domingo, 11 de febrero de 2018

CANDIL

LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 59 – 11/02/2018
Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.
En los tiempos de la ‘Patria Vieja’ el asunto de las luminarias puede decirse que fue un problema si lo miramos con los ojos de hoy, pero para la gente de esos entonces, acostumbrada a arreglarse con poco, no le causaba trastornos.
Seguramente la ‘primera luz’ la brindaron las llamas del fuego, pero ante la necesidad de poder llevar la luz de un lugar a otro de una forma manual, se recurrió al “candil”.
La voz “candil” tiene un origen muy remoto si nos atenemos a que deriva del latín “candela”; de ésta, en el árabe antiguo se formó la palabra “qindil”, y durante el largo proceso en que los árabes dominaron media España, derivó en la expresión árabe-hispana “qandil” -escrita con ‘q’-, que finalmente castellanizada es la que hoy conocemos, escrita con c: “candil”.
Su construcción ha sido muy simple recurriéndose a recipientes de varios tipo de tamaño regular a chico: una lata, un cucharón en desuso, un frasco, y muy comúnmente en nuestra campaña, una pezuña o una media asta o punta de guampa; por eso, en un verso de hace años pusimos: “un candil hecho en guampa, ver me deja / al volcar su penumbra por el real…”.
El recipiente se cargaba con sebo de vaca o grasa de potro, y se agregaba un pedazo de trapo que hacía las veces de mecha, cuyo extremo exterior era el que se encendía; su luz era pobre y además del fuerte olor tenía la contra del humo que producía… pero, parece que algunos paisanos le habían encontrado la vuelta, por eso en sus “Cuentos del Caminante”, don Rafael Darío Capdevila transcribe el dato brindado por un informante, y dice: “El agüelo se fabricaba unos candiles que no echaban casi humo. Sabe que entre la grasa le mesturaba bastante ceniza. Le ponía un pabilo grueso que vendían en lo de Bedoya y así los armaba.”. Vale acotar que esta particularidad es de la zona de Tapalqué.
Nuestro siempre evocado Artemio Arán pone en su prosa una veta poética cuando describe su uso: “En los inviernos preside las reuniones en la cocina y cuelga sombras descoyuntadas con ayuda de la brisa, decoración para que el narrador se luzca. // Y en las noches estivales, es como pulpería, donde las mariposas y el bicherío gastan su pilchaje de alas en borracheras de luz”.
Evocando esos bailes de los que hablamos unos programas atrás, y en lo atinente a la iluminación, dice don Ambrosio Althaparro: “Si la pieza tenía lámparas de tubo no necesitaba refuerzo de iluminación; si solo disponía de candil, era indispensable agregar uno o dos más, según los elementos con que se contase para armarlos. Las velas de factura casera solían usarse también, empleando botellas como candeleros”. Estas, las velas, terminarían desplazándolo.
Don Wenceslao Varela, en la dedicatoria de su libro casualmente titulado “Candiles” usa una metáfora que reza: “A mis padres, para que, en la tenue luz de mis ‘candiles’, llenen sus ojos opacos y activen el ritmo perezoso del corazón cansado”.
Ilustramos con las décimas que escribiera el poeta de Las Flores, Ricardo "TiTo" Urnissa, tituladas "Candil", que se pueden leer en el blog "Poesía Gauchesca y Nativista"

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