Creo que fue en el 58 cuando mi padre se quedó sin trabajo al cerrar la Cooperativa Lechera, ex Jáuregui Lorda, de calle 42 e/1 y 2. Mi tío abuelo René Roo lo acercó a Bellone Hnos. de calle 37 e/4 y 5, fábrica de mosáicos, donde coincidió con “P.e.p.e.” Cipolla que ya era peón en dicha empresa. Por lo tanto tendría 6/7 años cuando conocí a este personaje, que no tardó en hacer amistad con mi padre.
Deduzco, en base a recuerdos, que había nacido el
25/05/1920, viviendo en la zona de calle 11 e/ 32 y 33, o 33 y 34,
aproximadamente.
Era socialista y un hombre de la noche. Un gran
noctámbulo. Siempre de saco y corbata y peinado a la gomina, tenía como su
“parada”, el Bar “El Parlamento” de Avda .51 esq. Avda. 7, entonces lugar
emblemático del centro platense. Empedernido fumador, gustaba saborear en
tragos cortos, whisky o alguna otra bebida blanca.
Solía realizar en los clubes de Zona Norte y
barrios aledaños, festivales artísticos que organizaba con mucha dedicación, y
que si mal no recuerdo, eran de entrada libre y gratuita. Recuerdo a los clubes
Lavalle, Mayo, Ateneo Popular, Sporting, Centro de Fomento y Biblioteca
“Mundial”, Centro de Fomento Pedro Benoit, Centro de Fomento y Biblioteca Gral.
San Martín…
Había un grupo de artistas que siempre convocaba y
le respondían: El Matrero Iriarte y la Estrella Rubia del Folclore (pareja de
danza), Rodolfo Molinari (primer ganador de Baradero), Marquitos Mareco (cantor
paraguayo), Edelfor Martino (gran recitador español), Pedro Roca y sus
Musiqueros, Los Arrieros de Ipacaraí, Omar Montes, Los del Cardón, Conjunto
Peñaflor, Rubén Darío, Héctor del Prado, Los Huelleros Sureños, etc. etc.
En reuniones familiares o en los asados que con
sus compañeros organizaba mi padre en el campo de mi abuelo, supo y conoció mi
afición por decir versos criollos. Así fue que me regaló el libro “Versos de
Martín Castro” aconsejándome su lectura.
Se hizo amigo de mi casa donde contaba con el
aprecio de todos, inclusive, ya casado, también mi esposa lo apreciaba, y
vuelta a vuelta era uno más en la mesa familiar.
En los años de secundaria (1965 / 1969), en las
clases de “Mecanografía y Estenografía”, aprendí a desempeñarme bastante bien
con la máquina de escribir. Y si a esto le sumamos que al cumplir 18 mis padres
me regalaron una máquina portátil, más o menos que se estaba delineando un
destino de escritor. (Ya hacía un par de años que componía versos).
“P.e.p.e.” compraba blocks de hojas
oficio (no resmas) y papel carbónico, y me traía escritos prolijamente de puño
y letra, sus versos, que a cambio yo se los pasaba en limpio, dejándome siempre
una copia y el original para que los guardara. Esta circunstancia ha provocado
que yo conserve casi todo lo que escribió que sigue inédito.
En estos encuentros yo le mostraba lo nuevo que
tenía que él leía concienzudamente y hacía observaciones. No era de halago
fácil, se limitaba a comentar cosas como “Está
bien, pero tenés que lograr un mejor remate”, por ejemplo. Hasta que un día,
leyendo unos cuartetos que titulé “Viento”, se le escapó un: “¡Esto es un
poema!” (forma parte del libro “De Mis Mayores”).
La misma actitud tenía cuando me veía en un
escenario interpretando poesía: “en tal
cosa estuviste bien, pero te faltó elocuencia en tal momento”. Íntimamente
yo sabía que le había gustado, pero él, exigente, iba por la perfección.
Mor motivos que no viene a cuento comentar ahora,
a partir de 12/1976 decidí abandonar la actividad artística y en esa actitud me
mantuve hasta 05/1979, cuando mi padre (en ese momento vicepresidente de “El
Alero”), me comentó que estaban organizando un acto en homenaje al Centenario
de las Campañas del Desierto, para el que querían contar con Francisco Chamorro
y mi decir.
Así se hizo, y la reunión se llevó a cabo en el
salón de actos del primer piso del Círculo de Periodista que quedó chico ante
la mucha asistencia de público. En la ocasión hicimos dos entradas cada uno,
creo -no estoy seguro- que me tocó cerrar.
Cuando salimos del escenario con Francisco, era un
amontonamiento de gente esperando para saludarnos. Fue muy especial y emotivo
pues nunca antes me había pasado. El grupo se fue diluyendo, y para el final, a
un costado, sin apuro, estaba “P.e.p.e”.
demás está decir que me felicitó, pero… a diferencia de todos los anteriores,
me hizo observaciones. Que así era él.
Entre sus muchas actividades, si no me equivoco,
se había iniciado en el grupo de teatro vocacional del Club Lvalle, de donde
saltó al movimiento pionero de “La Lechuza”; también fue operador de Radio
Provincia cuando ésta funcionaba en el Teatro Argentino; participó de la
creación del Grupo de Teatro Independiente La Plata, siendo su iluminador (allí
estaba quien luego ganaría fama, Mario Castiglione; y en una ocasión, a
invitación suya asistimos con mi novia a la Sala Discépolo a presenciar “Nosotros
los Otros”), y hacía el final de sus día había creado un taller de teatro con
un grupo de jóvenes, en los que tenía cifradas esperanzas.
Para festejar sus 60, mi madre y mi esposa
prepararon una cena (algo que a él le gustaba pero que ahora no recuerdo), le
hicieron una torta, se le compró un pullover para regalarle, y si bien asistió,
pidió mil disculpas porque no iba a comer, porque hacía días que no andaba bien
del estómago. Poco después de esto fue internado muy delicado, en el Hospital
Español, donde llegué a visitarlo y sé que eso lo alegró.
La necrológica de Diario El Día del 28/06/1980,
expresó: “…falleció ayer a los 60 años de edad luego de soportar una corta pero
cruel dolencia.”. Un cáncer fulminante se lo llevó de apuro.
En cuanto a su sobrenombre, el siempre en los
afiches lo escribía de este modo: “P.e.p.e.”.
Ojalá la vida me diera la posibilidad de publicar,
en pequeña tirada, sus poemas, para poder dejar ejemplares en las bibliotecas
de los clubes que frecuento con sus festivales.
A su modo, sin estridencias, puedo afirmar que fue
quijote moderno enfrentando las aspas de los molinos improcedentes.
La Plata, 27/12/2024
Del Anecdotario
Por octubre
de 1978 me interné en el Hospital Italiano donde me intervinieron
quirúrgicamente, y lo que en principio se planteó como algo sencillo, me llevó
a permanecer dos meses acostado boca
arriba, con sondas y otros cables que no me hacían la vida fácil. Compartía una
habitación con otros dos internados, aclaro que en muy buenas condiciones
hospitalarias.
“P.e.p.e.”, que
siempre estuvo brindándome apoyo, estudió los pasillos, los horarios, los
distintos accesos, y descubrió “falta de control” en una puerta que daba al
estacionamiento interno; también probó el ingreso desde la calle a esa playa, y
descubrió que después de las 20 hs. podía entrar sin inconvenientes.
Así fue que
tras las curaciones y servir la cena a los pacientes, las luces de las
habitaciones se apagaban, y el activo movimiento diurno se iba apaciguando. Ese
era el momento en el que la puerta de la habitación se abría suavemente, y como
mi cama era la más próxima, ingresaba y ocupaba la silla que estaba contra la
pared, y en voz baja charlábamos un rato, me comentaba algunas novedades, si
estaba organizando algo o si había escrito un nuevo poema. Cumplido ese ritual,
se despedía y marchaba hacia la noche de “El Parlamento”.
Incontables
veces realizó esa operación durante esos dos meses.
Nunca lo
olvidaré.
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