A raíz del artículo “Ejerciendo la Memoria” aparecido en la edición Nº 85, el lector Carlos Oscar Preisz se dirigió a Correo de Lectores identificado con la nota por estar vinculado a la zona epicentro de mis evocaciones; aprovecho entonces, para que sume otros conocimientos, en recomendarle la lectura de “El Llamador y los Diz”, que vio la luz en el Nº 76 de El Tradicional.
Pero lo curioso viene a cuento de que por sus dichos parece ser el actual poseedor del lugar en el que de alguna manera me crié y alimente mis gustos por la cultura gaucha: “Los Ombúes”.
Dice en el cierre de su misiva: “Por el medio de mi campo cruza un arroyo que viene de la zona de Arditi y cuyos antiguos dueños era la familia de apellido Espinel. Por esos pagos de la Magdalena vivió Don Juan Manuel de Rosas, encontrándose un caserón con mirador a las orillas del Arroyo Zapata.”
Y lo dicho me da pié para relatar esta historia, como que soy Espinel por parte de madre.
Primero digamos que según la historia, Rosas pasó allí su niñez y adolescencia, haciéndose práctico en la administración de estancias, en campos de sus mayores sitos desde Atalaya hasta la Cañada de Arregui, aunque se ignore el sitio en que se emplazaban las poblaciones de la estancia, que no es, por supuesto, ese “caserón con mirador”. Me consta que hasta los años ’70, su presencia era aún latente, al punto de haber escuchado decir que en esta casa paraba, en esta silla se sentó, este lugar lo usaba como posta, etc.
“EL MIRADOR”
Ahora ubiquemos al lector en la zona. Situémonos en la Ruta 11 (antes llamado “camino de la costa”, y más atrás “camino real”, como que se estima que fue el rumbo que tomó Garay, cuando después de refundar Buenos Aires se encaminó al sur llegando hasta la altura de la actual Mar del Plata). El km. 25, es -aproximadamente- la mitad de camino entre las ciudades de La Plata y Magdalena; a esta altura cruza el arroyo “Zapata” y también una calle vecinal que a la izquierda nos lleva al Río de la Plata, Paraje “Punta Blanca”, y a la derecha al Paraje “San Martín”.
Paralela a la banda sur de esta calle pero no lindera, se extendía la lonja de “El Mirador” de Espinel, con el extremo Este sobre las playas de “Punta Blanca”, y el extremo Oeste, la zona más alta, con el casco, hacia el Paraje “San Martín”; a su vez, el “camino real” cortaba en dos al predio.
Esta estanzuela fue habida por Don Miguel Espinel en varias compras de fracciones que llevó a cabo de la siguiente manera: en 03/1855 a los hermanos Ramírez; en 07/1860 y 12/1860 al gobierno de la provincia, y en 12/1860 y 04/1867 a Juan Rodríguez, con lo que totalizó 1004 has.
Este Miguel -hijo del “canario” Tomás Espinel (1798/1844) y Paula Vera-, el 26/02/1846 se había casado con Feliciana Dadín (hija de José Dadín y Francisca Villanueba), ambos vecinos de la Magdalena, de cuya unión nacieron once hijos, a saber: Eliseo (falleció al año), Miguel, Feliciano, Damián, Demetrio, Pablo, Julián, Tomás, Martina, Carmen y Ana.
La población principal respondía a un modelo de casco con azotea y mirador, clásico y muy difundido en las estancias del área pampeana, cuya importancia en cuanto a estructura aún puede apreciarse en las ruinas que muestran las fotos.
El casco y un lote como de media manzana, se encontraban encerrados por un zanjeado, y todo el conjunto se ubica en una vuelta del arroyo “Zapata” -en ese sector su cauce es encajonado-, un típico “rincón” de los que tantas veces se citan en las estancias de antaño.
Mis primeras visiones del lugar se remontan al primer lustro de los años 60, pero refería mi padre, que siendo muy gurí, y cuando se podía acceder a la azotea y existía la escalera caracol por la que se llegaba al mirador, me había llevado a lo más alto, desde donde, en días de buena visibilidad, alcanzaban a verse las torres de la Catedral platense.
Fallecido el matrimonio Espinel-Dadín, al producirse el acto sucesorio, por escritura testamentaria del 8/03/1890, el casco, con un pequeño potrero de 37 has. le correspondió en condominio a los hijos: Miguel, Feliciano, Pablo, Carmen y Ana.
LA ESCUELA – EL CAPATAZ
Ya desde diez años antes del acto sucesorio (aproximadamente 1880), el casco no estaba ocupado por miembros de la familia, y esto es un misterio irresuelto.
Por entonces ocupaba el mismo Don Carlos Gatti, maestro de origen italiano, que allí ejercía la docencia, izando la bandera nacional en un mástil improvisado en la azotea.
Al mudarse el maestro Gatti a un edificio construido para escuela, fuera de las tierras de “El Mirador”, el casco fue facilitado para su uso a Don Eustaquio Canale y su familia; este hombre tenía por oficio el de carrero.
Anecdóticamente, agregamos que en vida de Don Miguel, fue capataz del establecimiento Don Justo Cabezas (o Cabeza), casado con Maximinia Rodríguez, quien tenía una hija llamada Carmen Rodriguez, privada de la visión; era éste un hombre muy campero pero también muy mentado por sus “soberanos bolazos”, entre los que se atribuía aquella historia del pelo gateado: “En los bañados de la costa andaba un bagual bayo de imponente estampa, de clin y cola entera, con matetes de abrojos; un día se lo topó en un limpión del pajonal, y rápido como un rayo armó el trenzado y en un apronte del montado hizo el tiro, y cuando la armada caía justa sobre la cabeza, una agachada del entero hizo errar al lazo que se ciñó de firme en la porra, y al disparar el bayo le arrancó una lonja como de dos dedos de ancho del copete a la cola. Lo grande es que a partir de entonces todas las crías que dio tenían como seña esa raya oscura que dividía el lomo.”
LEYENDA
Los Espinel tenían bóveda en el Cementerio de Magdalena; muy niño la conocí acompañando a mis mayores, y ya entonces en esta primaba el estado de abandono y deterioro.
Entre 1965 y 1970 -no guardo precisión de la fecha-, un intendente municipal propuso a mi abuelo Desiderio (Tata), que si la familia se hacía cargo de restaurarla, el municipio la reconocería como monumento, pues era entonces una de las construcciones más antiguAs en pie; caso contrario se procedería a su demolición para hacer uso de la tierra.
Ante esa situación pedí a Tata que gestionara conservar la placa de mármol blanco que se encontraba al frente de la construcción; hechas las averiguaciones, la respuesta fue que pensaban conservarla como pieza de un museo que se estaba formando, y que entonces se ubicó en dependencias linderas a las oficinas del Telégrafo, allí mismo donde Doña Carmen Aránzolo enseñaba a tejer en telar. Ante ese fin superior preferí quedase allí como vivo testimonio de la historia regional. Dice la misma: “Aquí descansan los restos de Dn TOMAS ESPINEL (natural de las Islas Canarias) Fallecido el 3 de Agosto de 1844 a la edad de 46 años. Sus hijos le dedican este homenaje”. A fines de 1970 o principios de 1971, la Revista “Gente” hizo un relevamiento periodístico sobre la Ruta 11, que fue publicado en la edición Nº 289 del 4/02/1971 bajo el título “El Desconocido Camino de la Costa – Una ruta que llega a Mar del Plata”, sin firma de autor.
En el transcurso de la misma se pone en boca de mi abuelo Desiderio Espinel, inexactitudes y falacias, cuando el texto expresa: “Ese mirador era parte del casco de nuestra estancia; mi abuelo (Miguel), un canario que quiso mucho a estas tierras, hizo patria a su manera y cuando murió quiso que lo enterraran vestido de gaucho; después la familia se desmembró y yo quedé solo. Todo acabó: los ladrones de la noche entraron al panteón de mi abuelo y le robaron el apero y la plata. Ahora hay apenas telarañas...”.
Pero lo cierto del caso, es que la mañana que una periodista y un fotógrafo llegaron a “Los Ombúes”, Tata estaba terminando el tambo, y... paisano tioco, se negó a atenderlos y a dejarse fotografiar. La “vendedora” historia del robo de las prendas, ¡jamás! fue referida por mis mayores... ¡y eso que fui un “Juan preguntón” dende chiquito...!
Sí puedo certificar sobre la muerte de Don Tomás, ya que el acta del libro parroquial cuya copia está en mi archivo, expresa: “En 4 de Agº de 1844 yo el Cura Vº di sepultura al cadaver de Tomás Espinel natural de Canarias Viudo de Paula Vera edad cuarenta y cinco años confeso y le puse la Sta. Uncion selehicieron funerales cantados con Misa de cuerpo presente y también veinte Misas rezadas, Doy fe. José Ant.º Perez” (ortografía y redacción original).
REFLEXIÓN FINAL
Resulta llamativo que habiendo sido el Viejo Pago de la Magdalena cuna y escenario de extensísimas y pioneras estancias, se tenga presente en la memoria popular, esta mínima y casi anónima estanzuela situada en la región norte del actual partido. Es muy posible, que la existencia de un importante casco transformado en tapera, y sin uso por parte de sus propietarios desde antes de 1880, ayudara a tejer fantasías.
Valga entonces decir que aquel Miguel Espinel que lo constituyera fue mi tatarabuelo, de quien tengo el honor de conservar su “fino” calzoncillo cribado, y que en “Los Ombúes”, retazo de campo de aquella estanzuela, tuve la dicha de enamorarme del criollismo, y como afectuosamente solía decirme Don Juan Carlos Diz (“El Indio” Diz), de “jugar a los gauchos”.
La Plata, 23 de Septiembre de 2008
Dice en el cierre de su misiva: “Por el medio de mi campo cruza un arroyo que viene de la zona de Arditi y cuyos antiguos dueños era la familia de apellido Espinel. Por esos pagos de la Magdalena vivió Don Juan Manuel de Rosas, encontrándose un caserón con mirador a las orillas del Arroyo Zapata.”
Y lo dicho me da pié para relatar esta historia, como que soy Espinel por parte de madre.
Primero digamos que según la historia, Rosas pasó allí su niñez y adolescencia, haciéndose práctico en la administración de estancias, en campos de sus mayores sitos desde Atalaya hasta la Cañada de Arregui, aunque se ignore el sitio en que se emplazaban las poblaciones de la estancia, que no es, por supuesto, ese “caserón con mirador”. Me consta que hasta los años ’70, su presencia era aún latente, al punto de haber escuchado decir que en esta casa paraba, en esta silla se sentó, este lugar lo usaba como posta, etc.
“EL MIRADOR”
Ahora ubiquemos al lector en la zona. Situémonos en la Ruta 11 (antes llamado “camino de la costa”, y más atrás “camino real”, como que se estima que fue el rumbo que tomó Garay, cuando después de refundar Buenos Aires se encaminó al sur llegando hasta la altura de la actual Mar del Plata). El km. 25, es -aproximadamente- la mitad de camino entre las ciudades de La Plata y Magdalena; a esta altura cruza el arroyo “Zapata” y también una calle vecinal que a la izquierda nos lleva al Río de la Plata, Paraje “Punta Blanca”, y a la derecha al Paraje “San Martín”.
Paralela a la banda sur de esta calle pero no lindera, se extendía la lonja de “El Mirador” de Espinel, con el extremo Este sobre las playas de “Punta Blanca”, y el extremo Oeste, la zona más alta, con el casco, hacia el Paraje “San Martín”; a su vez, el “camino real” cortaba en dos al predio.
Esta estanzuela fue habida por Don Miguel Espinel en varias compras de fracciones que llevó a cabo de la siguiente manera: en 03/1855 a los hermanos Ramírez; en 07/1860 y 12/1860 al gobierno de la provincia, y en 12/1860 y 04/1867 a Juan Rodríguez, con lo que totalizó 1004 has.
Este Miguel -hijo del “canario” Tomás Espinel (1798/1844) y Paula Vera-, el 26/02/1846 se había casado con Feliciana Dadín (hija de José Dadín y Francisca Villanueba), ambos vecinos de la Magdalena, de cuya unión nacieron once hijos, a saber: Eliseo (falleció al año), Miguel, Feliciano, Damián, Demetrio, Pablo, Julián, Tomás, Martina, Carmen y Ana.
La población principal respondía a un modelo de casco con azotea y mirador, clásico y muy difundido en las estancias del área pampeana, cuya importancia en cuanto a estructura aún puede apreciarse en las ruinas que muestran las fotos.
El casco y un lote como de media manzana, se encontraban encerrados por un zanjeado, y todo el conjunto se ubica en una vuelta del arroyo “Zapata” -en ese sector su cauce es encajonado-, un típico “rincón” de los que tantas veces se citan en las estancias de antaño.
Mis primeras visiones del lugar se remontan al primer lustro de los años 60, pero refería mi padre, que siendo muy gurí, y cuando se podía acceder a la azotea y existía la escalera caracol por la que se llegaba al mirador, me había llevado a lo más alto, desde donde, en días de buena visibilidad, alcanzaban a verse las torres de la Catedral platense.
Fallecido el matrimonio Espinel-Dadín, al producirse el acto sucesorio, por escritura testamentaria del 8/03/1890, el casco, con un pequeño potrero de 37 has. le correspondió en condominio a los hijos: Miguel, Feliciano, Pablo, Carmen y Ana.
LA ESCUELA – EL CAPATAZ
Ya desde diez años antes del acto sucesorio (aproximadamente 1880), el casco no estaba ocupado por miembros de la familia, y esto es un misterio irresuelto.
Por entonces ocupaba el mismo Don Carlos Gatti, maestro de origen italiano, que allí ejercía la docencia, izando la bandera nacional en un mástil improvisado en la azotea.
Al mudarse el maestro Gatti a un edificio construido para escuela, fuera de las tierras de “El Mirador”, el casco fue facilitado para su uso a Don Eustaquio Canale y su familia; este hombre tenía por oficio el de carrero.
Anecdóticamente, agregamos que en vida de Don Miguel, fue capataz del establecimiento Don Justo Cabezas (o Cabeza), casado con Maximinia Rodríguez, quien tenía una hija llamada Carmen Rodriguez, privada de la visión; era éste un hombre muy campero pero también muy mentado por sus “soberanos bolazos”, entre los que se atribuía aquella historia del pelo gateado: “En los bañados de la costa andaba un bagual bayo de imponente estampa, de clin y cola entera, con matetes de abrojos; un día se lo topó en un limpión del pajonal, y rápido como un rayo armó el trenzado y en un apronte del montado hizo el tiro, y cuando la armada caía justa sobre la cabeza, una agachada del entero hizo errar al lazo que se ciñó de firme en la porra, y al disparar el bayo le arrancó una lonja como de dos dedos de ancho del copete a la cola. Lo grande es que a partir de entonces todas las crías que dio tenían como seña esa raya oscura que dividía el lomo.”
LEYENDA
Los Espinel tenían bóveda en el Cementerio de Magdalena; muy niño la conocí acompañando a mis mayores, y ya entonces en esta primaba el estado de abandono y deterioro.
Entre 1965 y 1970 -no guardo precisión de la fecha-, un intendente municipal propuso a mi abuelo Desiderio (Tata), que si la familia se hacía cargo de restaurarla, el municipio la reconocería como monumento, pues era entonces una de las construcciones más antiguAs en pie; caso contrario se procedería a su demolición para hacer uso de la tierra.
Ante esa situación pedí a Tata que gestionara conservar la placa de mármol blanco que se encontraba al frente de la construcción; hechas las averiguaciones, la respuesta fue que pensaban conservarla como pieza de un museo que se estaba formando, y que entonces se ubicó en dependencias linderas a las oficinas del Telégrafo, allí mismo donde Doña Carmen Aránzolo enseñaba a tejer en telar. Ante ese fin superior preferí quedase allí como vivo testimonio de la historia regional. Dice la misma: “Aquí descansan los restos de Dn TOMAS ESPINEL (natural de las Islas Canarias) Fallecido el 3 de Agosto de 1844 a la edad de 46 años. Sus hijos le dedican este homenaje”. A fines de 1970 o principios de 1971, la Revista “Gente” hizo un relevamiento periodístico sobre la Ruta 11, que fue publicado en la edición Nº 289 del 4/02/1971 bajo el título “El Desconocido Camino de la Costa – Una ruta que llega a Mar del Plata”, sin firma de autor.
En el transcurso de la misma se pone en boca de mi abuelo Desiderio Espinel, inexactitudes y falacias, cuando el texto expresa: “Ese mirador era parte del casco de nuestra estancia; mi abuelo (Miguel), un canario que quiso mucho a estas tierras, hizo patria a su manera y cuando murió quiso que lo enterraran vestido de gaucho; después la familia se desmembró y yo quedé solo. Todo acabó: los ladrones de la noche entraron al panteón de mi abuelo y le robaron el apero y la plata. Ahora hay apenas telarañas...”.
Pero lo cierto del caso, es que la mañana que una periodista y un fotógrafo llegaron a “Los Ombúes”, Tata estaba terminando el tambo, y... paisano tioco, se negó a atenderlos y a dejarse fotografiar. La “vendedora” historia del robo de las prendas, ¡jamás! fue referida por mis mayores... ¡y eso que fui un “Juan preguntón” dende chiquito...!
Sí puedo certificar sobre la muerte de Don Tomás, ya que el acta del libro parroquial cuya copia está en mi archivo, expresa: “En 4 de Agº de 1844 yo el Cura Vº di sepultura al cadaver de Tomás Espinel natural de Canarias Viudo de Paula Vera edad cuarenta y cinco años confeso y le puse la Sta. Uncion selehicieron funerales cantados con Misa de cuerpo presente y también veinte Misas rezadas, Doy fe. José Ant.º Perez” (ortografía y redacción original).
REFLEXIÓN FINAL
Resulta llamativo que habiendo sido el Viejo Pago de la Magdalena cuna y escenario de extensísimas y pioneras estancias, se tenga presente en la memoria popular, esta mínima y casi anónima estanzuela situada en la región norte del actual partido. Es muy posible, que la existencia de un importante casco transformado en tapera, y sin uso por parte de sus propietarios desde antes de 1880, ayudara a tejer fantasías.
Valga entonces decir que aquel Miguel Espinel que lo constituyera fue mi tatarabuelo, de quien tengo el honor de conservar su “fino” calzoncillo cribado, y que en “Los Ombúes”, retazo de campo de aquella estanzuela, tuve la dicha de enamorarme del criollismo, y como afectuosamente solía decirme Don Juan Carlos Diz (“El Indio” Diz), de “jugar a los gauchos”.
La Plata, 23 de Septiembre de 2008
(Publicado en el N° 88 de Revista "El Tradicional")
(2/07/2012) A quienes se interesen por este artículo, los invito a visitar el blog "poeta gaucho", donde he cargado la versión poética de esta historia.
(2/07/2012) A quienes se interesen por este artículo, los invito a visitar el blog "poeta gaucho", donde he cargado la versión poética de esta historia.
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