domingo, 13 de noviembre de 2016

TROPILLA

LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 002 – 06/11/2016

Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.

TROPILLA
No es ninguna novedad asegurar que el país se hizo a pata de caballo, ya que es una expresión remanida; las grandes distancias de nuestra Patria y la abundancia de yeguarizos, hicieron posible que así fuera.
Y el gaucho le agregó una particularidad al hecho de marchar grandes distancias y también al encarar las difíciles tareas pastoriles de la antigua estancia criolla: “la tropilla”. La “tropilla entablada”.
No existe entre los pueblos ecuestres del mundo -llámense estos cosacos, beduinos, vaqueros, charros, llaneros, etc.-, algo similar a “la tropilla” de nuestra tierra.
El gaucho se las ingenió y en torno a una yegua madrina, elegida por su pelaje y carácter, entabló en aquellos tiempos heroicos, de quince a treinta yeguarizos castrados, pudiendo éstos ser redomones o ya caballos.
En el cogote de la madrina -por lo general mansa de abajo pero potra-, cuelga el cencerro, elemento de percusión, remedo en pequeño de una campana, del que según el Tata Umpierrez: no hay dos que suenen iguales.
Al respecto otro poeta dijo: “Como goteando sonidos / del cencerro en el cogote, / va la madrina que al trote / puntea en el recorrido”.
El múltiple José Hernández, en su “Instrucción del Estanciero”, por 1882 apuntó: “Las tropillas eran antes, no solo muy útiles, sino hasta indispensables en una estancia, tanto para los trabajos que debían hacerse fuera del establecimiento, y aún dentro del mismo campo, como para los viajes, en tiempos en que el caballo era el único medio de locomoción que poseía el país”.
Si bien entonces no existía lo que hoy conocemos como “sociedad de consumo” ya que  para el hombre de aquel tiempo la plata valía tan poco que la usaba de botón en el tirador,  en tener una buena tropilla se invertía tiempo de búsqueda y también patacones.  Y así era un lujo gaucho tener una “tropilla de un pelo”, con los caballos todos parecidones, como cortados por la misma tijera; y en aquellos que eran “de posibles” el lujo se agrandaba al ser “de un pelo y de la mesma marca”.
Era común que en las largas resereadas, cuando se trasladaban animales de una estancia, el domador de la misma pidiese permiso para salir al camino con la “tropilla” que estaba entablando para hacerlos a la huella y al trabajo, y así, al regresar a la estancia, solía entregarse la tropilla para el trabajo de los mensuales. 

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