años, como que había nacido en la escuela de la localidad de Ángel Etcheverry, el 8/06/1927.
Era yo niño, cuando hacia 1963/64, comencé a leer extensos artículos que sobre estancias y otras cuestiones, aparecían publicados en el diario El Día de La Plata. A decir verdad, prestaba más atención al texto y a las ilustraciones que a quien lo firmaba; ignoraba aún la importancia de los autores, como ignoraba también muchas otras cosas…
Entonces, al campo (Ruta Pcial. 11, La Plata-Magdalena) el diario llegaba a través de un particular reparto: el chofer del micro de la mañana (El Rápido Argentino, de entonces), iba tirando en cada tranquera del que estaba suscripto, un ejemplar del diario hecho un rollito. Así, después de irlo a buscar “al camino rial” (como se decía), y después que lo leían “los mayores”, era el turno de echarle un vistazo, y de entonces, como sin saber bien por qué, me vino la manía de recortar esos escritos, cometiendo el error al hacerlo nada más que por intuición, de no anotar las fechas de cada nota.
Más adelante, bastante más adelante, cuando por LS 11 Radio Provincia, Don Luis Patricio Saraví emitía su audición “¡Buenas y Santas!, comenzó a dar lectura de su libro “Estancias Bonaerenses”, y casi que me hice adicto del programa, porque Don Luis transmitía magistralmente lo escrito por Don Carlos.
Por 05/1979, cuando “se festejaba el Centenario de las Campañas al Desierto” (hoy sería imposible tal cosa), después de una actuación conjuntamente con Francisco Chamorro, en el salón del Círculo de Periodistas de la Provincia, recibí como presente un ejemplar de su “Pampas y Estancias”, pero ya tenía de un par de años antes, su primer trabajo: “Viaje del Vapor Río Salado del Sud”, y allí estuvo el punto de partida para ir reuniendo el material de su autoría.
En el 80 apareció mi primer libro (“Al Badajear del Cencerro”), y se lo acerqué, como después ocurriría cada vez que publicaba algo, y así fue como inicié, muy respetuosamente, el trato personal. Como mucho tino, lo llamaba por teléfono, y así concertábamos alguna visita en esos días que tenía un rato libro (o se hacía de un rato libre), porque estaba siempre trabajando en su magnifica biblioteca.
Muchas fueron las veces en que me marchaba con uno, dos o tres libros “viejos” de regalo, fruto de su generoso desprendimiento, al que cuando yo le decía “-Pero Don Carlos… como se va a deshacer de este material…?”, me respondía “-Llévelo tranquilo, lo tengo repetido”.
Así fue que me aconsejó “-Cuando esté comprando algún libro que le interese y hay dos ejemplares, llévese los dos, si puede; le va a ser útil para canjear con otra persona que ande en lo mismo, o inclusive lo podrá vender llegada la ocasión” (no soy textual, reproduzco la idea del mensaje).
Su primer libro
En una oportunidad, pidiéndole consejo sobre como guardar los artículos periodísticos, que yo recortaba, me dijo: “-Lo correcto es guardar el diario o la revista en forma íntegra, porque mañana en esas páginas puede encontrar escritos que le interesen y que al presente los pasó por alto”.
Si lo visitaba en verano, era frecuente que Lily -su gentil esposa-, acercara una cerveza fresca, que resultaba, en medio de esa charla, mucho más sabrosa de lo que en verdad era; en invierno nos servía un café. Creo, no tengo la certeza, que no tomaba mate.
También me aconsejó lecturas, como que fue él quien me puso sobre el rastro de Don Justo P. Sáenz (h), a quien había tratado y admiraba, y es hoy unos de mis predilectos.
Pero quizás lo que más inició el camino del buen vínculo, fue el común enamoramiento con el Viejo Pago de la Magdalena. Él lo había conocido en su niñez, cuando su padre con toda la familia, incursionaba siempre por la vieja Ruta 11, acampando en la costa del río de la Plata, recorriendo los antiguos talares, avisorando las estancias cargadas de historia, y visitando los viejos boliches de la zona. Por mi parte era cuestión de familia como que mis mayores, y de muchas generaciones, afincaban por la zona.
Hablando del “Pago”, allá por 1983 me dijo un día que lo visitaba: “-Usted leyó , de Delfor Méndez…? Tiene que leerla”, sentenció.
Si no fue al otro día fue al siguiente de ese, que visité a un librero amigo -Mario Lenzí- y le hice el encargue; y cual no sería mi sorpresa, cuando meses más adelante me llama para avisarme que había conseguido el libro. En junio del ’84 lo leí y me enamoré del trabajo aunque es una novela líneal, porque está cargada de amor por el “pago” y ricos apuntes del mismo, y claro…, el Dr. Méndez era magdalenense… y había sido amigo de mi abuelo Espinel!
   Hoy me parece mentira y hasta una falta de respeto, pero el 28/07/1985 dimos dos charlas ante el mismo público, en “La Posta de Aguirre” sede de la Agrupación Gauchos de Magdalena, yo hablé de “El Viejo Pago de la Magdalena, en la literatura y sus escritores”, y él sobre “Boliches y Almacenes de la Pcia. de Buenos Aires”. Fuimos y volvimos juntos, y hoy, fríamente pienso: ¿cómo me atreví a eso? Era recién mi quinta charla y compartí escenario con “el maestro”.
Pocos conocen de algunas aficiones que tenía Don Carlos, por ejemplo, pintaba cuadros, y en mi modesta opinión lo hacía con gusto y calidad; también gustaba de la arqueología, y en viajes que realizó al noroeste rescató objetos, como por ejemplo cantidad de trocitos de cerámica, con los que armando un rompecabezas, volvió a darle vida a lo que había sido: una vasija.
En su jardín tenía una especie de vivero/invernadero, y en una ocasión me mostró varias macetas en las que tenía árboles de la flora criolla, pero enanos, entonces le pregunto: “¿Hizo un curso de bonzai?”, y me responde que no, que simplemente los tomaba de retoños, y que periódicamente los quitaba de las macetas con mucho cuidado, los despojaba de la tierra y podaba las raíces, luego los volvía a colocar en las macetas, y así se conservaban pequeños.
Y ya que hablamos del jardín, digamos que recorrerlo en su compañía era una maravilla; lo había armado con plantas de la flora criolla que había traído en sus viajes por distintos lugares del país. Y por allí andaban muy dueños del lugar una yunta de chajaes, y patos picazos, silbones y de toda clase, junto a alguna gallina criolla criando una camada de patitos criollos: la gallina se subía a una higuera a pasar la noche, y los patitos se volvían locos queriendo trepar por el tronco, finalmente se los encerraba bajo techo hasta el otro día.
También era aficionado a coleccionar antigüedades, y tenía entonces un muy lindo museo; del mismo poseo una pieza. Ocurrió que en 1995 la Asociación de Escritores Tradicionalista organizaba el concurso “Faja de Honor 25 de Mayo” a la producción édita, para el que juraban Don Carlos, Fermín Chávez y Abel Zabala. La reunión del dictamen se llevó a cabo en su casa de City Bell, y una vez dilucidado el mismo, convidó a las visitas a recorrer el jardín, la biblioteca y el museo. Mientras él departía con sus colegas y un par de directivos de la Asociación, en otro sector del jardín yo conversaba con su esposa Lily, y de pronto escucho: “Carlitos!”, me acerco, y me alcanza un antiquísimo torniquete que había estado mostrando, “llévelo que lo tengo repetido”.
Pero su desprendimiento para conmigo venía de mucho antes, del comienzo de la relación amistosa, cuando por ese amor compartido por “la Magdalena”, me regaló un certificado extendido por la “Comisaría de Tablada” en 05/1873, para un capataz de tropa que salía con 700 animales. Y tiempo después, conociendo la anécdota aquella de que el Gral. Hornos visitaba en “Santa Ana” de Cepeda a mi tatarabuela Petrona Hornos, me entregó un memorando militar del año 1853, de un tema simple, pero firmado por José María Paz y dirigido a Manuel Hornos.
Otro gesto de su bonhomía, fue integrar a su libro “Pulperías. Esquinas y Almacenes”, unos versos míos que en su momento le había dedicado a una obra del gran Rodolfo Ramos, la que también reprodujo en el libro.
Cuando tuve terminado “Dos Evocaciones a un Pago: La Magdalena”, soñaba con que le hiciera el prólogo, y me halagó escribiéndolo, y como si eso fuera poco, en un momento que necesité una presentación para el Fondo Nacional de las Artes, redactó la misma, la que ha sido para mi: laudatoria. Es como si hubiesen recibido el “gran premio de literatura”. Dicho trabajo, acaecida su muerte, con autorización de su esposa lo incluí a manera de presentación, en mi libro “Pláticas de Fogón”.
¡Don Carlos…!, que hombre de perfil bajo, de no hacerse notar, de pasar más vale desapercibido, pero cargado de valores humanos, de honestidad, de don de gente.
Hoy, atesoro en mi archivo un sinnúmero de trabajos suyos aparecidos en periódicos, diarios y revistas, y mucho material periodístico de viejas épocas que usaba como consulta.
Nuestro trato siempre fue, respetuosamente, de “usted”, yo le decía Don Carlos o Carlos, y el me retribuía con Carlos e inclusive Carlitos cuando la charla era muy coloquial.
El buen entendimiento que teníamos, hizo que alguna vez no animáramos a jurar en algún certamen, en yunta, seguros que no tendríamos inconveniente en ponernos de acuerdo.
Cuando el Día de la Tradición bonaerense cumplió 60 años, nos convocó el Director del Museo Almafuerte, y se publicó un folleto de 18 pags., donde don Carlos volcó algunos conceptos sobre “tradición” y yo reseñé la fecha y sus creadores.
Si me pongo a hacer memoria, mucho más, muchas anécdotas tendría para contar, pero lo dicho alcanza como muestra.
Cuando el otro no está, muchos agigantan o magnifican el trato y se auto titulan “amigos”, pero yo no puedo, sería romper ese marco de mutuo respeto en que siempre nos movimos, y me quedo con eso de “un trato amistoso”.
Su último libro

En diciembre de 2008 acompañaba a mi esposa en un duro trance, internada en el Hospital Italiano; allí fue que recibo la llamada del amigo librero que nombré más arriba: “Hola Mario, que pasa…”, “Malas noticias, falleció Don Carlos, y Lily me pidió te avise que en un rato lo llevan al cementerio, al sector de la curia…”. Convine con mi esposa alejarme por una hora, y estuve para despedirlo. Solo un pequeño grupo de familiares y dos ajenos, Alejandro De Olano y quien escribe.
22/12/2088 – 22/12/2013, un lustro ya, parece mentira, quedó inconcluso el sueño del libro sobre “Los Grandes Félidos Americanos”, entre muchas cosas más.
Nunca lo olvidaré, maestro, seguro… nunca jamás!

La Plata, 13 de diciembre de 2013




Publicado en Revista El Federal/El Tradicional N° 464

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