Junto a Don Carlos Moncaut, 20/04/1997 |
Era yo niño,
cuando hacia 1963/64, comencé a leer extensos artículos que sobre estancias y
otras cuestiones, aparecían publicados en el diario El Día de La Plata. A decir
verdad, prestaba más atención al texto y a las ilustraciones que a quien lo
firmaba; ignoraba aún la importancia de los autores, como ignoraba también
muchas otras cosas…
Entonces, al
campo (Ruta Pcial. 11, La Plata-Magdalena) el diario llegaba a través de un
particular reparto: el chofer del micro de la mañana (El Rápido Argentino, de
entonces), iba tirando en cada tranquera del que estaba suscripto, un ejemplar
del diario hecho un rollito. Así, después de irlo a buscar “al camino rial”
(como se decía), y después que lo leían “los mayores”, era el turno de echarle
un vistazo, y de entonces, como sin saber bien por qué, me vino la manía de
recortar esos escritos, cometiendo el error al hacerlo nada más que por
intuición, de no anotar las fechas de cada nota.
Más adelante,
bastante más adelante, cuando por LS 11 Radio Provincia, Don Luis Patricio
Saraví emitía su audición “¡Buenas y Santas!, comenzó a dar lectura de su libro
“Estancias Bonaerenses”, y casi que me hice adicto del programa, porque Don
Luis transmitía magistralmente lo escrito por Don Carlos.
Por 05/1979,
cuando “se festejaba el Centenario de las Campañas al Desierto” (hoy sería
imposible tal cosa), después de una actuación conjuntamente con Francisco
Chamorro, en el salón del Círculo de Periodistas de la Provincia, recibí como
presente un ejemplar de su “Pampas y Estancias”, pero ya tenía de un par de
años antes, su primer trabajo: “Viaje del Vapor Río Salado del Sud”, y allí
estuvo el punto de partida para ir reuniendo el material de su autoría.
En el 80
apareció mi primer libro (“Al Badajear del Cencerro”), y se lo acerqué, como
después ocurriría cada vez que publicaba algo, y así fue como inicié, muy
respetuosamente, el trato personal. Como mucho tino, lo llamaba por teléfono, y
así concertábamos alguna visita en esos días que tenía un rato libro (o se
hacía de un rato libre), porque estaba siempre trabajando en su magnifica
biblioteca.
Muchas fueron
las veces en que me marchaba con uno, dos o tres libros “viejos” de regalo,
fruto de su generoso desprendimiento, al que cuando yo le decía “-Pero Don
Carlos… como se va a deshacer de este material…?”, me respondía “-Llévelo
tranquilo, lo tengo repetido”.
Así fue que me
aconsejó “-Cuando esté comprando algún libro que le interese y hay dos
ejemplares, llévese los dos, si puede; le va a ser útil para canjear con otra
persona que ande en lo mismo, o inclusive lo podrá vender llegada la ocasión”
(no soy textual, reproduzco la idea del mensaje).
Su primer libro |
En una
oportunidad, pidiéndole consejo sobre como guardar los artículos periodísticos,
que yo recortaba, me dijo: “-Lo correcto es guardar el diario o la revista en
forma íntegra, porque mañana en esas páginas puede encontrar escritos que le
interesen y que al presente los pasó por alto”.
Si lo visitaba
en verano, era frecuente que Lily -su gentil esposa-, acercara una cerveza
fresca, que resultaba, en medio de esa charla, mucho más sabrosa de lo que en
verdad era; en invierno nos servía un café. Creo, no tengo la certeza, que no
tomaba mate.
También me
aconsejó lecturas, como que fue él quien me puso sobre el rastro de Don Justo
P. Sáenz (h), a quien había tratado y admiraba, y es hoy unos de mis
predilectos.
Pero quizás lo
que más inició el camino del buen vínculo, fue el común enamoramiento con el
Viejo Pago de la Magdalena. Él lo había conocido en su niñez, cuando su padre con
toda la familia, incursionaba siempre por la vieja Ruta 11, acampando en la
costa del río de la Plata, recorriendo los antiguos talares, avisorando las
estancias cargadas de historia, y visitando los viejos boliches de la zona. Por
mi parte era cuestión de familia como que mis mayores, y de muchas
generaciones, afincaban por la zona.
Hablando del “Pago”,
allá por 1983 me dijo un día que lo visitaba: “-Usted leyó , de Delfor Méndez…? Tiene que leerla”, sentenció.
Si no fue al
otro día fue al siguiente de ese, que visité a un librero amigo -Mario Lenzí- y
le hice el encargue; y cual no sería mi sorpresa, cuando meses más adelante me
llama para avisarme que había conseguido el libro. En junio del ’84 lo leí y me
enamoré del trabajo aunque es una novela líneal, porque está cargada de amor
por el “pago” y ricos apuntes del mismo, y claro…, el Dr. Méndez era
magdalenense… y había sido amigo de mi abuelo Espinel!
Hoy me parece mentira y hasta una falta de
respeto, pero el 28/07/1985 dimos dos charlas ante el mismo público, en “La
Posta de Aguirre” sede de la Agrupación Gauchos de Magdalena, yo hablé de “El
Viejo Pago de la Magdalena, en la literatura y sus escritores”, y él sobre
“Boliches y Almacenes de la Pcia. de Buenos Aires”. Fuimos y volvimos juntos, y
hoy, fríamente pienso: ¿cómo me atreví a eso? Era recién mi quinta charla y
compartí escenario con “el maestro”.
Pocos conocen de
algunas aficiones que tenía Don Carlos, por ejemplo, pintaba cuadros, y en mi
modesta opinión lo hacía con gusto y calidad; también gustaba de la
arqueología, y en viajes que realizó al noroeste rescató objetos, como por
ejemplo cantidad de trocitos de cerámica, con los que armando un rompecabezas,
volvió a darle vida a lo que había sido: una vasija.
En su jardín
tenía una especie de vivero/invernadero, y en una ocasión me mostró varias
macetas en las que tenía árboles de la flora criolla, pero enanos, entonces le
pregunto: “¿Hizo un curso de bonzai?”, y me responde que no, que simplemente
los tomaba de retoños, y que periódicamente los quitaba de las macetas con
mucho cuidado, los despojaba de la tierra y podaba las raíces, luego los volvía
a colocar en las macetas, y así se conservaban pequeños.
Y ya que
hablamos del jardín, digamos que recorrerlo en su compañía era una maravilla;
lo había armado con plantas de la flora criolla que había traído en sus viajes
por distintos lugares del país. Y por allí andaban muy dueños del lugar una
yunta de chajaes, y patos picazos, silbones y de toda clase, junto a alguna
gallina criolla criando una camada de patitos criollos: la gallina se subía a
una higuera a pasar la noche, y los patitos se volvían locos queriendo trepar
por el tronco, finalmente se los encerraba bajo techo hasta el otro día.
También era
aficionado a coleccionar antigüedades, y tenía entonces un muy lindo museo; del
mismo poseo una pieza. Ocurrió que en 1995 la Asociación de Escritores
Tradicionalista organizaba el concurso “Faja de Honor 25 de Mayo” a la
producción édita, para el que juraban Don Carlos, Fermín Chávez y Abel Zabala.
La reunión del dictamen se llevó a cabo en su casa de City Bell, y una vez
dilucidado el mismo, convidó a las visitas a recorrer el jardín, la biblioteca
y el museo. Mientras él departía con sus colegas y un par de directivos de la
Asociación, en otro sector del jardín yo conversaba con su esposa Lily, y de
pronto escucho: “Carlitos!”, me acerco, y me alcanza un antiquísimo torniquete
que había estado mostrando, “llévelo que lo tengo repetido”.
Pero su
desprendimiento para conmigo venía de mucho antes, del comienzo de la relación
amistosa, cuando por ese amor compartido por “la Magdalena”, me regaló un
certificado extendido por la “Comisaría de Tablada” en 05/1873, para un capataz
de tropa que salía con 700 animales. Y tiempo después, conociendo la anécdota
aquella de que el Gral. Hornos visitaba en “Santa Ana” de Cepeda a mi
tatarabuela Petrona Hornos, me entregó un memorando militar del año 1853, de un
tema simple, pero firmado por José María Paz y dirigido a Manuel Hornos.
Otro gesto de su
bonhomía, fue integrar a su libro “Pulperías. Esquinas y Almacenes”, unos
versos míos que en su momento le había dedicado a una obra del gran Rodolfo
Ramos, la que también reprodujo en el libro.
Cuando tuve
terminado “Dos Evocaciones a un Pago: La Magdalena”, soñaba con que le hiciera
el prólogo, y me halagó escribiéndolo, y como si eso fuera poco, en un momento
que necesité una presentación para el Fondo Nacional de las Artes, redactó la
misma, la que ha sido para mi: laudatoria. Es como si hubiesen recibido el
“gran premio de literatura”. Dicho trabajo, acaecida su muerte, con
autorización de su esposa lo incluí a manera de presentación, en mi libro
“Pláticas de Fogón”.
¡Don Carlos…!,
que hombre de perfil bajo, de no hacerse notar, de pasar más vale
desapercibido, pero cargado de valores humanos, de honestidad, de don de gente.
Hoy, atesoro en
mi archivo un sinnúmero de trabajos suyos aparecidos en periódicos, diarios y
revistas, y mucho material periodístico de viejas épocas que usaba como
consulta.
Nuestro trato
siempre fue, respetuosamente, de “usted”, yo le decía Don Carlos o Carlos, y el
me retribuía con Carlos e inclusive Carlitos cuando la charla era muy coloquial.
El buen
entendimiento que teníamos, hizo que alguna vez no animáramos a jurar en algún
certamen, en yunta, seguros que no tendríamos inconveniente en ponernos de
acuerdo.
Cuando el Día de
la Tradición bonaerense cumplió 60 años, nos convocó el Director del Museo
Almafuerte, y se publicó un folleto de 18 pags., donde don Carlos volcó algunos
conceptos sobre “tradición” y yo reseñé la fecha y sus creadores.
Si me pongo a
hacer memoria, mucho más, muchas anécdotas tendría para contar, pero lo dicho
alcanza como muestra.
Cuando el otro
no está, muchos agigantan o magnifican el trato y se auto titulan “amigos”,
pero yo no puedo, sería romper ese marco de mutuo respeto en que siempre nos
movimos, y me quedo con eso de “un trato amistoso”.
Su último libro |
En diciembre de
2008 acompañaba a mi esposa en un duro trance, internada en el Hospital
Italiano; allí fue que recibo la llamada del amigo librero que nombré más
arriba: “Hola Mario, que pasa…”, “Malas noticias, falleció Don Carlos, y Lily
me pidió te avise que en un rato lo llevan al cementerio, al sector de la curia…”.
Convine con mi esposa alejarme por una hora, y estuve para despedirlo. Solo un
pequeño grupo de familiares y dos ajenos, Alejandro De Olano y quien escribe.
22/12/2088 –
22/12/2013, un lustro ya, parece mentira, quedó inconcluso el sueño del libro
sobre “Los Grandes Félidos Americanos”, entre muchas cosas más.
Nunca lo
olvidaré, maestro, seguro… nunca jamás!
La Plata, 13 de
diciembre de 2013
Publicado en Revista El Federal/El Tradicional N° 464
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