domingo, 2 de septiembre de 2018

ESQUILA


LR 11 – Radio Universidad – “CANTO EN AZUL Y BLANCO”
Micro Nº 86 – 02/09/2018
Con su licencia, paisano! Acomodado en la cocina grande, junto a la ventana para tener mejor luz, mientras gustamos un mate, vamos a ver si compartimos “Decires de la campaña”.

En nuestra campaña han existido estancias dedicadas a la explotación bovina y otras a la ovejera, e inclusive han coexistido estancias con los dos tipos de emprendimientos.
La explotación ovejera dio lugar a una tarea anual que se encuadra en los grandes acontecimientos de la vida rural -aunque sin empardar a la yerra-, que es la “esquila”, o sea aquella ardua tarea de despojar de su lana a cada a cada animal, acaparando el estanciero ese “oro blanco” que es la lana que supo brindarle altos rendimientos económicos.
José Hernández tuvo presente el valor de esta explotación en su libro “Instrucción del Estanciero”, dedicándole un minucioso capítulo. Remarca por allí que la época de la “esquila” debe ubicarse entre el 1° de octubre y diciembre, procurando no adelantarse a septiembre aunque el mes pinte lindo, porque lo desparejo de su clima, lleva de pronto a encontrarse con días fríos, pudiendo, de haberse ya esquilado la majada, producirse una mortandad importante.
Dice Hernández sobre de la esquila: “Es una faena laboriosa y delicada, respecto de la cual debemos decir, ante todo, que debe ser presenciada por el mayordomo hasta en el más pequeño detalle (…). La esquila debe hacerse en el establecimiento principal, adonde llevan sucesivamente las majadas de los distintos puestos. Conviene esquilarse bajo galpón, pero donde no lo haya se esquila afuera, en el corral armado al efecto (…) poniéndose en el piso donde se hace la esquila, tablas, cueros, lonas o algo para evitar se ensucie la lana”.
Para realizar la “esquila” la estancia contrataba una ‘comparsa de esquiladores”, la que venía al mando de un patrón o capataz de comparsa. Este equipo de gente -al igual que los juntadores de maíz- se arreglaban con muy poco, armando campamento en algún galpón si lo había disponible, y a veces, hasta a la intemperie, permaneciendo en el mismo los días necesarios para terminar con todas las majadas.
La dicha comparsa podía tener “30 o 40 esquiladores -peones que manejaban las tijeras- dos o tres ‘agarradores’ y un ‘médico’ que, generalmente, era un viejo o un muchacho; se le daba este nombre, pues, cuando alguien lastimaba una oveja, cosa fácil si se tiene en cuenta la clase de trabajo, él se encargaba de curar la herida desinfectándola con una pincelada del remedio que llevaba preparado en un tacho”, según lo que cuenta Don Pedro Inchauspe.
Ventura R. Lynch, dejó testimonio de muchas de las cosas que vio allá por 1880 (música, danzas, pilchas, costumbres…), y coincidiendo con Hernández, nos habla que era muy común encontrar en aquellas comparsas, a mujeres esquiladoras que en nada envidiaban a los hombres.
El pago de la “esquila” se estipulaba a tanto por animal, pero en el momento de la ardua faena, no había monedas ni billetes, en cambio tallaban “las latas”, especie de seudomoneda confeccionada en material sin valor, a veces de cinc, recortadas a tijera, otras estampadas en fábricas con las iniciales del dueño o el nombre de la estancia. A medida que el esquilador iba terminando un animal, daba el grito de ¡lata!, reclamando ese pago, y avisando por lo tanto que esperaba otro lanudo.
(Se ilustró con "Milonga pa'l esquilador" de Carlos Luján, que se puede leer en el blog "Antología de Versos Camperos")

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